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Capítulo 9

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Tal vez había ocurrido porque Justice le había dado permiso para pintar las paredes. O tal vez porque la felicidad le había dado la vía de escape que necesitaba. Lo importante fue que, a la mañana siguiente, cuando Daisy se despertó, sintió un abrumador deseo de pintar.

Y eso fue lo que hizo.

Su inspiración era una marea inagotable. No encontraba horas suficientes en el día para reflejar todo lo que se le ocurría en imágenes. Poco a poco, la casa se transformó con la llegada de los muebles y las paredes cubriéndose de frondosas selvas. Criaturas exóticas asomaban en las esquinas o volaban por el techo para luego aparecer en los lugares más inesperados, para diversión y delicia de todos.

Sin embargo, la sección con la que Daisy disfrutó más fue con el tramo de escalera que llevaba al sótano, su zona prohibida. Allí, pintó a Noelle bajando por las escaleras con una expresión pícara en el rostro. Iba acompañada por Kit, Cat y toda clase de criaturas. Al pie de la escalera, un travieso dedo del pie atravesaba la línea que Justice había trazado para marcar el territorio prohibido.

Ella supo exactamente el momento en el que Justice vio el dedo porque sus carcajadas resonaron por toda la casa. Incluso Pretorius salió a ver qué pasaba, aunque solo permaneció un instante antes de regresar con gesto nervioso a su sala. De hecho, aquel mismo día, accedió más tarde a mostrarle a Daisy muy brevemente sus dominios, seguramente a petición de Justice. No obstante, había sido un primer paso muy importante.

Este hecho le dio esperanza de que estuvieran convirtiéndose por fin en una familia y que, tal vez, Justice y ella pudieran comprometerse permanentemente y, en palabras de él, formar un vínculo y una unidad familiar. En palabras de Daisy, enamorarse. Tal vez habría seguido viviendo en aquel sueño si, un día, una conversación con Cord no le hubiera abierto los ojos.

–Me gustaría crear un mejor flujo entre estas dos habitaciones. Tal vez abrir una parte de la pared –dijo Daisy –. No me imagino por qué el arquitecto decidió cerrarla.

–No fue el arquitecto. Antes solía estar abierta. Fue esa Pamela… la doctora Randolph, como insistía en que la llamáramos, la que la cerró. Por muchos estudios que tuviera, esa mujer era una idiota.

Daisy se quedó de piedra, pero decidió tirar a Cord de la lengua.

–No sabía que había sido una de sus decisiones –comentó, como si hubiera sabido antes de su existencia–. Me sorprende que Justice no quisiera ponerla tal y como estaba antes.

–Bueno, tenía más ganas de sacar todos esos muebles tan finos que trajo a esta casa y que jamás encajaron aquí. Eran estirados y formales, como ella. Viendo los cambios que ha hecho usted, se ve claramente la clase de persona que es usted.

–Espero que su opinión sea buena…

–Muy buena. ¿Es usted también una de sus ayudantes? A mí no me parece usted como ellas.

–No. Yo no soy ingeniera.

Después de que Cord se marchara, Daisy pensó largamente en lo que el hombre le había dicho. Justice no le había dicho que hubiera encontrado una ayudante/esposa o que no hubiera salido bien. ¿Qué debía hacer? ¿Debía preguntárselo directamente? Decidió que sí, pero aún no. Le daría tiempo para acercarse más, para ver si se abría con ella. Entonces, exigiría sus respuestas.

Su decisión demostró ser la correcta cuando Aggie decidió celebrar su primera partida de bridge.

–Se trata de algunas personas que he conocido en la ciudad –le explicó Aggie–. Dado que resulta difícil reunirse, hemos decidido juntarnos todas las semanas para jugar a las cartas. Me estaba preguntando si… si nos podríamos reunir aquí.

–Estoy segura de que a Justice no le importará.

–En estos momentos son solo otras dos personas, pero confiamos en encontrar otra más en el futuro.

–Creo que es una idea estupenda. Podéis utilizar el comedor o, mejor aún, podemos colocar una mesa delante de la chimenea del salón.

Aggie sonrió encantada.

–Sería el lugar perfecto para una taza de té.

–No se me ocurre un lugar mejor –replicó Daisy con una sonrisa.

La única objeción que Justice puso a la partida fue Pretorius.

–Estas semanas ha tenido que soportar muchos cambios. No quiero presionarle más de la cuenta.

–Si no sale bien, lo reconsideraremos –replicó Daisy–. Esperemos a ver qué pasa.

–Creo que me toca a mí –dijo una voz a través de los altavoces.

Justice miró a Daisy con asombro.

–Es Pretorius…

Los dos se acercaron a la puerta del salón y observaron la mesa. El grupo de las tres mujeres estaba sentado alrededor de la mesa, tomando té. El cuarto lugar estaba vacío, aunque un soporte sostenía las cartas de aquella porción de la mesa.

–Este té está delicioso, Aggie –comentó Pretorius.

–Gracias, Pretorius. Es una mezcla inglesa.

–Te agradezco que me hayas enviado una bandeja con Jett para que pueda disfrutarlo con el resto de las damas.

–Y nosotras agradecemos que seas el cuarto jugador –dijo una de las mujeres–. Tal vez, cuando te apetezca, consideres reunirte con nosotras en persona.

Un profundo silencio recibió aquella sugerencia. Entonces, para sorpresa de todos, Pretorius dijo:

–Tal vez lo haga.

–Increíble –susurró Daisy desde el otro lado de la puerta–. Está relacionándose con otras personas.

–Jamás pensé que llegaría a ver a algo así –afirmó Justice–. Ni pensé nunca que él podría cambiar. Llevas aquí solo diecinueve días, tres horas y cinco minutos y mira lo que has conseguido.

Ella notó la emoción que teñía las palabras de Justice. Pretorius no era el único que estaba cambiando. Justice estaba bajando la guardia en el férreo control que ejercía sobre sus sentimientos. En ocasiones, hasta permitía que el corazón rigiera su intelecto, tal y como había hecho hacía diez años. Tal vez aprendiera a confiar. A abrir su corazón a los demás. Tal vez, en vez de tratar de enseñar a un robot a sentir, aprendería él mismo a hacerlo.

–El programa está preparado –anunció Pretorius–. Cuando hayáis terminado de jugar…

Justice tenía en brazos a su hija. Por una vez, la pequeña estaba completamente quieta y en silencio. Observaba con fascinación cómo Justice creaba formas con un cordón y le hacía repetir sus nombres. A cada logro de la pequeña, los dos se miraban con orgullo por lo inteligente que era. Sin embargo, fue la última palabra la que verdaderamente llegó al corazón de Justice.

–Papá… –susurró la niña. Inmediatamente, extendió los bracitos para que su padre la tomara en brazos.

Él la estrechó con fuerza contra su cuerpo mientras la pequeña apretaba el rostro contra el de él y le daba un beso.

Los sentimientos fluyeron con rapidez por el cuerpo de Justice. Las sensaciones eran abrumadoras. Aspirando el dulce aroma de la pequeña, acariciando la increíble suavidad de su piel, sintió una oleada de sensaciones que amenazaban con apoderarse por completo de él.

Por suerte, Pretorius no se percató del estado en el que se encontraba porque estaba ocupado tecleando en su ordenador, lo que le dio tiempo a Justice para recuperarse.

–Bueno, ¿nos ponemos manos a la obra, papá? –le preguntó Pretorius–. No sé cuántas paredes le quedan a Daisy por pintar. Si no quieres que se entere de lo que estamos haciendo, sugiero que nos demos prisa.

En el momento en el que trató de quitarle a la pequeña el cordón, Noelle comenzó a protestar. No le gustaba que le quitaran su juego.

–Maldita sea… ¡piii! Maldita sea. ¿Cómo vamos a poder medirla si no deja de moverse?

Noelle se quedó quieta y miró atentamente a su padre.

–Maldita sea…

Por algún motivo, la sirena no sonó con la voz del bebé.

–Estoy empezando a sentir una profunda antipatía por tu ordenador.

–Maldita sea, Justice… ¡Piii! No es mi ordenador. Es el de Jett. No es culpa mía. Esa delincuente juvenil me lo ha instalado de tal manera que, cada vez que trato de borrarlo, vuelve a saltar. Hablaré con ella.

Se pusieron de nuevo a trabajar. Mientras lo hacía, Noelle se entretuvo quitándose toda la ropa. Si Justice no hubiera estado observándola, se habría quitado también el pañal.

–Bueno, ya tengo la primera medida. ¿Estás listo? –le preguntó a Pretorius.

–Sí. Tú dirás.

–Altura, 74,2936 centímetros.

–Muy bien. Sigue.

–Peso, 9,0356 gramos.

–Ya está anotado.

–Perímetro craneal, 45, 5930 centímetros. Tal vez se me haya ido un poco. No deja de moverse.

–Está bien. Bueno, no tengo ni idea si esto es bueno o malo, así que no mates al mensajero. Y, por el amor de Dios, no infrinjas la condición número uno.

–Venga ya, hombre.

–En cuando a la altura, está en el percentil 65,1.

–Bien. Yo soy más alto que la mayoría y la altura es un gen dominante. Es lógico pensar que ha heredado esa propensión genética de mí. ¿Qué me dices del perímetro craneal?

–Percentil 71. ¿Significa eso que será muy inteligente?

–Ha habido estudios que han defendido la correlación entre el tamaño de la cabeza y la inteligencia, aunque los resultados no son definitivos. En general, los individuos que tienen la cabeza grande tienen un cociente intelectual más elevado. ¿Peso?

–Maldita sea… ¡Piii! No te disgustes, Justice, pero Noelle está solo en el percentil 37,6.

–¿Cómo? Hazlo otra vez.

–Ya lo he hecho. Tres veces. Treinta y siete punto seis. ¿Acaso crees que Daisy no le da de comer lo suficiente?

–Al menos no deliberadamente. Por lo que he observado, es una madre excelente. ¿Cuánto tendría que pesar Noelle para estar en el percentil 50?

–En Navidad, tendría que pesar 11 kilos y 450 gramos.

Justice asintió.

–En ese caso, será mejor que nos pongamos manos a la obra. Tienes veinticuatro horas para buscar las necesidades dietéticas óptimas para una niña de once meses. Calcula las calorías adicionales que tendría que tomar para alcanzar su peso.

–Estoy en ello.

–Yo buscaré los riesgos potenciales para los niños por estar bajos de peso y pediré ver los informes médicos de Noelle.

–¿Crees que Daisy te permitirá el acceso?

–¿Permitir el acceso a qué? –preguntó Daisy, que acababa de entrar en el laboratorio–. Siento haber entrado sin avisar, Pretorius, pero el ordenador me dijo que Noelle estaba aquí y es hora de su siesta. ¿A qué quieres tener acceso, Justice?

–A los informes médicos de Noelle. Está baja de peso.

–Eso no es cierto. Su peso es perfecto dada su estructura ósea y su nivel de energía.

–En eso tiene razón, Pretorius –comentó Justice–. ¿Tienen en cuenta ese tipo de cosas esos gráficos?

–¿Gráficos? –preguntó Daisy–. ¿De qué gráficos estáis hablando? Yo no te he dado permiso para que conviertas a mi hija en un experimento. ¿Es eso lo que Noelle significa para ti, Justice?

–No, por supuesto que no.

Los ojos de Daisy se llenaron de lágrimas.

–Y yo que creía que habías empezado a sentir… Ahora veo que estaba equivocada. Jamás podrás dejar de ser un científico, ¿verdad? –le espetó. Con eso, tomó a su hija en brazos y se marchó con ella por la puerta.

–¿Y ahora qué hacemos? –preguntó Pretorius.

–Podemos crear nuestros propios gráficos, en los que se tenga en cuentan factores como la estructura ósea.

–Con eso os puedo ayudar yo –comentó Jett desde la puerta–. Sin embargo, tengo una duda. ¿Qué pensáis hacer si el programa sigue demostrando que Noelle está baja de peso?

–Darle de comer –dijeron los dos hombres al unísono.

–No podemos permitir que la hija de Justice esté baja de peso –añadió Pretorius–. Ahora, ven aquí y siéntate, Jett. Tenemos trabajo que hacer.

Justice decidió ir en busca de Daisy y de su hija. Encontró a Daisy en el cuarto de baño aseando a Noelle.

–Lo siento.

–¿Te molesta que yo haya pintado tus paredes? –le preguntó ella.

–Al principio, sí. Me gusta bastante el blanco. Últimamente, he notado algo extraño.

Justice se apoyó contra el marco de la puerta y observó cómo Daisy bañaba con destreza a la pequeña. Daisy tenía, efectivamente, unas manos muy hermosas. Se las imaginó acariciándolo a él, recorriéndole el cuerpo. Aferrándose con fuerza a él mientras le hacía alcanzar el clímax. Cerró los ojos. Estaba volviendo a ocurrir. Lo único que tenía que hacer era mirarla y perdía el control. ¿Cómo era posible?

–¿Qué es lo que has notado, Justice? –preguntó ella sacándolo de sus pensamientos.

–Todos los días me sorprendo buscando detalles nuevos en las paredes. Más o menos, me paso un mínimo de cuarenta minutos al día en esa actividad.

–¿Y te parece un buen pasatiempo o una pérdida de tiempo?

–Al principio, me pareció una pérdida de tiempo. En una ocasión, me pasé más de ciento treinta y dos minutos tratando de localizar todas los detalles nuevos. Me temo que no puedo ser más exacto dado que… perdí la noción del tiempo.

–¿Tú, Justice?

–Reconozco que es algo muy extraño, pero… Ya no lo considero una pérdida de tiempo.

–¿De verdad? Me dejas atónita. ¿Y por qué?

–Recientemente he descubierto que es una experiencia sensorial positiva que me ha ayudado a salir fuera del mundo científico y me ha ayudado a dar prioridad a otros aspectos de mi vida.

–Vaya… –susurró ella mientras sacaba a Noelle del baño y la envolvía con una suave toalla amarilla–. ¿Me lo puedes traducir?

–Me… me hace feliz.

Daisy se sonrojó y sonrió.

–¿De verdad? ¿Mis pinturas te hacen feliz? Esa es una de las cosas más hermosas que me has dicho.

–¿Te estás burlando de mí?

Daisy dejó a su hija sobre el suelo aún envuelta en la toalla y se dirigió hacia él para abrazarlo.

–Es hora de que Noelle se eche su siesta. ¿Por qué no la acostamos y luego te enseño exactamente lo que siento? Y te aseguro que no es sarcasmo.

La hora siguiente fue la más agradable que Justice había disfrutado. ¿Cómo se había imaginado que podría sentirse satisfecho con los resultados del programa de ayudante/esposa? La única vez que lo había puesto en práctica había resultado ser un desastre.

–Ha sido maravilloso. Como siempre –susurró ella–. ¿Por qué crees tú que es así?

–Porque somos compatibles sexualmente.

–Y supongo que el viejo refrán de los polos opuestos se atraen tiene algo de verdad.

–Es más que un viejo refrán. Es un hecho científico. Al menos, en lo que se refiere a las propiedades magnéticas de las partículas… ¿Qué ocurre, Daisy? –preguntó al ver que ella se echaba a reír.

–¿Qué es lo que quieres tú de nuestra relación, Justice?

–Un matrimonio. Una familia.

–Sí, eso ya me lo has dicho antes. Cuando te dije lo de Noelle. Cuando tú me hablaste de tu programa ayudante/esposa –añadió, con cierto retintín.

Justice la miró con curiosidad.

–Nada ha cambiado desde entonces.

–¡Qué raro! Yo diría que han cambiado muchas cosas.

–Yo quiero decir que mis intenciones son las mismas. Sigo queriendo casarme. Sigo queriendo una familia. Espero que, con el tiempo, nuestra relación progrese en esa dirección.

–¿Igual que lo esperabas con Pamela?

–¿Te lo ha contado Cord? –preguntó él mientras se frotaba el rostro y lanzaba una maldición.

–Deberías habérmelo dicho tú. ¿Por qué no lo haces ahora?

–Ella parecía la mejor candidata. Me equivoqué.

–¿Por qué no me lo dijiste cuando llegué aquí?

–La relación no funcionó. Ya no era importante.

–¿Y por qué no funcionó?

–Maldita sea, Daisy. ¿Quieres todos los detalles?

–Sí.

–Está bien. Efectivamente, los opuestos se atraen. Los objetos iguales no. Pamela se parecía mucho a mí. Y además cumplía con todos los criterios del programa de Pretorius. ¿Satisfecha?

–No.

–Se le daba especialmente bien controlar sus sentimientos. De hecho, jamás he conocido a una mujer más fría. Me daba la sensación de que si yo hubiera tenido el valor de tocarla, me habría muerto por congelación.

Daisy no pudo ocultar una sonrisa.

–Entonces, ¿qué es lo que buscas en una esposa?

–Te quiero a ti. Y, aunque ninguno de los dos lo habíamos planeado, no podría haber soñado con una hija mejor que Noelle.

–¿Y qué me dices del amor?

Justice cerró los ojos. Se tendría que haber imaginado aquella pregunta, en especial con una mujer como Daisy.

–¿Es uno de los requisitos que tú tienes para el matrimonio? –le preguntó él.

–Sí.

–Ojalá lo pudiera ofrecer. Alguien como tú se merece el amor. Se merece un marido capaz de amar. Si nosotros decidimos casarnos, tienes que saber que eso no te lo puedo dar.

Daisy bajó las pestañas para que él no viera que los ojos se le habían llenado de lágrimas.

–¿Y qué es lo que me ofreces tú?

–Te daré todo lo que tengo. Mi casa. Mi inteligencia. Mi dinero. Sexo. Según tú, sexo maravilloso. Incluso te he dado mis paredes. Sin embargo, no puedo darte lo que no poseo.

–¿Y no crees que poseas la capacidad de amar?

–No, Daisy. No lo creo. Sé que no.

Iba a perderla.

Justice lo comprendió cuando los primeros rayos del amanecer invadieron el dormitorio de Daisy. Estaba completamente seguro de que ella iba a abandonarlo. El pánico se apoderó de él. Tenía que hacer algo, lo que fuera, para hacer que se quedara a su lado. Desgraciadamente, las dos palabras necesarias para hacerla suya para siempre eran las únicas que su conciencia no le permitía pronunciar.

¡Qué ironía! Siempre había pensado que poseía todo lo que una mujer pudiera desear. Desgraciadamente, Daisy no se parecía en nada a la mayoría de las mujeres.

Tenía que hacer algo. Encontrar el modo de convencerla para que se quedara.

No podía quedarse.

Cuando Daisy se despertó entre los brazos de Justice, no lo dudó ni un segundo. Tenía que hacerlo. Habría hecho lo que fuera para no tener que marcharse, pero, desgraciadamente, las dos únicas palabras que se interponían entre ellos creaban un abismo que jamás podrían superar.

¿Por qué no podía sentirse satisfecha con lo que él podía ofrecerle? Amaba aunque no lo creyera. Daisy lo veía cada vez que miraba a su hija, pero, ¿la amaba a ella? Cerró los ojos y se enfrentó a la dolorosa verdad. Sin aquellas palabras, el resto carecía de significado. Daisy sería capaz de cambiar todo lo demás solo por el hecho de que Justice la amara.

A cada minuto que pasaba, la luz iba eclipsando la oscuridad. Entonces, de repente, él se levantó de la cama y se marchó.

Ya no quedaba duda alguna. Iba a tener que marcharse, aunque hubiera deseado de todo corazón quedarse.

E-Pack Jazmín B&B 2

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