Читать книгу E-Pack HQN Victoria Dahl 1 - Victoria Dahl - Страница 13
Capítulo 9
ОглавлениеVientre de alquiler.
Ben se detuvo con la cuchilla de afeitar a medio camino, se inclinó hacia el espejo empañado y se miró bien.
—Te estás volviendo majareta.
Molly tenía razón. Había sido un traicionero y se había obsesionado con sus secretos. La información que ella estaba dispuesta a darle no era la que él quería, pero ella había sido sincera con respecto a eso desde el principio. Le había mentido sobre su exnovio, sí, pero también era cierto que ella no tenía ninguna relación con él en aquel momento; no eran más que viejos conocidos.
Si él quería que aquella relación fuera a algún sitio, tenía que ceder. ¿Y quería que fuera a algún sitio?
Se concentró en afeitarse e intentó no cruzarse con su propia mirada; sin embargo, aquella táctica no funcionó. No podía negar sus sentimientos. Estaba enamorado de una mujer de la que no sabía nada.
Bueno, sí la conocía. Conocía su pasado, conocía a sus padres y a sus amigos. Conocía la honestidad de su mirada y la verdad de su pasión. Pero eso no era suficiente.
Necesitaba más de ella, y ella nunca iba a confiar en él y contarle sus secretos si él no le daba espacio. Tal vez la dejara tranquila un par de días. Tal vez le enviara flores, como un hombre normal.
Sin embargo, cuando sonó el teléfono mientras él estaba terminando de afeitarse, y el nombre de Molly apareció en la pantalla, Ben supo que no iba a dejarla sola durante más de doce horas. Solo el hecho de que ella lo hubiera llamado le aceleraba el corazón.
—Buenos días —dijo él, intentando que no se le notara demasiado el entusiasmo—. ¿Por fin te has despertado?
—Hola —dijo ella lacónicamente.
—¿Qué ocurre?
—Cuando te has ido esta mañana, ¿has salido por la puerta trasera?
—No, ¿por qué?
—Porque está abierta.
—¿Estás segura de que la habías cerrado con llave?
—No, me refiero a que está abierta de par en par. ¿Tú has…?
—Yo he estado en la cocina esta mañana, Molly, y estaba cerrada. ¿Dónde estás ahora?
—En el vestíbulo.
—De acuerdo, ponte un abrigo y espérame en el porche. Voy ahora mismo.
Ben intentó contener el pánico mientras se ponía la ropa, tomaba el cinto de la pistola y salía corriendo hacia su casa. Cuando llegó, se la encontró en los escalones de la entrada, abrazada a sí misma y muy pálida.
—¿Estás bien? —le preguntó mientras se acercaba.
—Estoy bien, sí. Solo estoy asustada.
—¿Has visto u oído a alguien dentro?
—No. A nadie.
Ben llamó a la comisaría y habló con James para explicarle la situación. No iba a necesitar refuerzos a menos que encontrara algo sospechoso, pero no era inteligente enfrentarse a una situación sin dar parte primero.
Después de obligar a Molly a que le prometiera que iba a quedarse en el porche, Ben sacó el arma reglamentaria y comenzó su inspección. Subió al segundo piso y lo recorrió, bajó al primero y después al sótano. No había nadie dentro, no encontró nada sospechoso y la cerradura de la puerta trasera estaba en perfectas condiciones. Ben abrió la puerta principal y le hizo a Molly un gesto para que entrara.
—¿Falta alguna cosa? —le preguntó.
Ella se encogió de hombros.
—Ni idea.
—Quiero que lo mires bien. Después, infórmame si ves que te falta algo.
Ben acompañó a Molly mientras ella revisaba las habitaciones. Cuando estaban en el salón, Ben se tomó su tiempo para mirar a su alrededor. Concluyó que aquella estancia era el despacho de Molly; estaba ordenada, pero había bolígrafos y notas adhesivas, y algunos libros de consulta. Había un gran armario a un lado, pero cuando él intentó abrir las puertas, las encontró cerradas. En dos estanterías enormes había muchos libros de tapa blanda y de tapa dura. El ordenador portátil estaba colocado sobre un escritorio.
Ella estaba sentada en aquel escritorio. Alzó la vista y lo miró con preocupación.
—¿Tú has mirado mi escritorio esta mañana?
—Por supuesto que no.
—Lo siento, es solo que… El último cajón está un poco abierto.
—¿Te falta algo?
–No. Ahí solo hay algunas carpetas y papel para imprimir.
Ben se acercó e intentó abrir el primer cajón.
—Este todavía está cerrado con llave.
—Siempre está cerrado con llave, porque si no, se abre.
—Entonces, tal vez el otro se haya abierto solo también.
—Tal vez. Pero mi ordenador… Cuando lo apago, lo cierro. ¿Tú no lo has abierto?
—¿Y por qué demonios iba a hacer yo eso?
Ella lo miró dubitativamente.
—¡Yo no he fisgado en tus cosas! ¿Qué pasa aquí? Yo estoy intentando no entrometerme, Molly, pero vas a tener que ser sincera y decirme por qué va a querer alguien colarse en tu casa y registrar tu escritorio.
—¡No lo sé!
—¿En qué trabajas, y quién lo sabe?
—Esto no tiene nada que ver con mi trabajo. Nadie sabe lo que hago. Nadie salvo la persona a la que tengo que informar.
Ben se pasó ambas manos por el pelo con exasperación.
—Si estás implicada en algo peligroso, tienes que decírmelo. Esta vez no voy a admitir evasivas. Esto no es ningún juego.
—Escúchame: yo no soy espía, ni policía ni nada que se te esté pasando por la cabeza. Soy una autónoma con una profesión completamente segura. Ni siquiera mi familia sabe a qué me dedico. Esto no tiene nada que ver con mi trabajo.
Él no tenía más remedio que creerla, así que cambió de tema.
—¿Cambiaste las cerraduras cuando te mudaste?
—No.
—Pues es lo primero que hay que hacer. Voy a llamar a Carl y le diré que traiga unas cerraduras de buena calidad. Y cerrojos. Solo se pueden usar cuando tú estás dentro de casa, pero a mí me preocupa más tu seguridad que tu propiedad. Además, tienes que contratar una alarma, aunque eso podría tardar un poco. Llama a…
—Vaya, tranquilo. Claro que voy a cambiar las cerraduras; que yo sepa, tal vez mi tía les diera las llaves a todos los chicos de reparto y a todos los reparadores del condado. Cambiaré las cerraduras, instalaré cerrojos y después, ya veremos.
—¿Y si te violan o te matan antes de que veamos algo?
—¿No te estás pasando? —le gritó ella, y Ben se dio cuenta de que la estaba asustando, seguramente porque él estaba muy asustado.
Molly respiró profundamente y se puso en pie.
—Si yo fuera una ciudadana cualquiera, alguien con quien no te estás acostando, ¿qué le aconsejarías?
Él pensó en armas y perros adiestrados, en rejas en las ventanas, detectores de movimiento, cámaras de vídeo en todas las puertas… Pero si le mencionaba todas aquellas ideas, Molly se daría cuenta de que estaba reaccionando desproporcionadamente. Al ser un discípulo de la lógica, Ben se rindió a ella.
—Cambia las cerraduras.
—¿Algo más?
—Si tienes algún motivo para preocuparte, piensa en contratar un sistema de seguridad.
—¿Pero… —insistió ella, en jarras, dando golpecitos con el pie en el suelo.
—Pero… seguramente es algún chico que está buscando una tarjeta de crédito o un número de cuenta bancaria.
Ella se quedó aliviada.
—Está bien. Gracias. Lamento haber sentido pánico y haberte llamado otra vez…
—En primer lugar, es mi trabajo. En segundo lugar, escúchame. Tumble Creek es un pueblo pequeño, pero ya no es el mismo pueblo en el que tú te criaste. El mundo ha cambiado. Hay metanfetaminas, porno por Internet, drogas en general… En este momento, esos son los grandes problemas de las zonas rurales de Estados Unidos. Aquí no hemos tenido muchos problemas, pero yo he tenido que estar vigilante.
—No te preocupes, voy a tener cuidado. De verdad. ¿No he sucumbido al pánico en todas las ocasiones?
—Sí, y sigue haciéndolo. Hace que me sienta grande y útil.
Por fin, ella sonrió.
—Bien, pero… —su sonrisa se apagó.
—¿Qué pasa?
—Acaba de ocurrírseme que… si era un ladrón, se hubiera llevado mi portátil.
—Podría ser, pero no es fácil vender un portátil por aquí, y seguramente tú bajaste y lo sorprendiste antes de que pudiera pensar con claridad. Por eso se dejó la puerta abierta. Tuvo que salir corriendo. ¿A qué hora te levantas normalmente? ¿A las doce? ¿A las diez?
—¡A las nueve! Algunas veces. Cada vez me porto mejor.
—Bueno, de todos modos, cualquiera que prestara atención sabría que no eres muy madrugadora, y cualquiera que estuviera vigilando vio que yo me marchaba.
—Está bien. Entonces… tengo que llamar a Carl.
—Tienes que llamar a Carl. Yo voy a escribir un informe. ¿Por qué no vienes conmigo a la comisaría un rato?
Ben no se quedó contento cuando ella negó con la cabeza. No podía obligarla a estar con él durante todo su turno de trabajo, pero tampoco era capaz de dejarla allí sola durante ocho horas.
Miró su reloj.
—Volveré dentro de cuarenta y cinco minutos para tomar las huellas de la puerta trasera y de tu ordenador.
—Muy bien. No creía que la policía hiciera eso por algo tan nimio.
—Normalmente no se hace, pero no me gusta esto. Tomaré las huellas por si acaso.
—Gracias, Ben.
Entonces, él la abrazó.
—¿Estás bien? ¿De verdad?
—Creo que sí —dijo ella. Se relajó contra él y metió los brazos por dentro de su abrigo para rodearle la cintura.
—Siento lo de anoche.
Ella suspiró.
—Yo también.
—¿Quieres que le cambie el turno a Frank hoy? Podíamos ir a Grand Valley a comer. Como si fuéramos personas normales.
Molly negó con la cabeza.
—No creo que nadie se lo creyera.
—Yo sí.
Ella se apartó un poco y lo besó en los labios.
—Me encantaría pasar el día contigo, pero voy a perder mucho tiempo esta mañana con el cerrajero y los demás asuntos, así que esta tarde tengo que… ya sabes.
—Tienes que trabajar.
—Sí. Bueno, ¿y mañana? ¿Vas a trabajar? ¿Qué te parece si salimos a cenar y al cine?
Ella entrecerró los ojos y frunció el ceño.
—No lo llamaré cita —le aseguró él.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
—¿Todavía está abierto el viejo cine?
—Sí, y todavía proyectan las mejores películas antiguas.
Entonces, ella sonrió y asintió.
—Sí, me apetece salir a cenar y al cine contigo.
Él volvió a abrazarla y se inclinó para darle un beso en el cuello.
—Yo traeré los preservativos —le susurró, para que se estremeciera contra él—. Tú trae a tu amigo azul.
—Oh, Dios mío —dijo ella riéndose, y le empujó el pecho con las palmas de las manos—. Cállate.
—¿Por qué? A lo mejor necesito refuerzos. Cuando te pones manos a la obra, eres insaciable.
—¡Cállate! —exclamó ella. Se le ruborizaron las mejillas, y se puso tan roja que Ben tuvo que besarla de nuevo.
—Me parece que bajo esa apariencia tan traviesa hay una niña buena.
—Ni lo sueñes.
Después de darle un beso en la nariz, Ben se dirigió hacia la puerta para marcharse antes de que se le olvidara que tenía un trabajo. Además, no quería que la mitad de la fuerza policial del pueblo echara la puerta abajo al ver que él no aparecía. Y, después de la semana anterior, no tenía duda de que sucedería eso exactamente.