Читать книгу De crisálida a mariposa - Yolanda Gónzalez Vara - Страница 6
PRÓLOGO PERSONAS EN TRANSFORMACIÓN EN UN MUNDO EN TRANSFORMACIÓN
ОглавлениеTienen ustedes entre sus manos un nuevo libro de Yolanda González. Un nuevo trabajo basado, como los anteriores, en su experiencia profesional y personal. Porque ese es el valor fundamental de este libro: que intenta comunicar y ponernos en contacto con una de las «edades del ser humano» (que diría Erikson)1 más discutidas, pero desde la experiencia profesional, y bien ilustrada, además, por los conocimientos científicos. Yolanda, como siempre, vuelve a hacerlo de una forma directa, accesible, tanto útil para el público en general como para los profesionales; combinando sentido común, sentido clínico, capacidad narrativa y apoyos científicos. El resultado es esa forma suya de escribir, tan directa, accesible y comunicativa..., pero partiendo de reflexiones serias y de un marco teórico para las mismas.
Algunos lectores y algunos profesionales tal vez puedan disentir puntualmente de sus postulados o puntos de partida teóricos, o de algún enfoque de las numerosas situaciones concretas sobre las cuales reflexiona. Es un riesgo que estoy seguro que Yolanda ha tenido en cuenta. Pero eso no paraliza a la autora porque lo que de verdad le importa, el objetivo que impulsa este libro, es ayudarnos a reflexionar empáticamente sobre una serie de situaciones vinculadas con la adolescencia. También, que lo hagamos desde una mirada que ella designa como reflexión crítica y constructiva,2 basada en el respeto y aprecio por las vivencias individuales de las personas. Y ahí se da una coincidencia con nuestros propios intentos y enfoques: lo hace desde lo que yo llamo una psico(pato)logía basada en la relación y, por tanto, con una mirada contextual, teniendo en cuenta al adolescente en cuanto sujeto, pero también su medio, familiar, grupal, social.
Lo que apunta desde el título es una realidad que compartimos ampliamente con ella: que la adolescencia hoy genera miedo tanto a los adultos como a la sociedad (y casi me atrevería decir, a la cultura dominante). El aspecto transgresor y confrontador de la adolescencia juega un papel en esta situación, pero también lo juegan, en sentido inverso, el predominio social de organizaciones culturales y de la «comunicación» dominadas por la que he llamado la organización perversa de las relaciones (OPeR).3 Son formas de organización grupal y social (pero también de algunas personas concretas, a veces con gran poder) que lo que intentan sobre todo es entrar en nuestras mentes, y en las mentes de los adolescentes, para mantener sus intereses de poder, placer, equilibrio o sedación. A menudo, desembocan en organizaciones y actividades claramente especuladoras y nocivas, abusadoras y periclitadas de la adolescencia. Esas difundidas y difusas actividades intrusivas alteran no solo el necesario encuadre o marco para el desarrollo adecuado de la adolescencia y las adolescencias: como nos recuerda Yolanda González, ese marco relacional de las adolescencias ha de ser mínimamente estable y mínimamente coherente para que puedan prosperar los inevitables y a veces conflictualizados cambios en el papel social de ese niño-haciéndose-adulto. Pero esas relaciones y actividades intrusivas alteran también por múltiples vías nuestra comprensión y aproximación a esa edad y a esas personas.
De ahí que a menudo, como ilustra Yolanda, la adolescencia, más que una edad de descubrimientos y de ayuda para ver cómo ha de transformarse el mundo, se convierta en un objeto de consumo y en un generador de miedos y reacciones defensivas de los adultos y la organización social. Cuando, en realidad, la adolescencia como época de cambios y trasformaciones conlleva importantes capacidades creativas y generativas (no en vano su final coincide con alcanzar la generatividad biopsicosocial). Los que trabajamos con adolescentes y familias estamos acostumbrados a ver cómo a menudo es el púber o el adolescente quien «levanta la liebre», emite las primeras señales de lo que va mal en su mundo, en su familia, en su grupo o clase social, en su sociedad. Es cierto que, frecuentemente, lo presenta de forma disruptiva. Sin embargo, vean ustedes lo que pasa a su alrededor: periodistas, médicos, psicólogos, psicopatólogos, psicólogos sociales y hasta educadores lo que hacen entonces es culpar al adolescente o a los grupos de adolescentes. Son ellos los que acaban amonestados, medicados, trasladados, expulsados o estigmatizados como «hiperactivos», «disruptivos», «conductuales»... Como si esas formas de relacionarse de esas chicas y chicos solo tuvieran que ver con ellos o con su genética y no, fundamentalmente, con el contexto. De ahí la primera idea que suelo transmitir en este ámbito: el adolescente tiene siempre motivos... Solo que (a menudo) no sabe expresarlos. En los grupos de trabajo, para enfatizar la situación, suelo radicalizar el lema: el adolescente tiene siempre la razón. Solo que se expresa como puede.
Si partimos de una actitud defensiva ante la adolescencia, que es frecuente en las familias actuales —y responde especularmente a la actitud intrusiva (en la adolescencia y en las familias) de los medios de «comunicación»—, ni podemos entenderla, ni podemos entenderles, ni podemos aprovechar sus enseñanzas y ayudarles en sus sufrimientos. Es por ello por lo que a menudo propongo que la adolescencia es como el máster de la vida... para los adultos que saben atenderla y entenderla.
De ahí el interés de las reflexiones que Yolanda transmite en este libro, basadas en la experiencia preventiva y clínica, y en una actitud crítica partiendo de un marco teórico, pero rebosando «sentido común» y proximidad afectiva. Fiel a esa divulgación desde la proximidad, Yolanda nos muestra también en el libro directamente, sin artificios innecesarios, «cómo se lo monta», cómo trabaja los temas con los chicos y chicas, sus familias, en los grupos... Se muestra a sí misma en su labor de pensar y mentalizar, tan fundamental en estas edades y estos temas. De ahí la importancia que concede a los grupos y a las actividades de prevención en grupo de reflexión.
Porque ante la adolescencia, si partimos tan solo de una actitud defensiva (¡miedo que nos dan!) o de una actitud intrusiva (intentando aprovecharnos de ellos, negociar y especular con ellos), vamos directos hacia la confrontación y/o la manipulación sin más salidas. Son situaciones que se han mostrado abierta y aparatosamente con ocasión de la pandemia de la COVID-19. Hemos visto demasiado a menudo etiquetar y estigmatizar nuevamente a los jóvenes como los «malos», los insolidarios, los «descuidados». En realidad, en muchos momentos de la crisis pandémica se intentó que adoptaran conductas «adultas» y «éticas»..., pero infantilizándolos e intimidándolos —como a toda la población—. Es decir, utilizando el miedo y «la razón» como únicos argumentos. Así, cuando se informaba acerca de la pandemia, se evitaba mostrar muertos, hablar de la muerte, mostrar la tristeza, las ansiedades ante la separación, la desesperación de familiares y sanitarios... ¿Quién no puede soportar esas escenas y aprender a cambiar a partir de estas: los adolescentes, la población o los directivos y propietarios de los medios de «información», que han parcializado tan abusivamente la información durante meses? Desde la psicología social, el psicoanálisis y las neurociencias sabemos cómo estimular otras emociones de esos jóvenes que podrían desarrollar su solidaridad, pero una y otra vez se ha caído en la simplificación de usar solo el miedo y argumentos numéricos para que los jóvenes cumplan unas recomendaciones ampliamente frustrantes para la mayoría de ellos, es decir, emocionalmente disruptivas.4
¡Qué lejos esas actitudes parciales y descontextualizadas de la posibilidad de la reflexión conjunta, que puede llevar o no al entendimiento, pero que es siempre mentalizadora para ambos, adultos y adolescentes! Si les dejamos solos en las tormentas, nos perdemos las enseñanzas de sus tormentas y tormentos. Pero ciertamente, a menudo les dejamos muy solos en ese camino zigzagueante (pero no siempre) que suelo denominar, en parte esquemáticamente y en parte humorísticamente, como «la ruta 6-5-5-5: las seis tareas, los cinco duelos y los cinco ámbitos en un mundo revuelto».5
Me gusta recordar de esa forma la complejidad de los cambios del adolescente y las casi infinitas formas de adolescencia en nuestro planeta hoy globalizado (al menos en el ciberespacio). Ciertamente, durante esos años el/la adolescente debe desarrollar una serie de tareas:
1. lograr una identidad o quedarse en un seudoself,
2. tomar posición en el conflicto dependencia/autonomía,
3. lograr unas nuevas relaciones con el cuerpo (un nuevo self corporal),
4. estabilizar una nueva psicosexualidad (diferenciada, según un «puzle» personal, y menos marcada por lo agresivo...),
5. lograr las claves para sus relaciones de pareja y, más allá,
6. desarrollar y asentar las claves de su estilo de vida (el self social).
Esas seis tareas le van a suponer al menos cinco complejos procesos de duelo: el duelo por el mundo de la infancia, el duelo por el cuerpo y el self corporal infantil, el duelo por la omnipotencia infantil (con la necesidad consecuente y radical de buscar al Otro), el duelo por los padres idealizados y el duelo por su posición en la familia con la necesidad de crear una nueva posición única e irrepetible: la suya. Para lograrlo, el adolescente, aunque no nos enteremos de ello, va «trabajando» esos temas en al menos cinco ámbitos o situaciones: con la familia, en el mundo de los adultos, en el mundo de los (otros) adolescentes, en solitario (en su aislamiento a menudo «atrincherado») y, por supuesto, en el mundo de lo virtual, en el ciberespacio —en lo que impropiamente suele llamarse «red social», y que prefiero designar como «red o redes sociales informatizadas», para recordar que siguen vigentes las «redes sociales carnales» a pesar de la omnipresencia de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación).
Además, a los jóvenes actuales les toca elaborar todo ello en unas coordenadas históricas y socioculturales concretas, no precisamente fáciles para las adolescencias y los adolescentes de nuestra era: en la hormigonera en movimiento de un mundo en trasformación (que debe cumplir trasformaciones urgentes). En efecto, nos ha tocado vivir un mundo vertiginosamente globalizado (y más para los adolescentes), con mayor equilibrio intergéneros, mucho más intercultural pero solo ocasionalmente inclusivo, mucho más ciberespacio que mundos aislados y defendidos, pero, al mismo tiempo, con unos cambios sociales que generan esa adolescencia «acordeón» (demasiado corta en unos lugares; artificialmente prolongada en otros: la adolescencia del precariado).
Son cambios sociales que, por encima y más allá de todos nosotros, están afectando a nuestro mundo, tanto a los adolescentes como a los adultos. Son los cambios sociales propios de nuestra época de profunda crisis de modelo social y de organización: desde una organización social zoológicamente territorrializada y estratificada, estamos pasando o hemos de pasar a una organización social humanamente globalizada, etológica global y, en su extremo, ecológica radical. Cambios tan graves y conmovedores para todos nosotros, a la par que necesarios, que no podemos permitirnos el lujo de prescindir de ningún colaborador en ese convulso proceso: y hemos de entender a los adolescentes, como lo hace Yolanda, como verdaderos «especialistas y coprotagonistas» para esos cambios necesarios; compañeros y animadores en un viaje que, aunque para unos será corto, para ellos es de esperar que sea largo y fructífero.
¡Que ustedes lo pasen bien!
DR. JORGE L. TIZÓN,
psiquiatra y neurólogo, psicólogo y psicoanalista.
Institut Universitari de Salut Mental,
Universitat Ramon Llull (Barcelona).