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Ocho

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Cortar las raíces de un niño y extraerlo del Perú, teniendo cuidado en retirar su colegio y sus veranos en Santa María. Inmediatamente después, llevarlo a una isla caribeña y dejarlo remojar durante tres años en un colegio mixto de monjas. Batir vigorosamente hasta eliminar los grumos del shock cultural. Sazonar con repartición de periódicos, armado de aviones a escala y juegos bajo el sol y la lluvia. Espolvorear con infelicidad parental.

Alcanzado el termino medio, llevarlo a Venezuela por aproximadamente ocho años a fuego alto. Aderezar su colegio con valores jesuitas e hidratar constantemente mientras se añade agua turquesa de playas y vegetación de montañas, sin tapar, hasta que se evapore del todo. Dejar fluir su adolescencia con grandes amigos, drogas, música de los ochenta y ron con Coca Cola. Sellar con una ruptura de corazón. Revolver todo hasta obtener una masa homogénea.

Sin engrasar el molde, regresarlo al Perú. Colocar la masa en una olla de presión durante cinco años de estudios de Economía hasta el quinto superior de cocción. Humedecer a gusto y rociar los fines de semana con arena del desierto en moto y salpicar con un chorrito de chicas vainilla. Mezclar lentamente.

Con la base y el relleno a punto, ya debe apreciarse su completa transformación. Es momento de ahumarlo con trabajos en bancos y un MBA fuera. Finalizar la reducción casándolo, reproduciéndolo y pasándolo por una trituradora corporativa y empresarial hasta que suelte todo su jugo y esencia.

Dejar reposar para que alcance el color deseado y la textura correcta. Servir con un aderezo de orgullo, miedo y felicidad.

Comerlo lentamente con una pizca de sal.

* Advertencia: algunos ingredientes se sirven semicrudos y pueden causar reacciones tóxicas en determinadas personas.

Solo se lo diría a un extraño

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