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ОглавлениеIntroducción: la emergencia de campos de investigación
Jorge Moraga1 Daisy Margarit2 Walter Imilan3
Si bien hace veinte años el estudio de las migraciones era un campo consolidado en diversas partes del mundo, con variantes y pugnas en fluctuación según fueran los dispositivos de producción que los contenían, en Chile no pasaba de responder más bien a breves impulsos escriturales, iniciativas muy escasas y personales, rara vez institucionalizadas y menos aún programáticas. Hecho nada casual, pues solo desde comienzos de este siglo es posible constatar algún tipo de «ola migratoria» que tuvo notoriedad primero en los espacios sociales y luego, con cierto retraso, en la academia.
Los primeros ingresos de las ciencias sociales en la temática, estudios con más tinte de documentos de trabajo que de investigaciones extensas, sin mayor problematización teórica, dieron paso, recién hacia fines de la primera década, a otra realidad más compleja. Fue el momento de la emergencia de esfuerzos algo más programáticos, derivados de preguntas marcadas por la coyuntura, ante una ciudadanía inquieta al no disponer en sus discursos de algún aparato que permitiera la reflexividad ante la llegada de los «otros». Sin embargo, los primeros marcos teóricos interpretativos fueron construidos a partir de experiencias lejanas a la realidad migratoria chilena, básicamente centrados en literatura española o norteamericana, lo cual explica la ausencia de una perspectiva latinoamericana, y en particular desde Chile. Los estudios en Chile obedecían a miradas históricas, desde la demografía, y un incipiente campo en otras disciplinas, que recién a partir del 2006, cuando la encuesta Casen incorporó preguntas referentes al lugar de nacimiento, por ejemplo, se comenzaron a generar bases de datos para el estudio desde la mirada más cuantitativa.
En ese medio, la producción de las ciencias sociales se vio hegemonizada por aparatos teóricos que problematizaban, por una parte, en torno a la ciudadanía, al lugar de la ley y el Estado, a la segregación social o a las políticas de inclusión y reconocimiento de la diferencia cultural. Por ello muchos estudios se posicionaron –en una línea presente hasta hoy– desde una perspectiva de derechos, en tanto la definición misma de lo migrante corresponde a criterios estatales basados en la ciudadanía; y por otra, aparatos teóricos que levantaban la necesidad de llenar de «contenidos» esa diferencia, explicar las características culturales, las legitimidades de sentidos y prácticas de esos «otros» a veces tan extraños, comprendiendo por lo general esa diferencia bajo el prisma de un nacionalismo metodológico, entendido como eje de diferenciación étnica al decir de los estudios globales, prisma que tendió a construir tantas diversidades como orígenes de países existieran en nuestra sociedad. Fue el momento de una pequeña explosión escritural –pequeña pues debemos reconocer que el campo siempre ha sido menor y nunca ha terminado de emerger–, de una miríada de artículos, estudios e investigaciones de mayor o menor calibre sobre los más diversos sujetos nacionales, desde peruanos, bolivianos o haitianos, hasta chinos, argentinos y venezolanos.
En este libro intentamos dar cuenta de otra escena, la actual, que sin duda deriva de la anterior, con sus continuidades y fricciones. Tras esos primeros veinte años no han sido pocos los giros y travesías en los estudios sobre migraciones. Quizás lo primero que llama la atención, al observar no solo la producción que se presenta en este libro es el ingreso en áreas que trascienden el estudio de la migración, entendida como la llegada de un «otro», quien deja a la vez de ser explicado por las diferencias de origen y de su posible acople o no en destino, para ser leída desde otros haces de poder, muchas veces de carácter continental o global, lo que al parecer define un nuevo objeto.
Ya en el primer capítulo, «Migración, ciudad y áreas metropolitanas», Walter Imilan, Daisy Margarit y Jorge Moraga, a partir del fenómeno de la metropolitización latinoamericana de mediados del siglo XX, logran hilvanar los relatos académicos en torno a la centralidad de las migraciones en la configuración de esas urbes, rasgo que se mantiene hasta la actualidad, en un nuevo siglo en el cual las políticas de liberalización del suelo y retracción del Estado como ente regulador parecen exacerbar las inequidades originales. En su recorrido, los autores profundizan en una idea central: que la migración transforma el espacio urbano y a la vez introduce y modifica prácticas y significaciones que expanden los repertorios de las personas y comunidades que la habitan.
Luego, en lo que tal vez nombre una definitiva pérdida de inocencia en torno a los estudios migratorios, el recorrido analítico e histórico que ofrecen Menara Guizardi y Herminia Gonzálvez en «Migraciones, cuidados y género: panoramas del debate en Chile», subraya aspectos metodológicos y de contenido que evidencian los condicionamientos externos que configuran la producción científica del tema. En esa línea, la «mujer migrante» deja de serlo para comenzar a ser leída en las tramas incluso epistemológicas que la construyen en tanto mujer, en diálogo y tensión con un poder también comprendido como una multiplicidad. Así lo muestra el capítulo de Caterine Galaz V. y Catalina Álvarez «Intervención social, interseccionalidad y migración en Chile: un dispositivo para “hacer hablar y ver” desde la diferencia», quienes visibilizan los puntos ciegos de las relaciones de poder en los procesos de intervención que afectan de manera particular a las mujeres migradas. En el mismo eje sobre género y migración se instala el texto de Sandra Leiva Gómez y Andrea Comelin Fornes «Emociones en el trabajo doméstico y de cuidado migrante: un nuevo campo de estudio», el cual reafirma la consolidación de la temática, esta vez marcando un giro cada vez más potente hacia la esfera de los «cuidados», las «emociones» y el «sufrimiento», tomando como ejemplo el caso de las trabajadoras bolivianas en Chile. Estos textos dan cuenta de la incipiente consolidación en Chile de una temática en diálogo con centros académicos de carácter global y regional y quizás, por lo mismo, es posible percibir su mayor encuadramiento reflexivo.
Por su parte, los capítulos de Eduardo Osterling y Héctor Pujol «Movimiento social migrante en Chile: politización, dinámicas orgánicas, y ciudadanías», y de Stefano Micheletti y Consuelo González «Migración internacional en los territorios agrarios de Chile: aproximaciones teóricas a un nuevo campo», hablan desde sitios reflexivos que, si bien han tenido extensas derivas mundiales, en nuestro país no presentan continuidades institucionales significativas (migración/movimiento político; migración/«agro-urbe» y producción agraria). Quizás por lo mismo, sus contenidos, pese a instalarse en dicho diálogo, toman un aspecto de libertad que aporta datos frescos recogidos en terreno, mostrando desde los propios actores una data inusualmente tratada por la academia. El primero de ellos trasciende las habituales discusiones sobre transnacionalismo migrante para aventurarse en los procesos de politización de estas comunidades, caracterizando a sus organizaciones, entendidas como movimientos sociales. El segundo, luego de comprobar el ingreso de nuevos actores migrantes en los territorios analizados (Cachapoal y Maule), explora la hipótesis de que dicha reorganización demográfica, social y económica sería consecuencia de las modificaciones en las pautas productivas de la agroindustria. La filiación del texto con las causalidades «infraestructurales» marca una novedad en los estudios migratorios, aparte de su sujeto de estudio.
El último grupo de textos, más marcados por exigencias relacionadas con problemáticas del Estado y la inclusión del migrante, también responde al desarrollo de cuerpos teóricos especializados, que se han separado y logrado autonomía frente a lo que en un primer momento respondió al campo indiferenciado de los «estudios migratorios».
En «La movilidad humana, la frontera y las relaciones internacionales en Tarapacá. De región multinacional a espacio transfronterizo», Marcela Tapia Ladino y Cristián Obando Santana indagan en el vínculo entre migraciones y relaciones internacionales en el espacio de la frontera chilena de Tarapacá y Antofagasta con Bolivia. Lo hacen desde una perspectiva local y transfronteriza, que junto con leer la zona desde los principales hitos históricos, aplica enfoques desde una perspectiva local y transfronteriza, más allá de los clásicos relatos teorizados desde otros hemisferios.
Por su parte, Rolando Poblete, en «Migración y educación: avances y desafíos para la investigación en el campo nacional», revisa las principales líneas de investigación nacionales e internacionales, subrayando los focos y brechas de conocimiento que presenta este subcampo, muy marcado por su contingencia y actualidad, en tanto los hijos de migrantes en su mayoría aún no terminan sus estudios básicos. Indaga, pese a esto, en los principales desafíos al observar un sistema altamente homogéneo y uniforme que recibe una pluralidad hasta ahora desconocida.
Cierra la serie «La migración internacional como determinante social de la salud: el caso de Chile» donde Báltica Cabieses Valdés argumenta sobre la idea, ya bien instalada, de que la migración internacional puede ser un potente determinante social de la salud. Con ese fin describe la situación de Chile para luego develar distintas dimensiones críticas de la experiencia de migrar, asentarse e integrarse en ese país.
Una vez presentado el conjunto de textos que conforman este volumen, nos queda aventurar el punto de vista que aglutinó su edición, quizás como una propuesta de clave de lectura o uso de los mismos, intuible y esbozada desde las primeras líneas. Nuestra intención, conscientes de su a veces escasa relevancia ante las posibles lecturas, ha sido por una parte mostrar las líneas actuales sobre las cuales se despliegan nuevos temas y aparatos teóricos, en diálogos interdisciplinarios que intentan evitar el riesgo y sesgos de construir un campo de la migración cerrado en sí mismo. Junto con ello, independientemente de si la institucionalización de los estudios sobre migraciones derivados de categorías del Estado-nación y la legitimación de la epistemología étnica han conllevado o no a una mayor exclusión y discriminación de los migrantes entendidos como no-ciudadanos, nos parece más bien que se ha abierto una brecha que obliga a la revisión de los mismos conceptos de «migración», «cultura» y «sociedad». Desde esa coyuntura, el texto en su conjunto invita a avanzar en el proceso de «de-migrantizar las ciencias sociales» (Dahinden 2016), en un diálogo más fuerte con diferentes análisis más allá de las categorías recién descritas. Para ello, los estudios de migración se debieran combinar de forma más decidida con otros campos y líneas teóricas en desarrollo en Chile y el continente. Quizás, como ya se deja entrever, estos estudios tienden a dejar de ser sobre personas migradas y pasan a infiltrar y discutir en los diferentes campos sociales en los que se entreveran.
Referencias bibliográficas
Dahinden, J. (2016). A plea for the «de-migranticization» of research on migration and integration. Ethnic and Racial Studies, 39(13), 1-19.
1 Instituto de Investigación y Postgrados, Facultad de Derecho y Humanidades. Universidad Central de Chile.
2 Instituto de Estudios Avanzados IDEA, Universidad de Santiago de Chile, USACH.
3 Universidad Central de Chile y Núcleo Milenio Movilidades y Territorios.