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Capítulo 11

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Molly se despertó al oír unas explosiones lejanas. El sonido vibró en sus oídos, y después dejó un silencio extraño. Pasaron unos minutos, y estalló otra carga de dinamita; sacudió el suelo lo suficiente como para que pudiera sentirse. Hacía diez años que no se despertaba así, y el sonido hizo que sonriera antes de abrir los ojos.

Debían de haber tenido una gran nevada en Aspen para haber puesto a trabajar a las brigadas de avalanchas tan pronto. El silencio sobrenatural que había entre avalanchas le dio a entender que también había nevado en Tumble Creek, pero en aquella parte de la montaña no había tantos esquiadores como para tener que dinamitar las frágiles aglomeraciones de nieve.

Pensó en dormirse de nuevo, pero recordó que estaba en la casa de Ben, en la cama de Ben. Eso hizo que sonriera aún más. La noche anterior había sido lenta, sensual, como si la química que había entre ellos fuera diferente allí. Él había tomado las riendas, él había impuesto el ritmo. Ella no había podido hacer otra cosa que disfrutar. Y, aunque le había pedido dos veces más que le hiciera fotos desnuda, porque nunca más iba a tener un amante que fuera fotógrafo y honorable a la vez, Ben se había negado.

Con la intención de abrazarse a la almohada, rodó para tumbarse de costado, pero oyó crujir algo debajo de su cuerpo. Entreabrió los ojos. Las persianas estaban cerradas, pero el sol entraba de todos modos en la habitación. Parecía que había vuelto a dormir hasta tarde.

El lado de la cama de Ben estaba vacío, así que ella se sentó para mirar a su alrededor, y vio qué era lo que había crujido. Tenía una foto junto al codo; era una fotografía en color que al principio le pareció abstracta. La tomó y le dio la vuelta lentamente, hasta que reconoció el primer plano de un pie femenino entre los pliegues de una sábana blanca.

Con el ceño fruncido, se irguió más sobre la cama, y tocó algo con la cadera. Era otra fotografía. Miró hacia abajo mientras estiraba la mano para tomarla, y se dio cuenta de que había cuatro, cinco, seis… Más de media docena de fotos esparcidas por el colchón. Y todos ellas eran primeros planos… suyos.

Contuvo la respiración y tomó la que estaba más cerca. Era de su oreja, de la curva de su cuello, de su pelo rubio sobre la almohada. Le dio la vuelta y encontró algo escrito. Esta es la mayor desnudez que voy a fotografiar, así que espero que te guste. Ben.

A ella se le aceleró el pulso mientras tomaba otra fotografía. Aquella era de su mano cerrada mientras dormía, sobre la sábana. Había otra de la curva de su hombro y su antebrazo, y la última que vio era la parte superior de su cadera y la curva de su vientre, y su ombligo asomando justo por encima del blanco de la sábana. Al darle la vuelta a aquella imagen y leer la nota, se le llenaron los ojos de lágrimas. Tú, a la luz de la mañana.

Molly recogió todas las fotografías y las apiló. Después se apretó las manos contra la boca. Aquello era demasiado serio. Demasiado bonito. Ella quería fotografías verdes, no bellas.

Molly sintió pánico al notar que el corazón le estaba latiendo con mucha fuerza. Se levantó para vestirse. Necesitaba tomarse un café y pensar con la cabeza clara.

No podía enamorarse de Ben. Aunque quisiera hacerlo, no podía.

No encontraba ni la camisa ni el sujetador, así que fue a buscarlos al salón, y los halló sobre el sofá. Cuando estuvo decentemente vestida, entró en la cocina a por cafeína.

No tuvo que buscar demasiado. En la mesa de la cocina había un termo, y junto a él, una taza, un cuenco, una cuchara, un plátano y una caja de cereales. Ben le había dejado el desayuno preparado.

—Mierda —musitó ella, y se dejó caer en una de las sillas mientras observaba con consternación la caja de Apple Jacks.

¿Por qué él tenía que hacerlo todo bien? Y ni siquiera de un modo inquietante. Si Cameron hubiera decidido hacerle el desayuno, habría pensado en un zumo de naranja y unos cruasanes. Tal vez, algunas frutas del bosque y una quiche.

Pero Ben no estaba intentando impresionarla. Solo la estaba cuidando, porque eso era lo que hacía normalmente. Era huraño y callado. Serio. Reservado. Y cuidaba de la gente.

Y la horrible verdad era que ya estaba enamorada de él. Pensar que podrían limitarse a tener unas relaciones sexuales divertidas había sido una idiotez. Claro que estaba enamorada de él; llevaba enamorada de él toda su vida.

Demonios, si nunca hubiera escrito su primer libro, si no hubiera plasmado algo que era tan obviamente sobre él, podría decirle la verdad y dejar que él decidiera si su carrera profesional era demasiado difícil de aceptar. Pero tal y como eran las cosas… No solo había violado su sentido de la privacidad, sino que también le había ocultado un problema que le concernía.

¿Qué podía hacer?

—Demonios.

Tal vez no tuviera que hacer nada. Tal vez Cameron apareciera allí y convenciera a Ben de que terminara con ella, como había hecho con los demás. Seguramente charlarían sobre la policía, y después agitarían la cabeza comentando las rarezas de Molly y estarían de acuerdo en que ella debía resolver algunos problemas importantes antes de poder tener una relación seria con alguien.

Solo con pensarlo se enfadó. Peló el plátano y empezó a darle mordiscos mientras se servía una taza de café.

Hombres. Si nunca hubiera escrito su primer libro, sería lo suficientemente buena para Ben, pero no tendría una profesión que le encantaba. Estaría trabajando como una esclava en una empresa de marketing o de ventas. No habría podido volver a vivir a Tumble Creek, así que de todos modos no habría tenido aquella oportunidad con Ben.

Dios Santo, odiaba la culpabilidad. Y odiaba las obligaciones, el compromiso y las discusiones. Se había dado cuenta enseguida de que no estaba hecha para las relaciones serias, y las cosas le habían ido bien hasta que Cameron Kasten había aparecido en su vida. Entonces, de repente, se había visto atrapada en una relación sin saber cómo había llegado allí. A aquel hombre se le daban muy bien los trucos, pero ella había conseguido librarse de él por pura fuerza de voluntad.

Tal vez pudiera hacer lo mismo en aquella situación, y librarse de la emoción que se había apoderado de ella. Tenía que conseguirlo rápidamente. Una buena idea, si no fuera porque esperaba con todas sus fuerzas que Ben no conociera a Cameron, y así, su aventura con ella continuara durante una temporada más.

Dios. Estaba totalmente atrapada.

Terminó de desayunar, se puso las botas, el gorro y el abrigo, y salió de casa de Ben. Se alegró de haber llevado las botas, porque había diez centímetros de nieve que lo cubría todo. Bueno, menos la calle del garaje de Ben, por supuesto. Él había apartado toda la nieve con la pala. En la calle de la anciana señora Lantern tampoco había nieve, y ella no tuvo que preguntarse quién la había quitado.

Se colgó la bolsa al hombro y echó a andar hacia su casa. Se concentraría en su libro y vería si podía terminar la primera versión aquel mismo día. Tenía que trabajar, y había otra gente importante en su vida. No solo existía Ben Lawson durante las veinticuatro horas del día.

—Exacto —se dijo—. Eres una mujer independiente. Con formación. Curvilínea. Una conversadora fascinante. Y tienes una situación económica muy cómoda.

Al pensar en el dinero, sacó el móvil de su bolso y lo encendió. Su editora le había prometido llamarla para darle las cifras de su última novela, y Molly se entusiasmó al ver el icono del mensaje brillando en la pantalla.

—Ooh. Dinero, dinero, dinero.

Sin embargo, el mensaje no era de su editora, sino de su madre. Molly lo escuchó, lo borró y la llamó.

—¡Molly! —gritó su madre—. ¡Estaba muy preocupada por ti!

—Lo siento, mamá. Estaba con Ben y…

—Ya lo sé. Me ha llamado esta mañana para decirme que estás bien.

—¿Cómo?

—Bueno, es que yo le dejé un mensaje en la comisaría.

—Mamá, ¿me estás tomando el pelo?

—Yo no bromearía con respecto a algo así.

Molly tomó aire y se contuvo para no gritarle a su madre.

—¿No habíamos aclarado ya que me causaste muchos problemas hablando con Cameron sobre mí?

—Ben Lawson es un buen hombre. Yo le limpié la nariz muchas veces cuando era pequeño.

—Sí, bueno, también querías a Cameron como a un hijo, o por lo menos eso es lo que me dijiste cuando rompí con él.

—No me gustó que invitara a tu padre a ese fin de semana de pesca. Yo tenía planeada una buena cena de aniversario.

Ah, Cameron había metido la pata con eso. Era difícil de creer que no hubiera memorizado una fecha tan importante como el aniversario de sus padres. Había sido el chico preferido de sus padres durante semanas después de que rompieran, pero se había convertido en persona non grata en cuanto se había llevado a su padre para un viaje de pesca improvisado. Su madre se había enrabietado, y finalmente había aceptado la realidad.

—¡Ya ni siquiera es tu novio! —exclamó.

Molly sonrió.

—He estado pensando —dijo su madre en un tono tenebroso—, que podría ser Cameron quien te está espiando.

Tú dijiste que…

—Dime que no le has contado nada a Ben.

—Molly, él es policía. Si…

—¡Dímelo!

Su madre resopló de indignación.

—Ni siquiera se me había ocurrido hasta hace media hora. No, no le he dicho nada.

Gracias a Dios. Ella no quería que Ben tuviera una discusión con Cameron, y menos si había alguna posibilidad de que él fuera el acosador.

Su madre se había quedado en silencio, lanzándole rayos invisibles a través del teléfono. Molly puso los ojos en blanco.

—Lo siento, mamá. Es que… este asunto de Cameron ha sido una pesadilla. Y no es él. No puede serlo. Así que…

—Bueno —respondió su madre, y suspiró—. Yo siento haber seguido hablando con Cameron por teléfono…

—Y recibiendo sus visitas —le dijo Molly.

Otro suspiro.

—Está bien. Siento haber sido amigable con él después de que rompierais. No estuvo bien.

—Bueno. No te preocupes tanto. Ese hombre es una fuerza de la naturaleza. Lo entiendo.

—Gracias, hija. ¿Por qué no te planteas mudarte con Quinn durante una temporada? No hay motivo para que…

—No.

—Entonces, con Ben.

—Mamá, llevamos viéndonos una semana. No me estarás sugiriendo que empiece a vivir en pecado tan rápidamente.

—Bueno, por lo que tengo entendido, ya habéis pecado mucho.

—Sí, nos hemos portado como conejitos desde que llegué al pueblo —dijo ella. En realidad era cierto, lo cual hizo más divertido el jadeo de indignación de su madre.

—¿Cuánto tiempo hace que no vas a misa, Molly Jennings?

La sonrisa se le borró de la cara.

—Te quiero, mamá. No intentes llamarme más al móvil. Lo tengo desconectado casi la mayor parte del tiempo, y te causará preocupación.

Molly colgó, cruzó la calle y subió la colina de su casa en tiempo récord. Apenas se detuvo cuando vio la nota que había pegada a su puerta. Vete de Tumble Creek o morirás, decía, con una escritura fea.

Molly se puso furiosa al sentir una punzada de pánico en el estómago. Se enfureció tanto que ignoró la nota, abrió la puerta, entró y cerró de un portazo. Dejó el papel arrugado en la consola; Ben querría verlo y buscar huellas, y ella no podía analizarlo en aquel momento.

Se dirigió hacia la cocina y tomó el cuchillo más afilado que tenía. Algún cobarde quería destrozarle la vida, y ella ya no lo aguantaba más, así que en vez de llamar a Ben lloriqueando, comprobó que la puerta trasera y la puerta del sótano estuvieran cerradas y recorrió su casa de arriba abajo.

Cuando se sentó en el escritorio, la ira había desaparecido y solo quedaba el miedo. Empezaron a temblarle las rodillas, y plantó las botas en el suelo para impedirlo. Se irguió. Tal vez aquello no tuviera nada que ver con ella. Tal vez tuviera que ver con Ben y con las mujeres de su pasado. Él le había dicho que no salía con ninguna mujer del pueblo, pero con ella llevaba no saliendo más de una semana. Aquel hombre tenía que darle algunas explicaciones.

Sonrió al pensar en que iba a poder interrogarlo y se frotó las manos. Sí, él iría a verla dentro de pocas horas, y ella aprovecharía para preguntarle con cuántas mujeres del pueblo había no salido.

Más animada, sacó el portátil del último cajón de su escritorio y lo abrió. Lo encendió y entró en su correo electrónico.

Primero, su editora le aseguraba que no, que no habían recibido ninguna carta sospechosa sobre ella ni sobre sus historias. Solo las diatribas usuales de la señora Gibson.

Después… ¡Ajá! Molly vio sus cifras de ventas. Las preciosas y exuberantes cifras de ventas que necesitaba en aquel momento. Aquella era su profesión. Se le daba bien, y le gustaba. Era una profesión secreta, sí, pero no tenía por qué avergonzarse de nada.

Pronto se lo contaría todo a Ben, y él intentaría que ella se sintiera mal, y lo suyo terminaría.

—Puedo enfrentarme a esto —le dijo a su ordenador, y se sintió feliz por el tono de seguridad de su voz—. Estaré perfectamente.

Aquello no estaba surtiendo efecto. En vez de salir corriendo del pueblo, Molly Jennings había salido corriendo hacia la cama de Ben Lawson. Sin embargo, ¿qué otra cosa podía esperarse de una fulana como ella?

Ahora, el Jefe Lawson estaba metido de lleno en el caso, y eso no podía ser. Tenían que separarse. Tenía que haber un modo de separarlos.

Después de días de frustración, de tratar de dar con la solución, el Tumble Creek Tribune le ofreció un regalo.

Molly Jennings tenía un secreto. Un secreto que ni siquiera conocía el Jefe Lawson, si el periódico decía lo correcto. Y, fuera lo que fuera… Nadie guardaba un secreto así a menos que fuera dañino. Sórdido, incluso.

Aquel secreto era la clave, la forma de separarlos. Sin embargo, ¿cómo iba a averiguarlo?

Molly tenía el despacho en su casa, con su ordenador y unos armarios cerrados con llave. En cuanto al acceso… Bueno, ella había puesto cerraduras nuevas en todas las puertas, pero aquella casa no era exactamente Fort Knox. El departamento acababa de recibir un dispositivo de apertura de cerraduras de último modelo. Podía abrirlo prácticamente todo.

Si Molly continuaba pasando las noches fuera, habría tiempo para revisar sus carpetas tranquilamente, y averiguar cuál era la verdad que le estaba ocultando a su nuevo novio.

Y cuando el Jefe Lawson la dejara plantada, ella se iría de Tumble Creek y volvería a su sitio.

E-Pack HQN Victoria Dahl 1

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