Читать книгу El mundo es una idea - Xavier Batalla - Страница 14

3/10/2004 De lectura obligada

Оглавление

Ha habido jornadas en la campaña electoral estadounidense en que la cuestión ha parecido ser más Vietnam que Iraq. No es extraño que haya sido así, y no solo porque George W. Bush lograra salvarse de la quema vietnamita, a cambio de jugarse la vida en la retaguardia, o porque John F. Kerry se ganara unas medallas que ahora se le discuten. Lo decisivo de Vietnam es que separó a los dos grandes partidos sobre el cómo y el cuándo debía utilizarse la fuerza, y eso también es lo que se discute en el caso de Iraq.

Bush no para de repetir las buenas intenciones que le condujeron hasta Bagdad. Por una parte, el deseo, encomiable, de derrocar a un tirano; por otra, hacer de Iraq un laboratorio del que el resto del mundo árabe debería aprender lo que vale una urna. Pero la oposición demócrata, como hizo a principios de los años setenta, prefiere poner el acento en la necesidad de que Estados Unidos, en la lucha contra el terrorismo, no vaya solo, sin el apoyo de sus aliados.

Graham Greene, de quien ayer se conmemoró el centenario de su nacimiento, dejó escrito sobre su héroe-villano en El americano impasible: «Nunca conocí a un hombre que tuviera mejores motivos para todos los problemas que ha creado». Esta paradoja, referida a la guerra de Vietnam, cuando Francia entregó el relevo en los años cincuenta, no es patrimonio estadounidense. Británicos y franceses también estaban convencidos de hacer el bien en sus buenos tiempos imperiales. Pero Greene hizo que el periodista cínico, Fowler, le dijera al americano idealista, Pyle: «Deberías comprender un poco más sobre los seres humanos, y esto también es aplicable a tu país». Greene sirvió en la Inteligencia británica, y esta experiencia le fue útil, por cuestiones morales y de las otras, para sus novelas y reportajes periodísticos. Se hizo católico, pero detestaba que se le clasificara como un escritor católico. En El americano impasible abordó el inicio del intervencionismo estadounidense en el Sureste Asiático; en Nuestro hombre en La Habana escribió una farsa sobre un vendedor de aspiradoras que es reclutado para ser espía; en Los comediantes narró la muerte bajo la dictadura de Duvalier; en El tercer hombre explicó las trampas morales de la guerra fría; en Descubriendo al general trató sobre la imposible tercera vía, y en El factor humano se las tuvo con el apartheid. Ahora, sin Greene, que murió el mismo año que la Unión Soviética, un profesor de la Universidad de Wisconsin, David Krugler, imparte un curso sobre política exterior estadounidense en el que entre los seis libros de lectura obligada figura El americano impasible.

La mayoría de los escritores distingue lo bueno de lo malo. Greene fue más lejos: supo separar la crueldad de la estupidez malévola. Para Greene no hay manera de ser buenos, tan solo se puede ser menos malo. «La vida no es blanco o negro; es blanco o gris», escribió para que le calificaran de realista ético. La interpretación realista de la guerra fría no distingue los motivos que animaron a Estados Unidos de los que movieron a los soviéticos: las dos superpotencias buscaron desnivelar a su favor el equilibrio de poder. Pero, para los estrategas estadounidenses, esta interpretación realista es injusta, ya que las intenciones de Washington eran buenas, y las de Moscú, malas.

El mundo es una idea

Подняться наверх