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21/11/2009 ¿Quién ganó la guerra fría? (y III)

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Los guionistas de Los Simpson resolvieron hace tiempo el enigma del fin de la guerra fría. En un episodio emitido años después de la caída del Muro, los guionistas plantearon un diálogo en el que el delegado ruso ante la ONU se refería a su país como «la Unión Soviética», a lo que el delegado estadounidense replicaba extrañado: «¿La Unión Soviética? Creía que la Unión Soviética había desaparecido». «No. Eso es lo que nosotros queríamos que creyerais», contestó el ruso.

Tal vez sea eso lo que piensa Vladimir Putin, aunque los historiadores occidentales siguen discutiendo sobre quién ganó la guerra fría o sobre si la Unión Soviética falleció de causas naturales. ¿Quién tuvo la culpa de la desaparición de la Unión Soviética, que, para Putin, fue la peor catástrofe geopolítica del siglo XX? ¿Ronald Reagan, con su guerra de las galaxias? El historiador John Lewis Gaddis ha escrito que «Reagan fue un genio», igual que «otros visionarios» como Juan Pablo II, Lech Walesa y Margaret Thatcher (The Cold War: a New History, 2005). Pero Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional de Jimmy Carter, ridiculizó este veredicto. «En su versión más simplista, esta interpretación de la historia podía llegar a adoptar la forma de un cuento de hadas», escribió Brzezinski en Tres presidentes. La segunda oportunidad para la gran superpotencia americana (Paidós, 2008). Y si no fue obra de un solo hombre, ¿la ganó Estados Unidos?

Arthur Schlesinger, Jr., asesor de John F. Kennedy, rebatió estas ideas en una entrevista concedida a este corresponsal en 1995. «La guerra la ganaron las democracias. La guerra fría se ganó porque el comunismo llevó a la Unión Soviética a un desastre económico, político y moral. Los que realmente la ganaron fueron los disidentes en el interior del imperio soviético», afirmó. Pero ¿qué fue lo más decisivo en la derrota de los soviéticos? En Francia se frotan ahora las manos con L’affaire Farewell (El caso Farewell), que es la historia de un topo francés en el Departamento T, brazo del KGB dedicado al espionaje industrial. El topo, según la versión francesa, fue el coronel Vladimir Vetrov, que pasó a París la devastadora información que dinamitó la Unión Soviética. Es decir, para los franceses, la guerra fría prácticamente la ganó Francia, según se verá en las pantallas cinematográficas. Pero los estadounidenses ven el final de la guerra fría de otra manera y aún debaten si quienes tenían razón fueron sus palomas o sus halcones. Y esta discusión se personaliza, como ha hecho Nicholas Thompson en The Hawk and the Dove (Henry Holt & Company, 2009), en George Kennan, que propuso contener diplomática, política y económicamente a la Unión Soviética, y Paul Nitze, quien, como halcón convencido, abogó por militarizar la contención.75

La puesta en práctica de la contención inspirada por Kennan la aprobó Truman, que ignoró tanto a los partidarios del apaciguamiento como a los que preconizaban la confrontación (rollback). Y la contención se basó entonces en la construcción de barreras económicas (Plan Marshall) y militares (OTAN) para impedir el expansionismo soviético. En la década de 1950, sin embargo, con John Foster Dulles como secretario de Estado, la contención se militarizó con pactos como el Anzus, el tratado con Japón, la Seato y el Pacto de Bagdad, después Cento. Y aquí fue decisivo Nitze, amigo pero antagonista de Kennan en el Departamento de Estado. Un mes después de la caída del Muro, Kennan sentenció: «Creo que habría sucedido antes si no hubiéramos insistido en militarizar la rivalidad».

Nitze abogó por la militarización por considerar que Estados Unidos se estaba debilitando. ¿Quién, pues, acertó? ¿El rearme estadounidense endureció a Moscú, como temía Kennan, o fue el rearme el que derrotó a los soviéticos? Thompson (nieto, por cierto, de Nitze) no se moja en su libro, por otra parte magnífico. Para Thompson, la simbiosis de Kennan y Nitze fue la que derrotó a los soviéticos. Pero Nitze, en una entrevista concedida a este corresponsal en 1995, admitió: «Coincido con Kennan en que el expansionismo fue desastroso para la Unión Soviética, ya que cuanto más abarcaba, más problemas políticos, económicos y sociales se creaban. No creo que Ronald Reagan o Estados Unidos derrotaran a la Unión Soviética. Fue la Unión Soviética la que se derrotó a sí misma». Veinte años después, ¿qué lecciones cabe extraer de aquel gran debate? Básicamente, dos. Primero, que Reagan, pese a su retórica incendiaria, no utilizó la fuerza, sino el diálogo y la diplomacia. Y, segundo: aunque los peligros sean ahora distintos, el realismo de Kennan se hace imperiosamente necesario, como escribe John Gray en Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía (Paidós, 2008), ya que «tratar con el terrorismo y la proliferación armamentística no es una tarea para misioneros o cruzados».

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