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MALTRATO

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Salvo en los casos de maltrato, en los que la negligencia representa el 50%, seguida del maltrato emocional, con un 26% y del 17% correspondiente al maltrato físico, según datos del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social (2017), el resto de progenitores tratan de establecer una convivencia familiar lo más óptima posible, aunque muy condicionada por sus creencias y modelos educativos.

Autores como Loredo (1994) definen por maltrato un patrón de interacción en el que un miembro de mayor jerarquía produce daño físico y emocional o descuido y/o trato negligente sobre un miembro de menor jerarquía (hijo, hija), de una manera intencional y haciendo uso del poder que le da su estatus mientras el niño, la niña o el o la adolescente se encuentra bajo su custodia.

Sin embargo, no siempre los diferentes modos y grados de maltrato responden a una intencionalidad específica y consciente.

En demasiadas ocasiones, y en función de la gravedad de la violencia física o emocional, este comportamiento puede ser fruto de la ignorancia educativa y de la falta de consciencia. Hay muchas situaciones que, sin ser tipificadas socialmente de maltrato, responden a una marcada ausencia de buen trato y de respeto a los derechos de la infancia y adolescencia. Es decir, salvo en los casos más graves, donde suele estar presente una transmisión intergeneracional de patrones de crianza y educación basados propiamente en el maltrato, existen también modos de interacción que distan de un abordaje respetuoso y saludable durante estas etapas críticas del desarrollo. A esta ausencia del «buen trato» y respeto, fruto del desconocimiento de los procesos madurativos infantiles y adolescentes, se suma la carencia de la función reflexiva necesaria, entendida como «capacidad de entender los estados mentales en uno mismo y en los otros que permita dar una interpretación adecuada de la propia conducta y de los otros» (Fonagy et al., 1998).

En estas dificultades de la vida cotidiana radica la creciente necesidad de espacios de reflexión conjunta: los grupos de madres y padres, como veremos en este capítulo.

Continuando con el tema del maltrato, así como con las dificultades para interactuar con las criaturas y adolescentes, es necesario comprender que, evidentemente, son muchos los factores que pueden explicar el origen de los diferentes grados de violencia en los adultos, tema que no es uno de los objetivos del libro. No obstante, cabe señalar, como variables muy significativas a nivel emocional, la ausencia de empatía, la cual también se acompaña de ansiedad, ausencia de autoestima, depresión, ira u hostilidad hacia el hijo o la hija. Paralelamente, en el plano cognitivo se dan una serie de expectativas inadecuadas con respecto a la infancia o adolescencia que dificultan enormemente la interacción, generando numerosos conflictos e interpretaciones erróneas ante múltiples y variadas situaciones. Otra de las variables que inciden en el modo de relación son los diferentes estilos parentales, así como los estilos de apego que veremos a continuación, y que aportan mayor comprensión al desarrollo de la patología o la salud.

En estas dificultades de la vida cotidiana radica la creciente necesidad de espacios de reflexión conjunta: los grupos de madres y padres.

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