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Capítulo 6
ОглавлениеPronto comprobé que, además de servirse frío, el plato de la venganza requería de una compleja elaboración.
La concreción de los objetivos fue relativamente sencilla. Más difícil fue determinar el orden de ejecución. Antes que nada, tenía que localizar a mis víctimas, y una vez resuelta esta cuestión, debía averiguar su rutina, ocupaciones, aficiones y puntos débiles, lo que implicaba tener que clasificarlos en base a diferentes criterios, como la distancia a la que se encontraban, complejidad técnica y logística que requería cada operación, o el momento más oportuno para llevarla a cabo, entre otras consideraciones.
Completar esta primera fase me había llevado casi dos meses de plena dedicación, pero había valido la pena: incluso había confeccionado un esquema colgado en la pared, idéntico a los organigramas policiales con fotos de delincuentes de las películas.
En la cúspide se encontraba Edgar Delaunay, mi odiado excolega. Era un trepa que, para ascender, fue soltando mierda sobre mí hasta que me echaron de mi trabajo como programador. Fue el mayor golpe de mi vida. Mi carrera hecha pedazos. Desde entonces, había soñado con destruirle de mil maneras distintas, a cada cual más atroz. El problema era que, como gran canalla que era, había estado implicado en un desfalco en la empresa y había salido del país por piernas. Llevaba años buscándolo, pero era como si se lo hubiera tragado la tierra. No obstante, aquello no me desanimaba; había mucha carne para meter en el asador antes de llegar a los dulces.
Primero les tocaba el turno a mis excompañeros del instituto: Jules, Charles, Nicole, Brigitte, Yasser… y Michelle. Para ella tenía preparado algo muy especial.
También había incluido al taxista que me había tratado como una mierda al regresar de mi pueblo. No sabía su nombre, pero ya lo averiguaría. Había diseñado un Desafío expresamente con ese propósito.
Y, finalmente, la traca final (nunca mejor dicho): el Fnac de los Campos Elíseos, mi antigua facultad, el Parque de los Príncipes… Pero no hay que destripar el final.
Entré en mi página web y eché un vistazo a las visitas y comentarios. Hasta aquel momento mis juegos habían consistido en plantear pruebas y enigmas que los participantes debían resolver. A menudo, el reto implicaba tener que recorrer París o los suburbios, incluso había concebido algunos que tenían las Catacumbas como escenario. Generalmente, organizaba los juegos relacionados entre sí: en cada desafío tomaban parte de seis a siete jugadores; el objetivo de un desafío era depositar un objeto determinado —un collar o un anillo— en un lugar concreto, mientras que la meta del juego siguiente, ya con otros competidores, era encontrar dónde lo había dejado el ganador del reto anterior.
Por lo que respecta a los juegos del primer tipo, el “tesoro” debía también ser encontrado y recogido para poder ser escondido en el sitio marcado, siguiendo las pistas que yo les iba indicando. Evidentemente, el primero que encontrase el objeto gozaba de ventaja, pero si este caía en alguna trampa, debía abandonar el tesoro y reemprender la búsqueda con el resto de jugadores. Para asegurarme de que seguían las reglas, organizaba otro desafío cuyo propósito era seguir y espiar a los participantes del primer torneo, de forma que, si alguno intentaba hacerse el listo, yo, el Centinela, fuese informado de inmediato. De manera que Los Desafíos del Centinela constituían un hormiguero de pruebas y retos interconectados por todo París, tanto por su superficie como en sus entrañas.
O sea, una verdadera sarta de gilipolleces, pero que habían cumplido su función: ensayar para la gran obra que se avecinaba.
Empeñado en que el reto encarnase el espíritu de una partida de rol, lo doté de los principales elementos que las caracterizan. Igual que en aquellas, cada participante representaría a un personaje arquetípico. Por supuesto, no podían ser elfos, enanos ni magos; era un juego ambientado en el mundo real, de manera que los avatares debían ser sacados de la triste realidad.
Después de mucho meditar, había llegado a una conclusión: lo más equiparable a las razas que poblaban los mundos de fantasía que había en nuestra sociedad roma e insípida eran, por desgracia, esos grupitos de cartón piedra, esas sectas descafeinadas, integradas por pseudomarginados que intentan hacer gala de su supuesta peculiaridad, y no constituían más que una grotesca farsa: las tribus urbanas.
Siempre había aborrecido esas pandillas que pretendían ser diferentes al resto del rebaño, pero que no hacían más que formar otros ganados, más pequeños, sí, pero con sus miembros también más uniformados, tristes esclavos de la comunidad a la que pertenecían, y que apenas lograban simular una pantomima de individualidad baja en calorías. Sin embargo, un día, por casualidad, cayó en mis manos un artículo sobre estos desechos del capitalismo postindustrial, y al leerlo, advertí el enorme potencial que albergaban en su seno. Como eran una parodia de grupos, no sería tan complicado convertirlos, con algo de aderezo, en una parodia de razas arquetípicas, cada una con sus rasgos, fortalezas y debilidades representativas.
De modo que me estudié bien los elementos clave de cada grupo, y elaboré una encuesta donde cada aspirante al juego debía indicar características como la personalidad, aficiones, complexión, altura, profesión, a la que añadí diversas pruebas de inteligencia y aptitudes. Según las respuestas obtenidas por los diecinueve postulantes —siete de los cuales habían participado en mis juegos anteriores—, seleccioné a cuatro, todos “vírgenes”. A los que conocía, no les veía capaces de apreciar el espíritu del nuevo juego, ya que eran panolis que solo querían darse una vuelta por las Catacumbas y hacer alguna que otra travesura. Los elegidos, en cambio, reunían los atributos que consideraba más acordes para mis fines.
Una vez elegidos los participantes, desarrollé un perfil para cada uno, gracias al cual les pude adjudicar la pertenencia a la tribu que más se ajustaba a sus características.
Solo faltaban doscientas sesenta y tres horas para comprobar si había confeccionado un equipo idóneo para mi venganza.