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Primera parte
EN BUSCA
DEL SEXTO SENTIDO
DE LA INTUICIÓN
AL INCONSCIENTE:
LA INTUICIÓN
• ¿Azar, intuición o nada de eso?

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Es de noche. Un barco quiere entrar en el puerto. Una bruma espesa dificulta la visibilidad tanto del mar como de la tierra, de modo que se requieren planos para ver a diez metros de distancia. A bordo se encuentran el patrón, su mujer y sus tres hijos. El mar crece. Retroceder sería una locura, por la amenaza del viento, y además porque, con suerte, en media hora llegarán a buen puerto. La bruma se nota bien cerca, por todas partes, como siempre que hay niebla. El patrón se angustia. Los demás no se dan cuenta de nada, por ahora. Pero saben lo que va a ocurrir porque también notan la bruma.

«¿Voy a babor o voy a estribor?».

Nada, absolutamente nada, ayuda a tomar una decisión. Pero hay que decidir. «Y después ¡zas, todo a babor!».

Esta decisión no es intuitiva, sino subordinada al azar. No hay datos en tales circunstancias que permitan elaborar un razonamiento funcional. En este caso, ni lo razonable ni lo no razonable están en juego. La única ley es la del azar, una posibilidad entre dos. Sin embargo, si el patrón hubiese querido confiar su elección al azar, sólo habría podido hacerlo a cara o cruz. Pero no, en última instancia, él mismo ha querido tomar la decisión, asumir su responsabilidad. Ha querido existir, como si creyera que en su interior había alguna cosa desconocida capaz de desafiar al azar y de saberlo todo, o bien alguna cosa lo suficientemente atractiva para que una voluntad divina se interesase en su caso y salvarlo. Por otra parte ha hecho bien, porque en los doce angustiosos minutos siguientes distinguirá, a través de la bruma, el final de los acantilados, el resplandor del faro que tan bien conoce y que debe dejar a estribor.

Cuando por fin cierra el contacto del motor, un miedo retrospectivo, incontrolable, le recorre el estómago, mientras su hija de ocho años le dice en voz baja: «¿Dónde estamos, papá?».

Durante este peligroso regreso al puerto, no hay lugar ni para la intuición ni para la imaginación, y el problema se plantea debido al hecho mismo de la inutilidad del análisis. Reflexionar o no, analizar o no, no conduce a ninguna presunción objetiva aceptable. Nada aparece en el espíritu que sea interpretable, conscientemente o no. Es lo que marca la diferencia con el caso de la intuición posible. Para que haya intuición es necesario que haya una realidad interpretable. Esto nos conduce a dos esquemas de comprensión.


a) Primer tiempo: consciencia más o menos inmediata y analítica de alguna cosa. Segundo tiempo: imaginar una posible solución. Tercer tiempo: se decide por intuición que la solución imaginada es la correcta. Y, por fin, se pasa a la acción.


b) El primer paso es siempre el mismo, con más consciencia y menos análisis. Lo que difiere enseguida es la evidencia de la intuición sin pasar por la imaginación.


Finalmente, como en el primer caso, se pasa a la acción.

El segundo caso revela una psicología más femenina.

El sexto sentido

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