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Seis

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Mamita, Luigi no quiere ir a ver a la bebita. Dice Kike que no es de nuestra familia porque está muy gordita. Yo sí quiero ir. Tiene muchos pelos, ¿no? Seguro se va a poner más bonita. En algún día. Ponle Silvia, como mí.

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Mamá, soy Kike. La Silvia no hace sus tareas y cuenta muchas mentiras. Ayer le dijo a la profe del Carmelitas que ella no tenía papá. Hoy casi le saco la mugre al Luigi porque me dijo “gringo”, pero me aguanté para que me preste sus chipunes. Amo mucho a tu bebita. Es mi hermana preferida.

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Maa, no quiero ir a la clínica con la tía Celia. Voy a jugar fulbito ajuera. Quiero meter un golazo para la bebita. Psst... Kike dice que no la quiere. Pero tú no le creas, ¿ya? Todos estamos bien. Mejor no le doy bola a Silvia porque quiere que te diga que llora como cebolla y que le reza a la Virgen nosequé para que no la cambies. Pero yo no noto nada. Maa, porfa, ríete mucho, mucho, para que tu leche no se poinga como limón. Gregoria dice que, si no, no le va a gustar a la bebita.

Un día después de mi nacimiento, mi mamá desplegaba tres cartitas mal dobladas, salpicadas de manchas, llenas de corazoncitos extraviados y escritas con letras borrachas que me daban la bienvenida.

Sus tres diablillos (disfrazados de Reyes Magos) le hacían llegar, uno por uno, su ofrenda de palabritas, sin saber que esas cartas caracterizarían por siempre mi historia familiar y personal.

El 7 de marzo, llegué cuarta a la línea de atención de mi madre. Primera al orgulloso estreno de mi padre. Primerísima a los miedos y escrutinio de mis tres medio hermanos.

Con los años, casi nada cambiaría entre nosotros.

Crecimos juntos y mal revueltos, en un caserón donde residían personajes de Macondo, Todas las sangres y la Saga de los Nibelungos. Éramos quince, entre abuelos omitidos, padres distraídos, hijos enredados, tías postizas, primos prestados, nanas, cocineras, jardineros, fantasmas muertos en vida y espíritus renegados.

Ese primer 25 por ciento de mi vida contrapuesta, anónima y libre de supervisión me enseñó las ventajas del sigilo y las medias tintas, a medir mis fuerzas y a templarme. Pero también me instigó a explorar el mundo en búsqueda de mi individualidad.

El 75 por ciento restante me ha llevado a absorber, casi aburrida, todas esas culturas y países en los que he vivido. Y a reconocer el hogar de mi infancia como la más aguda maestra. No aguanto ni llorones ni verdades absolutas. No busco el balance, veo en el cambio la fuente de vida. Desprecio la indiferencia y el miedo a lo nuevo. Y sé que donde hay conflictos, hay energía.

Solo se lo diría a un extraño

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