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INTRODUCCIÓN I. LA «COLECCIÓN PGM »

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Desde comienzos del siglo pasado se conocía la existencia de varios papiros de contenido mágico o, como se pensaba en un principio, gnósticon 1 . Algunos, quizá los más importantes por su envergadura y la complejidad de su contenido, habían sido adquiridos en las mismas localidades de su descubrimiento, especialmente Tebas y El Fayum, por los infatigables buscadores de papiros y antigüedades, Anastasi, cónsul de Suecia en Egipto a la sazón, así como el francés Mimaut y el inglés Salt. Todos, a su vez, fueron a parar a los grandes museos de Europa: Berlín, París, Leiden, Londres, Oxford, etc., y allí catalogados y brevemente descritos.

El primer atisbo sobre su contenido se debe a la publicación de algunos breves fragmentos del P XII por C. J. Reuven en su Lettre à M. Letronne (Leiden, 1831). Pero habría que esperar veinte años para que se produjera la primera publicación formal de un papiro mágico; ésta se debe a CH. W. Goodwin y se trata del P V (núm. XLVI del Museo Británico) 2 . Ello despertó, naturalmente, un interés extraordinario por el tema, aunque todavía tenían que transcurrir unos años más para que G. Parthey editara P I y P II (1865) 3 y, veinte años más tarde, C. Leeman hiciera lo propio con los PP XII y XIII basándose en las lecturas que Reuvens realizara años antes 4 . Posteriormente, entre 1888 y 1893, el vienés C. Wessely 5 edita los PP III-X, por lo que, con el final del siglo, se cierra la primera etapa de investigación.

Ahora bien, pese a los ingentes esfuerzos de los editores arriba mencionados, los resultados dejaban mucho que desear. La papirología estaba en mantillas y la labor, de C. Wessely especialmente, fue un tanto apresurada. Las ediciones de este autor, por ejemplo, presentan una simple transcripción del texto sin acentos, numeración ni aparato, lo que revela la inseguridad del aficionado y la falta de rigor del pionero.

No obstante, publicado ya para 1893 prácticamente todo el material más importante —el comprendido entre los PP I-XIV—, tanto por el contenido como por la cantidad, se abrió la posibilidad de ser aprovechado por los eruditos en historia de la religión y de la cultura. De esta forma, desde principios del presente siglo hasta los años treinta se produce un aluvión de publicaciones de toda índole sobre los papiros mágicos, y, en manos de hombres como A. Dieterich y R. Reitzenstein, la hermenéutica de los mismos alcanza niveles francamente notables, aunque estuviera, naturalmente, viciada por las exageraciones a que suele inducir el entusiasmo de los grandes descubrimientos. De manera que A. Dieterich 6 cree ver en IV 4 nada menos que una «Liturgia de Mitra», y R. Reitzenstein 7 , por su parte, destaca, una y otra vez, en sus escritos, los elementos «subservientes» a su conocida tesis sobre el influjo iranio en el sincretismo religioso de la época helenística.

Fue, precisamente, el primero de ellos, A. Dieterich, quien sintió la necesidad de poner un poco de orden y rigor en el corpus de papiros mágicos ya que las primeras ediciones, aparte de los fallos de lectura que contenían, no satisfacían las exigencias mínimas para ser utilizados científicamente ni tampoco ayudaban al profano, al carecer de traducción, para atisbar su contenido. Cierto que la intención originaria de este erudito no era demasiado ambiciosa; quería, simplemente, revisar y editar el Gran Papiro Mágico Parisino como entonces se llamaba a P IV. La muerte le impidió concluir incluso este objetivo, pero ya había sembrado en sus discípulos K. Preisendanz, L. Fahz y A. Abt el interés por este sector de la filología y la cultura griegas, y éstos, a su muerte, reemprendieron la labor, ahora con un objetivo mucho más ambicioso: revisar y editar con traducción, numeración y aparato, tanto crítico como hermenéutico, todo el material mágico de papiros, óstraca y tablas, publicado o no.

Mas, como suele suceder con proyectos muy ambiciosos, y dándose, además, la circunstancia de que se iniciaba en los difíciles años que precedieron a la Primera Gran Guerra, dicho proyecto iba a tener una historia muy alterada por vicisitudes de toda índole. En la dirección del proyecto pusieron a un reconocido especialista, R. Wünsch, que le dio un gran impulso, hasta el punto de que en 1913 ya habían salido de imprenta las galeradas del primer volumen. Pero al año siguiente estalló la guerra y R. Wünsch murió en combate; más tarde, A. Abt y G. Möller (encargado de los pasajes en copto) sufrieron el mismo destino. Ello hizo que se replanteara de nuevo el proyecto con la entrada en el equipo de S. Eitrem, afamado especialista ya entonces, y el orientalista A. Jacoby colaborando en la interpretación del material lingüístico no griego. K. Preisendanz tomaba entonces la dirección.

En 1928 vio, por fin, la luz el primer volumen que contenía los PP I-VI. El segundo volumen, PP VII-LX, haría su aparición en 1931 y el tercero, PP LXI-LXXXI, diez años más tarde, en plena Segunda Guerra Mundial. Un cuarto volumen de Índices, que ya estaba en imprenta, se perdió en los bombardeos que afectaron a los locales de la Editorial Teubner, y actualmente es conocido solamente a través de fotocopias.

Pese a la revisión de A. Heinrichs, que, entre 1973 y 1974, publicó en la nueva Teubner de Stuttgart una segunda edición verbesserte (corregida y aumentada) en dos volúmenes, las vicisitudes sufridas en la elaboración y edición del material se dejan sentir. El actual corpus de PGM no responde a los objetivos que se trazaron sus editores ni a las expectativas que despertó el proyecto. Cierto que el texto fue concienzudamente revisado, aunque, debido a las dificultades de la época, a menudo en reproducción fotográfica, pero existen multitud de pasajes de lectura dudosa e interpretación incierta. El aparato es caótico mezclando lo propiamente textual con lo hermenéutico y, además, resulta insuficiente, porque, como el propio K. Preisendanz lamenta en la Introducción, por motivos económicos y de tiempo no se pudo incluir todo lo que se había publicado hasta el momento desde el punto de vista de la interpretación de pasajes o palabras concretas.

Ello hace que no haya podido convertirse en un texto canónico de los papiros mágicos y que, en ocasiones, cada filólogo que cita un pasaje de la Colección ofrezca su propia lectura u otras alternativamente propuestas por otros filólogos.

En un aspecto sí es canónico y es en la numeración de los papiros. Hasta la aparición de PGM se citaba por el número de signatura del papiro en cuestión o por el nombre del coleccionista, por ejemplo: Papiro Leiden J. 384, o Papiro Mimaut. En la actualidad, con algunas excepciones naturalmente, se citan por la numeración de K. Preisendanz. Y no es que ésta sea especialmente recomendable; el mismo editor lamenta que en la secuencia de papiros no haya un parámetro ordenador de los mismos, ya sea cronológico, geográfico o interno. Su orden es willkürlich (arbitrario), como ya lo impusiera R. Wünch. Nosotros habríamos deseado introducir una numeración nueva basada en criterios lógicos, pero, dada la aceptación antes señalada, seguimos fielmente la de K. Preisendanz, y, solamente, para facilitar la búsqueda de pasajes y para ordenar los contenidos dentro de cada papiro, hemos subdividido éstos en párrafos con numeración árabe.

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