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4. TUCÍDIDES Y LA HISTORIOGRAFÍA ANTIGUA

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Como él mismo afirma al comienzo de su obra, Tucídides, el ateniense, compuso una xyngraphé (nombre con el que en la Antigüedad se designaba una «historia contemporánea») dedicada a analizar el conflicto bélico en el que todo el mundo griego se vio envuelto durante el último tercio del siglo V a. C. Su obra no surgió como consecuencia de un deseo de mostrar su erudición, ni se centró en relatar las glorias pasadas de su pueblo. Bien al contrario, su historia nació de la necesidad de explicar al mundo unos sucesos que conmovieron a todos sus contemporáneos, y que llevaron el horror de la guerra y de la destrucción a las más altas cotas conocidas hasta entonces. Es más, por primera vez que sepamos, un historiador se plantea la necesidad de que su obra no solo sirva para levantar acta del sufrimiento y del dolor de una contienda, sino para que las generaciones siguientes obtengan una enseñanza que les ayude a sortear los peligros futuros. La importancia del conflicto, de la que el historiador fue consciente desde el comienzo, le llevó a plantear un nuevo modo de enfrentarse al pasado para comprender las auténticas causas del presente y, por extensión, tener la posibilidad de prever aspectos decisivos del futuro. Para poder llevar a buen puerto este ambicioso proyecto, Tucídides fue consciente de que ya no eran útiles los modelos que tenía a su disposición, demasiado influidos todavía —como se observa en Heródoto— por la épica homérica. Por este motivo, frente a sus predecesores, Tucídides puso en práctica una nueva manera de escribir la historia, introduciendo innovaciones que acabaron siendo decisivas para el posterior devenir de esta disciplina (Marincola 1997).

Así, en primer lugar, con la vista puesta en Heródoto, su obra supone el abandono premeditado y consciente de todo tipo de relato mítico como medio para explicar los hechos pasados. Incluso en aquellos pasajes (como ocurre en la Arqueología) en los que mira hacia el pasado legendario de Grecia, lo hace con otros ojos, reinterpretando sucesos como la talasocracia minoica o la Guerra de Troya bajo la luz de la nueva racionalidad promovida por la sofística:

¡Tan poco importa a la mayoría la búsqueda de la verdad (zétesis tês aletheías) y cuánto más se inclinan por lo primero que encuentran!

Sin embargo, no se equivocará quien, de acuerdo con los indicios expuestos, crea que los hechos a los que me he referido fueron poco más o menos como he dicho y no dé más fe a lo que sobre estos hechos, embelleciéndolos para engrandecerlos, han cantado los poetas, ni a lo que los logógrafos han compuesto, más atentos a cautivar a su auditorio que a la verdad... (I 20, 3-21, 1).

Desde las primeras páginas de su Historia, Tucídides declara que, a diferencia de quienes le han precedido en esta tarea, pretende llevar a cabo una «búsqueda de la verdad». Y que, para alcanzar la verdad (alétheia) de los hechos, ya no sirven los métodos seguidos por poetas y logógrafos, que no se basaban en testimonios palpables y firmes (tekméria), sino en los relatos orales (akoé). La tarea de historiador se plantea por primera vez en la cultura occidental como un trabajo intelectual en el que es necesario contar con pruebas que fundamenten tanto la exposición como las interpretaciones de los hechos históricos:

Así fueron, pues, según mi investigación, los tiempos antiguos, materia complicada por la dificultad de dar crédito a todos los indicios tal como se presentan (tekmeríôi), pues los hombres reciben unos de otros las tradiciones (akoás) del pasado sin comprobarlas, aunque se trate de las de su propio país (I 20, 1).

Por ello, en segundo lugar, el historiador emprende la novedosa tarea de escribir la historia de unos hechos totalmente contemporáneos. Tucídides no pretendía relatar toda la historia de Atenas, ni tampoco volver los ojos hacia las gloriosas guerras médicas que revolucionaron la historia griega a comienzos del siglo V a. C. Su tema, por el contrario, es la historia de un terrible conflicto en el que él mismo tomó parte, que fue el motivo del ostracismo que le alejó tantos años de su patria y que, en definitiva, provocó la derrota final de Atenas. Un pasado que, por su cercanía, cumplía el requisito de que sus hechos eran fácilmente comprobables. Pero, sobre todo, un pasado que, a causa de sus terribles consecuencias, seguía pesando como una losa sobre el presente:

Y esta guerra de ahora, aunque los hombres siempre suelen creer que aquella en la que se encuentran ellos combatiendo es la mayor y, una vez acabada, admiran más las antiguas, esta guerra, sin embargo, demostrará a quien la estudie atendiendo exclusivamente a los hechos que ha sido más importante que las precedentes (I 21, 2).

Ante tamaña empresa, a Tucídides ya no le servía una historia entendida como una simple exposición de datos memorables, más o menos embellecidos para la ocasión. Este camino, desde su punto de vista, no conduce a la verdad que se marca como objetivo. Por el contrario, la historia que pone en práctica pretende investigar las causas más profundas de los hechos y, además, ha de tener una utilidad pragmática gracias al estudio de las leyes universales del comportamiento humano (anthropeía phýsis). Solo así la historia puede alcanzar la «verdad» y, por lo tanto, ayudar a prevenir las consecuencias de otros hechos futuros que, de acuerdo con las leyes de lo probable (eikós), podrían volver a ocurrir cuando se diesen circunstancias semejantes. Este planteamiento supone un cambio revolucionario de perspectiva histórica. Frente a un mundo de verdades inmutables, que buscaba una explicación en el mito y en la tradición oral, la sofística va a proporcionar a Tucídides los instrumentos necesarios para desentrañar las leyes universales que guían el comportamiento de los hombres en una guerra. Por encima de intereses particulares y de informaciones sesgadas por el partidismo, es el conocimiento de la esencia del ser humano el camino que abre la puerta de la verdad. De este modo, las reglas universales del comportamiento del hombre como animal social se convierten en la auténtica clave de su historia.

Por ello, en tercer lugar, su ambicioso proyecto se fundamenta en la necesaria reinterpretación de los dos pilares esenciales de la tradición literaria griega: narración y discursos. Si Tucídides alcanzó finalmente su propósito fue gracias a una nueva manera de entender y de combinar dos viejos elementos de raigambre homérica: los discursos de los protagonistas (lógoi) y la narración de los hechos (érga). Ambos son los protagonistas de su capítulo metodológico (I 22), donde Tucídides expone las bases sobre las que han sido elaborados los dos componentes esenciales de su historia. Para alcanzar esa verdad que proclama, ambos se convierten en los elementos clave de un nuevo método narrativo de enorme eficacia historiográfica. Su magistral combinación permitió analizar el pasado con una profundidad y una exactitud (akríbeia) como nunca antes se había logrado:

Y en cuanto a los hechos acaecidos en el curso de la guerra, he considerado que no era conveniente relatarlos a partir de la primera información que caía en mis manos, ni como a mí me parecía, sino escribiendo sobre aquellos que yo mismo he presenciado o que, cuando otros me han informado, he investigado caso por caso, con toda la exactitud (akribeíai) posible. La investigación ha sido laboriosa porque los testigos no han dado las mismas versiones de los mismos hechos, sino según las simpatías por unos o por otros o según la memoria de cada uno (I 22, 2-3).

Pero, en cuarto lugar, la aplicación de todas estas novedades en la escritura de la historia implicó un cambio esencial en la manera de componer y de leer una obra de este tipo. La nueva manera de enfrentarse al pasado que promueve Tucídides solo puede comprenderse en el marco del contexto intelectual de la Atenas de finales del siglo V a. C., que surgió como consecuencia de la expansión de la escritura y de la alfabetización. Tucídides, a diferencia de lo que había ocurrido hasta Heródoto, ya no confía su obra a una difusión oral, por medio de lecturas públicas de partes selectas de su historia. Así, al final de su capítulo metodológico, comparte con los futuros lectores de su obra una reflexión fundamental que recoge la esencia (la utilidad) y la consecuencia (la historia entendida como una adquisición para siempre) más importante de su trabajo:

Tal vez la falta del elemento mítico (tò mè mythôdes) en la narración de estos hechos restará encanto a mi obra ante un auditorio (akróasin); pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado y de los que en el futuro serán iguales o semejantes, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana (katà tò anthrópinon) si estos la consideran útil (ophélima), será suficiente. En resumen, mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre (ktéma es aiéi), más que como una pieza de concurso (agónisma) para escuchar un momento (I 22, 3-4).

El historiador es consciente del poco atractivo de una obra que, a causa de su metodología y de la nueva manera en que se combinan narración y discursos, no ha sido pensada para una ejecución pública. Ante la dificultad que entrañaba un texto lleno de agudas reflexiones y expresado con un lenguaje abstracto que pretendía capturar la esencia del comportamiento humano, Tucídides compuso su obra pensando más en un lector que la leyese en la tranquilidad de su gabinete que en un oyente que escuchase su ejecución oral en el marco de un acto público. Solo de este modo podría llegar a apreciarse la riqueza de pensamiento que tan ardua empresa necesitaba. Así, de nuevo frente a Heródoto, Tucídides es el primer representante de una historiografía que aprovecha las ventajas del acelerado proceso de alfabetización que vivió la sociedad ateniense de finales del siglo V a. C. Y este proceso acabó siendo decisivo sobre el modo en que compuso su historia. Esta alfabetización no era un proceso aceptado por todos. Solo habría que recordar las prevenciones que, frente al lógos escrito, habían expresado personalidades tan influyentes como Sócrates. Por este motivo, es todavía más sorprendente que alguien, en un momento de cambio como este, captase de un modo tan profundo las claves de una nueva manera de comunicación. Y, sobre todo, que las aplicase en la redacción de su obra.

Historia de la guerra del Peloponeso. Libros I-II

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