Читать книгу Solo se lo diría a un extraño - Varios autores, Carlos Beristain - Страница 3

Prólogo

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Cada vez que inauguro un nuevo taller de escritura, hago lo mismo: parcho mi “falta de”, mi “inexperiencia en”, la ausencia del cartón pedagógico, pero, sobre todo, parcho la altanería de armar un taller (y cobrar por él) cuando apenas tengo un librito publicado y una novela que viene hongueándose en mis archivos de computadora.

Entonces, me pregunto si para este libro también tendría que hacer el disclaimer. Advertirle al lector que lo que está por leer no comprende valores de una literatura sofisticada ni académica. Prepararlo para encontrarse con historias frívolas, pequeñas, limeñas. Me lo pregunto y no tardo en responderme. Quizás porque esta vez no se trata de mí sino de ellos.

Dicté mi primer taller de escritura en el año 2014, en un pequeño estudio de Miraflores que hoy es solo un recuerdo. Busqué amigos a quienes les intuía un deseo, o al menos una curiosidad, por la escritura. Les envié un tímido mail con la propuesta: unirse a aquel primer taller, aunque yo no tenía la menor idea de cómo lo iba a estructurar. Tengo buenos amigos y, quizás por eso, la mayoría me dijo que sí. Desde entonces, y hasta que arrancó la pandemia, dicté talleres presenciales casi ininterrumpidamente. Siempre a grupos compuestos por hombres y mujeres, de profesiones distintas, con edades diferentes, casados, solteros, divorciados, famosos, políticos, gerentes generales o desempleados. Con el tiempo, dejaron de ser talleres exclusivos para amigos y comenzaron a llegar los extraños.

La primera gran revelación que obtuve dictando los talleres fue la necesidad que tenía la gente de contar sus cosas, y no precisamente aquellas que los hacían quedar bien. Entonces, mediante ejercicios y juegos, me dediqué a generar confianza entre los miembros de cada grupo para que se sintieran con la libertad (nunca con la obligación) de escribir sobre lo que les diera la gana, sin temor a ser juzgados. Eso, en una ciudad como Lima, donde todos tienen una opinión sobre todo, era bastante liberador. Para mi suerte, mis estrategias dieron buenos resultados y, en los encuentros, empezaron a desplegarse historias íntimas, dolorosas, prohibidas y, por supuesto, sumamente seductoras.

La escritura era sin duda nuestra herramienta, pero también la excusa para confesarnos, era la música de aquel strip-tease colectivo y voluntario, la moneda que nos permitía escuchar y ser escuchados. No puedo negar que, en cada una de las consignas que dejaba, escondía una imperativa para que cada autor buscara su verdad, a pesar de que sabía que aquello podría incomodarlos. Y es que los textos honestos siempre me han resultado irresistibles.

Pero no era solamente por puro placer que hincaba a mis alumnos. Haber escrito toda mi vida me enseñó del poder íntimo y revolucionario que comprende el acto de llenar una hoja de papel con lo que nos jode y nos duele, con nuestras fantasías y frustraciones. Pero, con el tiempo y mi desfachatez en las redes sociales, aprendí que ese poder se multiplicaba con la presencia del otro. Cuando somos leídos o escuchados, reivindicamos a nuestros monstruos, y si eso ocurre de manera colectiva (como sucede en los talleres), entonces logramos que se hagan amiguitos de otros monstruos incluso más feos y temerosos que los nuestros.

Uno podría sospechar, entonces, que este libro estará plagado de catarsis personales y que la escritura, más que una herramienta, fue un pretexto terapéutico para sanar. Lamento informarles que de mis talleres nadie ha salido sano ni cuerdo.

Este libro no es más que la consecuencia de veintiséis encuentros entre extraños, que hoy abandonan ese apellido para compartir linaje en estas páginas. Nos encontró en el marco de un confinamiento obligatorio que, además de hallarnos aburridos y desubicados, nos descubrió un poco solos y perdidos. Pero, esta vez, con tiempo para mirarnos. Pero mirarnos de verdad y no de pasadita, como veníamos haciendo en esa vida de agendas abultadas y planes a largo plazo. La gran paradoja de estos talleres virtuales fue que la distancia espacial, lejos de separarnos, nos acercó de inmediato, abriendo rápidamente campo a la confianza. Supongo que la posibilidad de poder desaparecer con solo cerrar la laptop colaboraba con el atrevimiento.

¿Por qué tendríamos que ponerle el parche, entonces, a un libro que reúne los textos de una amistad nacida a través de una pantalla, cuyo vínculo principal fueron las palabras y la verdad? Por ninguna razón, me respondo. Lamento entonces decepcionar a los amantes del disclaimer, porque no voy a hacer uno. No tenemos nada qué explicar o, en todo caso, todo lo que tengamos que explicar lo encontrarás en las siguientes páginas.

Solo se lo diría a un extraño es el espejo de aquellos que se animan. Es un homenaje a todas esas personas que tienen una idea y la llevan a cabo. Es un sacudón para los que siguen esperando una señal mística que los empuje a saltar. Es un puñete en la quijada para los aguafiestas. Es una muestra de que los hombres y las mujeres no somos tan distintos, pero tampoco iguales. Es un tributo a los nuevos amigos y una reivindicación de los extraños. Es un compendio de relatos sin fecha de nacimiento ni velas de cumpleaños. Sin lentejuelas, sin push-up, sin botox, sin nada que nos disfrace. Es la reunión de veintiséis personas geniales que simplemente se vieron en la urgencia de narrarse y que, al hacerlo, descubrieron que mostrarse vulnerables era un acto de valentía.

Chiara Roggero

Solo se lo diría a un extraño

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