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Capítulo 6

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–Una de esas personas era tu hija –le replicó Daisy–. Y si me hubieras dado un minuto para presentarte a las otras, sabrías de quiénes se trata.

–¡Maldita sea, mujer! –rugió él lleno de ira.

¿Acababa de llamarla «mujer»? Daisy se acercó a él. La ira que sentía era comparable a la de él.

–Ahora que estoy aquí, creo que ha llegado el momento de hablar de las condiciones de mi estancia. Primera condición, si quieres que estemos aquí más de cinco minutos, vas a tener que moderar tu lenguaje. Noelle es muy parlanchina y trata de repetir todo lo que oye.

–Dem… De acuerdo. Haré lo que pueda.

–Segunda, me llamo Daisy. Si me vuelves a llamar mujer en ese tono de voz o te vuelves a dirigir a mí en esos términos, me largo. Y tu hija también. ¿Te has enterado?

Justice apretó los dientes con tanta fuerza que fue un milagro que no se le rompieran. En este caso se limitó a asentir levemente.

–¿Alguna otra condición?

–Tercera. Aggie y Jett son miembros de mi familia y van donde voy yo.

–¿Quién es Aggie?

–Aggie fue maestra de infantil y, en estos momentos, es mi cocinera y mi ama de llaves. Dado que soy un desastre en la cocina y todos tenemos que comer, la he contratado para ocuparse de todo lo que se refiere a la casa.

–¿Sabe cocinar?

–Y limpiar –afirmó Daisy mirando con desagrado el despacho–. En serio, Justice. Este lugar es un desastre. No puedo creer que te encuentres cómodo viviendo así.

–No es más que un poco de polvo. Además, yo no vivo en esta sección de la casa.

–¿Científicos locos más lugar secreto es igual a laboratorio misterioso y secreto?

–Algo así.

–¿Un laboratorio misterioso, secreto e impoluto?

–Por supuesto.

–Bien, dado que ahora tienes invitados que van a vivir en esta sección de la casa, necesitaré que nuestras habitaciones estén tan impolutas como nuestro laboratorio.

Justice volvió a examinar el despacho. Aquella vez miró de verdad y por fin vio a lo que Daisy se refería.

–He estado muy centrado en un proyecto y no me había dado cuenta de lo mal… Perdón. Debería haber hecho más para preparar vuestra llegada.

–Nosotros nos ocuparemos.

–Ya me has explicado quién es Aggie. ¿Quién es la niña con aterrador aspecto gótico?

–Es Jett.

–Jett… ¿Tu experto en ordenadores?

–Efectivamente.

–Estamos en el mes de noviembre. ¿No debería estar en el colegio?

–Terminó hace unos meses. En estos momentos está pensando a qué universidad quiere ir.

Justice la miró asombrado.

–¿Cuántos años tiene? Si parece que tiene doce.

–Va a cumplir los diecisiete dentro de unos meses. Ella te podrá dar los días, las horas y los minutos y hasta los segundos si quieres un número más exacto.

–Es lista.

–Sí. Da un poco de miedo de lo lista que es. Como tú. Y como Noelle.

–Por eso estás aquí…

–Sí. Es uno de los motivos –explicó. No había razón para señalar los otros. Se harían evidentes con el tiempo–. Resulta evidente que necesita a alguien que vaya a comprender el modo en el que piensa. En estos momentos tiene a Jett, que es una gran ayuda, pero Jett no va a estar a su lado para siempre. Además, no hay figura masculina en la vida de Noelle. Condición número cinco.

–Cuatro.

–Lo que sea. Mis padres son parte de mi vida del mismo modo que Jett y Aggie. Tendrás que aceptarlo.

Justice la miró con desaprobación. Los ojos le ardían como si fueran de oro líquido.

–¿Alguna otra condición?

–No has accedido a la última.

–¿Por qué no dejas que esa la discutamos en un futuro cercano?

–Ni hablar. Si crees que voy a dejar a mis padres al margen de la vida de su única nieta, estás muy equivocado. Y antes de que decidas infringir de nuevo la condición número uno…

–¡Maldita sea! ¡Demasiado tarde!

–… te sugiero que te pongas en mi lugar. En el lugar de Noelle. Tú eres el que se marchó, Justice. Mis padres han estado a mi lado siempre. Tú no.

–Solo porque no lo sabía.

–Eres un hombre muy inteligente. Deberías haber considerado esa posibilidad y haberte asegurado. Al menos, deberías haberte puesto en contacto conmigo después de las primeras doce cartas.

–Eso no es cierto. Yo habría… –se interrumpió y se dio la vuelta para mirar por la ventana–. ¿Alguna otra condición?

–¿Accedes a la última?

–Sí.

Daisy se tomó un instante para pensar antes de proseguir.

–Condición diez.

–Cinco.

–Tengo las otras en reserva. Necesito una habitación para que sea mi estudio. Debe tener ventanas –dijo, aunque no estaba segura de que lo utilizara. Su don para pintar no había regresado e íntimamente había empezado a cuestionarse si volvería a hacerlo. Ese pensamiento la aterrorizaba–. Ventanas grandes, si no te importa.

Justice se encogió de hombros.

–Puedes echar un vistazo y ver si algo te viene bien. Asegúrate de que está en esta planta o arriba. El sótano está prohibido para todo el mundo.

–¿Es ahí donde vive tu tío?

–Sí. Y también es donde está mi laboratorio.

–¿Tú también tienes condiciones?

–¿Acaso pensabas que tú ibas a ser la única?

–Bien. ¿Cuáles son las tuyas?

Justice se acercó a ella. La esfera no dejaba de dar vueltas entre sus dedos.

–Una. Es tu responsabilidad evitar que nadie baje al sótano. Y eso te incluye a ti. Tenerte a ti y a Noelle aquí ya es demasiado para Pretorius. Dos personas más será extremadamente difícil para él. Necesita saber que está a salvo en su zona de la casa. ¿Ha quedado claro este punto?

–Cristalino.

–Dos –dijo. Un paso más–. Yo tengo una rutina, una rutina que no aceptaré que te interrumpa.

–Venga ya, Justice. Estamos hablando de un bebé. Los bebés rompen con todas las rutinas. Es parte de su naturaleza.

–En ese caso, espero que procures que las interrupciones sean las menos posibles.

–Mira –le espetó ella colocándose las manos en las caderas–. Tú eres el que me pediste que la trajera aquí, ¿recuerdas? Si no puedes aceptar ciertas cosas, nos vamos.

–Es demasiado tarde. Está a punto de nevar.

–Estoy segura de que aún tenemos tiempo para marcharnos de aquí.

Justice señaló la ventana con la cabeza. Daisy se quedó boquiabierta. En el breve tiempo que llevaban hablando, el cielo se había cubierto de nubes. ¿Dónde se había ido el delicioso cielo azul de hacía unos instantes?

Justice dejó el Rumi sobre la mesa y dio un último paso hacia ella. Entonces, tiró de ella y la tomó entre sus brazos.

–Tres. Quiero intentar crear un vínculo contigo. Para ver si podemos formar una unidad familiar.

–¿Por el bien de Noelle?

–Por el bien de todos.

–¿Eso de crear un vínculo incluye… el sexo? –preguntó.

–El sexo estará presente dado que parece ser uno de los pocos puntos de encuentro en el que nos comunicamos a la perfección.

–¿Y si yo no estoy dispuesta?

–Lo estarás. Te lo garantizo.

Justice le enmarcó el rostro entre las manos y lo levantó para poder besarlo. Ella no se resistió. En realidad, no quería hacerlo. El beso de hacía una semana había prendido de nuevo el anhelo y la pasión en ella. Pensaba que ambos habían muerto hacía mucho tiempo, pero se había equivocado. Cada vez que Justice entraba en su vida, le provocaba un deseo tan intenso que no sabía cómo podría sobrevivir si él no volvía a poseerla de nuevo.

Cuando por fin la besó, ella suspiró y se entregó a él con entusiasmo.

–¿Qué es lo que quieres de mí? –le preguntó sin que dejaran de besarse.

Justice se apartó de ella y le dio un beso en la frente antes de besarle la boca por última vez. Entonces, con los dedos, trazó los henchidos labios.

–Te deseo.

–No es tan sencillo –protestó ella–. Tratas este asunto como si fuera una simple ecuación sexual. Tú y yo igual a sexo.

–Y es así de sencillo.

Justice se apartó de ella y volvió a tomar el Rumi. Entonces, ella vio que, en algún momento, lo había transformado en una flor, una margarita.

Antes de que Daisy pudiera seguir preguntando, la voz de Pretorius resonó en los altavoces. El tono era frenético.

–Justice, ¿quiénes son esas personas que hay en la cocina? Están haciendo cosas… Tienes que detenerlas. Ahora mismo.

–Tranquilo –replicó Justice–. Yo me ocuparé.

–¿Harás que se marchen?

–Me ocuparé de todo.

Seguramente aquella no era la respuesta que su tío estaba buscando.

–Corta la comunicación –le ordenó Justice. Entonces, miró a Daisy–. Esto no ha terminado.

Con eso, ella salió del despacho. Justice no tardó en seguirla. Regresaron juntos a la cocina y allí se encontraron con el… caos.

–Hijo de…

–¡Alerta sobre la condición uno! –le dijo Daisy mientras le daba un codazo.

–¡Mira lo que le han hecho a mi cocina!

Daisy no podía culparle por sentirse disgustado. Si aquella hubiera sido su casa, ella también lo habría estado. Aggie había sacado todo de la enorme despensa y había colocado su contenido sobre cada superficie disponible. Tenía un cubo de agua con jabón en el suelo y con un estropajo iba frotando cada estantería y cada armario.

Jett estaba de espaldas a la puerta. Tenía los cascos puestos y estaba escuchando música de rock a todo volumen mientras tecleaba en su portátil. Junto al portátil estaba Kit, la otra mitad de la inspiración de los libros de Daisy. La habían sacado del transportín y estaba sobre la mesa acicalándose muy tranquilamente. Una voz de ordenador daba órdenes a diestro y siniestro y en tono desesperado y competía con las exigencias de Pretorius.

Además, estaba Noelle. Daisy suspiró.

Todas las puertas de los armario estaban abiertas. Su encantadora hija estaba sentada en medio del suelo completamente desnuda, rodeada de prendas infantiles y de todas las cacerolas, cazos y cazuelas que había podido encontrar en la cocina. Se entretenía golpeando las tapas contra las cazuelas e incrementando así el nivel de ruido.

Durante un instante, Daisy creyó que Justice iba a explotar.

–¡Ordenador, desactivado!

–¡Desactivado!

De repente, reinó el silencio. Noelle dejó de golpear, Jett de teclear y Aggie de limpiar. Daisy tomó a su hija en brazos y dijo:

–Maldita sea, Jett. Prometiste comportarte.

–En realidad, no prometí nada. Tú me pediste que lo hiciera. Sin embargo, dado que yo no respondí, técnicamente no prometí nada.

–¿Cuántas veces te he advertido que a mí no me vengas con formulismos?

–Novecientas cincuenta y dos.

–¡Basta ya! –gritó Justice mirando a su alrededor–. Que alguien me explique qué demonios está pasando aquí y ahora mismo.

Noelle sonrió desde la seguridad de los brazos de su madre y se dirigió a su padre.

–¡Demonios! –exclamó con tremenda claridad.

Daisy gruñó.

–Genial. ¿Qué parte de la condición número uno no has comprendido?

–La he comprendido perfectamente. Esto, sin embargo –dijo, señalando la cocina–, esto desafía mi habilidad de comprensión, pero no mi habilidad de corrección. Lo primero es lo primero.

Se dirigió hacia Jett y con unos rápidos movimientos la desconectó de su sistema informático.

–Vuelves a tener el control pleno, Pretorius.

–Se marchan ahora mismo, ¿verdad?

–Bajaré en breve a hablar del tema.

–Hablar implica que no se van a marchar. No quiero hablar –dijo la voz llena de pánico–. Quiero que se marchen.

–Dame cinco minutos.

A continuación, centró su atención en su hija, a la que tan solo había mirado durante unos segundos a su llegada. Hasta ese momento, no comprendió el profundo efecto que una personita tan pequeña podía tener sobre él. Parecía estar a punto de perder el control, algo que Daisy no iba a permitir que ocurriera delante de testigos.

–Aggie, ¿por qué no vais Jett y tú arriba a escoger los dormitorios?

El ama de llaves la observó y asintió, como si comprendiera perfectamente la situación. Entonces, agarró del brazo a Jett y las dos salieron de la cocina. Justice seguía de pie, incapaz de apartar los ojos de su hija. Dio un paso hacia ella, pero dudó. En aquellos momentos transmitía una profunda vulnerabilidad.

–¿Puedo? –preguntó.

Daisy tragó saliva.

–Por supuesto. Es tu hija.

Justice se acercó a Noelle y extendió la mano. La niña se la agarró con su habitual impulsividad y se la llevó a la boca. Daisy se la ofreció para que la tomara en brazos y dio un paso atrás para observar.

Justice la abrazaba muy delicadamente, como si fuera a rompérsele en mil pedazos.

–Es preciosa…

–Gracias.

–En realidad, yo diría que se parece a ti.

–Yo diría que tiene una mezcla perfecta. Mírala, Justice. Su color de ojos está a medio camino entre el tuyo y el mío. Su cabello es más rojizo que rubio u oscuro. Es tan extrovertida como yo y tan inteligente como tú.

La pequeña sonrió.

–Pero si ya tiene dientes –susurró Justice–. Y has dicho que es muy charlatana. ¿Sabe andar?

–Sí. Aún le cuesta un poco, pero eso no le impide llegar a donde quiere ir.

–Tanto… me he perdido ya tanto –murmuró él mientras le acariciaba suavemente el cabello y la mejilla. La niña sonreía y le agarraba el dedo para volver a llevárselo a la cara–. No es nada tímida.

–No. Es muy sociable.

–¿Por qué está desnuda?

–Me temo que a tu hija no le gusta ir vestida. No sé cómo lo hace, pero se desnuda. Si me doy la vuelta dos segundos, se ha quitado lo que le haya puesto. Ni las cunas, ni las tronas ni los parques son capaces de sujetarla.

–Ah.

–¿Qué significa eso?

–¿Y los armarios? ¿Ha sido tu ama de llaves o la niña?

–La niña.

–Ah.

–Es la segunda vez que dices eso y aún no me has explicado por qué. ¿Qué significa eso?

–Indican que entiendo lo que hace Noelle y cómo piensa.

–Veo que no te ha llevado mucho tiempo.

–No, pero hay una razón para ello. En este caso, deberíamos hablar de propensión genética, algo que espero que aceptes con el tiempo. Es parte de los genes que ha heredado de mí. Espero que no se lo tengas en cuenta.

–Dios santo, Justice. ¿Acaso crees que yo sería capaz de criticar a nuestra hija por algo tan natural y básico como la curiosidad humana? ¿Que la castigaría por explorar el mundo?

–Bueno, algunas personas considerarían que eso debería corregirse.

–Tal vez, pero yo no. Soy su madre y la adoro. Haría cualquier cosa por ella.

–Perdóname… –susurró él–. Es que… he visto que ocurría antes.

–¿Acaso te ocurrió a ti?

–Sí. Noelle procesa el mundo desmantelándolo. Esa característica en particular me expulsó a mí de mis primeras seis casas de acogida.

–¿Hablas en serio?

–Sí. Yo no podía evitarlo. Me imagino que era muy molesto cuando uno se levantaba por la mañana y descubría que la cafetera o la tostadora estaban desarmados, pero yo necesitaba desmontar las cosas para poder estudiarlas y comprender cómo funcionaban. Era lo más lógico.

–Por supuesto, suponiendo que podías volver a montarlas.

–En eso tardé un poco más. Ahora que lo pienso, tu padre fue el único que animó mi curiosidad. Me encontraba máquinas rotas y me dejaba trastear con ellas.

–Sí, me acuerdo. Tenías todo el garaje lleno de cosas…

–Así es. El error que cometí con tus padres es que no me limité a enredar con las máquinas que tu padre me proporcionaba, sino que lo hice también con su hija…

Daisy se acercó a él.

–Te juro que no supe nunca cómo se enteraron de lo nuestro. No sabía que esa fuera la razón de que te hubieras marchado. Si lo hubiera sabido, te habría defendido. Se lo habría impedido. Les habría explicado lo ocurrido…

–Tú tenías quince años. No había nada que explicar. Lo que hicimos estuvo mal y yo pagué el precio. Ahora comprendo perfectamente la reacción de tus padres –dijo mirando a su propia hija.

Daisy no pudo responder. Se limitó a observarlo con una sombría expresión en el rostro.

–Ahora –dijo él tras unos segundos–, tengo que ir a hablar con Pretorius. Va a tener mucha dificultad para aceptar los cambios. Justice contempló a la pequeña muy fijamente.

–Ya anda, habla y tiene dientes. ¿Estás segura de que no es demasiado tarde?

Los ojos de Daisy se llenaron de lágrimas.

–No, Justice. No es demasiado tarde si tú no dejas que así sea.

Justice la miró y asintió.

–En ese caso, no lo permitiré.

E-Pack Jazmín B&B 2

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