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Capítulo 13

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Demonio del sexo profesional que quería destruir su reputación, terminar con su cordura y pisotear su corazón. Sí, eso parecía correcto. Por fin, Ben había resuelto la Cuestión Molly Jennings.

El sonido del motor que arrancaba junto a la oficina de su despacho terminó de ponerle los nervios de punta. Le resultaba irritante en extremo porque era el ronroneo suave del motor de un coche deportivo muy caro. El sargento Cameron Kasten tenía un gusto impecable para los coches, aunque no para las mujeres.

Ben se levantó de su silla y recorrió el pasillo, preguntando malhumoradamente:

—¿Alguien necesita alguna otra cosa de mí?

Hubo un coro de respuestas negativas. Parecía que, de repente, todos sus subordinados tenían una necesidad imperiosa de organizar el trabajo administrativo que tenían sobre el escritorio.

Cuando llegó a la puerta, se detuvo, se giró y miró de manera fulminante hacia la pared más lejana.

—Si algo de esto aparece en el Tribune, sabré que ha sido uno de ustedes. Y no me va a gustar lo más mínimo.

—Sí, señor —respondieron Brenda y el resto de los hombres.

Ben asintió e hizo ademán de salir, pero Brenda corrió hacia él y lo detuvo.

—¿Está bien, Jefe?

—Sí, estoy bien.

—Lo siento. Siento mucho lo que le ha hecho esa mujer. ¿No quiere que le traiga un plato de lasaña esta noche? Se sentirá mejor con un poco de comida casera en el estómago.

—No es necesario, Brenda. De veras.

—Supe que esa chica nos traería problemas en cuanto apareció en el pueblo. Ella…

—Bueno, bueno —dijo Ben, agitando la cabeza—. Te agradezco tu amistad, Brenda, como siempre. Pero necesito que le concedas a Molly el beneficio de la duda, ¿eh? ¿Lo harás por mí?

Ella apretó los labios y le tomó una de las manos entre las suyas.

—Por supuesto. Tiene razón. ¿Está seguro de lo de la lasaña?

Ben le aseguró que sí y consiguió dominar su ira hasta que estuvo sentado tras el volante. Entonces le rechinaron los dientes. Apretó el volante con fuerza y soltó todas las maldiciones que conocía. Estuvo diciendo palabrotas durante todo el trayecto, y fue calmándose un poco hasta que, cuando llegó a casa de Molly, por lo menos notaba de nuevo los extremos de los dedos.

Ella abrió la puerta antes de que él terminara de golpear con el puño cerrado, y se quedó asombrada cuando él pasó por delante de ella y cerró. Ben fue a zancadas hasta la cocina, sacó una silla de debajo de la mesa y se puso a caminar sin sentarse. Miró la puerta trasera para asegurarse de que estaba cerrada, y finalmente, se volvió hacia ella.

—No puedo creer que salieras con ese tipo.

Molly se puso en jarras. Su expresión de ira desapareció.

—¿Eh?

—Es un completo imbécil, Molly. ¿En qué demonios estabas pensando?

Ella pestañeó.

—¿Cómo?

Ben alzó las manos con exasperación y miró a su alrededor por la cocina.

—¿Es que te has tomado una copa al llegar a casa?

—Yo… Yo… ¿Has hablado con él?

—Sí, he estado media hora hablando con él. Treinta minutos de mi vida que no volveré a recuperar.

—Pero… ¿me estás diciendo que no te ha caído bien?

Él puso cara de disgusto.

—Por el amor de Dios, ¿es que querías que nos hiciéramos amigos, o algo así?

Ella se tapó la boca con ambas manos para amortiguar un gritito.

—Molly, yo…

Ben no estaba muy seguro de lo que iba a decir, pero fuera lo que fuera, se quedó sin palabras cuando ella se arrojó a sus brazos. Tuvo que poner un pie atrás para poder conservar el equilibrio, y entonces, ella lo abrazó con las piernas, y él no tuvo más remedio que sujetarla por el trasero. Y entonces, Molly le estaba besando la boca, la mandíbula y el cuello, cosa que lo distrajo mucho.

—Oh, Ben… —le susurró Molly al oído—. Sé que debes de odiarme, pero no me importa. Eres mi héroe —dijo. Le lamió el pulso del cuello, y se lo aceleró.

—Eh… ¿Qué…? —preguntó él. Sin embargo, ella había metido las manos por debajo de su camisa y le estaba acariciando la espalda desnuda, clavándole las uñas y…—. Espera.

—Eres increíble. Un milagro. Debería haberme dado cuenta…

—Molly —dijo él, carraspeando—. Molly, ¿por qué ha venido el sargento hasta aquí?

Ella le mordió el hombro y lo estrechó entre sus piernas.

—A destrozarme la vida.

—¿Cómo?

Ben la soltó de repente, pero ella se sujetó con las piernas, y sus caderas descendieron hasta quedar justo a la altura de la entrepierna de él.

—¡Ah! Un segundo. Esta vez no vas a distraerme.

—No te preocupes. Esto solo nos llevará un minuto.

Él la tomó por la cintura y la bajó al suelo.

—¿Podrías dejar de hacer bromas un instante, y ponerte seria?

Aquello le bajó el ánimo a Molly. Bajó las piernas al suelo, se cruzó de brazos y lo miró fulminantemente, olvidando todo eso de la adoración y del héroe.

—Dime exactamente qué quieres decir con eso de que Cameron te está destrozando la vida.

Ella se encogió de hombros, como si fuera una adolescente rebelde.

—Me ha estado acosando.

—¿Cómo? ¿Que te ha estado acosando? No, eso no puede ser, porque tú me habrías hablado de él cuando alguien comenzó a entrar en tu casa.

—No fue él.

Ben tuvo ganas de estrangularla. Tomó aire y lo exhaló lentamente en un intento de calmarse.

—Por favor. Por favor, dime algo que tenga sentido. Te lo pido por favor.

—¡No fue él! Nunca hizo nada parecido en Denver, y además, el motivo por el que yo le he llamado un par de veces es que quería saber dónde estaba. No pudo ser él. La mañana en que entraron en casa, él estaba en su escritorio, en Denver.

—Demonios, ¿estás segura? Entonces, ¿a qué te refieres con que te ha acosado? Sabía que tenía que haber arrestado a ese desgraciado solo por ser tan hortera.

—¿Cameron te parece hortera? —preguntó ella, y se echó a reír—. Dios, Ben, creo que te quiero.

El aire escapó de los pulmones de Ben a la misma velocidad que su piel palidecía.

—Quiero decir… ya sabes —balbuceó ella—. No me refería a querer querer. Yo solo quería decir…

Ben asintió. Parecía que quería salir de aquel atolladero tanto como ella.

—Te entiendo.

—Lo que pasa es que todo el mundo adora a Cameron. Lo aman. Tiene ese poder… Yo ni siquiera sé si me gustó alguna vez; creo que solo me abdujo. Hasta que una mañana me desperté y me di cuenta de que estaba muy contenta de que él no se hubiera quedado a pasar la noche conmigo. No quería tener que verlo. Pero cada vez que intentaba romper con él… me convencía para que no lo hiciera.

—Pero rompiste.

—¡Por fin lo conseguí! Hasta que empecé a informarme sobre su trabajo y me di cuenta de que me estaba manipulando constantemente. De que me convencía para que hiciera lo que él quería.

—Te manejaba —añadió él, pensando en que el sargento Kasten había intentado crear la ilusión de una amistad instantánea con él.

—¡Exactamente! Me manejaba. Era como si fuera una práctica para su trabajo, como si fuera un medio de mantener al máximo sus capacidades. Cuando él se dio cuenta de que yo ya había terminado con él… No sé. Necesita saber que tiene siempre el control de todo. Por eso adora su trabajo. Y no soportaba el hecho de que yo ya no fuera su marioneta.

Ben ya no estaba enfadado, pero estaba empezando a sentir mucha ansiedad.

—¿Y qué hizo?

Ella se dejó caer en una de las sillas de la cocina y apoyó la barbilla en la palma de la mano.

—Empezó poco a poco. De repente, aparecía en los sitios que yo frecuentaba. En el bar de mi edificio. En mi restaurante favorito. En la cafetería de la esquina. Y mis amigos seguían teniendo contacto con él, lo invitaban a sus fiestas y me pedían que le diera otra oportunidad. Era como si los tuviera a todos hipnotizados, ¿sabes?

—Sí.

—¡Se dedica a eso! Está entrenado para conseguir que la gente adopte su punto de vista. Incluso mi familia… Bueno, Quinn está demasiado concentrado en su trabajo como para dejarse abducir de esa manera, aunque constantemente le daba a Cameron información que no debía. Pero mi padre y mi madre… —Molly se apretó los ojos con una mano—. Siempre querían estar con él. Me decían que era como un hijo para ellos, y que me quería. Que yo debía crecer y, por una vez, tomar una determinación acertada.

—Uf.

—Sí, uf. Tuve que faltar al Día del Memorial en casa de mis padres, en St. George, porque lo habían invitado a él.

—Lo siento, Molly.

—Y después de eso, empecé a verlo en sitios donde no debería estar. Por ejemplo, en una librería del otro extremo de la ciudad, o en una tienda de ropa interior femenina. ¿Por qué tenía que estar allí? Me quejé ante su superior, me quejé ante todo el mundo que pude, pero no sirvió de nada. Todos lo aman. Y él les hizo ver que era yo la que tenía el problema, que le estaba dando una de cal y otra de arena. Incluso… Después de aquella noche en el club… Yo solo quería irme a casa y quedarme inconsciente, pero él dijo que tenía que pagar la cuenta, así que lo acompañé, y él hizo todo un espectáculo al entrar, metiéndose la camisa por la cintura del pantalón y sonriendo como un mono. Al final, intenté ignorarlo. Empecé a salir con otra gente pensando que él desaparecería de mi vida, pero estaba muy equivocada.

Ben ya no estaba enfadado con ella, y se dio cuenta de lo cansada que estaba. Estaba agotada y triste. Ben sacó un Frappuchino de la nevera y se lo abrió. Ella le sonrió, y él no pudo evitar el impulso de acariciarle la mejilla con las yemas de los dedos.

—Siento haberte dicho que eras infantil, Molly.

Ella negó con la cabeza, pero Ben se dio cuenta de que ella tenía los ojos llenos de lágrimas, y se sintió como un completo imbécil. Debería haberle preguntado qué ocurría, en vez de haberse tirado a su cuello. Sin embargo, siempre estaba nervioso con ella, esperando a que ocurriera algo que confirmara sus sospechas de que tenía un lado oscuro.

Molly dio un trago al café y se dejó caer contra el respaldo.

—No te lo conté porque sabía que él no podía ser el acosador, pero si te lo decía, tú ibas a investigarlo de todos modos. Tendrías que hacerlo. Y pensaba que, si lo llamabas…

—¿Sí?

Ella exhaló un suspiro de tristeza.

—Todos los chicos con los que he salido durante estos seis meses se han creído las mentiras de Cameron como si fueran niños de colegio. Están enamorados de él.

—¿Enamorados?

—Sé que parece una locura, pero él me los robó antes de que me diera cuenta.

—Y tú creías que yo también…

—Pensaba que él vendría aquí diciendo mentiras sobre mis problemas, y sobre lo dañada que estoy, y que todavía no he superado nuestra ruptura. Y entonces, vosotros dos os pondríais a hablar de cosas de la policía y os tomaríais unas cervezas, y tú tendrías la excusa que has estado buscando para dejarme. Pensaba que sería el fin.

—Sí, claro —respondió Ben con disgusto—. Eso solo habría sucedido si yo fuera un incauto con problemas maternales.

—He tenido seis meses muy duros, ¿de acuerdo? —gimió ella—. Azulito era mi último amigo, y la última vez que se quedó sin pilas tuve un momento de pánico en el que pensé que él también había caído en la trampa.

—Muy agradable —dijo él con un resoplido, y tuvo que esquivar el puñetazo que ella le lanzó hacia la cadera.

—Por eso no quería contarte nada sobre Cameron —prosiguió Molly un segundo después—. Le dejé claro a ese idiota que no iba a volver a Denver con él, pero sabía que él iba a venir de todos modos. No quería estar aquí, y tampoco quería que tú estuvieras aquí. Lo siento. No tenía ni idea de que iba a ir a la comisaría y… Dios, lo siento mucho.

Él cabeceó e intentó quitarse de la cabeza la mortificación que sentía por todo aquel asunto. Ella no era exactamente sabia y digna, pero Molly tenía sus motivos… y su propio encanto, que era muy especial.

—No necesito que un urbanita sofisticado venga a contarme cuáles son tus problemas, Moll. Me pasé la mitad de la vida en tu casa. Me caen muy bien tus padres, pero me encogía cada vez que alababan a Quinn sin medida, incluso cuando era niño. Y estaba presente el día en que salieron sus notas de Selectividad.

—Uf —dijo ella.

—Y recuerdo que tu padre te dijo, riéndose, que debías estudiar más si querías parecerte en algo a tu hermano. Y cuando tu equipo de debate llegó a la final del distrito, y tus padres vinieron a ver nuestro partido de baloncesto en vez de ir a verte a ti. Dios santo, si yo hubiera sabido lo del debate, me habría saltado el partido y habría ido.

Molly negó frenéticamente con la cabeza.

—Por favor, ¡dime que no le has contado a Cameron nada de esto!

—Yo no soy uno de tus novios de Denver, Molly. Ese tipo es un gusano.

—Gracias a Dios.

—Lo que quiero decir es que me doy cuenta de que tienes problemas para confiar en los demás, y sé por qué. Incluso entiendo tu necesidad de guardar tus secretos, pero para el futuro, una de las cosas que yo quiero que mantengas en secreto es con cuánta frecuencia y cuánta pasión mantengo relaciones sexuales contigo.

—Eh… bien. Yo… eh… lo tendré en cuenta.

—Porque en eso te has pasado de la raya.

—Sí. Estoy de acuerdo. Tengo un poco de mal genio —dijo ella. Tomó la bebida y le dio un buen trago.

Con un suspiro, Ben se sentó en la otra silla y se pasó la mano por el pelo.

—Bueno, está bien. Vamos a repasarlo todo.

Molly abrió unos ojos como platos.

—¿Todo? No creo que sea buena idea hablar de relaciones pasadas para…

—Todos los incidentes que han tenido lugar desde que volviste a Tumble Creek, y exactamente, por qué piensas que Cameron no puede ser el responsable.

—Ah, eso es más coherente. Bueno, entonces, nosotros… ¿estamos bien?

Él quería decir que no. Por supuesto que no estaban bien. Ella no confiaba en él y seguía ocultándole sus secretos, y le revelaba las cosas solo cuando se veía obligada a ello, y se escondía tras un muro de sentido del humor y distancia.

Pero no podía decírselo cuando ella lo estaba mirando con aquellos ojos llenos de soledad.

—Sí, estamos bien —dijo, y contuvo las ganas de abrazarla—. Cuéntamelo todo.

Por supuesto, ella no lo hizo. Pero le contó algunas cosas.

Ben llamó al oficial de Kasten para confirmar todo lo que pudo, y después, se vieron como habían empezado: con incertidumbre, seguramente en peligro y, muy pronto, en la cama.

E-Pack HQN Victoria Dahl 1

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