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Capítulo 5

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Justice siempre se había considerado un hombre muy racional. Inteligente. Sensato. Tranquilo. Un hombre que controlaba sus emociones. Sin embargo, aquellas sencillas tres palabras le acababan de descubrir lo equivocado que estaba.

–¿Cómo…?

–¿Que cómo se llama? Noelle.

–¿Cuándo…?

–¿Que cuándo nació? Hace exactamente once meses y un puñado de días. La mañana de Navidad para ser exactos. Si quieres que te especifique más, registraron el momento preciso de su alumbramiento en el certificado de nacimiento. Haré que te manden una copia.

–¿Cómo…?

–¿Cómo sé que tú eres el padre? Porque tú eres el único hombre con el que me he acostado en los tres últimos años. Sin duda, querrás una prueba de ADN, a lo que no me opongo. Pensaba que deberías saber lo de Noelle, por lo que me he pasado el último año y medio tratando de localizarte sin conseguirlo. Pero eso, dado que tú recibiste todas mis cartas, ya lo sabes. ¿Estás escuchando, Pretorius?

–Sí… –susurró la voz del tío.

–Ya me parecía. Noto el parecido familiar. A Jett solo le costó unas pocas semanas encontraros. Creo que eso significa que mi experto en ordenadores es mejor que el tuyo. Ahora, ¿qué era lo que decías sobre lo de retenerme aquí?

–¡Maldita sea tu sombra!

Daisy se plantó las manos en las caderas.

–Espero que no utilices esa clase de palabras delante de nuestra hija. Habla mucho para ser tan pequeña y trata de repetir todo lo que se le dice.

–La quiero. Os quiero a las dos.

Daisy levantó la barbilla y lo contempló con gesto desafiante, lleno de furia femenina.

–No creo que me merezcas. Y estoy segura de que no te mereces a Noelle.

–Si eso es lo que crees, ¿por qué estás aquí?

–Te merecías saber que tienes una hija. Ahora que ya lo sabes, no tengo nada más que hacer aquí.

Justice estaba seguro de que ella le ocultaba algo.

–Hay más que eso, ¿verdad? –le preguntó. Sin embargo, estaba seguro de que ella no tenía intención de explicarse a sí misma–. No importa. Considerando lo celoso que yo soy de mi propia intimidad, no pienso entrometerme en la tuya.

–Gracias.

–Pero si puedo ayudar, lo haré –dijo. Se sorprendió al decir aquellas palabras, dado que no había tenido intención alguna de decirlas.

Daisy estudió su rostro durante un largo instante. Entonces, asintió.

–Gracias. Te lo agradezco.

Tanto si se había dado cuenta como si no, el anuncio de Daisy le había dado la oportunidad perfecta de conseguir los objetivos que se había propuesto hacía más de dos años: crear una familia. Tener alguien en la vida a quien él le importara. Aunque Daisy no cumpliera las condiciones para convertirse en su ayudante ni en la perfecta esposa, tenía potencial para encajar en muchos de los parámetros. Diablos. Él estaba dispuesto incluso a alterar su estilo de vida para amoldarse a lo que ella requiriera como esposo.

Además, estaba Noelle. Le costaba respirar al pensar en su hija. Una hija. ¡Tenía una hija! Era sorprendente pensar en cómo un hecho tan sencillo había cambiado el modo en el que procesaba la información. Descubrió que la quería, incluso sin conocerla. Las quería y las necesitaba a ambas de un modo que encontraba inexplicable. Costara lo que costara, le daría a Daisy lo que le pidiera para tener a su familia a su lado.

Se dirigió a la mesa y sacó una silla.

–Sentémonos para hablar de esto.

¿Cuántas ayudantes/esposas había entrevistado desde la noche que pasaron juntos? ¿Cuántas veces había trabajado Pretorius es su programa informático en un esfuerzo de encontrar a la mujer perfecta? ¿Cuántos fallos había habido?

Y todo porque ninguna de las candidatas era Daisy. Por fin lo había comprendido. Por supuesto, encajaban perfectamente con sus requerimientos. Eran ingenieras, inteligentes, racionales y sensatas. Algunas eran incluso más atractivas que Daisy, aunque, por alguna razón inexplicable, su belleza lo dejaba frío. Para ser justo, ninguna de ellas revelaba maldad alguna, pero no habría dicho que eran amables. Tal vez la falta de profundidad emocional evitaba que ellas exhibieran las cualidades que Daisy poseía tan abundantemente.

Fuera como fuera, su búsqueda había tenido como resultado una única candidata… Daisy. En aquel momento tenía la oportunidad de moldear a la mujer que quería para convertirla en la perfecta esposa.

–Pensaba que íbamos a hablar –le dijo ella con otra de sus irresistibles sonrisas.

–Hablar es lo fácil.

–¿Y cuál es la parte menos fácil? –le preguntó ella.

–No sé cocinar ni Pretorius tampoco.

–Tal vez eso explica la falta de electrodomésticos.

–En el armario que hay a mis espaldas, hay un frigorífico y un congelador completamente equipados –comentó él mientras tomaba asiento–. También hago que venga una persona una vez por semana para que nos prepare la comida, por lo que puedes tachar eso de tu lista.

–No sabía que tuviera una lista –comentó ella frunciendo el ceño.

–Te la estoy haciendo yo.

Daisy entornó los ojos.

–¿Y por qué ibas a hacer eso? ¿Y por qué iba a importar que sepas o no cocinar o si tienes a alguien que te prepare las comidas? Eso no tiene nada que ver conmigo.

Se acercaba el momento de decirle la parte más dura. No había razón para retrasar lo inevitable. Era mejor ir al grano.

–Tiene que ver mucho contigo porque quiero que Noelle y tú os mudéis aquí con nosotros. Estoy dispuesto a hacer lo que sea para conseguirlo.

Ella comenzó a negar con la cabeza antes de que él terminara de hablar.

–Olvídalo, Justice. No me interesa tenerte en mi vida del mismo modo que a ti no te interesa tenerme en la tuya.

Justice levantó una ceja.

–¿Preferirías compartir la custodia de Noelle?

–¿Cómo has dicho?

–Tú has dicho que es mi hija. Ahora que yo conozco su existencia, estoy dispuesto a ejercer de padre para ella. Solo hay dos maneras en las que eso podría salir bien. O vivimos juntos o llevamos a la niña de allá para acá entre tu casa y la mía. A mí me parece que en interés de la niña es mejor que vivamos todos juntos.

Daisy miró a su alrededor. A pesar del equipamiento de última generación todo tenía un aspecto frío. Vacío. Oscuro, incluso con unas luces tan potentes.

–¿Quieres que vivamos aquí, en medio de ninguna parte? –le preguntó ella con incredulidad–. ¿Qué vida es esa para una niña?

–Podemos solucionar algunas de tus objeciones –replicó él–. Hay razones por las que prefiero vivir en medio de ninguna parte.

–¿Como cuáles?

–¿Pretorius? Permiso, por favor.

Se produjo un momentáneo silencio.

–Cuéntaselo.

–Mi tío tiene un desorden de ansiedad social. Es una de las razones por las que me dejaron en acogida después de la muerte de mis padres. Los tribunales no consideraron que Pretorius fuera un tutor adecuado para mí.

La compasión se reflejó en el rostro de Daisy. Justice comprendió que era una parte innata de su carácter.

–¿Agorafobia?

–Seguramente es una parte del problema. En realidad, tiene problemas para relacionarse con las personas.

–Vaya… Yo tengo ese mismo problema… con ciertas personas.

Justice admitió la broma con una fría sonrisa.

–Él necesita aislamiento y yo valoro mi intimidad. Cuando cumplí los dieciocho años y no tuve ningún lugar al que ir, mi tío me abrió su casa aunque le costó mucho. Desde entonces, ha funcionado para nosotros. O, más bien, funcionaba.

–¿Debería yo asumir que algo ha cambiado?

Había llegado el momento de ser sincero con ella. Totalmente sincero.

–Sí. Cambió hace un par de años.

–¿Qué ocurrió hace un par de años?

De repente, el rostro de Daisy reflejó que lo había entendido todo perfectamente. Una profunda compasión se reflejó en su mirada.

–Oh, Justice. El accidente de coche…

–Sí. Me di cuenta de que lo que tenía no era suficiente.

–¿Y?

Justice eligió sus palabras con cuidado. Se sentía como si hubiera entrado en un campo de minas.

–Le pedí a Pretorius que modificara un programa que él había comercializado hacía unos años. Yo le di una serie de parámetros en los que se combinaban cualidades que eran importantes para mí, con características que podrían ser compatibles también con mi tío.

–No entiendo nada.

–Él me pidió que le encontrara una esposa –intervino Pretorius–. Una esposa que nos gustara a los dos.

Justice se enfado.

–Lo estoy contando yo.

–Y yo estoy completando las partes que tú pasas por alto.

–Iba a hacerlo. Solo quería que todo tuviera un orden lógico.

Pretorius soltó un bufido.

–Sí, claro.

Justice había tenido más que suficiente.

–Ordenador, cierra el circuito de la cocina y mantelo cerrado hasta que yo diga lo contrario.

–No. Quiero oír…

La voz de Pretorius se cortó a mitad de la frase. Justice respiró profundamente.

–Ahora, ¿dónde estaba?

–Creo que me estabas explicando cómo utilizaste un programa de ordenador para encontrar una esposa –comentó ella con cierta sorna.

–En su momento, tenía todo el sentido del mundo.

–Claro.

–El Programa Pretorius ha tenido mucho éxito a la hora de elegir el empleado perfecto para un puesto de trabajo. Como yo quería unos requerimientos bastante específicos para elegir esposa, Pretorius tuvo que alterar los parámetros.

–¿De qué clase de requerimientos y de parámetros estamos hablando?

–Eso no importa…

Desgraciadamente, ella no parecía estar dispuesta a abandonar ese camino.

–En la conferencia de ingenieros estabas buscando esposa, ¿verdad? Por eso te enfadaste tanto cuando descubriste que yo no era ingeniera.

–Es muy posible –admitió.

Ella se inclinó hacia delante y lo miró con extremada intensidad.

–¿Me estás diciendo que Pretorius diseñó un programa de ordenador que te ayudara a encontrar la esposa perfecta y que se suponía que ella debía estar en aquella conferencia?

Maldita sea.

–Sí.

–¿De verdad vas a admitir que tú pensaste que podrías entrar en aquella conferencia, examinar a las mujeres que el programa de tu tío había seleccionado y convencer a una de ellas para que se casara contigo?

Justice apretó los dientes.

–Los ingenieros somos personas muy lógicas. Las mujeres implicadas se habrían dado cuenta de que éramos la pareja perfecta.

Daisy se quedó boquiabierta.

–¿Y habrían accedido a casarse contigo allí mismo?

–Eso habría sido lo deseable, aunque no lo más posible.

–¿Tú crees?

–Sí, pero Pretorius me sugirió otra manera de conseguirlo.

–Ay, esto lo tengo que escuchar.

–Me sugirió que ofreciera a la candidata perfecta el puesto de mi ayudante. Eso nos daría la oportunidad de conocernos mejor antes de contraer matrimonio. También me ayudaría a mí a determinar si era aceptable para Pretorius.

–Vaya… No es un plan tan malo. Explícame una cosa. De eso hace casi dos años. ¿Por qué no tienes ya una ayudante/esposa?

–Parece ser que el programa de ordenador tenía un fallo.

–No me digas.

–Sí. Ahora me he dado cuenta de que hay ciertas cualidades que no se pueden adaptar a un programa de ordenador.

–Vaya. ¡A quién se le hubiera ocurrido pensar algo así! Tú dirás. ¿De qué clase de cualidades indefinibles estamos hablando?

Justice lo había pensado mucho a lo largo de los meses posteriores y había llegado a una única conclusión.

–Creo que debe haber sido química en naturaleza y, por lo tanto, extremadamente difícil de cuantificar.

–En cristiano, por favor.

Justice se puso de pie para darse un respiro.

–Yo no quería a ninguna de ellas. Te quería a ti –dijo sinceramente–. No es lógico y yo no puedo explicarlo, pero es así.

Daisy sacudió la cabeza y, para sorpresa de Justice, los ojos se le llenaron de lágrimas.

–No, Justice. No puedo volver a pasar por eso, y mucho menos cuando sé lo que verdaderamente sientes por mí. Que aún me crees responsable por haber perdido tu beca y por haber sido enviado a una casa de acogida horrible.

Él apoyó la cadera contra la encimera y se cruzó de brazos.

–¿La verdad?

–¿Me va a doler?

–No lo creo.

–Es ese caso, supongo que puedo afrontarlo.

–Hace seis meses, tres días, veintidós horas y nueve minutos llegué a una conclusión.

–¿Y qué conclusión es esa?

–Que incluso aunque hubiera sabido antes de hacer el amor contigo que iba a perder la beca, no creo que hubiera podido resistirme. Lo habría intentado por tu edad, pero, para ser sincero contigo, a los diecisiete años yo carecía de la madurez para tomar decisiones basada en el intelecto en vez de en los imperativos hormonales.

–¿Significa eso que me perdonas?

–No sería racional seguir guardándote rencor. Aunque ya no siento ira asociada con lo que ocurrió, sigo poseyendo un cierto nivel de resentimiento. Sin embargo, considerando que mi éxito en el campo de la robótica no se ha visto afectado negativamente por los acontecimientos, incluso el resentimiento es una respuesta poco razonable.

–Así es.

–También he decidido que no sé si nuestra relación tuvo un impacto negativo en tu vida. ¿Fue así?

–Sí.

Justice frunció el ceño.

–¿Cómo? No te quedarías embarazada, ¿verdad?

–No, nada de eso. Me dolió porque te marchaste sin decirme una sola palabra. Por supuesto, ahora comprendo el porqué. Sin embargo, en su momento me rompió el corazón –susurró–. Te eché tanto de menos…

Un extraño sentimiento se apoderó de él, un anhelo combinado con un dolor casi olvidado.

–Yo también te eché de menos –confesó–. No quería, dado que te culpaba de lo que había ocurrido, pero fuiste la primera amiga de verdad que tuve nunca.

–Justice…

Daisy se levantó de la silla y se arrojó a sus brazos. En aquel instante, Justice comprendió que había cometido un serio error de cálculo. Fuera lo que fuera lo que habían experimentado todos esos meses atrás, no se había disipado tal y como él había anticipado. Más bien, el anhelo se había hecho aún más grande. Podría no ser lógico, pero era una incuestionable verdad. Por lo tanto, tomó la única medida que le pareció razonable.

La besó.

De repente, tenía al alcance de la mano todo lo que había creído perdido.

El placer se apoderó de ella como una ola de burbujeante gozo. Le recorrió el cuerpo. No era amor, dado que no podía estar enamorada de él. Pasión. Lujuria. Atracción sexual. Todo esto lo podía aceptar, pero el amor no. Haría todo lo que estuviera en su mano para evitar que se formara un vínculo emocional con un hombre que se pasaba la vida suprimiendo los suyos. No podría enfrentarse a la desesperación y la desilusión una vez más.

La boca de Justice se deslizó por la de ella y profundizó el beso.

¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía Justice despertar una reacción tal en ella? Daisy separó los labios para permitir aquella deliciosa invasión. Justice era un hombre de lógica y control, pero ella sintió el momento exacto en el que el control se hizo añicos. La tocaba, la besaba y movía su cuerpo contra el de ella con un ritmo que los dos habían perfeccionado la última noche que pasaron juntos. A pesar del tiempo transcurrido, podría haber ocurrido la noche anterior, dado que los movimientos eran tan familiares como excitantes. Daisy no tuvo más remedio que rendirse al poder de los primarios sentimientos que se despertaban entre ellos cuando estaban juntos.

Justice le enmarcó el rostro entre las manos y la obligó a inclinar la cabeza para que pudiera explorarle más profundamente la boca. Daisy se perdió en el beso mientras que la dulzura de los recuerdos se deslizaba por encima de ella, evocando, por ejemplo, la última noche que estuvieron juntos, cuando él la había poseído incontables veces, siendo la última de una ternura y una dulzura casi insoportable. Ella sospechaba que había sido entonces cuando concibió a Noelle, porque la pasión les había hecho que se olvidaran de un cajón repleto de anticonceptivos. En ese momento, Justice la había marcado para siempre en el corazón, en el cuerpo y en el alma.

No… No… ¡No! ¿Cómo podía ser tan tonta?

Se apartó de él y puso la mesa de por medio. Había acudido allí con la certeza de que podría mantener a raya a Justice y había terminado en sus brazos a la primera de cambio. Maldijo en silencio y agarró su botella de agua para darle un largo trago mientras trataba de serenarse.

–Cuando dijiste que querías que Noelle y yo viviéramos aquí y que harías lo que fuera para conseguir que eso ocurriera…

–Siempre he visto que el refuerzo positivo funciona mejor.

–¿Serías capaz de chantajearme para que viviera contigo, Justice? –preguntó mientras volvía a tapar la botella–. O tal vez ese beso ha sido parte de tu refuerzo positivo.

–Ojalá funcionara. Si no, ¿qué puedo ofrecerte para convencerte de que hagas lo que yo te pido?

–¿Te das cuenta de que suenas como un ordenador cuando te pones tenso? El chantaje no te va a funcionar, Justice. Ni tampoco los besos.

–¿Y qué podría funcionar?

Daisy se acercó a la ventana y observó las contraventanas.

–¿Hay alguna manera de abrir esto?

–Ordenador, abre ventana en la cocina. Estación 1 A.

Se escuchó un suave rumor y poco a poco las contraventanas comenzaron a abrirse. Aquel lado de la casa daba a un hermoso valle que debía de ser maravilloso en la primavera. En aquellos momentos, ofrecía un aspecto duro y pétreo.

Aquella imagen le hizo darse cuenta de que no había sido del todo sincera con Justice sobre las razones que la habían llevado a localizarlo. En gran parte, había sido por su hija Noelle, pero había otra, una que le había ocultado, que le costaba admitir. Desde la noche que habían pasado juntos, ella había sido incapaz de pintar. Lo había intentado en incontables ocasiones, sin éxito. Parecía que su chispa creativa, el talento que se le había otorgado, se había evaporado como si jamás hubiera existido. Este hecho la había llevado a tomar medidas extremas, como el hecho de permitir que Jett utilizara todos los medios a su alcance para encontrar el paradero de Justice con la esperanza de enmendar algo que, evidentemente, se había estropeado tanto para Noelle como para ella misma.

Justice le había pedido que se quedara y ella quería hacerlo. Quería formar parte de su mundo y descubrir si podrían recuperar parte de la magia que habían compartido en el pasado. ¿Por qué dudaba cuando era eso precisamente lo que Justice le estaba ofreciendo?

Porque no era amor lo que le ofrecía.

Era una pena. Podía mudarse allí para ver qué pasaba o podía compartir la custodia de Noelle.

–Nada de chantajes, Justice. Además, no puedo comprometerme a vivir contigo permanentemente, pero estoy dispuesta a venir de visita como invitada tuya. Podemos probar unos meses para ver cómo funciona. Más o menos lo que tú querías con tu programa de ayudante/esposa. ¿Te parece?

–Por el momento. Sin embargo, yo no esperaría demasiado. El invierno se echa encima.

–No creo que tarde más de una semana en organizarme. ¿Hay espacio suficiente para todos?

–Esta casa tiene una docena de dormitorios. Los prepararé todos para que puedas elegir el que más te guste.

–¿Y Pretorius? ¿Cómo se sentirá él ante la idea de tener visitantes?

–Él tiene su propia parte de la casa, por lo que, mientras no te entrometas, estará bien.

Daisy asintió.

–En ese caso, nos veremos dentro de una semana –dijo.

Con eso, se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. Se detuvo en el último momento. En ese instante, aceptó una tremenda verdad.

–Nuestras vidas jamás volverán a ser las mismas. Todo cambió hace veinte meses y ya no hay vuelta atrás, ¿verdad? Para ninguno de los dos.

Sin mirar hacia atrás, ella se marchó.

Justice se quedó inmóvil mientras la casa quedaba sumida en un absoluto silencio. Regresó el ambiente frío, el aire hostil. Siempre había sido su casa, pero jamás había sido un hogar.

–Tienes razón. Ya no hay vuelta atrás –susurró–, pero de lo que no te das cuenta es de que yo no quiero volver atrás. Ya no puedo volver a vivir así.

Daisy apretó los dientes y trató de evitar otro bache más. Si terminaba quedándose con Justice allí durante algún tiempo, iba a tener que hablar con él sobre aquella carretera.

–Ya casi hemos llegado –exclamó Jett, muy emocionada–. Solo faltan dos kilómetros y cien metros y seguro que lo vemos.

–¿Vemos? –repitió Noelle, a pesar de que pronunciaba la uve más bien como una efe.

–Estamos rodeadas –le dijo a Aggie, su ama de llaves–. Es mejor que te vayas acostumbrando. Hay algo peor y estás a punto de conocerlo.

–Estoy segura de que podré soportarlo –dijo la tranquila Aggie.

Años atrás, Aggie había sido maestra de infantil. Se había jubilado antes de la edad debida para cuidar a su esposo durante una larga enfermedad. Desgraciadamente, cuando él murió, descubrió que todos sus ahorros se habían esfumado, por lo que no le había quedado más remedio que volver a trabajar. Este momento coincidió con el nacimiento de Noelle y la decisión de Daisy de que necesitaba ayuda con la cocina y con el mantenimiento general de la casa, en especial después de acoger a Jett. Contrató a Aggie sin dudarlo. Afortunadamente, habían congeniado muy bien y habían constituido una pequeña familia que a Justice no le quedaría más remedio que aceptar si quería que se quedaran en Colorado.

–¿Estás segura de que al señor St. John no le importará que nos hayas traído a todas? –le preguntó Aggie con un cierto nerviosismo.

–Las cuatro somos una familia. Eso significa que vamos todas juntas. No te preocupes. Justice estará encantado.

–No me puedo creer que esté a punto de conocer al hombre que hay detrás de Sinjin –dijo la muchacha.

–¿Finfin?

–Es tu papá, pelirroja.

–Papá…

La pequeña pronunció la palabra con claridad cristalina. Por alguna razón, este hecho hizo que Daisy se estremeciera. Aggie la miró con comprensión.

–Estoy segura de que será un padre fantástico.

–No hay duda de que Noelle lo necesita. Dios sabe que yo no puedo satisfacer todas sus necesidades.

–Ningún padre puede darle a su hijo todo lo que necesita. No es posible –afirmó Aggie–. Si tienes suerte, se puede cubrir la mayor parte de las necesidades entre los dos y esperar que familiares, amigos y profesores se ocupen del resto. Solo quererles es mas que suficiente.

¿Sería Justice capaz de amar? ¿Estaba programado en su disco duro? Solo el tiempo lo diría.

Cuando por fin llegaron frente a la casa, apagó el motor y dijo:

–Está bien. Ya hemos llegado. Que todo el mundo agarre su maleta y vayamos dentro.

Subieron los escalones y Daisy empujó suavemente la puerta. Se sintió aliviada al ver que se abría sin esfuerzo.

–¿Veis? –preguntó con tranquilizadora sonrisa–. Vayamos a la cocina y busquemos algo de beber mientras esperamos a Justice.

No tardó mucho. Un minuto más tarde, él entró en la cocina. Observó al grupo. Una mirada advirtió a Daisy que no estaba muy contento con la llegada de los invitados que no esperaba. Entonces, durante un doloroso momento, miró a su hija. Daisy sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas ante el intenso anhelo que se adivinaba en la expresión de su hermoso rostro. De repente, él bajó los ojos y se dio la vuelta. Daisy sospechó que no le había quedado más remedio para no perder el control.

–Dijiste una semana –gruñó–. Han pasado diez días, tres horas y catorce minutos.

–Lo siento. He tardado más de lo que esperaba en organizar a todo el mundo. Te mandé un correo con el cambio de fechas –dijo.

–¿Tienes un momento?

–Esperadme aquí –comentó–. Hay bebidas en el frigorífico, si es que podéis descubrir dónde está escondido.

Justice impidió que Daisy siguiera dando instrucciones. La agarró del brazo y la sacó de la cocina. Regresaron a la puerta principal y continuaron en la dirección opuesta hasta llegar a un enorme despacho que tenía una espectacular vista de las Rocosas. La estancia tenía el mismo aire de abandono que las anteriores, pero al menos tenía las contraventanas abiertas.

Allí, Justice comenzó a pasear de arriba abajo. Tenía aquella extraña esfera con la que le había visto en varias ocasiones. No hacía más que girarla y girarla para crear diferentes formas.

–Está bien. Tú dirás.

–¿Qué es lo que quieres que te diga? –le preguntó ella. Como si no lo supiera.

Justice la observó con la mirada entornada.

–Lo sabes muy bien, Daisy. ¿Quién diablos son esas personas?

E-Pack Jazmín B&B 2

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