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Capítulo 4

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Diecinueve meses, quince días, cinco horas, diecinueve minutos y cuarenta y tres segundos más tarde…

Daisy trató de colocarse el minúsculo auricular que jamás parecía encajarle adecuadamente en la oreja.

–¿Estás segura de que sabes dónde tenemos que ir, Jett? –le preguntó a la niña que había accedido a acoger casi un año antes.

–Segurísima.

Con inseguridad, Daisy abandonó la carretera y se detuvo en el estrecho arcén. Soplaba un fuerte viento del mes de noviembre, lo que provocaba que el pequeño coche de alquiler se meneara peligrosamente.

Tomó el mapa que llevaba en el asiento del copiloto y lo extendió en el volante. La memoria no le había fallado. El desvío que Jett había descrito no existía.

–Escucha, Jett –dijo Daisy–. Estoy perdida en medio de Colorado. Este lugar no está en el mapa y tu estúpido GPS me pide que dé la vuelta en cuanto pueda y me marche. Y eso es precisamente lo que me siento más inclinada a hacer.

–Dora es una idiota –anunció Jett alegremente.

–Creo que eso ya te lo dije yo cuando tú insististe en que la aceptara.

–Es aún muy joven. Dale tiempo para madurar.

Daisy ahogó una carcajada.

–¿Que es muy joven? Eso sí que es bueno viniendo de ti.

–Yo tengo dieciséis años y ocho meses. O más bien los tendré mañana. Dora tiene once meses y tres días. La misma edad que Noelle.

Daisy se sorprendió ante la precisión de Jett. Aunque no había relación biológica, aquel comentario habría sido muy propio de Justice. ¿Cuándo iba a superarlo? ¿Cuándo dejaría de pensar en él? Nunca.

Por muy imposible que pudiera parecer, se había enamorado de Justice cuando no era más que una niña y se había sentido destrozada cuando él se marchó sin decirle ni una sola palabra. Sin ni siquiera despedirse de ella. Daisy había sufrido durante años. Lo había buscado durante años con la esperanza constante de que algún día él regresaría a su lado. Tan fuerte era la esperanza, que se había negado a tener ninguna otra relación con nadie en su primer año de universidad. Después, se había desilusionado al sentir que ninguna relación podía compararse a lo que había experimentado con Justice.

Entonces, milagrosamente, había vuelto a encontrarlo. A pesar del hecho de que solo habían compartido una única noche juntos, la segunda vez que se habían separado había sido mucho peor, tal vez porque su relación había sido por fin la de dos adultos. O, por lo menos, eso era lo que ella había pensado. Durante aquellas breves horas, se había abierto completamente a él, igual que lo había hecho siendo una adolescente. Se había permitido creer que él había conectado con ella tan profunda y tan completamente como había ocurrido en su caso.

Si no hubiera sido por su hija, no habría podido superar aquellos últimos meses. Y en aquellos momentos, cuando resultaba evidente que la pequeña Noelle compartía la brillantez de su padre, Daisy había decidido encontrar a Justice aunque él se ocultara en los últimos confines de la tierra. Incluso Jett le recordaba a él.

Apretó la mandíbula pensando en el enfrentamiento que iba a tener con Justice. De algún modo, tenía que endurecerse, cerrarse a sus sentimientos como había hecho él. No podía cometer el error de hacerse ilusiones por tercera vez. No creía que pudiera sobrevivirlo.

–Está bien, Jett. Vamos a terminar con esto –anunció Daisy–. ¿Dónde estoy ahora y cómo tengo que hacer para llegar a Justice? Porque, por lo que yo puedo ver, no hay nada en un billón de kilómetros a la redonda.

–Pues eso sí que es imposible, teniendo en cuenta que la circunferencia de la Tierra es de solo 40.000 kilómetros aproximadamente.

–Ya sabes lo que quiero decir.

En principio, Jett había estado en acogida en casa de los padres de Daisy. Y aún lo estaría si los Marcellus no se hubieran retirado del programa debido a un repentino ataque al corazón del padre de Daisy. Cuando esto ocurrió, Jett le suplicó a Daisy que diera los pasos necesarios para acogerla, pues las dos se llevaban muy bien. Afortunadamente, los libros de cuentos de Daisy habían sido un gran éxito y le proporcionaban derechos de autor. Este hecho le permitía vivir la vida como ella más lo creyera conveniente y eso incluía acoger a una adolescente. Eso había ocurrido diez meses antes y ambas habían descubierto que la nueva situación funcionaba perfectamente para ambas.

–Escucha y obedece –le ordenó Jett–. Conduce exactamente cinco kilómetros y cuatrocientos metros al sur desde el lugar en el que estás ahora. Allí, encontrarás una carretera de grava a la izquierda. Tómala. Sigue conduciendo otros dieciséis kilómetros y cuatrocientos metros. Si sigues sin ver nada, llámame.

–Una cosa más. ¿Cómo sabes dónde estoy?

–Me lo ha dicho Dora.

Daisy suspiró.

–Chivata.

–Noelle y yo estamos siguiendo la señal de tu GPS, ¿verdad, pelirroja?

Daisy escuchó el alegre gorjeo de la voz de su hija a través de las ondas. De repente, la echó de menos más de lo que creía posible. Era la primera vez que se separaba de Noelle.

Arrancó el coche, metió la primera y volvió a salir a la carretera.

–Te llamaré en cuanto llegue.

–Estaremos esperando.

Jett estaba muy emocionada. Desde que descubrió que Daisy conocía al gran Justice St. John y, más aún, que era el padre de Noelle, Jett había trabajado sin descanso hasta descubrir dónde estaba la guarida de Justice. Al menos, así era como Daisy lo consideraba, teniendo en cuenta que mantenía su domicilio tan bien escondido. Ella jamás lo había conseguido, y eso que lo había intentado.

En el momento en el que descubrió que estaba embarazada, se había pasado un año tratando de averiguar dónde estaba sin éxito alguno. Había enviado cartas a todas las empresas de ingeniería que se le ocurrió sin resultados. A Jett le costó exactamente un mes. En realidad, veintinueve días, once horas, catorce minutos y un puñado de segundos.

El trayecto de dieciséis kilómetros y lo que fuera llevó a Daisy casi una hora. El sendero era pésimo. Seguramente, se trataba de un intento deliberado por parte de Justice para evitar que los visitantes pudieran llegar con facilidad a él. Por fin, cuando coronó una pequeña subida, divisó un enorme complejo que se extendía a sus pies. Se fundía bellamente con la pradera que lo rodeaba de tal manera que casi parecía un espejismo.

Inmediatamente, llamó a Jett.

–Ya he llegado.

–¿De verdad que lo he encontrado? ¡Genial!

–Te llamaré después de mi reunión.

–Quiero que me lo cuentes todo.

Daisy se quitó el auricular y lo apagó. Metió la primera al coche y bajó lentamente por la ladera de la colina hasta lo que parecía ser un rancho, con su granero, sus pastos e incluso un molino. A pesar de todo aquello, sobre el rancho pesaba una gran sensación de vacío, como si el tiempo se hubiera detenido. Paró el coche frente a la enorme casa, apagó el motor y permaneció unos instantes sentada, tratando de encontrar tranquilidad.

¿Qué le iba a decir a Justice? ¿Cómo iba a reaccionar él? ¿Le importaría el hecho de que hubiera tenido una hija suya? ¿Reconocería a su hija?

Había llegado el momento.

Observó el amplio porche y se mordió el labio. Entonces, abrió la puerta del coche, salió y la cerró de un portazo. A continuación, subió los escalones que llevaban a la puerta principal. Había algo extraño en todo aquello. Tardó un instante en darse cuenta de qué se trataba.

No había ventanas ni en la puerta ni alrededor de esta. Ni manilla. Ni timbre o llamador.

Maldita sea.

Apretó los puños y empezó a golpear la pesada puerta de roble.

–¿Justice? ¿Justice St. John? Quiero hablar contigo.

Nada.

Le dio a la puerta una patada.

–No me voy a marchar, Justice. Hasta que hablemos, no pienso hacerlo.

Nada.

Tal vez, simplemente, no estaba en casa.

Paseó por delante de la puerta preguntándose qué era lo que debía hacer. Entonces, notó otra cosa extraña sobre aquella puerta. Algo brillaba en el marco. Se detuvo y lo observó atentamente. ¡Dios santo! Se trataba de una cámara. Alguien la estaba observando y estaba dispuesta a apostarse cualquier cosa a que sabía quién era.

Se dirigió directamente hacia la cámara y levantó la cabeza para poder mirar al pequeño círculo de cristal.

–¿Justice? O abres esta puerta o voy a sacar el teléfono y voy a llamar a todos los medios de comunicación que se me ocurran para decirles dónde vives. Entonces, voy a meterme en Internet y voy a publicar la localización de tu casa en todos los sitios web de tíos raros como tú que pueda encontrar.

Un instante más tarde, la puerta emitió un clic y cedió un poco. Daisy la empujó y vio que se abría sin el más mínimo esfuerzo. Dio un paso al frente y entró en un ambiente en penumbra que le impedía ver nada. La puerta se cerró a sus espaldas con un estruendo de pestillos y cerrojos. Estaba encerrada ahí dentro.

–Si con eso has querido asustarme, no lo has conseguido. Tal vez me hayas intimidado un poco, pero no me has asustado.

Miró a su alrededor y, a duras penas, consiguió distinguir algo. El frío aire olía a polvo y a cerrado, como si aquella zona se utilizara en pocas ocasiones. Justice ciertamente no había gastado ninguno de sus millones en calentar aquella zona de su casa. Daisy tembló con su fino abrigo. Echaba de menos la calidez y la luz del sol de Florida.

Dio un paso al frente y miró a su alrededor. No había mesas, ni perchas, ni espejos ni cuadros. Solo… vacío. Y polvo. Trató de encontrar el interruptor de la luz, pero sin éxito. Intuía otras habitaciones a su alrededor, que sí que tenían ventanas a pesar de que estuvieran cerradas a cal y canto con las contraventanas. ¿Por qué vivía Justice en aquella casa tan magnífica si la tenía completamente cerrada y vacía?

Antes de que pudiera sacar el valor suficiente para explorar, oyó el repiqueteo de los tacones de unas botas sobre la madera del suelo. Los pasos se dirigían en la dirección de Daisy, aunque no parecían tener prisa alguna por llegar a su lado. Aquel paso firme y deliberado añadía enteros al factor de la intimidación, como si el hecho de que él llegara a su lado fuera una certeza de la que no podía escapar.

Ya no había vuelta atrás.

Un instante más tarde, su figura apareció en el umbral de la puerta que quedaba a la derecha de Daisy. A pesar de que ella no lo podía ver con claridad, estaba segura de que se trataba de Justice. Cerró los ojos y trató de controlar el impulso que la empujaba a arrojarse a sus brazos.

–¿Cómo me has encontrado, Daisy? –le preguntó la fría y dura voz de Justice, cortando la oscuridad y confirmando así su identidad.

Daisy suspiró. ¡Qué propio de Justice no respetar las reglas sociales!

–Hola, Justice. Estoy bien, gracias. Sí. Ha sido un viaje muy largo. ¡Vaya, gracias! Me encantaría algo de beber.

–Amenazaste con exponerme a los medios de comunicación –dijo él tras una pequeña pausa.

–No me dejabas entrar. Era el único modo de conseguirlo. Esto es ridículo –respondió mientras se acercaba a él–. Vamos, Justice. Tráenos algo de beber y sentémonos a hablar. Tengo que decirte algo muy importante.

Cuanto más se acercaba a él, mejor podía verlo. Él había cambiado mucho en los meses que llevaban separados. Una gélida actitud emanaba de él. Era un hombre más duro y reservado que antes. ¿Qué había ocurrido para provocar aquel cambio? No era posible que se hubiera convertido en aquel hombre frío y distante como consecuencia de su encuentro. Para que así fuera, la noche que pasaron juntos tendría que haber significado algo para él y, aunque a Daisy le rompía el corazón admitirlo, hacía mucho que había llegado a la conclusión de que aquellas gloriosas horas no habían dejado huella alguna en él. Si no, al menos había respondido a las cartas que le había enviado.

–¿Te gustaría tomar algo antes de que te marches?

Daisy suspiró. Aquel encuentro iba a ser mucho más duro de lo que había anticipado.

–Sí, gracias.

Justice la condujo a una impresionante cocina que parecía sacada de una película de ciencia ficción y en la que parecían faltar los electrodomésticos.

–Luces –dijo él. Inmediatamente, las luces se encendieron.

–¿Es así cómo se encienden las luces en esta casa?

–Sí, si tu voz está codificada para que el ordenador te autorice a hacerlo. La tuya no lo está. ¿Agua, té, refresco o algo más fuerte?

–Agua –respondió tratando de controlar los nervios–. No lo habría dicho, ¿sabes? Me refiero al lugar en el que vives.

Justice marcó un código en un panel que había en la pared. Con un suave susurro, dos botellas salieron de una puerta que se abrió en la pared. Él le entregó una a Daisy y tomó la otra. La abrió y le dio un largo trago.

–Lo sé.

–¿De verdad? –dijo ella. Aquel comentario la ayudó a relajarse un poco. Sonrió–. ¿Cómo lo sabes?

–Porque Pretorius ha bloqueado tu teléfono móvil y lo seguirá haciendo hasta que yo le ordene que deje de hacerlo.

–¿Y cuándo se lo vas a ordenar? –replicó ella. La sonrisa se le había helado en los labios.

–En cuanto mi tío y yo cambiemos de domicilio. Hasta entonces, permanecerás aquí en calidad de invitada.

–¿Cómo has dicho?

–Ya me has oído.

–Pero… pero no puedes hacer eso.

–Ya lo verás.

Daisy comprendió que hablaba en serio. El pánico se habría apoderado de ella si no hubiera visto algo que le hubiera dado esperanzas. En aquellos ojos dorados, captó la chispa del deseo.

Ella decidió ponerlo a prueba.

–¿Y qué se supone que tengo que hacer mientras me tienes aquí? –le preguntó. En ese momento, la mirada cambió y se hizo más dura e inescrutable–. No puedes hablar en serio.

–Tú elegiste venir aquí. Al hacerlo, asumiste unos riesgos y las consecuencias de tus actos.

Daisy se acercó a él hasta que solo hubo unos pocos centímetros de distancia entre ambos.

–¿Y hacer el amor es el riesgo y la consecuencia que he asumido presentándome en tu casa? Venga ya. Según tú, nosotros nunca hemos hecho el amor. Me parece recordar que me dijiste que era solo sexo.

Justice esbozó una fría sonrisa.

–Según tú, sexo maravilloso.

Daisy estalló.

–¿Cómo te atreves a decirme esto después de todo este tiempo? ¿Cómo te atreves a decirme que me vas a tener aquí en contra de mi voluntad? Solo porque no has tenido relaciones sexuales desde hace mucho tiempo y yo aparezco en tu puerta, no te creerás que puedes echarme en tu cama y aprovecharte de mí.

–Sí.

–¿Sí? ¿Es eso lo único que tienes que decir? ¿Sí? ¿Has perdido la cabeza?

–¡Una vez más, sí! Perdí la cabeza hace diecinueve meses, quince días, seis horas, veintiocho minutos y doce segundos. Y quiero recuperarla, que es precisamente lo que tú vas a hacer. El hecho de tenerte aquí en mi cama me ayudará a recuperar la cordura. Es una solución perfectamente lógica a un problema completamente ilógico.

Daisy no recordaba que Justice hubiera estado tan a punto de perder el control. Siempre se había comportado como una persona muy contenida. Aquella vez no. Daisy sabía que si seguía presionándolo, él terminaría por estallar. Decidió que era mejor permitirle que se calmara.

–Tienes mucha cara dura, Justice –dijo en voz muy baja.

–Tienes razón. Y eso no cambia el hecho de que tú harás lo que yo te diga.

–¿Cualquier cosa?

–Cualquier cosa. Todo…

–Yo creía que no me deseabas.

Para alivio de Daisy, Justice no lo negó.

–Aparentemente estaba equivocado. Supongo que lo estábamos los dos.

–¿Acaso me estás proponiendo una aventura? Yo me quedo aquí durante el tiempo que tú tardes en encontrar otro lugar en el que esconderte…

–Yo no me estoy escondiendo.

–Venga ya –comentó ella con una carcajada.

–Te equivocas. Estoy protegiendo mi intimidad. Si el público en general supiera dónde vivo…

–Estoy segura de que no le importaría lo más mínimo. Tal vez a los medios de comunicación, sí, pero sospecho que los únicos sobre los que te tienes que preocupar es sobre otros aspirantes a científicos locos. Por lo tanto, ¿cuál es la verdadera razón?

Justice dio un largo trago de agua y la miró. Entonces, cambió de tema.

–¿Cómo me has encontrado?

–Me han ayudado. Esa es otra razón por la que no me puedes mantener aquí contra mi voluntad. Jett terminará preocupándose y llamará a la policía.

–¿Jett? –repitió él. Los ojos le ardieron de furia antes de recuperar el control–. ¿Novio? ¿Esposo? ¿Amante?

Daisy decidió jugar el mismo juego de Justice. Se cruzó de brazos y lo contempló con gesto desafiante.

–¿Cómo nos encontró ese tal Jett, Pretorius? –preguntó Justice sin dejar de mirarla.

Para sorpresa de Daisy, una voz respondió:

–Estoy trabajando en ello.

–Pues date prisa. Quiero que lo encuentres y le aísles.

–¿Acaso crees que no lo sé? Pues lo sé, pero ese Jett es bueno. Muy bueno.

–Pensaba que tú eras el mejor.

–Vete al infierno, Justice.

Para alivio de Daisy, aquella respuesta demostraba que la voz de Pretorius pertenecía a un ser humano. Entonces recordó que Justice le había dicho que Pretorius era su tío.

–Creo que he descubierto cómo nos ha encontrado. Estoy negándole el acceso. Ya está.

–¿Ya está? –preguntó Daisy–. ¿Somos ya invisibles a Jett? Supongo que comprenderéis que he llegado aquí con un GPS.

–No tardaremos mucho en marcharnos de aquí.

–Eso me resulta difícil creerlo, a nos ser que ya tengas otro sitio preparado –dijo ella. El brillo en los ojos de él confirmó esta sospecha–. Está bien. ¿Sabes una cosa, Justice? Adelante. Detenme aquí mientras tu tío y tú os largáis a vuestra nueva cueva. Francamente, no me importa.

–Ya te he dicho que no nos estamos escondiendo.

–Pero aún no me has preguntado por qué he venido. Has estado tan preocupado por saber cómo te he encontrado que has pasado por alto la cuestión principal.

–¿La de la razón por la cual me escribiste veintiséis cartas? Por no mencionar la de por qué, después de tanto tiempo, te has tomado tantas molestias para localizarme. ¿A esas cuestiones te refieres?

Justice había recibido sus cartas y no se había puesto en contacto con ella. Una potente ira se apoderó de ella.

–Sí, esas cuestiones –respondió apretando los dientes.

–No me tengas en suspense. ¿Qué podrías tener que decir que no me dijeras hace diecinueve meses y quince días?

¿Justice quería que fuera al grano? Lo haría.

–Tienes una hija.

E-Pack Jazmín B&B 2

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