Читать книгу E-Pack HQN Victoria Dahl 1 - Victoria Dahl - Страница 11

Capítulo 7

Оглавление

Operadora de línea erótica.

Ben miró a Molly, que seguía durmiendo, durante un largo instante, y después salió de la habitación y cerró suavemente la puerta. Con aquella voz y aquellas palabras… sería una de las trabajadoras más demandadas de la línea uno novecientos.

Le ardía el estómago por la necesidad de averiguar quién demonios era. Bajó a la cocina; no tenía tiempo para prepararse un café, así que tendría que tomarse una Coca Cola, pero cuando abrió el refrigerador solo vio cosas light.

—Demonios —murmuró él mientras cerraba la puerta, pero al hacerlo, vio un tesoro en la estantería de abajo. Tres Frapuccinos de moca.

—Es una diosa.

Abrió una botella y se dirigió hacia la salida de la casa. No le gustaba dejar la puerta sin cerrar por dentro; tendría que hablar con Molly para que instalara un cerrojo automático. Mientras estaba en el umbral inspeccionando el pomo de la puerta, oyó el ruido de una furgoneta y se dio la vuelta. Afortunadamente, no era el vehículo de Miles, sino un todoterreno azul oscuro.

Sin embargo, su fortuna terminó enseguida. En el tiempo que tardó en llegar desde la puerta a la entrada del garaje de Molly, pasó otro coche. Por el amor de dios, la casa de Molly estaba en un fondo de saco. ¿Qué demonios hacía allí toda la ciudad? Miró malhumoradamente hacia el otro lado y vio otro coche que se acercaba, y que pasó frente a la casa hacia el final de la calle. Iba conducido por una mujer, y en el asiento trasero iba un niño.

—Demonios —murmuró Ben, al recordar que la guardería, Miss Amy’s Daycare, estaba al final de Pine Road, perfectamente situada para privarlo de la mayor cantidad de discreción posible.

Cerró la puerta con demasiada fuerza, y al instante se sintió culpable por si había despertado a Molly. No eran ni las siete, y ella había tenido una noche muy movida.

La sonrisa se le dibujó en los labios aunque intentara reprimirla. La pasada noche había sido un gran error. Un error increíblemente satisfactorio, pero de todos modos…

Ben se obligó a cambiar la sonrisa por un gesto ceñudo y se marchó a casa para darse una ducha rápida.

Cuando llegó a la comisaría para cubrir su turno, había perdido las ganas de sonreír, y estaba seguro de que tenía un gesto huraño mientras tecleaba el nombre de su única pista en el ordenador.

Cameron Kasten. Denver.

Aparecieron novecientos cincuenta y dos resultados. Y casi todos ellos relacionados con el Departamento de Policía de Denver.

—Vaya.

Sargento Cameron Kasten.

Ben vio aquel nombre asociado con «gestión de crisis» y «equipo de negociación», y en casi todos los resultados, «negociador de secuestros con rehenes».

¿Con quién demonios se estaba acostando? ¿Con una chica que trabajaba en la unidad de secuestros del Departamento de la Policía de Denver? ¿O con una chica que había estado involucrada en una situación con rehénes?

Sin embargo, su nombre no aparecía en ningún artículo de periódico, y de repente, Ben recordó la llamada de teléfono que había escuchado. «A ver si captas la indirecta, Cameron». No era precisamente una conversación de trabajo.

Ben tomó el teléfono y marcó.

—Quinn Jennings —respondió el hermano de Molly.

—¿Quién demonios es Cameron Kasten? —preguntó Ben malhumoradamente, sin preámbulos.

—¿Ben? ¿Qué demon… —entonces, Quinn bajó la voz—. ¿Por qué me preguntas eso?

—Yo…

—¿Te estás acostando con mi hermana?

—¿Cómo?

—¡Dios Santo, es cierto! Vi lo que había escrito Miles en su periódico, pero nunca hubiera creído que era cierto…

—¡No me digas que te llega esa porquería por correo!

Quinn soltó un resoplido de exasperación.

—Claro que no. Lo leo en Internet.

—¿En Internet? No. Me estás tomando el pelo.

—¿Dónde demonios has estado metido? Lleva publicándose en Internet desde agosto. Vi los cotilleos sobre Molly y tú, pero, Ben, ¿mi hermana pequeña?

Ben se pasó el dorso de la mano por la frente.

—Yo… yo no…

—Bueno, supongo que ya es una adulta —dijo Quinn, aunque no parecía muy convencido.

—No es nada… ya sabes… sórdido.

—¿No? ¿Entonces no te has metido en su cama a la semana de que llegara al pueblo?

No había una buena respuesta para aquello, y pasaban los segundos. Cuando aquella situación embarazosa había durado ya demasiado, Quinn soltó una especie de gemido.

—Entiendo.

Ben se pasó una mano por el pelo.

—Conozco a Molly desde que era un bebé. No la estoy usando solo para acostarme con ella, ¿de acuerdo? Me gusta. Y siento que haya aparecido en ese periódico. Yo no quería exactamente que ocurriera nada, y mucho menos que se hiciera público.

—Sé que eres buena persona —dijo Quinn, aunque lentamente, y sin demasiado entusiasmo.

—Quinn, somos amigos desde la guardería. Sabes que yo no me acuesto con las mujeres a la ligera.

—No, durante el invierno no.

—Ay —murmuró Ben, frotándose la frente.

—Está bien, está bien, perdona. Eso ha sido un golpe bajo. Te he visto ligar aquí durante el verano, pero no demasiado a menudo. Me disculpo.

—Ummm. Bueno, entonces háblame de ese tal Cameron Kasten.

—Lo siento, tío. Pregúntaselo a tu novia.

A Ben le tembló un ojo al oír aquella palabra.

—Ella no es precisamente muy comunicativa.

—¡Ja! Eso es cierto. Pero yo no puedo ayudarte. Molly me llamó muy decepcionada después de mi pequeño error en el periódico de Miles.

—Sí, ¿por qué dijiste eso, Quinn?

—Miles me pilló en mal momento. Estaba distraído y…

—Lo entiendo.

—Pero le prometí a Molly que tendría más cuidado. Y ella te mencionó a ti, específicamente.

Ben soltó una exhalación de disgusto.

—Eso es muy halagador.

La risa de Quinn irritó a Ben, pero no estaba en situación de protestar.

—Es su exnovio, ¿verdad?

—No te lo puedo decir.

Ben apretó los dientes.

—Como he dicho, estoy interesado en empezar una relación de verdad aquí, cosa que va a ser imposible si no sé nada sobre ella.

—Corrígeme si me equivoco, pero esto es más una cuestión de confianza que una cuestión de información. Aunque yo te lo contara todo, tú no estarías más cerca de Molly por saberlo.

Aquello era completamente cierto y le molestaba mucho, así que Ben se despidió de Quinn y volvió a su ordenador. ¿Qué demonios era lo que estaba ocultándole Molly, y por qué?

Al leer un artículo corto sobre el sargento Kasten, Ben intentó ignorar el teléfono del departamento, que figuraba al final de la página. Tal vez fuera un fisgón, pero sabía perfectamente dónde estaba la línea que no debía cruzar. Sin embargo, le picaban los dedos, así que cerró aquella página y llamó al sheriff McTeague.

La telefonista estaba pidiéndole que esperara unos instantes cuando Brenda pasó por delante de su puerta. Él la detuvo con un gesto de la mano y le pidió que entrara.

—Gracias por la cena de anoche. Molly Jennings me pidió que le diera su enhorabuena a la chef, porque era el mejor chili que comía en muchos años.

—¿Molly?

Él sonrió al ver que ella fruncía el ceño.

—No te preocupes, me dijo que te lavaría el tupperware y que lo traería.

—Ah. Sí. Yo… No me esperaba que…

Ben señaló el teléfono cuando el sheriff McTeague respondió con su acostumbrada brusquedad.

—Hola, sheriff, ¿tienes pensado devolvernos ese GPS que te prestamos?

—No creía que lo necesitaras pronto. Me he enterado de que estás muy ocupado con la chica que acaba de llegar al pueblo.

—Increíble —murmuró Ben, al comprobar que ya se había enterado todo el condado. Cuando se dio cuenta de que Brenda seguía en la puerta, la miró sorprendido, pero ella se dio la vuelta y se marchó rápidamente hacia su escritorio.

—Escucha, Jefe —dijo el sheriff con un tono más profesional—. Tengo un problema con Nick Larsen. No ha hecho nada por arreglar ese cercado podrido suyo, y todas las semanas se le escapan un par de reses. ¿Puedes vigilarlo un poco, ya que está tan cerca de Tumble Creek? Ese idiota va a conseguir que las vacas se vayan a la carretera y alguien tenga un accidente.

—Sí, me pasaré por allí todas las noches.

—Es un terco.

—Mira, a Larsen solo le importa el dinero. Le recordaré que puede perder todo el rancho si alguien choca contra una vaca por la noche y acaba muerto. Veremos si puedo convencerlo de que se gaste unos cientos de dólares en el vallado.

—Gracias. Dime lo que te contesta.

Antes de que colgara el teléfono sonó un bip. A un ciervo se le había quedado la cabeza atascada en una valla cuando intentaba comerse los últimos frutos de un huerto. El animal se había dañado el cuello al intentar escapar.

Ben tomó el rifle del armario de seguridad, sabiendo cuál iba a ser el resultado. Esperaba que el día mejorara después de aquello.

Molly Jennings iba a tener un día maravilloso.

Se acomodó contra los cojines que se había puesto en la espalda y movió el ordenador sobre las rodillas. Tenía que cumplir un contrato de un libro de doscientas páginas, y ya llevaba noventa y cinco. Si seguía con aquel ritmo, terminaría dentro de diez días.

Suspiró de felicidad y pasó la mano por las sábanas arrugadas, que todavía olían a Ben. No tenía sentido irse a trabajar a su escritorio cuando allí tenía tanta inspiración. En la estufa todavía ardía el fuego, y ella todavía estaba vibrando del placer que había experimentado. No le importaba sentirse como una adolescente. Sonrió al ver el pedacito de cinta de carrocero que había pegado en la parte delantera de la estufa, en el que había escrito «Abierta», con una flecha que señalaba hacia la derecha del mango de cierre del tiro.

Ben era muy mono. Y muy sexy. Y guapísimo.

—¡Taaan guapo!

Al recordar algo que Ben había hecho con la lengua, comenzó a teclear. Ella no era tan tonta como para usar detalles personales, pero aquel hombre le daba muy buenas ideas.

Su sheriff estaba describiéndole a la viuda exactamente lo que tenía pensado hacerle cuando sonó el teléfono. Ella respondió.

—¿Diga?

—¿Molly? ¿Qué tal estás? —respondió una voz masculina.

Ella intentó no responder, pero estaba de muy buen humor, y Michael era su «casi amante» favorito. Ni siquiera se molestó en preguntarle cómo había conseguido su nuevo número.

—Hola, Michael.

—¿Cómo te tratan las montañas?

—Muy bien. ¿Y cómo va tu empeño en convertirte en socio de la empresa?

—En realidad, va estupendamente. Acabo de contarle a Cameron que el socio senior me ha invitado a navegar a las Bahamas en Navidad.

Aunque se le estropeó un poco el humor al oír la mención de Cameron, era lógico pensar que Michael hubiera hablado con él. De otro modo, ¿por qué iba a llamarla?

—Hablando de viajes —prosiguió Michael—, tengo muchas ganas de verte este fin de semana.

Ella sintió una punzada de angustia.

—¿Cómo?

—El Baile de la Policía. Todos hemos comprado entradas para poder ver a Cameron recibiendo su premio, pero sobre todo, yo quería verte a ti. No se lo digas a Cameron —le pidió él, con una carcajada.

—Pero, ¿por qué ibas a verme?

—Eh… ¿Porque tú eres su acompañante? Tenía la esperanza de que te pusieras ese vestido rojo que…

—No sé lo que te ha dicho Cameron, pero yo no soy su acompañante. Vivo a cuatro horas de camino, por no mencionar que rompimos hace seis meses.

—Sí, pero vosotros dos sois el uno para el otro. Esto solo es una pequeña crisis.

Hablaba como un verdadero autómata.

—Tengo que dejarte, Michael. Que te lo pases muy bien en las Bahamas. Siento que no vayamos a vernos este fin de semana.

Colgó antes de que él pudiera seguir mencionando las mentiras de Cameron. Sentía de veras no volver a ver a Michael; era un chico guapo, listo y simpático. Ella había confiado tanto en él como para advertirle en contra de Cameron, y sin embargo, él había caído en su trampa mucho más rápidamente que otros hombres. Algunas veces, los tipos listos estaban demasiado seguros de su intelecto. Michael no había tenido ninguna oportunidad contra el carisma de Cameron.

¿Y qué era lo que estaba tramando Cameron en aquella ocasión?

De mala gana, Molly salió de la cama y bajó al vestíbulo, donde había dejado el paquete que le había entregado Ben. Tomó las llaves y serró la tapa. Lo primero que vio fue una nota. ¿Vas a ponértelo para mí?, decía. Molly la apartó de un manotazo y vio una caja de plástico que contenía una flor hecha de cristal color violeta. Era una pieza muy delicada. Un regalo precioso, si no fuera de un loco. Dejó la caja a un lado y después, sacó algo envuelto en papel de seda; era un tanga de encaje de color violeta. Era bonito. Cameron siempre había tenido predilección por los tangas.

Había otra nota al fondo de la caja. La flor es para el sábado por la tarde. Lo otro es para el sábado por la noche.

—Ya te gustaría —gruñó Molly, y fue en busca del teléfono.

—Cameron, ¿qué piensas que estás haciendo?

El ruido del departamento de Operaciones Especiales le llegó a través del auricular.

—Me estaba preguntando cuándo ibas a llamarme, nena. ¿Qué fue todo ese drama de anoche?

—¿Te refieres al drama de enviarme ropa interior? Ya no estamos saliendo. No vamos a volver a salir nunca. ¿Por qué no lo aceptas?

Él se rio como si acabara de prometerle una noche de sexo ardiente.

—Cameron, lo digo en serio. No puedes seguir con esto.

—Se te había olvidado lo de este fin de semana, ¿no?

—¿Qué? Antes eras persistente, pero ahora estás delirando. La próxima vez que me llames voy a grabar la conversación. Considérate notificado.

—Tú eres la que me ha llamado, nena. Y no creas que no hay grabación de eso.

—¿Y qué?

—Que todo el mundo sabe que cambias de opinión constantemente. Flirteas, y al segundo me mandas al cuerno. Yo solo estoy ayudándote a que tomes una determinación.

—¡Ya lo he hecho! ¡No te quiero ni ver desde hace seis meses!

—No, no hace seis meses. ¿Es que no te acuerdas de aquella noche en el callejón, después de que rompiéramos?

—Eso fue un error.

—Bueno, fue rápido y desagradable, pero yo no diría que fue un error.

—Que te den.

—Te recogeré el sábado por la mañana.

—Estás loco si piensas que voy a ir a alguna parte contigo.

—Lo siento, nena. Me lo prometiste, y soy el invitado de honor.

—Te lo prometí hace seis meses, antes de que rompiéramos. Hemos terminado. Búscate otra acompañante.

Molly colgó en aquel momento y contuvo las ganas de llorar. Él no iba a aparecer allí para estropearlo todo con Ben. No, eso no iba a ocurrir. Y de todos modos, ella ya se había acostado con Ben. Había roto el círculo.

Tomó la caja y todo su contenido, fue a la cocina y la tiró a la basura. En aquel mismo instante volvió a sonar el teléfono. Descolgó con algo de nerviosismo. Realmente, iba a tener que instalar un teléfono con pantalla de identificación de números.

—Hola, Moll —dijo Ben con un tono algo huraño. Parecía que estaba enfadado, y para Molly, aquella emoción verdadera fue un cambio muy agradable después de hablar con Cameron.

—Vaya, hola, Jefe —respondió ella, preguntándose si él iba a ruborizarse al oír su pequeño ronroneo de afecto.

—Eh… Solo te llamaba para decirte que he ido a la puerta de la mina hoy, y no he encontrado nada. El candado sigue intacto.

—Pero… De todos modos puede que fuera algún chico que iba a una fiesta, pero que no consiguió llegar.

—No veo motivos para sospechar que sea nada grave, pero si tú sigues sintiendo alguna inquietud…

—No, no.

Cameron estaba loco y estaba empezando a asustarla, pero él no había ido a Tumble Creek.

Ben bajó la voz.

—¿Estás bien?

Molly sonrió al oír su tono íntimo.

—Yo diría que estoy mejor que bien. ¿Y tú, Jefe?

—Tal vez.

Ella percibió una sonrisa en su respuesta. Él carraspeó.

—Pero te darás cuenta de que eso significa que tenemos que hablar. Abiertamente.

—¿Sobre qué?

—Molly…

—¿Umm?

—Ahora estamos saliendo. Tienes que ser sincera conmigo.

—¿Estamos saliendo? ¿Me has llevado a Grand Valley a cenar y al cine, y yo ni siquiera me he enterado?

—¿Cómo?

—Porque yo creía que solo habíamos tenido relaciones sexuales. Muy buenas, por cierto.

—Demonios, Molly…

—Mira, parece que el hecho de salir contigo tiene muchas condiciones, y yo no estoy interesada, Ben.

—Eso es una tontería. Te has acostado conmigo.

—Y yo espero que lo hagamos pronto otra vez. Incluso esta noche. ¿Vas a ir a The Bar?

—No me presiones, Molly. No…

—Gracias por su ayuda de anoche, Jefe Lawson. Es usted una monada.

Ella colgó mientras le oía tartamudear de indignación, y después ignoró el teléfono cuando volvió a sonar.

Ben no quería solo relaciones sexuales con ella. Quería algo más.

Molly sonrió tanto que le dolieron las mejillas. Era imposible tener una relación seria, por desgracia. Él nunca aceptaría la verdad escandalosa de su trabajo. Tenía que mantener algo ligero, despreocupado, pero era una alegría saber que él no tenía suficiente con eso.

—Oh, bueno —suspiró ella. Sería ligero y despreocupado, pero ella iba a disfrutar hasta el último minuto, porque se lo merecía.

Molly miró el calendario de la cocina. Si Cameron iba de veras a Tumble Creek el sábado por la mañana, haría todo lo posible por apartar a Ben de ella. Y si ella no podía evitar que sucediera… Por lo menos, tenía cuatro días para estar con Ben. Mejor eso que nada, y tenía que conseguirlo.

Subió corriendo a su habitación en busca de sus medias favoritas, las que le llegaban a la mitad de los muslos.

—Por el amor de Dios, señor Wenner —refunfuñó Ben—. Intente tener un poco de dignidad.

El hombre estaba sollozando, acurrucado con los brazos alrededor de las rodillas, y Ben estaba intentando ser comprensivo. Sin embargo, tenía ganas de hacerle una foto y mostrársela. El señor Wenner tenía el pelo blanco completamente despeinado, y las piernas desnudas, con una mezcla de vello castaño y piel pálida que contrastaba de un modo horrible con el color verde de su parka. Claro que tenía peor aspecto antes de que su esposa hubiera accedido a arrojarle la parka.

A aquella mujer no le había hecho ninguna gracia llegar a casa de su partida de bridge y encontrarse a su marido en mitad de una conversación íntima y muy interactiva con otra mujer.

—Señor Wenner, tiene que calmarse y pensar dónde va a pasar estos días.

—No puedo. Yo… ¡No tengo a ningún sitio donde ir! ¿Cómo voy a sobrevivir sin mi dulce Olive?

—Tal vez debería haberlo pensado antes de intimar con la mejor amiga de su esposa.

—Oh, Dios santo —sollozó el anciano señor Wenner—. Eso no significa nada para mí. ¡Solo era sexo, lo juro!

Ben intentó con todas sus fuerzas no imaginarse a Ellie Verstgard, de setenta años, con el señor Wenner. Pese a todo, la imagen se le apareció en el cerebro y le arrebató algo del amor que sentía hacia el mundo. Respiró profundamente y apartó la visión de su mente.

—¿Sigue viviendo su hermano en Grand Valley?

—Sí, pero…

La puerta de la casa se abrió, y el señor Wenner se giró bruscamente gritando «¡Olive!» lastimeramente, pero solo era Frank, que le entregó unos pantalones y unas zapatillas de deporte muy viejas.

—¡Y eso es todo lo que vas a obtener de mí! —gritó su mujer desde el interior.

Ben intentó calmarlo, pero el hombre sollozó ruidosamente.

La puerta se abrió y se cerró tras ellos, y Frank bajó las escaleras.

—Necesita un poco de tiempo, señor —dijo, y señaló con la cabeza hacia su furgoneta. Ben asintió mientras le ponía la mano en el hombro al señor Wenner.

—¿Por qué no se pone los pantalones, señor Wenner? Lo llevaremos a la comisaría para que llame a su hermano y le pregunte si puede venir a recogerlo.

—A mi cuñada no le va a hacer ninguna gracia. Olive ya la ha llamado.

—Bueno, vamos a intentarlo. Y ahora, ¿los pantalones, por favor?

Cuarenta y cinco minutos después, el hermano del señor Wenner fue a recogerlo. A Ben todavía le quedaba una hora de turno, y estaba sentado en su despacho sin nada que hacer. Se inclinó hacia atrás en la silla y miró hacia la luz encendida de The Bar.

Molly le había enfadado mucho con su actitud de aquella mañana, y él no quería acercarse a ella; sin embargo, antes había visto entrar a Lori en el local, y si Lori estaba allí, Molly también, por no mencionar a todos los hombres sedientos de amor del pueblo, que intentaban ahogar su libido en cerveza.

Pensó en Molly tendida bajo él, desnuda, con una expresión de pura lujuria, y se la imaginó flirteando con otro hombre…

Arrastró ruidosamente la silla al levantarse. Tenía una hora de trabajo por delante, así que iría a ver a los tipos problemáticos del bar de enfrente.

Abrió la puerta y sintió una oleada de calor y de olor a cerveza, y oyó la risa de unas mujeres. Miró hacia la barra, pero solo vio a un par de rancheros.

La risita volvió a surgir, y Ben miró hacia el fondo del local, donde estaba la mesa de billar.

Molly estaba apoyada al borde de la mesa, dibujando círculos en el suelo con la punta de uno de sus zapatos de tacón mientras hablaba con Lori y Helen Stowe. Aquellos zapatos eran de cuero negro y tenían una tira de cuero que pasaba por encima del empeine, como los zapatos de las colegialas, salvo por el tacón de siete centímetros.

Por encima de aquellos zapatos había unas piernas vestidas con medias negras que conducían hacia una falda escocesa de cuadros rojos y gris, también de colegiala. De colegiala traviesa que buscaba problemas en un bar.

Y estaba a punto de encontrarlos, claro que sí.

—¡Jefe! —exclamó Juan, cuando Ben pasaba por delante de la barra.

Molly lo miró y se quedó sorprendida. Le mostró el taco de billar, y lo saludó.

—Hola, Ben.

—¿No tienes frío con esa falda? —le preguntó él con un ladrido, olvidándose de que había planeado tener una conversación fría y distante con ella.

Molly se mordió el labio y se miró con consternación. Bruja descarada.

—Llevo varias capas.

Ya. Una camisa blanca que podría haber sido recatada dos botones antes. Bajo ella asomaba una camiseta de tirantes negra. Ben se la imaginó desabotonándose la camisa blanca, sin nada más que la falda y aquella camiseta negra. Y los tacones. Y las medias.

—Te prometo que voy bien abrigada —dijo ella.

Demonios, a él no se le ocurrió nada que decir. Se quedó plantificado, mirándola como un idiota.

—Ben, no quisiera interrumpir —dijo Lori—, pero le toca a Molly. ¿Crees que podrías prescindir de ella un minuto?

La colegiala traviesa pasó por delante de él, rozándolo, y miró hacia la mesa de billar. Cuando dio con una tirada que le gustó, se colocó el taco entre los dedos, le lanzó una sonrisa por encima del hombro, se inclinó sobre la mesa y se colocó sobre el fieltro.

Ben tosió. Se le había secado la garganta tan rápidamente que estaba a punto de ahogarse. La falda se le había subido hasta la banda de elástico de las medias, y Ben vio la carne pálida que había por encima.

—Respira —le susurró Lori, y él tomó aire profundamente.

—Estoy de servicio —dijo, y Lori se limitó a agitar la cabeza.

Molly tiró y celebró su carambola retorciéndose de placer, cosa que le recordó a Ben lo bien que se le daba retorcerse. Después, ella fue hacia el otro lado de la mesa y tiró de nuevo, mientras Ben miraba sin poder evitarlo sus pechos, que asomaban por encima del sujetador y la camiseta. El sujetador era rojo y tenía un ribete negro.

—Dile que volveré dentro de una hora —refunfuñó, y se dio la vuelta. Hubiera podido jurar que oía su dignidad desmoronarse allí mismo.

Una hora más de trabajo, y podría llevarse a Molly a casa, y resolverían la cuestión de si estaban o no estaban saliendo.

Salió sin mirar atrás. Cuando estuvo en la calle, el aire frío le cortó la respiración. No… No era el aire frío. Fue la impaciencia que sentía por Molly.

En cuanto él salió, Molly adoptó una postura más decorosa y se ajustó la camisa. Probablemente, Ben había pensado que llevaba así toda la noche.

—Oh, Dios mío —dijo Lori, riéndose—. Ese hombre está tan loco por ti que resulta gracioso.

—Para mí no es gracioso —dijo Molly—. Es muy, muy serio.

—Sí, eso ya lo veo.

Helen Stowe le hizo un gesto con ambos pulgares hacia arriba desde el otro lado de la mesa.

—Bien hecho, Molly.

Helen tenía cuarenta años y acababa de divorciarse, y estaba intentando encontrar una nueva vida. Se había puesto muy contenta cuando Lori la había invitado a salir con ellas.

—Me parece —dijo Molly mientras rodeaba la mesa hacia Helen—, que tú también lo has hecho bien. He notado que has establecido contacto visual.

—¿Con quién? —le preguntó, ruborizándose.

Era rara aquella muestra de timidez, porque llevaba un generoso escote e iba muy maquillada, y movía las caderas al ritmo de la música.

Molly le guiñó un ojo y miró hacia la barra. Juan apartó la vista.

—Es tan joven como para ser mi hijo —dijo Helen en un susurro.

—¡Eh, yo no he dicho nada! Pero, ¿tu hijo no tiene diecinueve años?

—Sí.

—Bueno, Juan acaba de cumplir treinta. Ya es casi un hombre adulto.

Lori y ella se echaron a reír, pero Helen agitó la cabeza.

—Seguramente, su última novia fue una animadora. No va a ocurrir nada. Solo he venido aquí a pasarlo bien.

Molly le dio un golpecito en el brazo.

—Bueno, pero tenlo en cuenta.

—Oh, no. Yo no podría… —dijo Helen, pero se interrumpió y se quedó callada, cosa que Molly interpretó como una buena señal.

Cuando terminaron la partida de billar, dejaron la mesa a un grupo de hombres, pidieron otra ronda de bebidas y se fueron a una mesa.

Molly vio a un extraño muy mono en cuanto se sentó.

—¿Quién es ese chico?

Lori miró hacia la mesa que había junto a la puerta.

—¿El chico guapo del pelo negro? Es Aaron.

—¡Es guapísimo! —exclamó Molly, y cruzó la vista con el extraño justo cuando lo decía, así que él debió de leerle los labios—. Ooooh. Qué vergüenza.

—Ese chico es muy guapo, y lo sabe. Siempre entra en calor cuando empieza la temporada de turistas.

—¿Es uno de los guías del río? —preguntó Molly.

—Exacto. Se deprime cuando empieza a hacer frío y tiene que ponerse una camisa.

—¿Habéis salido alguna vez con él?

Lori soltó un resoplido.

—Tengo ciertos estándares. Además, tengo veintiún años, y ya no me rio cuando toma la lata de cerveza en una mano y saca músculo.

Molly se dio cuenta de que Aaron estaba mirando hacia su mesa.

—¿Estás segura de que no te gusta? Creo que te está mirando.

—No, gracias.

—Pues viene hacia acá.

Aaron sacó una silla y se sentó, envolviéndolas en un olor a colonia con notas de madera.

—Hola, señoritas. ¿Qué tal están?

Ellas respondieron en un coro de «hola» y «muy bien», mientras Aaron asentía como si fuera responsable de que lo pasaran bien. De cerca era incluso más guapo. Tenía los ojos azules, los pómulos altos y la nariz fina. Sus labios eran casi femeninos, carnosos y suaves.

Molly se lo imaginó con un vestido de volantes y sonrió.

Aaron le devolvió la sonrisa.

—Creo que no nos han presentado.

—Me llamo Molly.

—Hola, Molly —dijo él—. Yo soy Aaron.

—Hola, Aaron —respondió ella, con una voz susurrante de niña que hizo que Lori le diera una patada por debajo de la mesa. Molly tuvo que contener la risa.

Aaron no se dio cuenta. Estaba demasiado ocupado seduciéndola con la mirada.

Bah. Aquel chico no tenía nada que hacer comparado con la mirada de policía dominante que Ben le lanzaba siempre. Aaron era un peso pluma, y ni siquiera lo sabía.

—¿Estás de visita en el pueblo, o eres amiga de Lori? —preguntó él.

—Soy muy amiga de Lori —dijo ella, enfatizando las palabras, y Lori volvió a darle una patada.

—Oh —murmuró él. Se desanimó un poco, pero después las miró unas cuantas veces a las dos y la sonrisa volvió a sus labios, más resplandeciente que antes—. Cualquier amiga de Lori es amiga mía. Sigamos con esta fiesta, ¿eh? ¿Puedo invitaros a otra ronda?

Lori resopló.

—Estas bebidas son un poco caras para ti, Aaron.

Él asintió sin amedrentarse.

—¿Qué os parece una jarra de cerveza, entonces? ¡Ay!

Aaron miró a Juan, que acababa de acercarse y se había chocado con él por la espalda.

—Ten cuidado —le dijo.

Juan lo fulminó con la mirada. Parecía un hombre muy amenazante para llevar una bandeja con tres copas de color rosa.

Aaron observó con consternación mientras Juan ponía las bebidas en la mesa.

—Oh, por el amor de Dios —dijo Lori—. No te preocupes, Aaron, ya las hemos pagado.

—Gracias, Juan —dijo Helen suavemente.

—Es un placer —susurró él, sin moverse del sitio.

Molly se dio cuenta de que tenía una buena vista del escote de Helen desde allí, y de que le brillaban los ojos.

Aaron le dio un codazo. Juan se lo devolvió. Antes de que las cosas pudieran ir a peor, alguien pidió cerveza a gritos desde la barra, y Juan se alejó después de lanzarle a Aaron una última mirada fulminante.

—¡Eh, trae una jarra aquí también! —le dijo Aaron—. ¡Estas chicas tienen sed! Después, sonrió y preguntó—: Bueno, Molly… ¿Y has estado alguna vez con un hombre?

E-Pack HQN Victoria Dahl 1

Подняться наверх