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Capítulo 8

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¿Qué había hecho?

Daisy cerró los ojos y se apretó contra Justice para que él no viera su rostro. Demasiado tarde.

En aquella ocasión, había esperado que su relación se desarrollara a un ritmo más pausado. Había esperado permitir que los sentimientos maduraran más lentamente, que llegaran al punto en el que el compromiso sería posible en todos los aspectos y no solo en el plano sexual.

Contuvo una carcajada de desesperación. Lo había estropeado todo. No había tardado ni veinticuatro horas en meterse en la cama de Justice.

–Daisy… ¿Te encuentras bien?

–En realidad, no –respondió. Forzó una sonrisa y habló en tono de sorna–. Estoy algo confusa sobre una de las subcláusulas de tu tercera condición. Tal vez podrías explicármela con más detalle.

Él se echó a reír. Parecía más relajado de lo que ella lo había visto nunca.

–¿Cuál es la que no has comprendido? –preguntó mientras deslizaba las manos por la pierna de ella y entraba en territorio bendecido por la húmeda calidez femenina–. ¿Esta?

–Esa justamente –replicó ella. Le devolvió el favor acariciándole a él el miembro–. Y creo que esta es otra.

–Ah, bueno. Esa cláusula en particular te la puedo explicar con todo detalle…

Daisy sonrió a pesar de que sus sentimientos estaban más desbocados que nunca y se negaban a que ella los contuviera.

–Me gustaría… Me gustaría mucho…

Lo primero que Daisy hizo a la mañana siguiente fue prometerse firmemente que se tomaría su relación con Justice más lenta y más decorosamente. Que ocultaría sus sentimientos hasta que él hubiera tenido tiempo de asimilar o analizar algo que debería ser tan sencillo y evidente como el amor.

Por supuesto, aquella promesa duró hasta que él volvió a tomarla entre sus brazos la noche siguiente. Aquella vez, la llevó al dormitorio de ella. Una vez allí, los verdaderos sentimientos de Daisy se escaparon plenamente a su control mientras que los de Justice permanecían sumidos en las sombras. A lo largo de las noches posteriores que pasaron en la cama, Daisy siguió esperando que él terminara por rendirse a sus sentimientos en vez de ocultarse tras la racionalidad, la lógica y el oscuro recuerdo de acontecimientos pasados. Sin embargo, él se marchaba de su cama cada mañana, para regresar a su dormitorio en el sótano antes de los primeros rayos del sol.

Mientras tanto, Daisy se ocupó de la limpieza. Contrató a un grupo para que limpiara la casa de arriba abajo. Como prometió, Justice le pidió a su tío que realizara un diagnóstico completo del disco duro del sistema informático de la casa, pero la treta no salió como esperaban. En cuanto se marcharon los de la limpieza, Pretorius se hizo sentir en los altavoces.

–Justice… ¡Justice! Alerta roja. Una de las unidades ha detectado algo extraño. Necesito contar a los presentes inmediatamente.

–Todo está bajo control, Pretorius –dijo Justice tratando de calmarlo–. Estoy en la cocina con Aggie, Daisy y Noelle.

–Pues falta una –le espetó Pretorius–. ¿O acaso no sabes contar?

–¿Le gustaría tomarse una taza de té? –le preguntó Aggie con dulce voz–. Parece muy disgustado.

–No, no quiero té –replicó Pretorius–. Quiero saber dónde está la otra. La problemática.

–No falto. Estoy aquí.

Pretorius se levantó de su silla y se dio la vuelta. Jett estaba frente a él. El pánico le aceleró el corazón y le dificultó la respiración. Se tiró del cuello de la camiseta sintiendo un sudor frío por la espalda.

–¿Qué diablos estás haciendo aquí? –le preguntó.

–Justice y tú sudáis mucho –comentó sencillamente Jett, de un modo tan natural que Pretorius sintió que el pánico remitía un poco.

–No has respondido a mi pregunta, muchachita. ¿Qué estás haciendo aquí?

–En primer lugar, no soy ninguna muchachita. He decidido venir a visitarte para verte. Dado que tú siempre nos estás observando, me parece lo justo.

–¿Te ha dicho Justice que no vinieras aquí? ¿Que no me gusta la gente de verdad y que deberías mantenerte alejada de mí?

–Sí, pero no me pareció que a mí se me considerara gente de verdad.

–¿Por qué no?

–Porque es lo que me dice todo el mundo. Que yo no soy gente de verdad.

–¿Sí? Pues te aseguro que sí lo eres. Yo lo sé muy bien. No puedo soportar a la gente de verdad y, dado que no te puedo soportar a ti, debes de ser de verdad.

Aquel comentario tan grosero no arredró a Jett. Simplemente asintió. Por alguna razón, el hecho de que ella aceptara tan estoicamente sus palabras molestó a Pretorius.

–Estaba pensando que, dado que te molesto mucho, podrías fingir que yo soy uno de los robots de Justice o algo así. También me suelen decir que soy un robot porque a veces parece que no tengo sentimientos.

–¿De verdad te dijeron eso?

–Sí, pero no me importa. Por eso, tal vez, si me consideraras así, como un robot, podría bajar algunas veces para ver cómo trabajas. Aprender de ti.

–Pues no puedes. No me gusta la gente. Me pone nervioso.

–Pues a mí no me parece que ahora estés nervioso. Tal vez si me dejaras bajar de vez en cuando, no te pondrías tan nervioso. Tal vez incluso yo podría llegar a caerte bien.

Pretorius se había pasado la vida observando a la gente, escuchando desde la distancia. No le interesaba. Abrió la boca para decir que se marchara, pero no pudo hacerlo. Sentía que aquella chica había sido rechazada en muchas ocasiones y no quería ser uno más. Además, por alguna razón, ella no le ponía tan nervioso como la mayoría de la gente.

–Está bien. Te puedes quedar un rato, pero en cuanto yo me ponga nervioso, te vas.

–Gracias, tío Pretorius –dijo la muchacha con una sonrisa–. Me sentaré aquí y no te molestaré en nada. Ni siquiera sabrás que estoy aquí.

–¿Sentarte? Ni hablar. Si has bajado aquí, tienes que trabajar.

–¿De verdad?

–Sí –replicó Pretorius. Entonces, le lanzó la silla que tenía libre–. ¿A qué estás esperando? Ven aquí y enséñame lo que sabes hacer…

Jett se sentó a su lado inmediatamente.

–De acuerdo.

A la semana siguiente, llegaron los muebles que Daisy había elegido.

–Lo único que quiero hacer –le explicó a Justice cuando él le preguntó lo de las chapuzas– es crear un hogar para todos nosotros.

–Bien. Eso lo entiendo, pero ¿tiene que ser un proceso tan ruidoso, maldita sea?

Inmediatamente, un agudo pitido resonó desde los altavoces.

–¿Qué diablos es eso?

–Jett ha creado un programa experimental. Se trata de un programa para la modificación del comportamiento.

Justice tardó tan solo un par de segundos en comprender.

–¿Me estás diciendo que ha creado un programa que emite ese ruido cada vez que suelto un taco?

–Sí, bueno… –comentó Daisy encogiéndose ante la ira que reflejaba la voz de Justice–. Hablaré con ella.

–Pues claro que lo harás, maldita… ¡piii!. Quiero que ese programa deje de funcionar.

–¿Y los otros cambios? –se atrevió ella a preguntar señalando la enorme sala.

Habían hecho muchos progresos en los últimos días. El salón, al igual que el comedor, estaban empezando a asumir las funciones y la apariencia con la que habían sido diseñados. Las paredes seguían pintadas de blanco, pero Daisy se ocuparía de ellas inmediatamente.

Daisy había abierto las contraventanas, permitiendo así que se divisara desde allí una gloriosa vista. Los muebles que había encargado eran sólidos y elegantes, aunque también sencillos y cómodos.

En el centro de la ventana, había colocado un árbol de Navidad. Aún tenían que decorarlo y esperaba implicar a toda la familia en aquella actividad.

–Es precioso, Daisy.

–¿De verdad te gusta?

Justice la tomó entre sus brazos. Desde la llegada de Daisy a su casa, él se mostraba más abierto.

Allí, delante del árbol de Navidad, la besó. En aquel preciso instante, ella comprendió que Justice la había conquistado plenamente. Esperaba que, con el tiempo, él también terminara sintiendo lo mismo.

A medida que los días fueron pasando, Daisy decidió que ya no podía soportar más que las paredes siguieran siendo blancas. La estaban volviendo loca. Era casi como si se estuvieran riendo de ella y diciéndole que jamás volvería a pintar. A pesar de que ya tenía su estudio, no había podido trabajar.

Además, desde que llegó allí, algo maravilloso había ocurrido. Había sentido… el despertar de una nueva vida, algo parecido a lo que había sentido mientras estaba embarazada de Noelle. Ansiaba tomar una brocha, mezclar la pintura. Miró las paredes. Ella serían su lienzo. Eran blancas también. ¿Qué diferencia podía haber?

No tardó en encontrar sus materiales. Tomó una brocha y seleccionó las pinturas con alegría y temor.

Se lo tomaría con calma. Algo pequeño. Para quitarse el miedo. Algo que Justice ni siquiera notaría…

Justice se detuvo en seco y observó la pared junto a la que Noelle estaba jugando.

–¿Qué es eso, mal… madre mía? –preguntó.

–¿A qué te refieres? –le preguntó Daisy.

–¡A eso! Es invierno prácticamente. ¡Pretorius!

Noelle aplaudió.

–¡P.P!

Los altavoces cobraron vida.

–Hola, princesita –le dijo a la niña con voz dulce Pretorius–. ¿Qué puede hacer por ti tu tío P.P.?

–El tío P.P. puede llamar a los fumigadores. Tenemos una plaga de bichos en casa.

Daisy suspiró.

–¿Pretorius?

–Sigo aquí.

–No llames a nadie. No tenemos ninguna plaga. He sido yo.

Justice se agachó junto a la pared y observó el insecto. Entonces, miró a Daisy de un modo que podría haberla dejado seca en el sitio. Entonces, miró a Noelle, lo que le dejó a Daisy muy clara la razón por la que se había librado de una buena reprimenda.

–¿Algo más? –preguntó Pretorius–. Si no hay nada, dejad de molestarme. Jett y yo estamos trabajando en un nuevo programa.

Justice se incorporó y la miró con la frialdad de una mañana de invierno.

–¿Qué le has hecho a mi casa?

–La he mejorado. Tú me diste permiso.

–No recuerdo haberte dicho que podías pintar bichos en mis paredes. Tampoco considero que los bichos, aunque sean virtuales, sean una mejora.

Daisy miró hacia el suelo.

–Tengo noticias para ti, Justice. Cualquier cosa que cubra todo ese blanco es una mejora. Además, no es un bicho. Es una oruga.

–Técnicamente sigue siendo un insecto.

–Sí, pero es muy bonito. ¿No te parece?

–Esa es la larva de la actias luna. ¿Sabes que esa clase de larvas no existe en Colorado? No es lógico. ¿Cómo habría llegado aquí?

Daisy miró con incredulidad a Justice.

–Llegó aquí cuando yo la pinté en tu pared –dijo. Entonces, miró a su hija y vio que la niña los estaba observando con demasiado interés–. ¿Podríamos hablar de esto en privado en tu despacho?

–No sé… ¿Hay insectos también allí?

–No.

–Bien. Vamos, pelirroja –dijo él utilizando el apodo con el que Jett llamaba a la niña. La tomó en brazos–. Creo que los dos encontraremos la explicación de tu madre muy interesante.

Daisy echó a andar tras él en dirección al despacho.

–¿Qué parte de hablar en privado no has entendido?

–Comprendo las cosas de un modo excelente, como estoy seguro de que ya sabes. Simplemente disfruto estando con mi hija cuando me es posible.

Daisy suspiró. Aquello era indiscutible. Justice pasaba con su hija todo el tiempo que podía.

En el momento en el que abrieron la puerta del despacho, Justice recorrió las paredes con la mirada. La ausencia de actias lunas pareció tranquilizarle.

–Está bien, ¿de qué se trata, Daisy?

–Todo ese blanco me está deprimiendo. Me diste permiso para realizar mejoras. He hecho algunas.

–Como ya te he explicado, pintar orugas en mis paredes no las mejora… Bueno, no quería que sonara así –añadió, al notar que Daisy se había ofendido–. No estoy cuestionando tu talento. Eres una artista estupenda.

–Pero prefieres que me ciña a los lienzos –susurró ella.

–¿Qué es lo que pasa? –le preguntó Justice al notar tensión en su voz–. Cuéntamelo.

–Como ya te he dicho, todo el blanco que hay por aquí está pudiendo conmigo –dijo, señalando las paredes y el nevado paisaje que los rodeaba

–¡Qué raro! A mí me tranquiliza.

–¿Por qué, Justice?

Él lo pensó antes de contestar. Dejó a la niña en el suelo y le dio una versión de Rumi que había creado especialmente para ella. La pequeña comenzó a hacerlo girar y se quedó encantada al ver que las piezas se movían.

–Supongo que el blanco me tranquiliza porque sugiere una posibilidad. Me paso mucho tiempo sentado y pensando.

–¿Crees que tus procesos mentales se verían interrumpidos si las paredes estuvieran pintadas?

–¿Con insectos?

–No. De lo que yo eligiera pintarlas.

–¿Me puedes explicar qué es lo que está pasando aquí realmente, Daisy?

Ella no quería responder. Le dolía demasiado. Sin embargo, Justice se merecía una respuesta.

–Simplemente, me apetecía pintar.

–Dime la verdad –susurró él. Se acercó a ella y le acarició suavemente la mejilla–. Sé que llevas algún tiempo ocultándome algo. ¿De qué se trata?

–Bueno… esa oruga es… lo primero que he pintado en mucho tiempo.

–Exactamente veinte meses, ocho días, diecisiete horas y veintinueve segundos.

–Exactamente –afirmó ella, completamente anonadada.

Justice la abrazó con fuerza. Entonces, se separó ligeramente de ella y la miró a los ojos.

–Tal vez haya llegado el momento de que yo también te haga una confesión. Yo no puedo trabajar. En mi caso, me ocurre desde hace más de veinte meses. Yo diría que anda ya más cerca de los dos años. Puedo proporcionarte la horas y los minutos exactamente.

–No hace falta. ¿Qué ocurrió hace dos años…? ¿El accidente?

–Sí. Fue entonces cuando me di cuenta de que, aparte de Pretorius, no tenía a nadie en mi vida. Nadie me echaría de menos si yo me iba. De modo que quiero que esta sea tu casa también y si para ello necesitas pintar mis paredes para desbloquear tu talento artístico y conseguir que vuelvas a pintar, estoy más que dispuesto a sacrificar unas cuantas paredes blancas.

Daisy lo abrazó con fuerza.

–Gracias. Te prometo que no te arrepentirás. Tal vez incluso podría ser que te gustara tanto lo que he hecho que quieras que pinte incluso las paredes de la planta de abajo. Muchas gracias, Justice.

–De nada –susurró él. Entonces, como si le resultara imposible resistirse, la besó. Aquel instante fue uno de los más dulces que ella experimentó desde su llegada a la casa–. Bien, ¿a qué estás esperando? Tienes unas cuantas paredes que pintar.

–Estoy en ello…

Daisy salió corriendo del despacho y cerró la puerta. Entonces, esperó. Supo exactamente el instante en el que él vio lo que había hecho con la pared de su despacho: el retrato de Emo X-14 observándolo desde detrás de la seguridad de la puerta…

–¡Demonios!

¡Piii!

Daisy sonrió. Tanto si a Justice le gustaba como si no, ya tenía personas que se preocupaban por él. Con suerte, eso la ayudaría a volver de nuevo a trabajar. Con suerte, encontrarían el modo de convertir aquel grupo tan heterogéneo en la familia perfecta.

E-Pack Jazmín B&B 2

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