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3.2. El caso del enclave cubano en Miami
ОглавлениеUn estudio clásico sobre enclaves étnicos es la formación del enclave cubano posrevolución en la ciudad de Miami. En los primeros años del exilio cubano, el empleo a gran escala de mujeres cubanas en el sector textil habría tenido dos consecuencias importantes: en primer lugar, permitir a las familias permanecer en Miami y disponer de tiempo para que los maridos pudieran aprender inglés y encontraran algún tipo de nicho de negocios; en segundo lugar, posibilitar la creación de algunos de esos nichos por medio de la subcontratación independiente de trabajo (Portes & Jensen, 1987, p.946).
El dato puede parecer curioso, pero estas investigaciones generaron una gran novedad en tanto hasta el momento solía explicarse en buena medida la migración cubana y el aumento de su empresarialidad por los vínculos con la Central Intelligence Agency (CIA). Incluso se llegó a considerar a la CIA. como la mayor fuente de empleo del exilio cubano. Sin embargo, Portes y su constelación insisten en que más que una fuente directa de financiamiento del enclave, la CIA. permitió la mantención de los cubanos de clase media, de manera tal que este segmento logró consolidar un nicho económico viable. Más allá de las controversias ideológicas e interpretaciones sobre el rol de la comunidad cubana en Miami, es indudable que su presencia demuestra la relevancia de políticas e instituciones en la formación de enclaves. En este caso, hay pocas discrepancias en torno al rol de los movimientos anticastristas en la región, y específicamente en Estados Unidos, los cuales, aunque no lograron derrocar al gobierno cubano, generaron las condiciones indispensables para la constitución del enclave cubano en Miami.
Independientemente de los vínculos externos, una variable para el surgimiento y mantención del enclave fue la existencia de una «comunidad moral» que operó en términos de confianzas comunes dentro del grupo, de manera tal que se institucionalizó la práctica de créditos y préstamos otorgados a quienes poseían cierto capital simbólico, deletreado como una posición en la comunidad, generalmente en directa relación con el compromiso anticastrista. Si bien este elemento de por sí no explica el éxito del enclave, los principios de solidaridad y las reciprocidades del grupo jugaron un rol determinante. La legitimidad de los principios de solidaridad y comunitarismo fueron factores decisivos para que no cobraran fuerza, por ejemplo, las tendencias a la disolución propias de los modernos conflictos de clase (Portes & Stepick, 1993, p. 137-144).
Las investigaciones sobre empresarialidad étnica, incluyendo las que conceptualizaron los «enclaves», entregaron una data sustantiva para demostrar que las economías migrantes impactan el espacio y las relaciones sociales de la urbe de llegada, constituyendo barrios, imaginarios y nuevas interacciones en destino. Asimismo, comprendieron esas economías más allá de su dimensión «étnica», ampliándola a otros grupos sociales (nacionales, en el caso el cubano) presentes en las sociedades contemporáneas, que responden no solo a disposiciones de larga duración, sino que logran reproducir o transformar las sociedades y espacios urbanos en destino. Para situarlos en algún diálogo teórico de la época, sus investigaciones entregaron una ingente data de prácticas y racionalidades que operaban fuera de las leyes supuestamente autónomas del campo económico, demostrando que su legitimidad se debía a su «incrustación» (embeddedness) en un entramado social que los legitima.8
Si bien un segmento relevante de los estudios sobre «empresarialidad étnica» enfatizó el comunitarismo y el solidarismo, es decir, relaciones y estructuras definidas «culturalmente» en origen, con notoriedad a partir de la década del noventa cobró fuerza una mirada otra, que priorizó la interacción con los contextos institucionales en la sociedad de llegada, las oportunidades del mercado y la «estructura de oportunidades» en la cual se reproducían ciertas prácticas. En esta nueva escena, y regresando al ejemplo cubano, la «comunidad moral» explicaría algo, pero en ningún caso todo el surgimiento de un «enclave», ni menos las relaciones y prácticas sociales necesarias para mantener una economía migrante (Aldrich & Waldinger, 1990).
A esta mirada, hoy en muchos aspectos de sentido común, se la llamó «perspectiva interaccionista», pues establecía una interconexión entre los recursos internos de las comunidades migrantes y la estructura local de oportunidades (Kloosterman & Rath, 2001). Waldinger, Aldrich & Ward (1990), entre otros, podrían considerarse ejemplos de esta perspectiva, en tanto leyeron la economía migrante como consecuencia de una «estrategia étnica» desplegada en una estructura de oportunidad presente en las ciudades y sociedades de llegada.