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Capítulo 6
ОглавлениеHacía muchísimo frío, y todavía estaba oscuro. Molly no quería salir de la cama todavía. Miró el reloj despertador; eran las tres y veintisiete. Uf.
Si ignoraba su vejiga, tal vez pudiera dormirse de nuevo. Sin embargo, no podía, así que con un gruñido, intentó reunir valor para salir de debajo del calor de las mantas.
Sacó un pie por el borde y sintió el frío de la habitación. Cerró los ojos con fuerza, apartó las mantas, se levantó de un salto y salió al pasillo de camino al baño. El azulejo blanco del suelo estaba como el hielo, así que se colocó sobre la alfombrilla de la ducha.
Entonces se sentó en el inodoro y dio un gritito. Se había equivocado en cuanto al azulejo; no era de hielo. El asiento del inodoro sí era un cubito de hielo.
Menos de sesenta segundos después ya estaba en la cama, temblando bajo las mantas calientes. Era asombrosamente fácil que pasaran las semanas, incluso los meses, sin que una se diera cuenta de que el mayor placer de la vida era estar en una cama caliente en una noche de invierno.
Los ojos se le habían acostumbrado a la oscuridad, y vio que no estaba tan oscuro como había pensado. A través de la fila de ventanas de su habitación vio la luna, que brillaba entre las nubes e iluminaba el cielo. La colina que había detrás de su casa sí se veía negra contra la noche pálida, y las rocas y grietas de su contorno formaban una línea accidentada.
Entró en calor y comenzó a relajarse mirando aquella preciosa vista. Siguió con los ojos el risco que había al final de su parcela, pasando de una ventana a otra, un pino muy alto interrumpía la línea, y justo a su lado, un poco más allá, había una silueta más pequeña… que casi parecía la de un hombre.
Molly frunció el ceño e intentó recordar lo que había allí. ¿Tal vez era un árbol retorcido? Sin embargo, cuanto más miraba, más le parecía ver un hombre. Tenía la sombra de la cabeza y los hombros, y los brazos en jarras.
¿Qué demonios?
Sintió una punzada de pánico en el estómago. Aquella figura estaba inmóvil, y Molly se sintió conectada a ella, como si pudiera verle los ojos. Si no se movía, él no se movería tampoco. Si contenía la respiración, él tampoco respiraría.
El calor que había conseguido crear bajo las mantas desapareció. Comenzó a temblar al preguntarse quién podía estar allí, acechándola mientras dormía.
—Oh, Dios —susurró.
Apretó muy fuerte los puños, pero no pudo evitar que le castañetearan los dientes. Intentó no moverse de ningún modo visible. Si no se movía, tal vez él desapareciera en medio de la oscuridad.
La figura ladeó la cabeza. Entonces, lentamente, alzó la mano para darle a entender, amenazadoramente, que sabía que lo había visto.
El terror la hizo incorporarse. Tomó el teléfono y se dio un golpe en la oreja con el auricular. Al principio pensó que lo había estropeado, porque no podía oír nada, pero entonces recordó lo que había hecho unos días atrás, en un ataque de rabia.
El teléfono estaba desenchufado.
—Oh, Dios. Oh, Dios.
Miró por la ventana y no vio a nadie junto al pino. ¿Adónde había ido aquel hombre? Se dejó caer desde la cama y aterrizó a gatas. Comenzó a palpar el suelo en busca del cable. No podía haber ido lejos. Por fin lo encontró y lo enchufó, y marcó el número de Ben antes de haberse puesto el auricular de nuevo en la oreja.
—Lawson —dijo él, con una voz clara.
—Ben, hay alguien detrás de mi casa.
—¿Molly?
—Hay alguien en la colina.
—¿Dónde estás? —le preguntó él con firmeza, como si no acabara de despertarse.
—En mi habitación.
—¿Y él está en la colina? Allí hay un sendero, ¿sabes? Tal vez esté…
—¡Nadie va a hacer senderismo a mitad de la noche! Y no estaba… Solo estaba ahí, mirándome mientras dormía.
—Bueno, pero seguramente no tiene importancia. ¿Tienes abiertas las cortinas? Deberías correrlas por la noche, Moll.
Ella había empezado a calmarse, pero en aquel momento sintió pánico de nuevo, como si en cualquier momento fuera a oír la rotura de una de las ventanas del piso de abajo.
—¿Eso es todo? ¿Solo vas a echarme un sermón? ¿Me vas a decir que corra las cortinas? Puede que sea… ¿Es que no vas a venir a comprobarlo?
—Dios Santo, Molly, ya estoy en la furgoneta. Llegaré ahí en dos minutos. Mi teléfono se va a quedar sin bat…
Y la comunicación se cortó. Se había quedado sola, pero solo dos minutos más. Podía soportarlo.
Pese a que acababa de ir al baño, Molly sintió una gran urgencia de orinar de nuevo. Había escrito historias de suspense, pero se dio cuenta de que nunca había conseguido plasmar el miedo real. Sus heroínas nunca habían estado a punto de hacerse pis encima, y sin embargo, allí estaba ella, acurrucada en el suelo, metiéndose más y más debajo de la cama, preguntándose si se había mojado el pantalón del pijama.
Aquella figura tenía algo amenazante… pese a que solo estaba en lo alto de la colina. Pero daba… miedo.
Sin embargo, no había hecho nada. Y Ben iba a estar allí en un minuto. Ella estaba bien. Todo iba a salir bien.
Molly dejó el teléfono en el suelo y asomó la cabeza por encima del colchón. No había nadie. A menos que estuviera agachado y escondido por entre las sombras de la colina. A menos que estuviera bajando la ladera, dirigiéndose hacia la puerta trasera de su casa.
Estaba cerrada con llave. Molly estaba casi segura de que la había cerrado.
Fue calmándose un poco. El miedo empezaba a ser manejable. Tenía que abrirle la puerta a Ben, y él iba a llegar en cualquier momento.
Se puso en pie, pero permaneció agachada mientras avanzaba hacia la puerta. Cuando llegó al pasillo, encendió la luz para no tener que seguir a oscuras y toparse con el malo de la película en cuanto torciera cualquier esquina. Miró hacia las escaleras y no vio nada fuera de lugar.
—Bien —susurró, aunque abajo estaba un poco oscuro para su tranquilidad.
De repente, vio pasar una sombra por delante de la ventana del salón; fue un movimiento leve, oscuro y sinuoso.
—Que sea la rama de un árbol, por favor.
Entonces vio una luz roja. Otra azul. Y otra roja.
—Ben —jadeó, y salió corriendo hacia las escaleras—. Ben, Ben, Ben.
Él llamó a la puerta con fuerza en el mismo momento en que ella llegaba al vestíbulo.
—¡Molly! —gritó, y ella abrió la cerradura con las manos temblorosas. En cuanto la vio, la tomó entre sus brazos—. ¿Estás bien?
Ella asintió en su pecho mientras él la hacía retroceder hacia el vestíbulo y cerraba la puerta tras ellos.
—Sí, estoy bien —respondió. Ben le daba seguridad y calor. Sus miedos le parecieron una bobada y algo muy lejano.
—Frank viene para acá. Tengo que asegurarme de que todo está seguro en la casa, y después inspeccionaré los alrededores por si acaso.
Ella se aferró a él.
—Tal vez no esté segura si me quedo sola.
—Molly…
—Sí, ya lo sé. Eres policía. Es que…
Ella quería que se quedara, solo que se quedara. Que la acostara y que la calmara hasta que pudiera volver a dormirse.
—Voy a comprobar las ventanas y las puertas, y después, me vas a enseñar dónde lo viste.
Molly siguió a Ben por todas las habitaciones, mientras él miraba todas las cerraduras y los pestillos. Incluso bajaron al sótano, pero ella se quedó en el primer escalón, con los músculos vibrando de nerviosismo y de miedo. Contuvo el aliento hasta que él subió de nuevo, y claramente, entero.
Cuando Ben pasaba por delante de ella, se oyó una voz.
—¡Ya estoy aquí, Jefe!
—Espérame —dijo Ben a través del walkie talkie, mientras Molly intentaba que se le calmaran los latidos del corazón—. Vamos a subir —le dijo a ella.
En cuanto estuvieron en el dormitorio, Molly tomó su bata y se la puso. Ben recogió el auricular del suelo y lo colgó mientras suspiraba de cansancio.
—Bueno, dime lo que has visto.
Ella se lo explicó lo mejor que pudo, pero a medida que hablaba se sentía más y más ridícula. Sin embargo, Ben la escuchó con seriedad y atención. Entonces se marchó, después de haber registrado todas las habitaciones del piso superior.
Molly vio los rayos de las linternas moviéndose mientras Ben y su refuerzo recorrían el jardín y salían de camino al sendero.
Tener allí a Ben la había calmado, pero no del todo. Se sentía insegura. Había visto a alguien, a un hombre. Y solo se le ocurría un nombre.
Tendría que hablarle a Ben de Cameron, explicarle quién era y por qué sospechaba de él. Pero, ¿de verdad Cameron había sido capaz de hacer algo así? Parecía algo demasiado… discreto para él. No había nadie que lo viera y que le diera unas palmadas en la espalda. Nadie que pudiera testificar que sus intenciones eran totalmente inocentes.
Sin embargo, ¿qué otra persona podía ser?
Molly descolgó el auricular y marcó el número de su casa.
—Sargento Kasten —dijo él, con la voz ronca, pero con la atención suficiente como para mencionar su cargo en mitad de la noche.
—Cameron, ¿dónde estás?
—¿Cómo?
—¿Dónde estás? —repitió ella.
—¿Molly? Son las tres y media de la madrugada. Estaba durmiendo. En la cama.
—Pon la televisión.
—¿Por qué?
Ella no iba a dejarse engañar con algún truco tecnológico.
Era muy fácil desviar las llamadas a otro teléfono.
—Enciende esa enorme televisión que está a dos metros de tu cama. Ahora mismo.
—¡De acuerdo! ¿Qué es lo que ocurre?
Hubo un ruido al otro lado de la línea, y después se oyó el inconfundible sonido de la principal cadena de deportes del país. Cameron estaba en casa.
—De acuerdo —susurró ella, y sintió varias emociones distintas, aunque ninguna de ellas identificable.
—¿Qué demonios pasa? ¿Estás bien?
—Sí. Lo siento. Adiós, Cameron.
Colgó el teléfono, y después lo pensó mejor, volvió a descolgar y dejó el auricular sobre la mesilla. Cuando comenzó el pitido, lo metió bajo su almohada. Cameron iba a estar llamándola toda la noche si no tomaba precauciones, y entonces sí que tendría que darle explicaciones a Ben.
Molly bajó a la cocina y se tomó una taza de vino para recuperar fuerzas. Después se sentó a la mesa para esperarlo. No podía hacer otra cosa.
Si no había sido Cameron, ella no tenía ninguna pista. Aunque él había actuado de una manera extraña en varias ocasiones, nunca había empujado a ninguno de los otros chicos a que la acosara físicamente, porque podía arriesgarse a delatar sus verdaderas intenciones.
Le pareció que pasaba una eternidad hasta que apareció Ben, pero en realidad solo habían pasado quince minutos. Corrió a abrir la puerta, y cuando él entró en la casa, llevó consigo el olor a nieve. Tenía pequeños cristales brillantes en el pelo y en los hombros.
—¿Lo habéis encontrado? —le preguntó ella mientras volvía a cerrar la puerta.
—No, ahí arriba no hay nada. El camino está seco, y no empezó a nevar hasta que estábamos bajando de nuevo. ¿Estás completamente segura de que viste a alguien? ¿No estabas soñando?
—Estaba despierta. Acababa de ir al baño.
—¿Y qué llevabas puesto? —le preguntó él, pasándole la vista por el cuerpo hasta las zapatillas, y de vuelta hacia arriba.
Ella negó con la cabeza, sin comprenderlo.
—La mina King está a un kilómetro y medio. Ayer fui a inspeccionar la puerta, y el candado estaba roto. Había algunas latas de cerveza por allí tiradas. Es posible que los adolescentes hayan ido allí a beber —explicó Ben, y se encogió de hombros—. Volveré a la mina mañana. Tal vez algún chico que bajara por el sendero desde allí te viera caminando en ropa interior y se detuviera a mirar.
Molly iba a negarlo; ella había tenido una sensación mucho más amenazante que aquello, pero entonces se detuvo. ¿Podía ser algo tan sencillo? ¿Un adolescente excitado y borracho de cerveza barata? Volvió hacia la cocina, consciente de que Ben la seguía.
—A no ser —dijo él, en tono de advertencia—, que tengas que contarme algo. Que haya algún motivo por el que tú piensas que alguien te está vigilando.
Como ella había comprobado que no había sido Cameron, le resultó fácil negar con la cabeza.
—No. Me pareció algo amenazador. ¿Crees que puede haber sido algo accidental?
—¿Ibas en ropa interior?
—¡Llevaba una camiseta!
—¿Esa camiseta?
Ella se miró hacia abajo y vio la tela de algodón de la camiseta que sobresalía por el cierre de la bata de seda.
—Sí.
—Yo también me habría parado a mirar cuando tenía diecisiete años.
—Sí, claro. Tú habrías espiado a una chica a través de las ventanas de su habitación en mitad de la noche.
—El chico no estaba precisamente trepando por la pared para espiarte. Cierra las cortinas, ¿de acuerdo?
—Está bien —dijo Molly, y dio una palmada en la mesa—. Lo único que ocurre es que me gusta ver la vista por las mañanas, cuando me despierto. No debería tener que preocuparme de locos que se pasean por el sendero a las tres de la mañana…
—Molly…
Cuando él la abrazó, ella se dio cuenta de que se había echado a llorar, lo cual la disgustó aún más. Sin embargo, se sintió tan bien que le permitió seguir abrazándola, y la ira desapareció fácilmente.
—Estoy bien, Ben —le dijo, mientras apretaba la cara en el espacio cálido que había entre su pecho y su chaqueta. Inhaló el olor de su piel y el del cuero oscuro de la chaqueta. Tenía un olor fuerte y limpio.
Se le escapó un pequeño sollozo, y Ben suspiró.
—Frank ha ido a la comisaría a hacer los informes. Yo volveré a pasarme por allí mañana por la mañana, te lo prometo.
—He visto a alguien —repitió ella, y notó que él asentía porque su barbilla se movió en su pelo.
—Ya lo sé. Vamos, voy a acostarte, si crees que puedes dormir algo.
¡Vaya! ¿Estaba de broma? Molly intentó por todos los medios que no se le notara el entusiasmo al hablar.
—Supongo que puedo intentarlo —dijo con un susurro.
—Solo son las cuatro de la mañana —respondió él, y le puso la mano en la cadera para darle la vuelta y dirigirla hacia las escaleras—. Debes intentarlo.
—Si tú crees, Ben…
«Sí, cuida de mí, guapísimo», pensó ella. ¿Hasta qué punto iba a llegar para ayudarla a dormir, exactamente? Ahora que ya no había ninguna señal de peligro, había vuelto a su estado normal de costumbre cuando Ben estaba cerca: la más absoluta excitación. Pero él no tenía por qué saberlo. Todavía.
Balanceó las caderas mientras subía por las escaleras. Él tenía que darse cuenta. La bata solo le llegaba hasta la mitad del muslo; tal vez, Ben pudiera incluso verle los pantalones cortos del pijama.
Sin embargo, él tenía una actitud muy profesional cuando llegó a su habitación. Pasó por delante de ella y cerró las contraventanas, y después corrió las cortinas.
—Aquí hace mucho frío. ¿Por qué no enciendes la estufa?
—Ummm… Porque no sé exactamente hacia qué lado tiene que estar el mango.
—¿Qué mango?
—El mango de abrir el tiro. No sé cuándo está cerrado y cuándo está abierto.
Ben abrió la puerta de hierro forjado y metió la mano.
—Bueno, ahora entra aire frío, así que supongo que está abierto.
—Ah —murmuró ella.
Esperó a que él dijera algo sarcástico, pero Ben se limitó a meter troncos de la enorme cesta de leña y a apilarlos dentro de la estufa. Ella aprovechó la oportunidad para colgar de nuevo el auricular. Con suerte, Cameron ya se habría vuelto a dormir.
Ben había encendido un buen fuego en cinco minutos, lo cual era muy agradable, aunque también molesto. Molly estaba segura de que ella habría tardado más de media hora.
Antes de que el calor pudiera llegar a su lado de la habitación, ella se quitó la bata. No tenía sentido desperdiciar un buen par de pezones erectos.
Ben se incorporó, sacudiéndose las manos, pero se quedó paralizado al verla, con la mirada fija en su pecho.
—Tal vez yo hubiera estado dispuesto a trepar uno o dos pisos —murmuró.
Ella se dio cuenta, en aquel momento, de que él tenía la ropa arrugada. No llevaba la camisa metida por la cintura del pantalón, y tenía el pelo erizado por la parte trasera de la cabeza. Parecía un hombre que necesitaba volver a la cama.
El calor de la estufa comenzó a extenderse, y Molly se estremeció al sentirlo. Él entrecerró los ojos peligrosamente, y ella se animó. Comenzó a moverse de manera seductora hacia él, pero los talones de sus zapatillas golpearon el suelo, y al oír el sonido, él pestañeó y salió del trance.
Ella soltó una imprecación en voz baja, se quitó de dos patadas las zapatillas y las envió debajo de la cama.
—Te llamaré para contarte lo que averigüe por la mañana —le dijo Ben mientras se encaminaba rápidamente hacia la puerta.
—Gracias, Ben, pero…
Él se detuvo y posó una mano sobre el marco de la puerta.
—Lo siento, sé que esto es una tontería, pero… pero… ¿podrías mirar debajo de la cama antes de irte? —le preguntó Molly, mientras se sentaba sobre el colchón, apuntando con las puntas de los pies hacia el suelo.
Él movió la mirada hacia el espacio que había bajo los dedos de los pies de Molly, y después la pasó por sus pies, y por sus piernas, y finalmente, por las manos que ella había extendido sobre sus muslos desnudos.
—Claro —dijo él con la voz ronca.
—Gracias.
Ella alzó los pies al colchón y los metió bajo su cuerpo para poder inclinarse ligeramente hacia delante. Ben se acercó cautelosamente, se arrodilló y miró bajo la cama.
—No hay nada, solo unas zapatillas y… ummm, tres calcetines y una camiseta.
Molly se inclinó hacia delante, colocada a gatas sobre el colchón, para mirar.
—Gracias.
Él se irguió.
—De nada —respondió, con la voz temblorosa.
Ella, sonriéndole hacia arriba, se quedó a gatas con la esperanza de que la abertura de su camiseta lo mantuviera inmóvil durante un momento. O tal vez sus pantalones cortos de color rosa.
—¿Tienes la costumbre de acostar a tus ciudadanos después de un incidente terrorífico? Es muy amable por tu parte.
—Eh… umm…
—Bueno, pues gracias por cuidar de mí —le dijo ella, y meneó suavemente el trasero. Entonces, vio que los ojos de Ben se oscurecían—. Siento haberte sacado de la cama a medianoche.
—Es mi trabajo —respondió él, y pasó la mirada por sus caderas y su espalda, y después, hacia abajo otra vez. Apretó las manos y las relajó, y sintió un eco de aquella tensión en el vientre mientras se ponía de rodillas. Se irguió un poco, hasta que sus bocas quedaron al mismo nivel.
—Tú no estás de servicio —le recordó, mientras deslizaba las manos por debajo de su abrigo. Él tomó aire profundamente mientras ella le quitaba el abrigo por los hombros y dejaba que se le deslizara por los brazos hacia el suelo—. Y yo no tengo sueño.
—Molly…
Notó un poder ardiente al sentir que él comenzaba a respirar con fuerza. Sus senos le rozaron el pecho y ella sintió una descarga de fuego en todos los nervios. Dios, cuánto deseaba aquello. Quería verlo jadear, quería verlo incapaz de contener su necesidad, quería verlo abandonar toda lógica.
Le pasó las palmas de la mano por la camisa y se maravilló de su fuerza. Cuando llegó al bajo de la camisa, no tuvo contemplaciones: se la sacó por la cabeza de un solo movimiento. Ben la ayudó levantando los brazos, pero siguió sin ofrecerle nada más.
A Molly no le importó. Su pecho desnudo apareció ante ella como un banquete de piel cálida. Y, Dios, era un banquete delicioso. Era tal y como ella lo había imaginado siempre: bronceado, de hombros y brazos musculosos. Tenía un suave vello castaño que partía del pecho y descendía hasta su vientre plano. Llevaba el botón de los vaqueros desabrochado, seguramente porque se había vestido a toda prisa para llegar allí, y los pantalones se le sujetaban en las caderas.
Ella sintió un deseo tan fuerte que quiso que la devorara allí mismo. Quería que la necesidad les hiciera perder el control a los dos.
—¿Esto ha sido…? —preguntó él con la voz ronca—. ¿Esto ha sido un truco para que yo viniera aquí?
Molly sonrió y posó una mano justo bajo su corazón. Extendió los dedos y le pasó el pulgar por encima del pezón.
—¿De verdad crees que necesitabas que te engañara para subir a mi habitación? ¿Es que piensas que no podía haberte seducido antes?
—No —refunfuñó él, y después tomó aire bruscamente, porque ella se inclinó para lamerle el pezón que acababa de tocarle.
Entonces se lo besó, y deslizó los labios hacia abajo para darle besos diminutos por todo el pecho. Estaba a gatas otra vez, y no puedo evitar menear el trasero al darle un beso con la boca abierta por encima del ombligo.
—Molly —gimió él, y le posó la mano en la nuca.
Entonces, tiró de ella hacia arriba, con tanta fuerza que la hizo chocar contra su pecho al tiempo que atrapaba su boca con los labios abiertos y exigentes. Después de besarla minuciosamente, bajó por su cuello y se lo mordisqueó. Él siguió bajando, y le rozó con la barba incipiente el algodón de la camiseta, y entonces, se puso de rodillas en el suelo.
—Ben —dijo ella con un jadeo. Notó que él tomaba uno de sus pezones con los labios, y después con los dientes, a través de la tela húmeda. Molly se excitó tanto que se echó a temblar.
—Oh, Dios. Oh, Ben. Necesito que me toques.
—Te estoy tocando —dijo él, contra su pezón húmedo.
—No, yo…
Él se movió hacia el otro pecho, y le dedicó tanta atención como al primero. Ella se retorció, se arqueó hacia él. Solo deseaba que él se tendiera en la cama y le aliviara el terrible dolor que sentía entre los muslos.
—Por favor —le rogó.
Él alzó la cara y sonrió. Su mirada era abrasadora. El algodón húmedo se había vuelto transparente, y ver su carne rosada pidiéndole más atención multiplicó su deseo.
—Por favor, acaríciame —le rogó ella—. Tócame.
—A ti te gusta hablar —le respondió él, como si fuera un desafío.
A Molly se le escapó un jadeo.
—¡Estaba borracha!
—Sí, lo estabas. Y te gusta hablar. Así que háblame.
Ella tragó saliva. Siempre había intentado contenerse, tragarse las cosas vergonzosas que quería decir. Sin embargo, Ben la estaba mirando con una sonrisa misteriosa y perversa, y nada dulce. Quería oírla, así que ella habló.
—Quiero… quiero que metas los dedos en mi cuerpo. Que me toques.
Oh, sí, eso era lo que él quería también. Así que su sonrisa se hizo muy amplia, como una sonrisa de victoria, y a ella comenzaron a temblarle las rodillas en el colchón. Ben le sacó la camiseta por la cabeza y, sin decir una palabra, la tomó entre sus brazos como si no pesara nada y la colocó de pie entre su cuerpo y la cama.
—Me encanta que hagas eso —le susurró ella.
—Ya lo sé —respondió él.
Entonces le quitó las braguitas, y volvió a levantarla sin esfuerzo, como si ella no estuviera ya lo suficientemente excitada. Sus pechos se aplastaron contra él de él, y Molly le rodeó las caderas con las piernas y se estrechó contra sus vaqueros. Quería verlo desnudo, así que se liberó de su abrazo, bajó las piernas y se tendió sobre la cama.
—Vamos, quítate los pantalones —le dijo.
—Ummm. Eso no es precisamente un comentario erótico, sino una muestra de autoritarismo —respondió él—. ¿Dónde estábamos?
Ella abrió la boca para contradecirle, pero entonces, él apoyó una mano a cada lado de sus hombros y la besó. Con solo saborearlo, Molly se olvidó de los pantalones. Había muchas otras partes de él para disfrutar en aquel momento. Por ejemplo, su espalda, una expansión suave de músculos que vibraron bajo las palmas de sus manos.
Mientras él seguía besándola profundamente, con una lengua de terciopelo, ella le acarició la espalda hasta las nalgas, y se las agarró con ambas manos. Los dos gruñeron cuando Molly lo ciñó contra su cuerpo.
—Oh, sí —gimió Molly, pero Ben negó con la cabeza.
—Esta vez no, nena. Esta vez lo vamos a hacer bien.
Ella giró las caderas.
—A mí me parece… muy bien.
Ben se rio. Inclinó la cabeza y le succionó uno de los pezones, y Molly arqueó la cabeza hacia atrás, tanto, que la habitación quedó al revés ante su vista.
—Sí. Oh, sí, sí…
Entonces él volvió a reírse, y su risa le lanzó vibraciones de placer por todo el cuerpo. Ben comenzó a moverse y a darle besos, o suaves mordiscos, en diferentes partes del cuerpo. Llegó a sus caderas y se las lamió, y después lamió el tendón tenso, y la parte interior de sus muslos. Ella hundió los puños en las sábanas para no agarrarlo del pelo y tirar de su cabeza hacia el lugar más adecuado. Ya había usado su entrepierna como juguete sexual, y no tenía derecho a usar su cara también.
Además, él llegaría allí, finalmente. No podía quedarse lamiendo la parte superior de sus muslos para siempre. Lamiéndola y…
—¡Ya! —gritó Molly—. Ya, por favor. Te necesito. Oh, Ben, quiero tu lengua, y tu boca… succionando y…
Él volvió a reírse, solo que en aquella ocasión, Molly notó la vibración de su risa en el sexo, porque él tenía la lengua justo allí, por fin, apretada contra su clítoris. Él lamió, lo rodeó con la lengua, succionó…
—Oh, Dios… Dios… —gimió ella, y añadió unas cuantas palabras más que no querría oír. Sin embargo, Ben debió tomárselo como una muestra de ánimo, porque repitió aquel pequeño movimiento giratorio de la lengua—. Más, por favor. Por favor…
Y Ben la complació. No se entretuvo con los preliminares, ni hizo las cosas despacio para que ella pudiera adaptarse; introdujo dos dedos en su cuerpo y volvió a sacarlos, y los metió otra vez. Ella gritó de placer, y no tuvo tiempo para decirle cosas eróticas, porque estaba muy ocupada teniendo un orgasmo abrumador.
Ben movió los dedos y la lengua hasta que le sacó el último gemido, y, finalmente, apartó la cara de su cuerpo.
—Bueno —gruñó entre sus piernas—, ¿no ha sido mejor que un frotamiento seco?
Ella agitó la cabeza. Estaba demasiado débil como para asentir, y esperaba que él lo interpretara como un asentimiento.
—¿Ya tienes sueño?
—No —mintió ella—. Ni hablar.
—¿Estás segura?
—Completamente segura.
Entonces, él se levantó y se arrodilló por encima de ella, y como si fuera un dios griego, se desabrochó los pantalones. Molly sintió que le temblaban las rodillas, pese a que estaba tumbada boca arriba.
Por fin. Por fin iba a tener a Ben Lawson.
Él se abrió la cremallera y se bajó los pantalones y los calzoncillos, y…
—Oh, Dios Santo —musitó Molly.
Ben se desnudó por completo y la miró con los ojos entrecerrados, ni orgulloso y azorado. Solo… concentrado.
Él volvió a la cama y Molly se tumbó sobre el estómago y se estiró hacia la mesilla de noche.
—Preservativos —dijo, mientras él la agarraba del tobillo. Ella abrió el cajón justo cuando él cerraba los dedos alrededor de su rodilla.
—Ya tengo uno —murmuró Ben, y deslizó la palma de la mano hacia arriba.
Molly se quedó inmóvil mientras él llegaba hasta sus nalgas. Cerró los ojos y mordió la almohada.
—Tú… —dijo él, y le agarró las nalgas con ambas manos. Empezó a masajeárselas sensualmente y prosiguió—: Tú siempre has tenido un trasero alucinante.
Ella lo movió, intentando ser sutil, y seguramente fracasando en su intento. Sin embargo, él emitió un murmullo de aprobación.
Molly sonrió.
—Tengo un trasero muy generoso.
—Oh, sí —dijo él, y ella se rio.
—¿Te gusta eso, profesor?
—Oh, sí.
Él apretó suavemente los dientes contra su nalga izquierda, y Molly soltó un gritito. Entonces, él se la besó a modo de disculpa, y después pareció que olvidaba que se había disculpado y se la mordió de nuevo. En aquella ocasión, ella estaba prevenida, y suspiró de excitación. Y cuando él metió la mano entre sus piernas y la acarició, ella gimió contra la almohada y arqueó el trasero hacia arriba.
Dios Santo, estaba lista de nuevo, incluso más excitada que unos minutos antes. Y Ben… Bueno, el pobre Ben todavía no había disfrutado del todo, y tenía la respiración entrecortada.
—Quiero… —comenzó a decir él, y entonces gruñó y le agarró las caderas con firmeza. La puso de rodillas, y ella oyó rasgarse el paquetito del preservativo—. Quiero esto —añadió con la voz ronca, justo antes de posar el extremo de su miembro en la humedad que había creado.
Molly presionó la frente contra la almohada y gimoteó de impaciencia. Ya le parecía muy grande, y era gozoso.
Su cuerpo se resistió, así que Ben retrocedió un poco y volvió a empujar.
—Oh, Ben. Oh… —gimió ella, y abrió más las rodillas.
Aquello le dio más espacio a Ben, y consiguió penetrar por completo en su cuerpo. El sexo de Molly lo ciñó con fuerza, luchando contra su invasión, y ella se deleitó al oír que a él se le cortaba la respiración.
Cuando las caderas de Ben estuvieron presionadas contra las de Molly, él se detuvo para tomar aire. La agarró con fuerza por las caderas, como si no fuera a dejarla escapar aunque ella se lo pidiera. Molly se agarró ciegamente a los barrotes del cabecero de la cama, esperando, esperando.
Entonces, tan lentamente como había penetrado, Ben salió de su cuerpo casi por completo, e hizo una pausa. Ella pensó que iba a hacer que le rogara otra vez, pero no fue así. Volvió a hundirse en ella, y ella perdió el hilo de su pensamiento.
—Oh…
Escondió la cara en la almohada mientras él comenzó a dar embestidas largas y duras. Ella no pudo dejar de gemir.
—Quería esto —dijo él con la voz ronca, acometiendo cada vez con más fuerza.
—Sí… sí, sí, sí.
Y entonces, Molly estaba diciendo demasiadas cosas, gritando y susurrando, gruñendo y sollozando, pidiéndole más y más.
Y lo único que dijo Ben fue su nombre, una y otra vez, y a ella le encantó. Justo cuando las acometidas empezaban a ser más rápidas, él hizo una pausa, se hundió en ella profundamente y tomó aire. Entonces salió de su cuerpo y la empujó hacia abajo al mismo tiempo que la giraba. Molly le pasó una pierna temblorosa por encima de la cabeza, y él se acopló maravillosamente entre sus muslos.
—Y quería esto —dijo, justo antes de besarla y volver a penetrar en su cuerpo.
Ella no podía hablar mientras se besaban, pero se dio cuenta de que era fácil animarlo de otras maneras. Le clavó las uñas en las nalgas, inclinó la pelvis hacia arriba y le empujó los muslos con los tobillos para atraparlo más y más.
Dios, iba a tener otro orgasmo. Apartó la boca de él para decírselo. Varias veces. Y Ben se elevó apoyándose en las manos, para embestir con más fuerza.
—Vamos, hazlo por mí —le ordenó—. Quiero ver tu orgasmo.
Y ella lo hizo. Tuvo un clímax largo y ruidoso durante el que no dejó de sollozar su nombre.
Cuando, por fin, él llegó también al éxtasis, Molly se había recuperado lo suficiente como para observarlo y apreciar la belleza de aquel momento. Los músculos tensos de sus hombros, los tendones de su cuello, y la máscara de placer de su rostro mientras gruñía en pleno orgasmo.
Un momento más tarde, él se desplomó con un movimiento lento. Primero, su frente se posó en la almohada; después, salió de su cuerpo y se giró hacia un lado, y después cayó como un árbol enorme justo a su lado.
Ella quería decirle lo bueno que era, y que había hecho realidad muchas de sus fantasías, pero Ben sonrió con cansancio y se levantó antes de haber recuperado el aliento. Fue al baño y Molly, como una anfitriona grosera, se acurrucó bajo la manta y se quedó dormida antes de que él volviera.
El calor de su pecho fue tan satisfactorio como para que ella se despertara un segundo cuando Ben volvió a tumbarse a su lado, pero después Molly volvió a sumirse en un mundo de sueños poblado por policías sin camisa con armas muy grandes.
Proteger y servir, desde luego.