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2. LA GUERRA DEL PELOPONESO: PARADIGMA HISTÓRICO Y MODELO PRAGMÁTICO

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El suceso histórico que sirvió de base para estas agudas reflexiones sobre el comportamiento humano y sobre la utilidad de la historia para hacer frente al futuro fue la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.). Un conflicto militar entre la liga délico-ática y la liga peloponesia que, como destacó Tucídides en su proemio (I 1), fue el más importante que se había vivido hasta entonces y tuvo consecuencias decisivas para la historia de todo el mundo griego. La primera fue su extensión, ya que fue una guerra total (una auténtica «guerra mundial») que afectó a casi todo el mundo griego, sumido en un conflicto bélico en el que mantener la neutralidad se convirtió en una tarea imposible. La segunda consecuencia fueron los efectos sobre todos sus actores. Esta no fue una guerra más, sino que cambió para siempre la historia de Grecia y acabó siendo un desastre para todos sus protagonistas. Fue el fin de la Atenas de Pericles e incluso Esparta, que aparentemente ganó la guerra, vio declinar su hegemonía en los años siguientes, asistiendo al surgimiento de una nueva potencia militar: Tebas. La tercera consecuencia, y quizás la esencial para Tucídides, fueron sus terribles efectos sobre el hombre griego, entendido como colectividad y como individuo. Esta guerra generó la ruptura de todas las convenciones tradicionales tenidas como firmes y sólidas hasta ese momento, y generó una crisis moral y política que puso en cuestión las estructuras ideológicas de la época clásica.

Este contexto bélico fue un auténtico banco de pruebas que ofreció a un pensador como Tucídides, formado en las nuevas ideas de la sofística, la oportunidad única de llevar a cabo un análisis del comportamiento humano completamente novedoso en su momento con la vista puesta en el futuro. De hecho, si alguna etiqueta puede ponerse con toda propiedad a la historia de Tucídides es la de «pragmática». Es decir, una historia que, por primera vez, fue concebida como instrumento de análisis de unos hechos pensando en su utilidad futura (De Romilly 1956). Este es un dato importante que ha de tenerse en cuenta: su historia no solo es un relato riguroso de los hechos, sino que también ha ser vista como un auténtico monumentum del intelecto humano. Tucídides, con el empleo de recursos formales y retóricos (con especial atención a la inserción de discursos), no solo pretendía informar a sus lectores de los hechos y acciones de una guerra concreta, sino, sobre todo, poner de manifiesto ante sus ojos (y, en cierto modo, ante los nuestros) las leyes universales que se encontraban tras su aparente y azaroso devenir. Y el historiador griego logró una fusión magistral. Fue el alumno más aventajado de la escuela sofística, al conseguir reenfocar los mecanismos especulativos de estos mercenarios de la palabra, sobre todo el uso de lo probable (el eikós), para comprender el devenir histórico de un modo completamente nuevo (Gommel 1966). Baste, como prueba de lo afirmado, un rápido repaso por los cinco pasajes de la obra que, desde mi punto de vista, definen lo más granado del pensamiento tucidideo y nos permiten comprender hasta qué punto logró el objetivo de elaborar una obra con validez universal.

En primer lugar, de un modo completamente novedoso para la época, el propio historiador pone de manifiesto la naturaleza pragmática de su historia en las últimas líneas de su famoso capítulo metodológico (I 22), en el que explica el modo en que ha elaborado su historia. Se trata del pasaje en el que destaca la utilidad de su obra histórica, que ha de ser entendida como «una adquisición para siempre», gracias precisamente a su agudo análisis de la naturaleza humana:

Tal vez la falta del elemento mítico en la narración de estos hechos restará encanto a mi obra ante un auditorio, pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado y de los que en el futuro serán iguales o semejantes, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana, si estos datos la consideran útil, será suficiente. En resumen, mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre (ktêma es aieí), más que como una pieza de concurso para escuchar un momento (I 22, 4).

En segundo lugar, Tucídides fue decisivo en la historiografía griega por su afán a la hora de distinguir entre las justificaciones aparentes y la causa más verdadera de la guerra, que para él no era más que ese miedo irracional que sentían los lacedemonios frente al creciente poderío de Atenas, que es lo que está en la base del proceso histórico al que nos acabamos de referir y que es conocido como «la trampa de Tucídides»:

La causa más verdadera (alethestáten próphasin), aunque la que menos se manifiesta en las declaraciones, pienso que la constituye el hecho de que los atenienses, al hacerse poderosos e inspirar miedo (phóbon) a los lacedemonios, les obligaron. Pero las razones (aitíai) declaradas públicamente, por las cuales rompieron el tratado y entraron en guerra, fueron las siguientes por parte de cada bando. (I 23, 6).

En tercer lugar, Tucídides ofreció una visión realista de la democracia ateniense (que, a la vez de ser un régimen ejemplar en muchos aspectos, también se manifestaba como un imperio con muy pocos escrúpulos). De hecho, en el epitafio de Pericles (II 35-46), en el texto que supone la máxima exaltación de la democracia y de sus virtudes políticas, pone en boca del estadista ático una idea clave: la importancia del poder (dúnamis) incluso para una pólis democrática que a la vez es una potencia política y militar:

Resumiendo, afirmo que nuestra ciudad es, en conjunto, un ejemplo para Grecia... Y que esto no es un alarde de palabras inspirado por el momento, sino la verdad de los hechos, lo indica el mismo poder (dúnamis) de la ciudad, poder que hemos obtenido gracias a estas particularidades que he mencionado. Porque, entre las ciudades actuales, la nuestra es la única que, puesta a prueba, se muestra superior a su fama... Y dado que mostramos nuestro poder con pruebas importantes, y sin que nos falten los testigos, seremos admirados por nuestros contemporáneos y por las generaciones futuras... (II 41).

En cuarto lugar, Tucídides ofrece el análisis más agudo del cuerpo social de la pólis en crisis cuando describe la guerra civil (stásis) que sacudió Corcira. Y pone de manifiesto, a través de una brillante metáfora, cómo la guerra puede convertirse en una «maestra severa» (bíaos didáskalos) para el hombre. Un tutor desabrido que moldea el comportamiento al obligar a los hombres a adaptarse a las circunstancias imperantes por muy duras que sean:

Muchas calamidades se abatieron sobre las ciudades con motivo de las luchas civiles, calamidades que ocurren y que siempre ocurrirán mientras la naturaleza humana sea la misma, pero que son más violentas o más benignas y diferentes en sus manifestaciones según las variaciones de las circunstancias que se presentan en cada caso. En tiempos de paz y prosperidad, tanto las ciudades como los particulares tienen una mejor disposición de ánimo porque no se ven abocados a situaciones de imperiosa necesidad; pero la guerra, que arrebata el bienestar de la vida cotidiana, es una maestra severa y modela las inclinaciones de la mayoría de acuerdo con las circunstancias imperantes (III 82, 2).

En quinto lugar, las ideas expresadas en estos pasajes alcanzan su expresión más trascendental en el denominado Diálogo de los melios (MacLeod 1974). Se trata de un debate (V 85-115) con el que el historiador cierra el libro V de su historia, y en el que plantea una cuestión universal: ¿la relación entre los pueblos puede estar basada en un orden moral que deriva de los principios de la justicia o está condicionada por el conflicto entre los intereses nacionales y la imposición del poder del más fuerte? El interés que este diálogo ha despertado en todas las épocas se debe a que los embajadores atenienses desplazados a Melos ponen en escena, con toda crudeza, un enfrentamiento paradigmático entre idealismo y realismo:

Atenienses: «En ese caso, pues, no recurriremos, por lo que a nosotros atañe, a una extensa y poco convincente retahíla de argumentos, afirmando, con hermosas palabras que ejercemos el imperio justamente porque derrotamos al Medo o que ahora hemos emprendido esta expedición contra vosotros como víctimas de vuestros agravios; pero tampoco esperamos de vosotros que creáis que vais a convencernos diciendo que, a pesar de ser colonos de los lacedemonios, no os habéis alineado a su lado, o que no nos habéis hecho ningún agravio; se trata más bien de alcanzar lo posible de acuerdo con lo que unos y otros verdaderamente sentimos, porque vosotros habéis aprendido, igual que lo sabemos nosotros, que en las cuestiones humanas las razones de derecho intervienen cuando se parte de una igualdad de fuerzas, mientras que, en caso contrario, los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan» (V 89).

Los melios, que emplean argumentos idealistas, se enfrentan a la disyuntiva de elegir entre la guerra o la esclavitud. Son valientes y aman a su pueblo. No desean perder su libertad y, aunque son más débiles que los atenienses, están dispuestos a defenderse. Basan sus argumentos en la justicia. Creen en los dioses, que consideran que apoyarán su justa causa. Y confían en que sus aliados lacedemonios les ayudarán en esta situación de dificultad. Es evidente que un lector moderno puede identificar en el discurso de los melios elementos de la visión liberal del mundo: la creencia de que las naciones tienen el derecho de tener una independencia política; de que hay una serie de obligaciones entre las naciones; y de que una guerra de agresión contra un estado más débil es intrínsecamente injusta. Pero lo cierto es que también cabe un análisis alternativo del mismo episodio: los melios ni tienen medios suficientes para plantear una defensa realista, ni tampoco actúan con la suficiente previsión frente a las consecuencias de su comportamiento. En su decisión de oponerse a los atenienses, están guiados más por sus deseos que por las evidencias. De manera similar, los atenienses, por su parte, basan sus argumentos no en lo que el mundo debe ser, sino en lo que es realmente. Los atenienses obligan a dejar de lado cualquier consideración moral y urgen a los melios a tener en cuenta los hechos duros y simples: han de reconocer su inferioridad militar, considerar las consecuencias potenciales de una decisión contraria a sus intereses y, en definitiva, pensar en su propia supervivencia. Son más débiles y, por lo tanto, no tienen más remedio que ceder.

A la vista de esta contraposición de planteamientos, Melos se convierte así en el ejemplo más claro de una posible doble lectura del texto tucidideo, facilitada por la abstracción de ideas y por la forma ambigua en que muchas veces estas se expresan. Por una parte, los atenienses pueden ser considerados el mejor ejemplo de cómo el poder, si no tiene en cuenta la moderación y el sentido de la justicia, acaba desembocando en un incontrolable deseo de más poder. Tras el episodio de Melos, los atenienses se embarcan en la expedición a Sicilia. Sobreestiman sus fuerzas y, en definitiva, se convierten en los principales responsables de su derrota. Pero, por otra parte, desde la perspectiva del realismo político, la cínica postura de los atenienses encuentra una posible justificación y los melios también pueden ser vistos como un pueblo guiado más por sus deseos que por las evidencias. Un ejemplo que pone de manifiesto hasta qué punto el texto de Tucídides ha de manejarse con cuidado, ya que, en muchas ocasiones, admite interpretaciones contrapuestas que nos hacen dudar de la auténtica posición de su autor. Este, como afirmaba Rousseau en el Emilio, es el modelo ideal de historiador, ya que enlaza los hechos sin considerarlos, no omitiendo ninguna de sus circunstancias, para que seamos sus lectores los que podamos juzgarlos por nosotros mismos.

En definitiva, estos cinco textos pueden resumirse en cinco ideas esenciales que, independientemente de cómo puedan ser interpretadas, permiten comprender los motivos por los que ha interesado tan vivamente el pensamiento de Tucídides a lo largo del tiempo y han convertido en paradigmático el relato de un conflicto bélico concreto:

1) La naturaleza humana rige las relaciones entre individuos y colectividades en una situación de crisis.

2) En este contexto, la salvaguarda del poder (y el miedo a perderlo) es el elemento clave que explica la guerra.

3) La guerra es una «maestra severa» que pone a prueba al hombre y que explica los más terribles comportamientos.

4) En la guerra no hay espacio para la moralidad: prevalece siempre el derecho del más fuerte.

5) La historia ha de ser pragmática: ha de describir todos estos procesos y prevenir a los hombres futuros de sus consecuencias.

Ideas como estas explican que la obra de Tucídides haya sido entendida como una especie de vademécum que permite explicar y comprender las características e implicaciones de todo tipo de hechos históricos en los que la naturaleza humana desempeña un papel decisivo. El éxito de la Historia de Tucídides reside en que su autor supo combinar un profundo estudio del comportamiento humano con una forma literaria que, más allá de las barreras del tiempo y de los gustos, facilitó que ese análisis calara en el corazón de generaciones de lectores que han contemplado con asombro cómo las vicisitudes de quienes vivieron unas circunstancias muy concretas alcanzaban una validez universal. Entre nosotros, el profesor José Alsina ha sido quien mejor ha descrito esta virtud del historiador griego: «Si alguien ha iniciado un método para analizar la patología del cuerpo social, y las leyes del comportamiento de los estados en sus relaciones violentas entre sí; si ha habido, en la Antigüedad, un espíritu que ha sabido penetrar en la entraña del fenómeno del poder, del imperialismo, del hecho revolucionario, este ha sido, sin duda alguna, Tucídides» (Alsina 1982: 20).

Esta virtud de la Historia, en la que todos sus lectores están de acuerdo, también plantea, como hemos podido comprobar en el diálogo de los melios, graves problemas de interpretación a la hora de determinar con claridad cuál es la postura defendida realmente por Tucídides. Es el peligro de enunciar las ideas por medio de un pensamiento concentrado y abstracto que muchas veces se expresa con la buscada ambigüedad de un observador privilegiado de los hechos. Esa capacidad de la obra del historiador a la hora de interpretar el pasado, ofreciendo claves no solo para comprender el presente, sino también para prever el futuro, puede llevar a malinterpretaciones y a usos interesados dependiendo del enfoque o de la ideología de quienes la utilicen. Para unos, Tucídides es el defensor del régimen democrático que admiraba profundamente a Pericles. Para otros, en cambio, el historiador es un aristócrata que critica los excesos de demagogos como Cleón, que condujeron a Atenas al desastre. Cuestión que, inevitablemente, nos obliga a detenernos en su biografía

Historia de la guerra del Peloponeso. Libros I-II

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