Читать книгу E-Pack Jazmín B&B 2 - Varias Autoras - Страница 23
Capítulo 4
ОглавлениеA SIERRA le resultaba difícil de creer lo insolente que había sido con Coop la noche anterior.
Revivió la conversación mentalmente mientras preparaba a las niñas para que durmieran la siesta.
Se había enfrentado a su jefe, lo cual no era muy acertado. ¿Intentaba que la despidiera? O, aún peor, ¿trataba de darle motivos para que dudara que solo era la niñera de las mellizas? Pero todo aquello de que había cambiado de prioridades la había irritado. Además, no se lo había creído, sobre todo, después de comprobar cómo se la comía con los ojos cuando le había abierto la puerta del dormitorio en camisón. Y, si Coop creía que a ella le podía interesar un hombre como él, más le valía que dejara de soñar.
Aunque no podía negar que le había resultado levemente excitante. Y en honor a la verdad, Coop parecía alterado, como si supiera que estaba mal lo que hacía, pero no pudiera evitarlo, lo cual lo definía muy bien: trataría de cambiar, de ser un buen padre, pero no lo conseguiría por ser la clase de hombre que era.
Hacía mucho tiempo que nadie la miraba con intención sexual, y cualquier mujer se sentiría al menos un poco especial si se fijaba en ella un hombre guapo y rico, famoso por salir con actrices y modelos. Pero no se olvidaba de que era un mujeriego ni de que ella era una de los cientos de mujeres a las que había mirado del mismo modo.
Dejó a Fern en la cuna y fue a agarrar a Ivy, pero esta se había arrastrado hasta el otro lado de la habitación.
–Ven aquí –dijo mientras la tomaba en brazos y le mordisqueaba el cuello. Era la más tranquila de las dos, aunque Sierra creía que, si se la dejaba a su aire, tendría problemas. Se parecía más a ella en tanto que Fern había salido a su padre.
Sierra oyó la voz profunda de Coop que provenía de su despacho.
Hablaba por teléfono. Ese día estaba trabajando desde casa, o eso era lo que le había dicho. Pero ella no sabía en qué consistía ese supuesto «trabajo». ¿En sacar brillo a sus diversos trofeos? ¿En conceder entrevistas?
Aparte de regodearse en su fama, Sierra no estaba segura de en qué empleaba el tiempo.
Metió a Ivy en la cuna, besó a las niñas, y, al salir de la habitación, tropezó con Coop, que iba a entrar. Alzó instintivamente las manos para evitar el choque y acabó con ellas apoyadas en el fuerte pecho masculino, al tiempo que aspiraba el cálido y limpio aroma que emanaba de su piel. Y aunque era completamente irracional, se apoderó de ella el deseo de ponerle las manos en el cuello y abrazarlo.
Se apartó de él tan deprisa que la cabeza le chocó contra el marco de la puerta.
–¿Estás bien? –le preguntó él.
Ella hizo un gesto de dolor y se frotó la cabeza.
–Sí.
–¿Estás segura? Te has dado un buen golpe –le puso la enorme mano en la nuca, pero la tocó con delicadeza por debajo de la cola de caballo mientras buscaba una posible lesión–. No parece que te hayas hecho un chichón.
Ella experimentó una agradable sensación.
¿Agradable? Aquello era una locura. Como sabía la clase de hombre que era, sus caricias hubieran debido causarle repulsión.
Se apartó de la mano de él.
–Estoy bien, de verdad. Es que me has dado un susto.
Él frunció el ceño y se metió la mano en el bolsillo, como si se hubiera percatado de que no era correcto lo que había hecho. O tal vez le hubiera gustado tanto como a ella.
–Lo siento. ¿Dónde están las niñas?
–Acabo de acostarlas.
–¿Por qué no me lo has dicho? Me hubiera gustado darles un beso.
–Me pareció que estabas hablando por teléfono y no he querido molestarte.
–Pues la próxima vez dímelo –dijo él irritado–. Si estoy aquí, las niñas son lo primero.
–De acuerdo. Aún están despiertas, si quieres verlas.
La expresión de él se suavizó.
–Solo un momento.
Entró en la habitación y Sierra fue a la cocina. Coop se tomaba muy en serio lo de estar con las niñas. Pero ¿por cuánto tiempo? Probablemente fuera una novedad para él lo de hacer el papel de tío dedicado, pero estaba segura de que no tardaría en recaer en sus antiguas costumbres y dejaría de tener tiempo para darles un beso de despedida.
–¿Qué es esto? –le preguntó con insolencia la señora Densmore mientras sostenía los biberones vacíos.
–Los biberones.
El ama de llaves le lanzó una mirada asesina.
–¿Y por qué están en la encimera y no en el lavaplatos?
–Porque todavía no los he metido.
–Todo lo que se use en la cocina hay que meterlo en el lavaplatos o lavarlo a mano. Y todo lo que usted o las niñas ensucien tiene que limpiarlo.
–Ya lo sé –era la tercera vez que la señora Densmore la sermoneaba–. Iba a limpiar después de acostar a las niñas. Cuidarlas es lo primero.
–También he visto que hay una cesta de ropa sucia de usted en el lavadero. Quiero recordarle que tiene que encargarse de lavar sus cosas: la ropa, las toallas y las sábanas. Trabajo para el señor Landon y para nadie más. ¿Está claro?
Sierra apretó los dientes.
–Como la lavadora estaba funcionando, he dejado ahí la ropa hasta que termine.
Sierra no había hecho nada que pudiera ofender al ama de llaves, por lo que no entendía por qué estaba de mal humor.
–Como le he dicho muchas veces al señor Landon, acepté este empleo porque no había niños ni niñeras. No me pida que cuide de las mellizas. Son responsabilidad suya.
Como si Sierra quisiera que las niñas se acercaran a aquella bruja.
–Lo sé perfectamente, gracias.
La señora Densmore le dio los biberones y con la cabeza muy alta se dirigió al lavadero, que estaba detrás de la cocina. Y aunque era mezquino e inmaduro, Sierra hizo un gesto obsceno a sus espaldas.
–Eso no es propio de una señorita.
Ella se dio la vuelta y vio que Coop la observaba con una sonrisa irónica.
–Me alegro de que las niñas no lo hayan visto –añadió.
Ella se mordió el labio inferior y escondió las manos tras la espalda.
–Lo siento.
Coop se echó a reír.
–Es broma. Yo hubiera hecho lo mismo. Y tienes razón, las niñas son lo primero. El lavaplatos puede esperar.
–No sé por qué le caigo tan mal. Tendría que estar contenta de tenerme aquí, ya que no tiene que cuidar a las niñas.
–Hablaré con ella.
–Tal vez no debieras hacerlo. No quiero que crea que me he chivado, lo cual empeoraría las cosas.
–No te preocupes, ya me encargo yo.
Coop fue al lavadero y cerró la puerta. Aunque Sierra estuvo tentada de apoyar la oreja en ella para escuchar lo que decía, decidió que era mejor meter los biberones en el lavaplatos. Él volvió al cabo de unos minutos con una sonrisa de satisfacción.
–No volverá a meterse contigo. Si me necesitas, estaré en el despacho.
Lo que le hubiera dicho a la señora Densmore había funcionado. Al cabo de unos minutos salió del lavadero, roja de vergüenza o de ira, y no le dirigió la palabra ni la miró. Y así siguió hasta la hora de la cena, en la que sirvió un guiso mexicano tan delicioso que Sierra repitió.
Se había sorprendido cuando Coop la invitó a cenar con él en el comedor, pues había supuesto que la trataría como a cualquier otra empleada y que comería en la cocina con las niñas. Porque seguro que él no quería que dos bebés le molestaran durante la comida. Pero Coop había insistido. Así que ella se sentó en un extremo de la mesa con Ivy en su trona y él lo hizo en el otro con Fern, a la que iba dando de comer al mismo tiempo que él comía. Cuando la niña comenzó a negarse a comer más, Sierra se ofreció a hacerse cargo de ella, pero él se negó, le limpió la cara y se la sentó en el regazo mientras terminaba de comer.
Después de cenar, él encendió la televisión en el salón, se tumbó en el suelo y estuvo jugando con las niñas mientras ella, sentada en el sofá, se sentía excluida.
Era evidente que las niñas lo adoraban, lo cual la asustaba mucho. Y no porque pensara que le fueran a querer más que a ella, sino porque creía que él se aburriría y se cansaría de hacer de padre. Todavía no se había recuperado del impacto de la muerte de su hermano, pero eso pasaría y volvería a salir de juerga y a perseguir a las mujeres. Y, cuando lo hiciera, ella estaría allí para ofrecer a las niñas la estabilidad que necesitaban. Ella sería la persona en quien podrían confiar.
A la hora de acostarlas, Coop la ayudó a ponerles el pijama. Les dio un beso de buenas noches y las metieron en las cunas.
Al salir, Sierra agarró la ropa sucia y apagó la luz.
–Voy a meterla en la lavadora.
–No tienes que lavar la ropa de las niñas. Déjasela a la señora Densmore.
–No me importa. También quiero lavar algunas cosas mías, a no ser que prefieras que lave la ropa de las niñas por separado.
Él la miró confuso.
–¿Por qué iba a preferirlo?
–Hay personas muy quisquillosas con la forma de lavar la ropa de sus hijos.
–Pues yo no lo soy.
Sierra metió la ropa en la lavadora y observó que el lavadero estaba escrupulosamente limpio por obra de la señora Densmore. No había ni una mota de polvo, como tampoco la había en la casa.
Abrió el armario para sacar el detergente y el suavizante, los echó en la lavadora y la puso. Al guardarlos, dejó los envases mal colocados a propósito mientras sonreía.
Al salir vio que Coop estaba sentado en un taburete junto a la encimera central con dos copas de vino tinto. Le acercó el otro taburete con el pie.
–Ven a relajarte. Esta noche me apetecía tinto. Espero que te guste.
Sierra había supuesto que lo de tomar vino juntos no volvería a repetirse.
–No tienes que ofrecerme vino todas las noches.
–Ya lo sé.
No estaba segura de que le gustara la idea de que aquello se convirtiera en una costumbre. Y no porque le importara relajarse tomándose una copa de vino al final del día. Lo que la ponía un poco nerviosa era la compañía, sobre todo cuando él estaba sentado tan cerca. La noche anterior había pensado que se abalanzaría sobre ella, cosa que no había hecho, desde luego. Se había portado como un perfecto caballero.
–¿Nos sentamos en el salón? –propuso ella.
–Claro.
Lo que ella preferiría sería llevarse la copa a su habitación y acurrucarse en la cama a leer una novela de misterio, pero no quería ser grosera.
Él se sentó en una silla al lado de la ventana y Sierra lo hizo en una esquina del sofá. Él estaba a unos metros de ella. Entonces, ¿por qué se palpaba la tensión en el ambiente? ¿Y por qué no podía dejar de mirarlo?
Coop bebió un sorbo de vino y se apoyó la copa en el estómago, tan fuerte y perfecto como el resto de su cuerpo, sosteniéndola con las manos.
–¿Qué te parece el vino?
Ella dio un sorbo. No entendía de vinos, pero le gustó mucho.
–Me gusta. Parece caro.
–Lo es. Pero ¿qué sentido tiene poseer mucho dinero si no puedo disfrutar de lo mejor? Lo que me recuerda que hoy he hablado con el decorador. Tiene otro proyecto entre manos, por lo que no podrá verte hasta dentro de tres semanas. Si te parece que es demasiado tarde, puedo buscar a otra persona.
–No tengo prisa.
–¿Estás segura?
–Segurísima, pero gracias por querer que me sienta cómoda –aunque la realidad era que no pisaba su habitación salvo para dormir.
–Quería haberte preguntado ayer por tu padre. Dijiste que lo ibas a cambiar de residencia.
–El sábado por la mañana, una ambulancia lo llevará a la nueva.
–¿Tienes que estar allí?
Aunque tuviera que hacerlo, debía estar con las niñas.
–Está en buenas manos. Iré a verlo el domingo, en mi tiempo libre.
–No tienes que esperar a que sea domingo para verlo. Puedes hacerlo cuando quieras. No me importa que te lleves a las niñas.
–Pero va a estar en Jersey. No tengo coche y llevarlas en tren o en autobús puede ser una pesadilla.
–Usa mi coche.
–No puedo. No sé conducir.
–¿No has aprendido?
–Siempre he vivido en la ciudad y no lo he necesitado. Y teniendo en cuenta el precio de la gasolina, lo más sensato es utilizar el transporte público.
–Entonces, ¿quieres que te lleve? Podríamos ir el sábado, cuando lo trasladen.
¿Qué? ¿Por qué querría dedicar parte de su tiempo a llevarla a Jersey? Seguro que tenía cosas mejores que hacer.
–No es necesario.
–Quiero hacerlo.
Ella no supo qué decir. ¿Por qué era tan amable? ¿Qué más le daba que viera o no a su padre? Era su jefe, no un amigo.
–Me estás mirando de una forma muy extraña –prosiguió él–. O no estás acostumbrada a que la gente sea amable contigo o te estás preguntando cuáles son mis motivos.
Las dos cosas, y era espeluznante la forma en que siempre sabía lo que ella pensaba.
–Seguro que tienes otras cosas que…
–No, no tengo nada que hacer este fin de semana –hizo una pausa y añadió–: Y que conste que no tengo motivos ocultos.
A ella le resultó difícil creerlo.
–¿Estás seguro de que no es una molestia?
–Totalmente. Y estoy convencido de que a las niñas les gustará salir de casa.
Era evidente que Coop no iba a aceptar una negativa, y ella quería estar con su padre cuando lo trasladaran.
–Llamaré mañana a la residencia para que me digan a qué hora llegará la ambulancia. Podríamos llegar media hora antes y seguirla hasta la nueva residencia.
–Dímelo cuando lo sepas para estar preparado.
–Gracias.
Él entrecerró los ojos.
–Sigues preguntándote por qué lo hago. Parece que tienes ideas preconcebidas sobre mi forma de ser.
Ella no podía negarlo. A él le sorprendería saber lo mucho que sabía de su vida. La verdad, no los rumores y conjeturas. Pero no podía decírselo.
–Aunque no te lo creas, soy un tipo bastante decente. Y bailo mejor que la media de la población.
–Tengo un problema de confianza –afirmó ella.
–Supongo que necesitas tiempo para aceptar que no soy un mal tipo.
Sierra no entendía por qué le preocupaba lo que pensara de él. ¿Era tan agradable con todos los empleados? Claro que solo llevaba trabajando allí dos días, pero no le había visto ofrecer una copa de vino a la señora Densmore ni prestarse a llevarla a algún sitio. Estaba convencida de que tenía que ver con el hecho de que ella era joven y de que la mayoría de los hombres la consideraba atractiva, pero no una belleza ni el tipo de mujer con que él solía salir.
Pero, si creía que por mostrarse amable iba a acostarse con él, que por ser rico y famoso y más guapo que la media se le iba a caer la baba por él, estaba muy equivocado.