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Prólogo
ОглавлениеFrancisca Márquez4
Este libro nos llega en un momento importante y decisivo de nuestra historia. Un momento en el que se re-vuelve, se re-piensa y se re-escribe el devenir de nuestra sociedad. En estos tiempos del post estallido e insurrección, las categorías de comprensión de nuestras culturas parecen desestabilizarse para entregarnos nuevos aprendizajes. Lo fascinante es que quienes aquí escriben lo saben, saben que algo nuevo se gesta en nuestra historia y en nuestras culturas. Desde la introducción en adelante, cada uno de los investigadores e investigadoras se interroga sobre el propio lugar desde donde observar el movimiento y las migraciones en nuestros territorios. Quienes aquí escriben nos invitan a desplazar la mirada, una mirada oblicua y descentrada que nos permita comprender que de algún modo todos somos migrantes, todos somos extranjeros en nuestros territorios, y que las marcas de las fronteras que no osamos cruzar, de puro miedo a la muerte y a lo desconocido, están aquí en nuestros propios cuerpos y miradas.
El extrañamiento reflexivo de los autores y las autoras es lo que les permite desenfocar la mirada y aplicar un filtro cromático para desmigrantizar o, mejor aún, mixturar la realidad. Desenfocar la mirada les ayuda también a ensayar nuevos e impensados encuadres para sustituir al otro migrante por una nueva cromática del nosotros migrantes. Ya no se trata entonces de focalizar en el otro, sino en el nosotros, porque todos somos parte activa del problema. Ya no se trata de empatía o solidaridad; el me too que millones de mujeres gritaron frente al abuso es también, ¡yo soy! Solo que ahora el me too se grita desde nuestras propias fronteras, esas que duelen y que piden ser suturadas para poder ser transitadas.
En este libro se reconoce una variedad de filtros que cada autor/a aplica a su mirada, a su pensar y a su escribir. Hay filtros que sirven para dar tonalidades más cálidas o frías; hay otros que contribuyen a reforzar los claros y oscuros para así producir mayor contraste; hay filtros, en cambio, que producen grados de saturación para transitar desde el blanco y negro al colorido extremo; y hay filtros que permiten mejorar la nitidez en esas fotografías con cierto desenfoque. Con cada cada uno de estos filtros, los autores buscan perfeccionar y ajustar su enfoque para así poder ingresar en ámbitos que trasciendan la distancia aséptica y bien intencionada de las ciencias sociales. En este ejercicio, la cromática y los grados de nitidez aplicados presentan grados y resultados diferenciados, porque de eso se trata, de atreverse a descentrar y descolonizar la mirada para develar así las profundas tramas del poder que nos habitan. Desordenar, descentrar y aplicar nuevos filtros a la mirada para desamarrar ese entramado de poder que subyace en nuestra escritura.
En efecto, solo cuando esos nudos se desatan y esos filtros se aplican, se descubre que la «mujer migrante» deja de serlo para comenzar a ser comprendida en diálogo con las múltiples tramas del poder que condicionan su existencia. De ahí, como nos advierten Guizardi y Gonzálvez, el especial cuidado epistemológico frente a las categorías analíticas empleadas. Un cuidado que no se explica solo por la complejidad de la relación entre el género y la experiencia migrante, o por la interseccionalidad de la exclusión y su subalternidad, sino también porque quienes escriben, las dos autoras, son mujeres que han migrado a Chile. De allí que «los debates sean enunciados desde una posición que molesta la estabilidad de la bipolaridad analítica entre sujetos y objetos de estudio». Como ellas mismas nos advierten, «somos mujeres la mayoría entre las que estudian las experiencias femeninas migrantes en Chile, porque hay una interpelación entre nosotras y las condiciones de subjetividad de las mujeres que estudiamos. El pensamiento social es una experiencia eminentemente política» (Gramsci, 1982). «Cualquier investigación que no se proponga atender en términos teóricos a estas inferencias corre el riesgo de reproducir los mismos mecanismos simbólicos a partir de los cuales se invisibiliza la operación de estos procesos de marginación».
Las recientes manifestaciones que recorren y agitan nuestras tierras latinoamericanas nos dejan en claro que no solo la condición femenina es constitutivamente heterotópica y fronteriza, también lo son los jóvenes, los ancianos, los pueblos originarios y, por cierto, la clase trabajadora en su conjunto. Aprender a mirar a la sociedad desde la mirada de la diferencia y el extrañamiento es en cierto modo un ejercicio de descolonización y de desnaturalización de nuestro quehacer, de nuestra escritura y de nuestros marcos epistemológicos. Es admitir también que no existen desafíos universales; la enunciación es siempre situada, nos recuerda la antropóloga y filósofa Ochy Curiel (2020). Las consecuencias políticas y culturales de estas miradas descentradas son ciertamente insospechadas. Si admitimos que cada uno/a de nosotros, y la sociedad en su conjunto, somos trashumancia, heterotopía y liminalidad, las posibilidades que se nos abren son ilimitadas, no solo en términos de la construcción de la alteridad con ese extraño que soy yo mismo, sino también en el análisis de las condicionantes estructurales que nos delimitan.
De allí también el cuidado con la violencia simbólica que los dispositivos del poder instalan entre los migrantes como sujetos de agenda pública. Escudados en la justificación del acceso a derechos ciudadanos, nos advierten Galaz y Álvarez, la construcción de procesos de subalternización social terminan por permear la mirada y las prácticas de nuestra sociedad. Nuevamente las autoras insisten en develar esos nudos ocultos del poder a través de la mirada crítica y oblicua sobre el propio quehacer para así visualizar «las relaciones de privilegio en las que se ubican las personas nacionales que desarrollan la intervención social, desde dónde se reifican determinadas categorías de sujetos como objetos de intervención –estandarizadas, universales y homogeneizantes–, legitimando una diferenciación dicotómica entre nacional/extranjera» (Galaz y Álvarez: xx). En la misma línea, Poblete advierte de las paradojas de las escuelas públicas, pues si bien son espacios protegidos, ellas se han transformado en «escuelas para migrantes», constituyendo una suerte de gueto que niega e impide la realización de su carácter inclusivo.
Pero no es solo el ámbito de la cuestión pública la que se observa con sospecha; también el mercado y la estrecha conexión entre la naturaleza agraria y el actual flujo migratorio. A través de un riguroso estudio, Micheletti y González nos confirman que la dinámica migratoria no es ajena a los ritmos del trabajo y temporalidades de la agroindustria, relación que una vez más devela la trama oculta de los poderes económicos en la producción de la subalternidad. Historia antigua y sabida. Tan antigua como los movimientos de transfronterizos que se han invisibilizado por las claves nacionales y Estado-céntricas predominantes en la historiografía. No cabe duda, señalan Tapia y Ovando a propósito del carácter poliédrico de los movimientos de población, que «el mayor desafío empírico y teórico para analizar las relaciones internacionales consiste en que se revisen los presupuestos nacionales/istas y separadores, desde los cuales han sido concebidos estos esquemas, para propender a relaciones más cooperativas y de acercamiento». Un acercamiento que rompa, en estos términos, con los colonialismos internos y se abra a un cruce de fronteras que diversifique las hablas y lecturas de la realidad, posibilitando así el roce y fricción entre saberes acreditados institucionalmente y saberes históricamente desacreditados y subalternizados.
En tiempos de pandemia la cercanía de saberes y experiencias subalternas adquiere especial relevancia en la construcción de nuestras sociedades. Sabemos que para el año 2011 en América Latina y el Caribe unos 25 millones de personas (alrededor del 4% de la población total) había emigrado a otro país (OIM, 2012). No cabe duda de que la migración es un determinante social de la salud y de la cadena de cuidados doméstico que no cesa de requerir mano de obra migrante y femenina, como apuntan Leiva y Fornes. En momentos de confinamiento y especial vulnerabilidad, los desafíos de convivencia de personas de múltiples adscripciones sociales, y que se relacionan cotidianamente en espacios públicos, implican serios desafíos. Lejos de apostar a la idea normativa de «igualación», de «integración» o «asimilación» como referentes hegemónicos de adscripción para las personas migrantes, Imilan, Margarit y Moraga nos sugieren cambiar el foco para migrantizarlos e incorporar lo migrante a la comprensión del fenómeno urbano. En cierta forma, la invitación es a tomarse en serio la condición urbana en su carácter diverso, heterotópico, en el campo de lo posible.
Finalmente, el libro nos introduce en la deriva política de la «cuestión migratoria» a partir de las organizaciones de la sociedad civil que trabajan por la construcción de culturas inclusivas y democráticas basadas en el respeto a la diversidad y a los derechos humanos, como desarrolla el texto de Poblete. Osterling y Pujols, en tanto activistas que ambos son, enfatizan en el movimiento social migrante desde su aporte a la política y a la ciudadanía, entendida como contestación migrante, una participación política que tiene más de 25 años en el escenario local y que ha permitido dar forma a la «ciudadanización de la política migratoria» (Domenech, 2008). La campaña «Migrantes con voz y voto» para la participación en el proceso constituyente, es quizás el más claro ejemplo de esta búsqueda de reconocimiento como integrantes plenos de la comunidad política. En efecto, cerca de 350 mil personas extranjeras residentes en el país fueron incorporadas al padrón electoral, gran logro de una ciudadanía insurgente que trabaja por la ciudadanización de la política migratoria para acceder a condiciones mínimas de supervivencia y ampliar el concepto de ciudadanía no solo como acceso a derechos, sino también como acceso al reconocimiento y al respeto (Sennet, 1995).
En síntesis, habría que terminar señalando que los textos aquí presentados transitan entre enfoques y perspectivas que son revisitadas bajo nuevos prismas, tales como el perspectivismo, la interseccionalidad de raza/clase/género/ y la provocadora reflexión que nace desde las antropologías y sociologías aplicadas y colaborativas. Estas discusiones incorporan no solo una perspectiva de extrañamiento reflexivo y crítico, sino también una dimensión cosmopolítica que asume los problemas contemporáneos y latinoamericanos a la luz de los desafíos políticos y culturales globales (Stengers, 2014). Desde esta dimensión cosmopolítica no interesa clausurar el lente, sino abrirlo a una diversidad de filtros para capturar la riqueza de los matices y cromáticas que el colectivo nos ofrece. En esta perspectiva, cada uno de los autores/as no clausura o cierra su mirada, sino que se abre a pensar la multiplicidad de ensambles que hacen posible la política colectivamente, para así navegar a contracorriente de este mundo moderno, que convierte a los muchos mundos existentes en uno solo: el mundo del individuo y el mercado (Escobar, 2015).
Finalmente, habría que admitir que la figura del migrante y la del extranjero siempre incomodan, sea cual sea su origen, su sexo, su color. Los disensos que ellos provocan, como figuras de la modernidad que son, suelen ser expresión de temores y mundos ocultos que pugnan por expresarse. De allí las preguntas que ellos suscitan en nosotros: ¿hasta qué punto estamos preparados y dispuestos a asimilar el disenso y la construcción de una cultura más diversa e inclusiva? ¿Cómo cartografiar esos mundos provenientes de horizontes lejanos de modo que nos atrevamos a perderles el miedo? ¿Qué consecuencias sociales y políticas se desprenden de aquellos que colaboran activamente en la traducción de estos mundos extraños? Si muchos mundos emergen, ¿cuántos derechos necesitamos?
4 Universidad Alberto Hurtado, Chile.