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3. Punto de partida: la ética planetaria y la fraternidad universal

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En el 2001 el teólogo brasileño Leonardo Boff escribía un libro titulado Ética planetaria desde el Gran Sur, en el que subrayaba la palabra “Gran” para “hacer expresa la voz de la población humana que no solo proviene del sur pobre y excluido, sino del sur que hoy en día, también está dentro del Norte y hacernos un planteamiento ético para dar respuestas a la problemática global” (López-Alzate, 2013). Por esto el Papa Francisco traduce la ética en términos de equidad entre el norte rico y el sur pobre que paga las consecuencias del deterioro del medio ambiente:

La inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales. Porque hay una verdadera “deuda ecológica”, particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países. (LS 51)

La ética planetaria se genera a través de tres principios esenciales, no solamente para las relaciones humanas-ambientales, sino que son también esenciales para la propia vida y tienen que ver con los Derechos Humanos. Estos son: el cuidado, la responsabilidad y la solidaridad.

El cuidado es un principio que se basa en el amor y en el cariño. Uno cuida lo que ama y lo que ama es lo más cuidado, por esto la ética planetaria va contra una ética del descuido que es antropocéntrica, utilitarista y consumista. En este sentido el Papa Francisco dice: “El descuido en el empeño de cultivar y mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber del cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior conmigo mismo, con los demás, con Dios y con la tierra” (LS 70).

La ética de la responsabilidad nos pone frente a un “otro” que nos interpela y nos interroga con su sola presencia haciéndonos responsables de las consecuencias sobre nuestros actos, que impactan de alguna forma en ese otro, por esto en la Encíclica se advierte que “cuando la persona humana es considerada sólo un ser más entre otros, que procede de los juegos del azar o de un determinismo físico, ‘se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad’” (LS 118). Por esto, la ética de la responsabilidad tiene que ser una responsabilidad ilimitada, es decir, una conciencia que no se detenga en los límites de las imposibilidades. Para superar las imposibilidades hay que pensar en acciones concretas a partir de las virtudes, en especial de la hospitalidad, de la tolerancia y del compartir.

La solidaridad tiene que ver con el bien común, por esto la tierra es el mayor bien común que debe ser compartido solidariamente.

En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres. (LS 158)

Ahora bien, se ha llegado al momento de profundizar el último eje de este punto de partida que es la fraternidad universal. Este último eje no sólo tiene una dimensión social, sino también religiosa, dado que:

La fraternidad es una creencia: una sabia mezcla de conocimiento y fe en la que se implica el hombre entero. La conocemos en la medida en que creemos en ella; y puesto que la fe tiene dos movimientos: el del asentimiento y el de la adhesión, sólo es posible saber qué es la fraternidad si vivimos fraternalmente con el otro hombre, con el otro naturaleza y con el Otro Dios. (Calvo Orcal, 2009)

Podemos decir que la fraternidad es un movimiento del Espíritu que relaciona todo con todo en el amor, por esto en la encíclica afirma que:

El amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca puede ser un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos que haga. Por eso es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad nos lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes, aunque no se sometan a nuestro control. Por eso podemos hablar de una fraternidad universal. (LS 228)

Las potencialidades evangélicas de este punto de partida son potencialidades liberadoras que se dan en el proceso histórico salvífico y, por lo tanto, son más complejas de lo que hemos desarrollado, ya que tienen su vinculación con lo social, cultural, político y económico. La crisis ecológica nos despierta para nombrar a las realidades de la naturaleza como hermanos; esta es la profundidad de la espiritualidad franciscana, en definitiva, la espiritualidad de la Laudato Si’ y la praxis más liberadora que nos propone vivir, ahora sí, el magisterio de la Iglesia.

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