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10/3/2007 El discurso de Truman

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La guerra fría, expresión que explica el enfrentamiento protagonizado por Estados Unidos y la Unión Soviética en la segunda mitad del siglo XX, ha pasado a la historia como un conflicto del que se sabe cuándo acabó pero no cuándo empezó exactamente. Se sabe que Estados Unidos y la Unión Soviética no se combatieron directamente. Se sabe que fue un enfrentamiento entre un bloque occidental, de ideología liberal, geopolítica marítima y liderazgo estadounidense, por una parte, y un bloque oriental, de ideología marxista, geopolítica continental y liderazgo soviético, por otra. Y se sabe también que acabó con la caída del muro de Berlín. Pero no hay consenso sobre cuándo se inició.

¿Empezó todo con la revolución bolchevique de 1917? ¿En el desembarco aliado en Normandía, cuando el frente soviético dejó de ser el único en Europa? ¿Con la primera prueba nuclear en Alamogordo, que coincidió con la Conferencia de Potsdam? ¿En Hiroshima, con el lanzamiento de la primera bomba atómica, que también fue un aviso para los soviéticos? Estados Unidos, al romperse la gran alianza contra la Alemania nazi, tomó el relevo de Gran Bretaña como potencia hegemónica, empezando por la guerra civil griega, y el gran conflicto pasó a ser entonces un asunto entre Washington y Moscú. Siguiendo esta línea, el histórico discurso del presidente Harry S. Truman el 12 de marzo de 1947, cuando anunció ante el Congreso su determinación de dar respuesta al expansionismo soviético, puede tomarse como el comienzo de la guerra fría.

Sesenta años después de aquel discurso, que definió la política de contención que congeló el mundo durante cuatro decenios, el pasado 10 de febrero el presidente ruso, Vladimir Putin, enfrió las relaciones con Estados Unidos con una filípica en Múnich contra el unilateralismo de la Administración Bush, la expansión de la OTAN y la manía occidental de que la democracia rusa no es una democracia. Un ensayista alemán, Josef Joffe, interpretó estas palabras como el «inicio de una segunda guerra fría». ¿Es posible una guerra fría en la posguerra fría?

John Lewis Gaddis, el historiador de historiadores de la guerra fría, considera que la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética introdujo tres nuevos factores en las relaciones internacionales. Primero, el convencimiento de que la guerra entre Estados poderosos «se ha convertido en un anacronismo». Segundo, el descrédito de las dictaduras. Y tercero, la globalización de la democracia (The Cold War: a New History, Penguin, 2005). No existen, pues, según Gaddis, muchas posibilidades de otra guerra fría. Pero eso no quita que las relaciones entre Washington y Moscú vuelvan a ser ahora competitivas. Los dos países han cooperado, y cooperan, en distintos campos. Les unen las amenazas del terrorismo y de la proliferación nuclear (acuerdo con Corea del Norte). Pero hay muchas cosas que les enfrentan.

Estadounidenses y rusos compiten en distintas regiones, desde Europa hasta Asia Central, pasando por el Cáucaso. Washington considera de pocos amigos el hecho de que Putin aumente los gastos militares y se dedique a vender armas a Siria, Venezuela e Irán, al tiempo que utiliza el petróleo y el gas como armas naturales en el escenario europeo. Y Washington se ve correspondido por Moscú, que considera hostiles iniciativas estadounidenses como el proyecto de un escudo antimisiles en Polonia y la República Checa o la invitación a Georgia y Ucrania, en lo que Rusia considera como su esfera de influencia, para que ingresen en la OTAN. El enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia no es inevitable, como demuestran las prisas que un bando y otro han tenido ahora para rebajar la tensión provocada por las palabras de Putin. Pero la guerra fría tomó la forma que tomó por la actitud de las dos superpotencias, que reaccionaron en cadena, alimentando mutuamente sus ansiedades. Para Estados Unidos, la guerra fría se debió al expansionismo comunista; para los soviéticos, la explicación hay que buscarla en las pretensiones hegemónicas estadounidenses. Pero una interpretación realista de la guerra fría no distingue los motivos que animaron a unos y a otros: las dos superpotencias buscaron aumentar su influencia. Y eso es lo que sucede ahora, cuando unos y otros alimentan mutuamente sus ansiedades. Putin apoyó a Washington en la guerra de Afganistán, pero ahora ve cómo el narcotráfico afgano utiliza el suelo ruso como tierra de paso.

Putin se opuso a la guerra de Iraq, que perjudicó los intereses rusos. Y Putin pierde los estribos cuando denuncia cómo estadounidenses y europeos pretenden ganar aliados entre sus vecinos de Ucrania, Moldavia, Azerbaiyán, Armenia y Georgia, territorios que Moscú nunca ha considerado europeos. Sesenta años después del discurso de Truman, pues, la competición continúa, aunque ahora sea por otros medios, incluido el Irán de los ayatolás, donde Rusia tiene grandes intereses, por lo que es otro banco de pruebas para las relaciones Washington-Moscú.72

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