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Capítulo 10

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La oscuridad de la noche lo había envuelto todo, salvo las luces del porche de algunos ranchos por los que pasaban. Incluso las estrellas se escondían aquella noche, y parecía que a la luna se le había olvidado salir.

Molly iba mirando por la ventanilla, pero estaba enfrascada en sus pensamientos y no veía nada.

—Estás muy callada. ¿No te ha gustado la película? —le preguntó Ben.

Sí, estaba callada. Se sentía confusa y asustada.

—No, me ha encantado. Es mejor que lo que dicen las críticas.

—Entonces, ¿estás disgustada por lo que decía hoy el periódico?

—Eso debería preguntártelo yo a ti.

—Por supuesto que estoy disgustado. Se supone que tú tienes que hacer una broma para que todo parezca una nimiedad.

Ella sonrió.

—Es una nimiedad. Todo el mundo sabe que tú no eres el guardaespaldas de una espía.

—¿Pero?

Molly no sabía qué podía decirle y qué no podía decirle. Ni siquiera sabía por dónde empezar. Por fin estaba inspirada y escribía bien, sobre todo porque no podía dormir y estaba tensa y ansiosa, y era capaz de plasmar todo aquello en su historia de un modo eficaz.

Le había enviado a su editora los tres primeros capítulos, y la mujer estaba en la luna. No dejaba de presionar a Molly para que le entregara el libro completo lo antes posible. Tenía que llenar un hueco dentro de tres semanas, porque otra escritora tenía un niño en el hospital y no podía cumplir con su plazo. Molly le había prometido que acabaría en cinco días, y la editora le había prometido que lo leería y lo editaría en el tiempo récord de cuarenta y ocho horas. Ya estaban trabajando en la portada. Todo era como una montaña rusa, pero ella agradecía aquella distracción.

—¿Qué te pasa, Molly?

—Lo siento —dijo ella con un suspiro—. No quería estropear nuestra primera no-cita.

—¿Ha ocurrido algo más en tu casa?

—No. En mi casa no. Mi madre ha estado leyendo el Tribune online, y está muy preocupada gracias a Miles. Este ha escuchado la radio de la policía y ha dado todos los detalles en público. Incluso Quinn está preocupado.

—Sí, he hablado con él.

—Al ver el periódico esta mañana, supe que tú ibas a enfadarte, pero no parece que estés disgustado. La mitad del periódico trata sobre nosotros, así que, ¿por qué no estás disgustado?

—Tengo problemas, Molly, pero estoy trabajando en ellos. El hecho de que me asocien contigo no es ningún problema.

—¿Cuál es?

—Preferiría tirarme por un precipicio antes de sufrir otro escándalo en mi vida. Hasta el momento, nuestra relación no tiene nada de escandaloso, salvo que es una diversión para los vecinos. En cuanto a tus secretos… No me gusta mucho eso, pero si yo no puedo sonsacártelos, seguramente Miles tampoco podrá averiguar de qué se trata. Tú dices que no es nada ilegal ni inmoral, y yo tengo que creer que no es nada que pudiera destrozar mi carrera profesional ni mi reputación.

Ella esperaba que se refiriera a su reputación profesional.

—No soy ningún riesgo para tu profesión, te lo prometo.

Él la miró con seriedad.

—Además —continuó después de una pausa—, Miles le ha contado a todo el mundo que tal vez haya habido un allanamiento de morada en tu casa, y que tal vez fuera un voyeur. Todo el pueblo está sobre aviso, así que estás más segura.

Eso tenía sentido. Salvo que ella no le había contado todo lo que había que saber. Si aquello tenía algo que ver con Cameron, se lo contaría aquel sábado. O después del sábado. La semana siguiente, sin duda.

—Siento que tu familia esté tan preocupada —le dijo él con un suspiro—. Le expliqué a tu hermano que seguramente es un delito de oportunidad, y que el delincuente no tuvo éxito.

—Sí.

Él la miró de nuevo, y Molly volvió la cara hacia la ventanilla.

—¿Por qué tendré la sensación de que me estás ocultando algo importante?

Pese a que pudiera parecer lo contrario, a ella nunca se le había dado bien mentir, así que se rindió ante lo inevitable y volvió a mirarlo.

—Ayer me acerqué a The Bar para recoger mi coche, y no arrancaba.

—Sí, lo vi en el garaje. Me imaginé que era un problema del motor.

—No. Lori me ha llamado esta mañana. No era la batería, ni el arranque, ni el motor. Alguien cortó el sistema eléctrico. Y sabotearon los frenos.

—¿Cómo?

—Lori no estaba segura de si querían estropear ambas cosas, o no sabían lo que hacían.

—¿Me estás diciendo que alguien quería que te quedaras sin frenos?

—No lo sé.

—¿Por qué no me has llamado? —le preguntó él con la voz ronca.

—Al principio… tenía la sensación de que solo era una broma pesada. No tiene sentido.

—Alguien quiere asustarte o hacerte daño, Molly. ¿Por qué?

—No lo sé.

—Tienes que tener alguna idea.

Sí, la tenía, pero la había descartado. No era idiota. Se había pasado toda la mañana llamando a los chicos de Cameron, intimidándolos. Y nadie le había parecido culpable. Ni lo más mínimo.

Incluso se había derrumbado y había llamado al teniente de Cameron. El hombre apenas había tolerado la llamada, pero después de recibir el consentimiento de un encantador Cameron, le había dado los detalles del horario de la semana anterior de su subordinado. Era imposible que hubiera tenido cuatro horas para ir a Tumble Creek, sabotear su coche, espiarla, entrar en su casa y volver a Denver. Estaba trabajando una hora después de que ella hubiera encontrado abierta la puerta trasera de su casa.

—Mierda —gruñó Ben. Tomó su teléfono, marcó un número y esperó. No hubo respuesta, y él soltó otro juramento. Molly oyó el débil sonido de la voz del contestador automático de Lori, que pedía que dejaran un mensaje—. Lori —dijo él—. Voy a ir a tu garaje mañana a primera hora para inspeccionar el coche de Molly. Mientras, no lo toques —le ordenó. Después añadió—: Y no puedo creerme que no me hayas llamado.

Colgó y arrojó el teléfono al salpicadero.

—Y tú.

Molly se encogió al sentir su furia.

—Tú vas a decirme ahora mismo quién puede querer hacerte daño.

—¡No lo sé! ¡Te lo prometo! Cuando vivía en Denver nunca me sucedió nada por el estilo. Es alguien de Tumble Creek, o alguien que tiene algo que ver con el pueblo.

—¿Como quién? Yo no recuerdo que tú tuvieras enemigos en el instituto, ni fuera de él.

—No llamaba la atención.

Ben agitó la cabeza. Tenía los nudillos blancos de apretar el volante.

—No se me ocurre ningún sospechoso. En el pueblo hay un ladrón de coches, pero está reformado y ahora tiene setenta y cinco años. Y un agresor sexual fichado, pero él prefería a los chicos adolescentes.

—Ah, bueno. Quiero decir, no tiene nada de bueno, pero…

—Esta mañana se me ha ocurrido que puede ser Miles quien ha entrado en tu casa para registrarla en busca de una gran historia… Pero no. No lo veo haciendo algo así. ¿Lo has visto más veces de las que esperabas últimamente?

—No —respondió ella en un susurro.

Su ansiedad había ido en aumento durante todo el día, y a medida que se acercaban a casa, a su casa grande y solitaria, no pudo soportarlo más.

—¿Podría dormir hoy en tu casa? —le preguntó a Ben con un hilillo de voz.

Ben la miró.

—Por supuesto que puedes dormir en mi casa —dijo. Le tomó la mano y se la besó—. O eso, o yo me instalo con mi saco de dormir en tu porche.

—Cualquiera de las dos cosas. Como tú quieras.

Él volvió a besarle la mano, acariciándole los nudillos con los labios, en un gesto distraído que a Molly le puso el vello de punta.

—Hemos encontrado dos grupos de huellas en tu casa, que no eran mías ni tuyas. Seguramente serán de tu tía o de alguno de los de la compañía de mudanzas, pero voy a enviarlos al laboratorio forense. ¿Notaste que alguno de los de la mudanza te prestara demasiada atención?

—No, que yo sepa.

—De acuerdo. Mañana por la mañana voy a ir a ver tu coche —dijo Ben. Respiró profundamente y exhaló un suspiro—. Vaya, Molly.

—Sí, ya lo sé.

Él le agarró la mano durante todo el camino de vuelta a casa, y la acompañó mientras ella recogía las cosas que necesitaba para pasar la noche fuera. Después de girar la llave en sus enormes y flamantes cerraduras de acero, se marcharon, y antes de que ella se diera cuenta estaban en el garaje de Ben.

Se sentía excitada por el hecho de pasar la noche protegida por un policía tan grande y tan sexy, y fue olvidando su tensión poco a poco. Ella había estado en su casa cuando era la de su madre, pero ahora era de Ben.

Esperaba la típica decoración masculina; nada reseñable. Y era casi cierto. Cuando su madre vivía allí, las paredes eran de color lila y rosa, con algún toque de verde. Las alfombras eran rosas. Un estilo clásico de los años ochenta. Molly se había quedado impresionada a los once años.

El rosa había desaparecido. Ella se preguntó cuántos minutos habrían pasado entre el momento en que su madre le vendió la casa y el momento en que él quitó las alfombras. Ahora el suelo de madera estaba desnudo y las paredes eran blancas.

Había un sofá gigante de cuero marrón y desgastado y una televisión. Casi todo era típico de un hombre soltero, salvo por dos detalles.

Había una estantería a cada lado del sofá, y dos más flanqueando la televisión. A ella se le había olvidado aquello de Ben. Él adoraba la lectura. Aquellas estanterías estaban llenas de libros. Ella conocía algunos de ellos, y de otros no había oído hablar nunca.

Al ver todos aquellos libros, se sintió esperanzada. Tal vez, solo tal vez, él se sintiera impresionado por su trabajo. Tal vez no se quedara horrorizado ni se disgustara. Tal vez se pusiera contento.

Tendría que pensar bien si se lo contaba, o si no.

Lo segundo que Molly notó en su salón fueron las fotografías. Había muchísimas fotografías en blanco y negro, enmarcadas y colgadas por las paredes. La mayoría eran fotografías de naturaleza. Un azafrán de primavera entre la nieve. Rocas pulidas en el agua de un arroyo. El reflejo de una nube iluminada por el sol en el cielo azul.

Y más. Un ciervo corriendo por un campo blanco y puro. Un álamo que había perdido sus hojas.

—¡Ben, son preciosas!

Él gruñó alguna respuesta mientras entraba con su bolsa de viaje y la dejaba en el pasillo. Molly no se molestó en seguirlo. Estaba demasiado ocupada moviéndose de fotografía en fotografía, mirándolas todas.

Cuando oyó que él volvía a entrar en el salón, se lo quedó mirando boquiabierta.

—¿Las has hecho tú?

—Sí.

—¡Oh, Dios mío, Ben! ¿Cuándo empezaste a hacer fotografías? Estas son magníficas.

—Hace unos años. Hoy en día no es difícil aficionarse, con todas las cámaras digitales que hay, y las impresoras en color —dijo él, y se encogió de hombros—. No es nada del otro mundo. Hace que mis paseos por el monte sean más interesantes.

—¿Nada del otro mundo? Me estás tomando el pelo. ¿Las vendes?

—He vendido algunas en páginas web de fotografía, para cubrir los gastos de las cámaras, el papel fotográfico y la tinta.

Ella se dio cuenta de que Ben se había ruborizado un poco, y tuvo ganas de abrazarlo.

—Deberías exponerlas en la Feria de Arte de Aspen.

—¡Ja! —exclamó él, y se ruborizó aún más—. ¿Te apetece tomar algo? Tengo vino de botella, espero que no te importe.

—¡Vaya! Arte y vino del bueno. Eres un metrosexual, o algo así.

—Sí, me han crecido bastante las cutículas desde que se cerró el paso, pero intento arreglármelas.

Ella no pudo aguantar que fuera tan adorable ni un minuto más, y se arrojó a sus brazos. Él la agarró con un resoplido exagerado, pero ella se lo perdonó.

—¿Sabes lo sexy que eres? —le preguntó.

—Eh… Hace siglos que no me depilo las cejas.

Ella lo besó para que se callara, y funcionó. Ben comenzó a mover la lengua rápidamente, la agarró por las nalgas y la estrechó contra su cuerpo. Se besaron hasta que Molly se inclinó hacia atrás y le sonrió.

—Te eché de menos anoche.

—Yo también.

—¿Me vas a hacer fotos desnuda?

Él la soltó tan rápidamente que ella estuvo a punto de caerse.

—Por supuesto que no.

—Oh, vamos.

—Estás loca.

—Será divertido.

—Lo último que necesito son pruebas de mi vida sexual flotando por Internet.

—No tienes por qué enviármelas por correo electrónico, ni nada parecido. Y tú eres el único hombre del mundo a quien le confiaría mis desnudos.

—Ni lo sueñes.

—¿No quieres tener un recuerdo de nuestra aventura cuando termine?

Ben se dio la vuelta y se marchó a la cocina, y Molly tuvo que contenerse para no pedirle una foto suya desnudo para tener un recuerdo. No parecía que estuviera de humor para hacer de modelo.

Al pensar en Ben posando desnudo se echó a reír. Sin embargo, al verlo en la cocina su risa cesó de golpe. Él estaba apoyado en la encimera con la cabeza agachada y los hombros tensos. No se estaba riendo.

Molly tuvo un momento de pánico cuando él se giró a mirarla con unos ojos tan oscuros como una noche de tormenta. Ella no quería tener una conversación seria, no quería que la obligara a explicar exactamente en qué trabajaba, ni cuál podía ser su futuro.

—Deja que vea cuál es el vino que tienes —le dijo.

Ben se cruzó de brazos y siguió mirándola fijamente.

Molly se metió las manos en los bolsillos e intentó no darle la sensación de que se sentía culpable, pero al final, él se apartó de la encimera y fue a tomar una botella de vino blanco del frigorífico. Eso le dio a Molly la oportunidad de salir de la cocina y hacer un tour por el resto de la casa. En el pasillo había más fotos colgadas en las paredes, entre las puertas de uno de los baños y los tres dormitorios. Ella se detuvo ante el más grande de todos.

Estaba limpio, pero no perfecto. La cama estaba deshecha, y había un par de pantalones de deportes en el suelo. El cabecero de la cama era de troncos de pino gruesos y pulidos, y la colcha era de color marrón oscuro.

La habitación encajaba con él. Era sencilla, un poco dura, pero también suave en algunos detalles sorprendentes.

Había una fotografía junto a la cama, más grande que las demás. Aquella era en color. La imagen del atardecer, del sol poniéndose entre montañas sombrías, bajo un cielo azul marino.

Ben apareció y le entregó la copa de vino.

—Ben, tienes un gran talento. Deberías…

—Lo hago para mí. Es una de las pocas cosas con las que no tengo que estar en guardia.

—Bueno, yo no sabía que fueras un artista. Cada día que pasa te vuelves más sexy, Profesor. ¿Quieres que vayamos a la cama?

Él arqueó una ceja con irritación, y esa no era la reacción que ella esperaba.

—Había pensado que deberíamos hablar. Tener una conversación.

—Ah.

No se trataba de que ella no quisiera hablar con él, pero la cama era un territorio mucho más seguro. Una conversación con Ben era algo sincero, complicado y emocional. Peligroso. Tuvo la tentación de quitarse la camisa sin más, pero él volvió al salón, y ella tuvo que seguirlo.

Ben se sentó en el sofá y cruzó las piernas. Ella se detuvo para mirarlo, porque tal vez no hubiera otra noche como aquella, y era muy guapo. Él dio unos golpecitos en el asiento de al lado.

—Vamos, ven. Te prometo que no voy a intentar sonsacarte información sensible.

Ella volvió a pensar en quitarse la camisa, pero decidió que podía guardar aquel as en la manga si era necesario durante la conversación. Si él le preguntaba algo sobre Cameron, por ejemplo, o por su vida en el negocio del sexo.

—¿Cómo está tu madre? —le preguntó ella mientras se sentaba a su lado.

—Bien. Este año se jubila. Ha llamado para preguntar por ti.

—¿Y se ha enterado de todo?

—Parece que yo soy el último en conocer la existencia del Tribune online. Ella ha leído las historietas, y me ha llamado para decirme que siempre le caíste muy bien.

El corazón le dio un salto en el pecho al oír aquello.

—Tu madre es encantadora.

—Lleva un año saliendo con un hombre —dijo él de sopetón, como si todavía fuera una sorpresa.

—¡Es estupendo! —exclamó ella, y se echó a reír al ver la expresión dubitativa de Ben—. No me digas que es su primer novio desde tu padre. Vamos.

—Creo que sí. Por desgracia, me mencionó que se sintió como si fuera virgen de nuevo. Así que creo que… —Ben carraspeó.

—¡Vaya! Entonces ya era hora de que se divirtiera.

—Supongo que sí. Eh, ¿qué querías decir con eso de Ricky Nowell?

Después de atragantarse con el vino, ella consiguió preguntar, con un jadeo:

—¿Eh?

—Dijiste que había sido horrible contigo.

—¡Ah, sí! Bueno, no fue nada. Cosas de adolescentes.

—Me dijiste que habías perdido la virginidad esa noche, Molly. ¿Es cierto?

—¿Estabas prestando atención a eso? Vaya.

—¿Perdiste la virginidad esa noche y viniste para hablar con tu hermano sobre ello?

—No.

—Me quedé muy preocupado por ti cuando te fuiste. Ni siquiera pude ir a buscarte. Estaba con una chica… y no estaba vestido.

—Oh, lo recuerdo perfectamente.

—Por favor, cuéntame qué pasó.

—¿Ahora? —preguntó ella, y él asintió—. Bueno, está bien. Yo vine porque esa noche me había peleado con Ricky. Habíamos salido juntos, y me dijo que si no quería hacerlo habíamos terminado. Yo me indigné y vine a tu casa porque… no sé por qué. Supongo que quería decírtelo y que tú también te indignaras.

—Lógico.

—Así que entré sin llamar y ¡tachán! Ahí estabas tú. Desnudo. Y muy ocupado.

—Exacto.

—Y yo había estado imaginándote desnudo. No podía… No pude apartar la vista. Se me estaba rompiendo el corazón, pero lo único que quería era quedarme ahí y mirarte.

—Oh, Molly.

—¡Lo sé! ¡Fue terrible! —dijo ella, y le dio una palmadita en el brazo para rebajar la tensión—. Pero también fue liberador para mí. Yo nunca me había dado cuenta de que te estaba esperando, pero en aquel momento lo supe. Y el verte con otra chica me liberó de eso. También me excitó mucho, así que decidí hacerlo.

—Con Ricky.

Molly se encogió.

—Eh… sí. Fue un gran error. O más bien, pequeño. Fin de la historia.

—Pero tú dijiste que Ricky fue horrible contigo.

—Eso fue hace diez años, Ben, y yo era muy tonta. ¿Por qué te importa ahora?

—Porque sí.

—Está bien —refunfuñó ella—. Me encontré a Ricky fuera de The Bar. Le dije que quería hacerlo, y él me complació encantado. Afortunadamente es miembro del club de los penes pequeños, así que fue decepcionante, pero solo un poco incómodo. Me divertí mucho más cuando fui a la universidad.

—¿Y se comportó como un imbécil?

—Sí. Después de pasar un minuto y medio en el cielo, se apartó de mí y me dijo que todavía tenía mucho que aprender para satisfacer a un hombre.

—No es posible.

—No te preocupes. Eso me libró del sentimiento de culpabilidad que habría podido tener al burlarme tanto de él.

Ben le acarició el pelo y se puso a juguetear con uno de sus mechones.

—Ricky viene todos los años por Acción de Gracias. Pondré un control de alcoholemia solo para él.

—Ah, eres tan dulce…

—Ojalá pudiera haberte alcanzado cuando saliste corriendo.

Ella negó con la cabeza.

—No. Yo fantaseaba con la posibilidad de que hubieras apartado a aquella chica y hubieras venido a buscarme, pero tú no eres así, Ben. Fuera lo que fuera para ti, o una aventura de una noche, o una de tus novias, nunca la habrías tratado así. Y si lo hubieras hecho, yo no habría querido que me alcanzaras.

Él le acarició el hombro.

—Eres una chica buena, Molly. Siempre lo has sido.

—Ya te gustaría —murmuró ella—. ¿Hemos terminado ya? ¿Podemos irnos a la cama?

Él suspiró con exasperación.

—Creía que podíamos…

Molly se puso en pie.

—Veo que no me queda otra elección —gruñó.

Entonces, se quitó la camisa. Ben la miró como si estuviera loca, pero ella se quitó el sujetador, e hizo bien. Ben se olvidó de conversar, y Molly consiguió lo que quería.

E-Pack HQN Victoria Dahl 1

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