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Capítulo 3

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COOP estaba frente a la puerta de la habitación de Sierra y esperaba que no se hubiera acostado. No eran ni las nueve y media, pero ese había sido su primer día cuidando a las niñas, por lo que probablemente estuviera agotada.

Había firmado el contrato la tarde de la segunda entrevista. El día siguiente lo pasó trasladando sus cosas. Él se había ofrecido a contratar una empresa para que le hiciera la mudanza, pero ella le había dicho que ya lo tenía todo organizado y se había presentado con un montón de cajas y dos jóvenes amigos suyos que eran, según le había dicho, camilleros del hospital, y a quienes se les veía emocionados por haber conocido al gran Coop Landon.

Aunque él trató de pagarles por la ayuda, los chicos se negaron, pero le aceptaron una cerveza, que se tomaron charlando con él en la azotea mientras Sierra deshacía el equipaje. Se marcharon con un autógrafo.

Aunque Coop hubiera querido estar el primer día con Sierra y las mellizas, había estado reunido con el equipo de marketing toda la mañana para lanzar una nueva línea de ropa deportiva, y por la tarde había tenido una cita con el dueño de su antiguo equipo. Si todo salía bien, él sería el nuevo dueño, lo cual había sido su sueño desde que había empezado a jugar en él. Durante veintidós años, hasta que la lesión de rodilla lo obligó a jubilarse, había vivido para el hockey. Comprar el equipo era el siguiente paso, y los jugadores estaban de acuerdo.

Después de las reuniones, Coop había cenado con unos amigos por primera vez desde hacía semanas. Y no había disfrutado mucho, a pesar de que estaba deseando volver a ser libre. Se pasó la cena pensando en las mellizas y en cómo les habría ido con Sierra. ¿No había sido un irresponsable al dejarlas con una desconocida? No era que no confiara en Sierra, pero quería estar seguro de hacer lo correcto. Las niñas habían perdido a sus padres y no quería que pensaran que él también las había abandonado.

Cuando el resto del grupo decidió ir a tomar una copa y a bailar, Coop se despidió de sus amigos, que se quedaron sorprendidos; lo normal era que fuera de copas y volviera a casa acompañado. Después de dos semanas de estar con las mellizas constantemente, se había acostumbrado a tenerlas a su alrededor.

Llamó suavemente a la puerta de la habitación de Sierra. Esta asomó la cabeza, y él vio que ya se había puesto el camisón. Dirigió la mirada automáticamente a sus piernas desnudas. No eran especialmente largas ni esbeltas, por lo que el impulso de acariciarla, de recorrer la parte interna de sus muslos con la mano, por debajo del camisón, lo pilló desprevenido. Tuvo que esforzarse para mirarla a los ojos, oscuros e inquisitivos. Llevaba el pelo suelto, que le caía sobre los hombros, y sintió la necesidad de acariciárselo. En lugar de ello, se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

«Puedes mirarla, pero no tocarla», se dijo, y no era la primera vez que lo hacía desde que ella había conocido a las niñas. No se parecía en nada al tipo de mujer que le gustaba. Tal vez fuera eso lo que le resultaba tan atractivo. Era distinta, suponía una novedad.

Quizá contratarla no hubiera sido una buena idea.

–¿Quieres algo? –le preguntó ella, y él se dio cuenta de que estaba allí plantado mirándola.

–Espero no haberte despertado.

–No, aún no me había acostado.

–Solo quería saber cómo había ido todo.

–Muy bien. Necesitaré un tiempo para establecer una rutina.

–Siento no haber estado para ayudarte.

Ella pareció confusa.

–No esperaba que me fueras a ayudar.

Coop le miró el escote. No tenía grandes senos, pero tampoco eran pequeños. ¿Por qué no podía dejar de mirarlos?

Ella se dio cuenta, pero no hizo nada para cubrirse. ¿Y por qué habría de hacerlo? Estaba en su habitación. Él era el intruso. Y además, estaba haciendo el ridículo.

–¿Algo más?

Él se obligó a mirarla de nuevo a la cara.

–Quería que habláramos un poco de las niñas. No hemos tenido la oportunidad de hacerlo y puede que tengas algunas preguntas.

Ella vaciló y él pensó que se iba a negar, pero aceptó.

–De acuerdo, dame un minuto.

Ella cerró la puerta y Coop fue a la cocina mientras mentalmente se daba de bofetadas. Se estaba comportando como si nunca hubiera visto a una mujer atractiva. Tenía que dejar de comérsela con los ojos porque ella iba a pensar que era un pervertido. Lo último que deseaba era que no se sintiera a gusto en su casa.

Sacó dos copas y las puso en la encimera central. Sierra entró mientras servía el vino. Se había puesto unos leggings negros y una camiseta amarilla. Contra su voluntad, volvió a mirarle las piernas. Solía salir con mujeres muy delgadas, algunas de ellas modelos, pero no porque prefiriera ese tipo de mujer, sino porque era el que revoloteaba a su alrededor. Sierra no estaba gorda, simplemente tenía un aspecto saludable.

Se recordó rápidamente que daba igual su aspecto, porque era terreno prohibido.

–Siéntate –dijo Coop, y ella lo hizo en un taburete frente a él, que le dio una de las copas–. Espero que te guste el vino blanco.

Ella vaciló y frunció el ceño de forma adorable.

–Tal vez no debiera.

Él metió la botella en la nevera para evitar que Sierra creyera que trataba de emborracharla para aprovecharse de ella.

–Solo una copa –afirmó él–. A no ser que no bebas.

–Sí, bebo, pero no me parece que sea buena idea, me preocupa que una de las niñas se despierte. Prefiero estar en plena posesión de mis facultades.

–Si las mellizas fueran tus hijas y quisieras relajarte tras un día duro, ¿te parecería bien tomarte una copa de vino?

–Sí.

–Entonces, deja de preocuparte de lo que piense y disfrútala.

Ella la agarró.

–Un brindis por tu primer día –dijo él–. Háblame de ti.

–Creí que íbamos a hablar de las niñas.

–Lo haremos, pero antes quiero que me cuentes algo sobre ti.

–Ya has leído mi currículum.

–Sí, pero me gustaría saber más de ti como persona. Por ejemplo, ¿por qué decidiste ser enfermera?

–Por mi madre.

–¿Ella lo era?

–No, era ama de casa, pero tuvo cáncer de mama cuando yo era una niña. Las enfermeras se portaron tan bien con ella, con mi padre, con mi hermana y conmigo que fue entonces cuando decidí que era eso lo que quería hacer.

–¿Murió?

–Sí, cuando tenía catorce años.

–Es una mala edad para que una chica pierda a su madre.

–Creo que fue más duro para mi hermana, que solo tenía diez años.

Él rodeó la encimera y se sentó en un taburete que había a su lado.

–¿Hay alguna edad que sea buena para perder a uno de tus padres? Mis padres murieron cuando tenía doce años, y fue muy duro para mí.

–Mi hermana era un ser dulce y feliz, pero se convirtió en una niña malhumorada y amargada.

–Yo sentía tanta rabia que pasé de ser un niño bastante bueno a convertirme en el matón de la clase.

–No es raro que, en una situación así, un niño se desahogue con otro menor y más débil. Probablemente te diera una sensación de poder en una situación en que no podías hacer nada.

–Pero es que yo me metía con chicos mayores que yo. Como era muy grande para mi edad, me peleaba con otros de más edad. Y, aunque un par de veces recibí una buena paliza, en general, ganaba. Y, sí, me sentía poderoso, me parecía que era lo único que controlaba.

–Mi hermana no se dedicó a pelearse, pero tomó drogas durante un tiempo. Por suerte, salió de aquello, pero no pudo soportar que mi padre enfermara. A los dieciocho años se fue a Los Ángeles. Es actriz, o trata de serlo. Ha hecho un par de anuncios y trabajado de extra en el cine. Básicamente, es camarera.

–¿Qué le pasa a tu padre?

–Tiene Alzheimer. Está en la fase final.

–¿Cuántos años tiene?

–Cincuenta.

–Vaya, es muy joven para tener Alzheimer.

Ella asintió.

–No es habitual, pero a veces sucede. Comenzó a mostrar síntomas a los cuarenta y siete, y la enfermedad avanzó muy deprisa. Lo medicaron de diversas formas, pero nada funcionó. No creo que pase de este año.

–Lo siento.

Ella se encogió de hombros y bajó los ojos.

–La verdad es que murió hace meses, al menos en lo que realmente importa. Solo es un cuerpo que sigue funcionando. Y sé que odia vivir así.

Parecía tan triste que él tuvo deseos de abrazarla o hacer algo que la consolara, pero no le pareció adecuado. Así que lo único que le quedaban eran las palabras y las experiencias compartidas, ya que sabía lo doloroso y traumático que era perder a un progenitor.

–Cuando mis padres tuvieron el accidente de coche, él murió en el acto, pero ella sobrevivió y quedó en coma, pero con muerte cerebral. Mi hermano, Ash, que tenía dieciocho años, tuvo que tomar la decisión de dejarla morir.

–¡Qué terrible!

–Yo era demasiado joven para entender verdaderamente lo que había sucedido, y pensé que mi hermano lo había hecho porque estaba enfadado con ella o porque no la quería. Solo cuando crecí, entendí que no había esperanza.

–He firmado un documento de muerte digna para mi padre. Me resultó muy difícil, pero sé que es lo que él quiere. En mi trabajo he visto a padres teniendo que tomar decisiones imposibles. Se me desgarraba el corazón.

–Entiendo que en un trabajo así acabaras quemada.

–No me malinterpretes. Me encanta ser enfermera y saber que ayudo a los demás. Pero te agota emocionalmente.

–¿Crees que lo echarás de menos?

Ella sonrió.

–Me parece que el cuidado de las mellizas no me va a dejar tiempo.

Él esperaba que fuera así. Tal vez no había sido buena idea que librara tan pocas horas. Sabía por experiencia propia lo duro que era cuidar de las mellizas las veinticuatro horas del día. Unas cuantas horas los domingos y un fin de semana al mes no era mucho tiempo libre.

–¿No crees que será demasiado?

–¿Cuidar de las niñas?

–Al aceptar este empleo, abandonas tus relaciones sociales.

–Lo hice cuando mi padre enfermó y no pudo cuidar de sí mismo. No podía estar solo, así que tenía una persona que lo cuidaba mientras yo estaba trabajando y, cuando volvía a casa, me ocupaba yo de él.

–¿Esa persona iba todos los días? Sería caro.

–En efecto. Los ahorros de mi padre se esfumaron en unos meses, pero no quería que fuese a una residencia y estuvo conmigo hasta que fue posible. Pero, al final, ya no podía atenderle como era debido.

–¿Cuándo salías a divertirte?

–Siempre he sido muy hogareña.

–¿No tienes novio?

El ceño fruncido de Sierra le indicó que había tocado un tema delicado. Y, además, no era un asunto de su incumbencia.

–Me dirás que no me meta donde no me llaman.

–No importa. Las cosas ahora mismo son un poco complicadas. No me siento emocionalmente capacitada para tener una relación, aunque para alguien como tú sea difícil de entender.

–¿Alguien sin ningún tipo de moralidad?

Ella lo miró con los ojos muy abiertos.

–No, me refería a…

–No pasa nada –respondió él riéndose–. Hace unos meses, probablemente no lo hubiera entendido.

Salir con mujeres y con amigos formaba una parte tan intrínseca de su personalidad que no hubiera comprendido la idea de llevar una vida tranquila y sin sobresaltos. Desde la pérdida de su hermano, su actitud y su comprensión de lo que era importante de verdad habían cambiado.

–Las prioridades cambian –afirmó.

Ella asintió.

–Así es. Se ven las cosas de cierta forma y, de pronto, uno se da cuenta de que no es eso lo que quiere.

–Te entiendo perfectamente.

–Las quieres mucho.

–¿A las mellizas? –él sonrió–. Sí. ¿Cómo no voy a hacerlo? No entraba en mis planes, pero quiero lo mejor para ellas. Se lo debo a Ash. Se sacrificó mucho para criarme. Tuvo que aplazar sus estudios en la universidad y trabajar en dos sitios, y te aseguro que yo era un niño muy difícil. Hay quien cree que, como las mellizas no eran hijas biológicas de Ash, no tengo ninguna responsabilidad hacia ellas. Incluso la madre lo piensa.

–¿A qué te refieres?

–Su abogado se puso en contacto con el mío. Parece ser que ella vio en el telediario que Ash y Susan habían muerto y quería que le devolvieran a las niñas. Supongo que creyó que no serviría para padre.

–¿Y no te lo pensaste?

–En ningún momento. E incluso aunque hubiera creído que no estaba capacitado para ocuparme de las niñas, ¿por qué iba a dárselas a alguien que no las había querido desde el principio?

Ella volvió a fruncir el ceño.

–Tal vez ella las quisiera, pero no pudiera quedarse con ellas. Tal vez creyera que lo mejor para las niñas era darlas en adopción.

–¿Y eso cambió en cuestión de cinco meses? ¿Cree esa mujer que puede ofrecerles más que yo? Conmigo nunca les faltará de nada. Tendrán todo lo mejor. ¿Podría ella hacer lo mismo?

–¿Así que supones que, como no es rica, no sería una buena madre? –preguntó ella en tono cortante.

–La verdad es que no sé por qué las dio en adopción, pero no importa. Mi hermano las adoptó y las quería como si fueran de su propia sangre, y deseaba que las educara yo. Cumplo con sus deseos.

–Perdóname, no quería ser brusca, pero es que, por mi trabajo, he conocido a muchas madres jóvenes a quienes han juzgado mal. Es una reacción instintiva defenderlas.

–Por no mencionar que sin duda conoces mi reputación y dudas de mi capacidad para educar adecuadamente a las niñas.

Ella negó con la cabeza.

–No he dicho…

–No ha hecho falta –era increíble la cantidad de gente que no creía que sería un buen padre.

Pues les demostraría que estaban equivocados.

–Como ya te he dicho –declaró con voz firme–, las prioridades cambian. Para mí, las niñas son lo primero, y siempre será así.

E-Pack Jazmín B&B 2

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