Читать книгу E-Pack Jazmín B&B 2 - Varias Autoras - Страница 16
Capítulo 10
ОглавлениеDaisy estaba a punto de entrar en el laboratorio de Justice, pero se detuvo al escuchar la voz de Noelle.
–E quero –dijo la niña mientras golpeaba la mejilla de su padre.
–Sí, yo te quiero mucho –le aseguró Justice mientras realizaba los ajustes necesarios en el caso de Emo. En cuanto terminó, se inclinó sobre su hija y le dio un beso.
Daisy contempló aquel amor en estado puro sin pestañear.
–¿Emo e quero? –dijo la niña con preocupación.
–Sí. Emo también te quiere.
Sonrió al ver cómo la pequeña abrazaba al pequeño robot X-4.
–¿Por qué te gusta él más? Puede que el 15 sea demasiado elegante. Tal vez podría pintar el chasis. Sin duda, tu madre podría diseñarme un modelo colorido y brillante para darle un poco más de personalidad. Ahora que lo pienso, no es mala idea…
Tomó a la niña entre sus brazos y la abrazó con fuerza. Ella se acurrucó satisfecha contra el pecho de su padre. Justice cerró los ojos. Tenía una expresión de amor total en el rostro.
Daisy contempló los papeles que llevaba en la mano y contuvo las lágrimas.
Aggie apareció de repente y, tras dedicarle una sonrisa a Daisy, entró en el laboratorio. Daisy la siguió.
–Es la hora del almuerzo de Noelle –dijo la mujer–. ¿Le gustaría que volviera a bajarla aquí después de su siesta?
–Si no le importa –dijo él. Entonces, se volvió a mirar a Daisy–. Llegas en el momento perfecto. Tengo una idea que proponerte.
–¿Pintar a Emo?
–¿Cómo lo sabes? –preguntó él asombrado.
–He escuchado la conversación que tenías con Noelle –respondió ella. Entonces, antes de entregarle los papeles que llevaba en la mano, se dio cuenta de que su imagen aparecía en todas las pantallas de ordenador que habían en la sala–. Dios santo. ¿Para qué es eso?
–Son fotos de tus respuestas emocionales a varios estímulos. También tengo vídeos. Ya sabes que te lo comenté.
–Es cierto. Quieres enseñar a Emo a interpretar nuestras expresiones. ¿Y también tienes vídeos?
–Sí.
–¿Me los puedes enseñar?
Justice tomó un mando a distancia y lo dirigió a uno de los ordenadores. Inmediatamente, la pantalla comenzó a mostrar una película en la que se la veía a ella dirigiéndose a la cocina. Recordaba aquel día. Había sido a los pocos días de llegar, antes de que comenzara a pintar las paredes. Había sido una tarde bastante mala. Daisy se sentó a la mesa y ocultó el rostro entre las manos.
La cámara cambió de ángulo y mostró también a Aggie preparando una ensalada.
–Veo que la pintura no ha ido bien.
–Podríamos decir eso. No lo comprendo, Aggie. Debería haberlo superado ya. Sin embargo, cada vez que veo un lienzo en blanco… Creo que no volveré a pintar.
–Por supuesto que sí. Solo es cuestión de tiempo.
–¿De cuánto, Aggie? Ya hace casi dos años. Parece como si hubiera perdido todo el deseo de pintar. Lo perdí justo después de que Justice y yo… Pensé que lo encontraría aquí.
–Ahora que vuelves a estar con Justice, estoy segura de que lo recuperarás enseguida. Espera y verás.
–Yo le a…
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Daisy recordó que, en ese mismo instante, había estado a punto de admitir que estaba enamorada de Justice, pero había sido incapaz, o no había querido, admitir la dolorosa verdad.
–Yo adoro pintar. No sabes lo mucho que lo echo de menos…
La grabación terminó justo cuando Daisy se echaba a llorar.
Antes de que ella pudiera reaccionar, Justice le quitó los papeles de la mano y la abrazó.
–Lo siento. ¿Te encuentras bien?
–Sobreviviré –replicó ella mientras se apartaba de él–. No lo entiendo. ¿Por qué guardas esa grabación cuando sabes lo dolorosa que me resulta?
–Precisamente por eso. Tengo varios de Noelle llorando, pero no es lo mismo. Los adultos no son tan abiertos como los niños. Quiero que Emo lo capte todo. Puedo borrarlo si quieres. Tengo otros vídeos de Jett, de Pretorius y de Aggie.
–Vaya, veo que tienes de todos. ¿Y tuyos, Justice? ¿Acaso tienes algún vídeo que refleje lo que tú sientes?
–Yo experimento ciertas cosas, pero no creo que ninguna de ellas beneficie a Emo. Además, no puedo darle a Emo lo que no poseo.
–En eso te equivocas. Claro que posees esos sentimientos. Por supuesto, los has protegido bajo siete llaves y las has arrojado todas, pero si me dejaras…
–¿Y si descubrieras que no hay nada detrás de las puertas cerradas? Yo soy un ser sin sentimientos. Carezco de empatía.
–Estás repitiendo las palabras de alguien. ¿De quién?
–De cualquiera de los padres de acogida que tuve. Ni siquiera mis propios padres me entendieron.
–Justice, tú solo tenías diez años cuando murieron. Estoy segura de que eso no es cierto.
–Te equivocas. En una ocasión escuché cómo mi madre le decía a mi padre que pensaba que yo era incapaz de amar. Que me parecía a Pretorius y que terminaría como él.
–Eso no es cierto, Justice. No eres incapaz de amar. ¿Por eso te niegas a pronunciar las palabras? ¿Porque alguien te creyó incapaz de amar y tú lo creíste a pies juntillas?
–Ya basta. ¿Por qué has venido, Daisy?
Daisy dudó un instante, pero la frialdad de la voz de Justice la animó a seguir. Volvió a tomar los papeles que Justice le había quitado de las manos.
–Justice, ¿sigues buscando ayudante/esposa?
–No. Ya no necesito una ayudante. Dentro de pocos años, Noelle podrá ayudarme como aprendiz. Ahora, solo me interesa encontrar esposa.
–¿Estás interesado en que una de estas mujeres sea tu futura esposa?
Sin saber qué era lo que Daisy decía, Justice tomó varias páginas y las examinó.
–Son de mi programa para encontrar ayudante/esposa. ¿Cómo las has conseguido?
–La impresora las estaba imprimiendo cuando pasé por allí.
–Vaya… supongo que eso significa que el programa sigue funcionando.
–He leído las biografías de estas mujeres. Yo no me parezco nada a ellas.
–No, pero tampoco ninguna de ellas encaja con mis parámetros.
–Tus parámetros son para la esposa perfecta. Estas mujeres no lo son, Justice. Nadie lo es. La perfección no existe.
–Eso ya lo sé.
–¿Sí? –preguntó ella acercándose más a Justice–. ¿Por qué me deseas? ¿Es porque soy la madre de Noelle o porque soy yo? No soy solo un cuerpo, ¿sabes? No soy tan solo alguien para calentarte la cama. Soy yo. Y mi listado de los requerimientos para el esposo perfecto incluye la unión emocional.
–Ya hemos hablado de esto. Te expliqué que…
–¿Por qué estás construyendo un robot que es capaz de interpretar sentimientos? ¿Para que Emo pueda decirte lo que tú no sabes interpretar? ¿Cuántos Emos ha habido? ¿Cuántos has tenido que desguazar para volver a montar? ¿Es eso lo que me va a ocurrir a mí si no te satisface el modo en el que funciono? ¿Me harás trozos para poder volver a empezar?
–¿Te he dicho yo alguna vez esas cosas? –le preguntó él reaccionando por fin con sentimiento–. ¿Te he pedido alguna vez la perfección?
–No.
–No, efectivamente. Nunca te he dicho nada de eso. Y, para tu información, ni siquiera lo he pensado.
–Debes de haberlo hecho en algún momento dado que tienes un montón de nombres que has descartado porque no te satisfacían.
–Si hubiera querido que una de esas mujeres estuviera aquí en tu lugar, habría elegido a Pamela. O habría elegido a alguien en aquella conferencia de hace veinte meses, veinte días… veinte… veinte… ¡Maldita seas, Daisy! Ya ni siquiera sé calcular las horas y los minutos…
–Veintiuna horas y doce minutos –susurró ella.
Justice cerró los ojos. Parecía estar completamente agotado.
–Deja que te aclare un punto. La única mujer a la que deseo eres tú.
Daisy lo miró. Ya no podía sentir ira hacia él. Se dirigió a su lado y lo abrazó. Él la estrechó contra su cuerpo.
–¿Qué vamos a hacer, Justice?
–Tendremos que seguir intentándolo. Tenemos que hacerlo, Daisy… por favor, no pierdas la esperanza en mí…
Sin embargo, no fue así.
–Llamada telefónica de Cord O’Malley –anunció el ordenador.
–Pásamelo. Sí, Cord. Dime qué puedo hacer por ti.
–Solo quería confirmar un encargo.
–Es Daisy la que se ocupa de eso. Pensé que ya había quedado claro.
–Sí, pero dado que tú eres el que paga las facturas, pensé que sería mejor comprobarlo antes de aceptar este trabajo en particular.
–Bien. ¿De qué se trata?
–Tiene que ver con pintar las paredes.
–No digas tonterías. Ya están todas pintadas.
–Sí, efectivamente. Sé que esos dibujos que ella hizo eran muy bonitos, pero quiere que los pintemos de blanco. Y que saquemos todos los muebles que ella compró. Hasta el árbol de Navidad. Quiere que lo dejemos todo como estaba antes.
–¿De qué demonios estás hablando?
–Ya lo has oído.
A Justice empezó a costarle respirar.
–Ahora hay una contraorden que te digo yo –dijo a duras penas–. No vas a hacer caso a lo que ella te haya dicho. ¿Está claro? Por supuesto, te pagaré las molestias.
–Venga ya, Justice. Sabes que eso no es necesario. Supuse que tenía que haber un error. Me alegro de haberlo aclarado.
–De acuerdo. En lo sucesivo, te pido que consultes conmigo cualquier otra orden.
–Lo haré. Espero que tengas una feliz Navidad.
Sin embargo, Justice no tendría Navidad, ni feliz ni de ninguna otra clase si Daisy se marchaba y se llevaba a su hija, a Aggie y a Jett. Las cuatro se habían convertido en personas importantes para él y para Pretorius. Formaban una familia y, costara lo que costara, tendría que encontrar el modo de detenerla y convencerla para que se quedara.
Durante los siguientes tres días, Justice no supo si enfrentarse a Daisy sobre lo que ella había ordenado a Cord o esperar al veinticinco. Lo único que lo mantenía en silencio era pensar que una confrontación podría provocar que ella se marchara antes de Navidad. Durante el día trabajaba como un poseso, esperando que si él no podía amar, al menos la capacidad de su robot para sentir las emociones humanas lo ayudara a analizar el problema y a encontrar la solución lógica. A cada noche que pasaba, el acto sexual entre ambos se hacía cada vez más desesperado, como si los dos presintieran que el tiempo que iban a pasar juntos estaba a punto de terminar.
El día de Nochebuena, cuando ella se levantó de la cama y se marchó a su dormitorio, Justice supo que había perdido. En silencio, recorrió la casa, tratando de imaginársela sin el ruido y la alegría que había reinado en ella desde el día en el que llegaron.
Se detuvo delante del árbol de Navidad, el que habían decorado todos juntos. Había sido la primera vez que Pretorius había salido del sótano. Tras permanecer allí unos segundos recordando lo bien que lo habían pasado aquel día, regresó a su laboratorio para tratar de conseguir que el Emo X-15 resultara operativo. Arrancó el ordenador y accedió al listado de sentimientos que Pretorius había organizado. Su tío había denominado a una de las carpetas «Amor». Justice no recordaba haber visionado su contenido.
Las primeras fotos y vídeos eran de Daisy y de Noelle en las que las dos sonreían juntas y se besaban. Entonces, encontró una interminable cascada de fotos de sí mismo con su hija. Se quedó atónito. Ni siquiera sabía que aquellas fotografías existían. No podía malinterpretar la expresión de su rostro igual que no había podido hacerlo con el de Daisy.
Sin embargo, fue la última fotografía la que estuvo a punto de destruirle. Acababa de llegar y aún tenía el abrigo puesto. Tenía a su hija en brazos, pero no era a ella a quien miraba, sino a Daisy. Y allí, en su propio rostro, vio amor.
¿A quién había estado engañando? Se había negado a ver lo que tenía delante de sus propios ojos, pero allí estaba. Era un amor innegable, con brillo de adoración en la mirada y el deseo escrito en cada centímetro de su rostro.
Amaba a Daisy.
Se puso de pie con la intención de ir corriendo a decírselo, pero se detuvo en el último momento. ¿Y si ella no le creía? ¿Y si se pensaba que era un último esfuerzo por conseguir que se quedara? ¿Cómo diablos iba a poder convencerla de que la amaba de verdad si ni él mismo lo había creído hasta aquel mismo instante?
Solo había un modo posible. Necesitaba pruebas. Necesitaba… Observó la elegante forma del Emo X-15. Necesitaba un robot capaz de detectar sentimientos.
–Aún tengo una oportunidad…
–¿Dónde está Justice? –le susurró Jett a Pretorius, aunque sin evitar que Daisy se enterara.
–Donde está siempre últimamente. En su laboratorio –respondió Pretorius.
–Pero si es Navidad. Hasta tú has subido –comentó Jett mientras empezaba a apretar los botones de un mando a distancia.
Pretorius se encogió de hombros.
–Tal vez se ha olvidado. Jamás hemos tenido una Navidad de verdad antes –añadió.
Daisy respiró profundamente. Ya estaba bien. Había esperado que la llamada a Cord le diera a Justice el empujón que necesitaba. El hecho de enfrentarse a la pérdidas de todas las mejoras que ella había hecho a lo largo del último mes debería haber sido suficiente para hacer que él recuperara el sentido común. Tendría que haberse imaginado que no sería así y ese hecho solo podía significar una cosa.
Evidentemente, se había equivocado con él. ¿Cómo había podido creer que la amaba?
–Muy bien, todo el mundo –dijo ella con una sonrisa–. Ha llegado el momento de abrir los regalos.
Justice no recordaba hasta qué hora había estado trabajando aquella noche. De repente, un ¡piii! tras otro lo despertaron de un profundo sueño. Maldita Jett…
Se puso de pie y miró confuso a su alrededor.
–Ordenador, fecha y hora –ordenó.
–25 de diciembre, 11:02:12 AM –respondió la máquina.
Lanzó una maldición y se mesó el cabello. Entones, miró al robot. Lo había intentado. Había trabajado como un poseso hasta llegar a la desesperación. No había cambiado nada. Emo X-15 seguía sin funcionar, lo mismo que su predecesor. Había fallado.
Se incorporó sobre la silla y se frotó el rostro. Estaba tan cansado… Por primera vez en su vida, no sabía qué era lo que tenía que hacer. Sentía un anhelo que era incapaz de nombrar. Lo había estropeado todo.
–Estás cansado –dijo una voz.
Justice se quedó perplejo. Lentamente, miró a Emo X-15 y vio que había cobrado vida electrónica.
–¿Cómo has dicho?
–Pareces cansado –repitió el X-15.
–¿Te gustaría tomar una taza de té? –le preguntó otra voz, la de un robot que debería haber desmontado hacía mucho tiempo, lo que no había hecho por la simpatía que Noelle y Daisy le profesaban.
–¿Por qué me haces esa pregunta? –le preguntó al X-14.
–Te sientes triste. El té hará que te encuentres mejor.
En aquel momento, Justice vio claramente las dos opciones de las que disponía. Por un lado, la fría lógica que había sido su compañera durante la mayor parte de su vida. Por otro, los sentimientos. Sonrió y tomó a Emo. Al perfecto. Acababa de descubrir una sorprendente verdad.
Justice subió corriendo las escaleras con sus regalos de Navidad. Llegó junto al árbol al mismo tiempo que Daisy anunciaba que había llegado el momento de abrir los regalos.
–Un momento –dijo él–. Tengo algunos más que poner bajo el árbol.
–¿Qué me has comprado a mí? –le preguntó Jett.
Justice sacó el de ella y se lo entregó.
–Es de parte mía y de Pretorius.
Jett abrió la caja con impaciencia y, en su interior, descubrió unos papeles. Al darse cuenta de lo que eran, los sacó con extremo cuidado.
–Son cartas de recomendación…
–Sí. Para la universidad –dijo Justice.
–Gracias… Gracias a los dos –susurró ella muy emocionada.
–En realidad, aún no has visto el verdadero regalo –dijo Pretorius.
–¿Hay más? –preguntó Jett. Entonces, se percató de que había un sobre que acompañaba las cartas. Cuando leyó la nota que había en su interior, se puso a llorar de emoción–. Es una beca de Sinjin con todos los gastos pagados para la universidad que yo elija en cualquier lugar del mundo.
–Por supuesto, tendrán que aceptarte primero –le advirtió Justice.
Jett abrazó a ambos con profunda devoción.
–No me podríais haber dado mejor regalo.
A continuación, Pretorius tomó otro regalo y se lo entregó a Aggie.
–Para ti –le dijo.
Después de abrirlo muy cuidadosamente, Aggie sonrió emocionada.
–Ay, Pretorius… No podrías haber elegido mejor regalo para mí –musitó mientras sacaba una preciosa tetera de la caja–. Es Spode, ¿verdad?
–Sí. Y Justice te ha regalado una selección de tés de todo el mundo
Jett tomó otro de los regalos. Era para Noelle.
–¡Mira! –exclamó Jett tras ayudar a la pequeña a abrirlo–. Es un bebé Emo. ¿Funciona mejor que los otros?
–Ni la mitad de bien –dijo Justice–. ¿Hay más regalos?
–Algo para ti –anunció Daisy entregándole un regalo junto con un sobre–. Te sugiero que empieces por la carta.
Justice comenzó a sospechar lo que era su regalo. Lo confirmó en cuando abrió el sobre y vio la orden de la que Cord le había informado.
–¿Y si no quiero este regalo?
–Entonces, te puedes quedar con el otro. Es uno u otro. Puedes quedarte con el que prefieras, pero no con los dos.
Se sorprendió al descubrir que el otro regalo era un cuaderno para realizar bocetos. Cuando lo abrió, vio que ella había dibujado un nuevo cuento allí. Se trataba de las aventuras futuristas de una niña que se parecía mucho a Noelle y un robot que era la viva imagen de Emo. Era un regalo maravilloso.
La historia era adorable. Al final los dos se veían en una situación en la que el robot tenía que conseguir que funcionara su lector de sentimientos para que la niña no lo mandara al desguace de robots. Justice se sorprendió mucho al ver que el cuento no tenía final.
–Eso es porque no puedo terminarlo hasta que tú no me digas cómo. Si no puedes, tendrás que aceptar la carta. Uno u otro, Justice.
Justice cerró el cuaderno y le entregó a Daisy su regalo. No hacía falta mucha imaginación para saber de qué se trataba. Emo.
–Enciéndelo.
Daisy apretó el botón e hizo que el pequeño robot cobrara vida.
–Hola, Emo –le dijo ella.
La cabeza empezó a girar. Los ojos fueron examinando uno a uno a todos los presentes.
–Te amo. Tengo hambre.
Jett se echó a reír y Noelle comenzó a aplaudir.
–Emo –le dijo Justice al robot–. ¿Cómo me siento?
–Te gustaría una taza de té.
Justice estuvo a punto de arrancarse el pelo.
–¡Maldito seas, cubo de tornillos inútil! ¡Se suponía que tenías que decirle a Daisy que la amo!
Durante un segundo, nadie se movió. Entonces, Daisy voló a los brazos de Justice.
–Creo que me lo acabas de decir tú mismo y, para serte sincera, prefiero que me lo digas tú y no Emo –susurró.
Justice suspiró.
–Lo siento, Daisy. He estado toda la noche trabajando en él. Creía…
–¿Que él podría decirme lo que tú eras incapaz?
–¡No! –exclamó él–. No. Claro que te amo, Daisy. Te amo con todo mi corazón, pero no pensaba que me creerías después de haberme negado a decir esas palabras durante tanto tiempo.
–Y pensaste que si Emo las decía en tu nombre leyendo tus sentimientos, te creería.
–Así es. Me he pasado veintisiete años, dos meses y veintiséis días creyendo que no podía sentir. Era más fácil así. Menos doloroso.
–¿Y ahora?
–Ahora me duele más no decir las palabras. No puedo soportar pensar que podría perderte a ti y al resto de tu familia. Por favor, no dejes que esa historia termine con una página en blanco. Quiero que tú me des una familia de verdad, una familia que siempre esté a mi lado. Cásate conmigo, Daisy.
–Me casaré contigo –dijo ella con una radiante sonrisa–, pero con dos condiciones. La primera, condición conjunta número dos. Puedo bajar al sótano cuando quiera.
–Yo accederé a esa si tú accedes a la condición conjunta número tres.
–¿Y es?
–Quiero que crees una habitación solo para los dos en el lado sur de la casa…
–Pero si ese es el más soleado.
–Así es. Ha llegado el momento de dejar la oscuridad atrás y salir al sol, ¿no te parece? –le preguntó. Entonces, la abrazó con fuerza–. Bueno, ¿te vas a casar conmigo?
Daisy asintió.
–Si puedes responder una preguntita más.
–¿De qué se trata?
–¿Cómo te sientes, Justice?
Él oyó que todos los presentes contenían la respiración mientras esperaban su respuesta. Cuando respondió, Justice habló desde el corazón.
–Me siento… feliz. Como si nuestra historia estuviera empezando…
–Justice –susurró ella llorando de pura felicidad–. Y menuda historia va a ser.
–Digna de escribirse en un libro –afirmó él antes de besarle suavemente los labios–. Después de todo, has enseñado a sentir a un robot.
–No, Justice –replicó ella. Le devolvió el beso. Su primer beso de verdad–. He enseñado a un hombre a amar.