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ESTILOS DE APEGO

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En la misma dirección, es fundamental señalar los estilos de apego, aunque sin entrar en su complejidad, para comprender el devenir de las interacciones humanas.

En su desarrollo de la teoría del apego, J. Bowlby demostró la necesidad biológica de los seres humanos de establecer vínculos afectivos con otros, siendo esencial durante la primera infancia la respuesta infantil conductual que busca la proximidad con el cuidador principal como una forma de supervivencia física y emocional frente a los peligros del exterior.

Cada estilo de apego da lugar a unos modelos operativos internos o representaciones mentales formados por percepciones, emociones, pensamientos y expectativas creados en los primeros años de vida y que marcan un patrón de relación en la vivencia de las relaciones posteriores.

Es por eso por lo que resulta vital comprender qué tipo de apego queremos fomentar desde la primera infancia, puesto que del adolescente emergerá una percepción de sí mismo y del mundo condicionada por estas etapas tempranas. Es realmente importante tomar consciencia como madres, padres y educadores de la responsabilidad, que nunca culpa, de nuestra función adulta.

La formación del apego depende de varios factores, entre los cuales cabe destacar la existencia o ausencia de la denominada respuesta sensible, que representa un organizador psíquico fundamental para la estructuración del psiquismo infantil.

La respuesta sensible se caracteriza por:

• percibir las señales del bebé,

• interpretarlas adecuadamente y

• responder apropiada y rápidamente.

La capacidad para desarrollar la respuesta sensible es esencial para fomentar el apego seguro. Apego seguro que forma parte del deseo inicial de la maternidad y la paternidad informadas.

Sin embargo, los beneficios de la denominada respuesta sensible y sus características para el fomento del apego seguro continúan siendo en la práctica bastante desconocidos e, incluso, cuando se observan en la interacción cotidiana, prevalece la crítica social.

En este aspecto, no puedo menos que señalar la tendencia, todavía actual, de cierto rechazo social a responder prontamente al llanto del bebé, tomarlo en brazos y cubrir de forma inmediata las necesidades de los bebés (de cero a dos años) y de las criaturas, en general. Son los tópicos sobre el miedo a malcriar los que me impulsaron a escribir y cuestionar dicha creencia en mi primer libro, Amar sin miedo a malcriar, siempre vigente y que tan extraordinaria acogida ha tenido en madres, padres y educadores sensibles.

Tenemos que tomar consciencia como madres, padres y educadores de la responsabilidad, que nunca culpa, de nuestra función adulta.

Es un hecho constatado, en la práctica preventiva y social, el gran desconocimiento que existe sobre el desarrollo psicoafectivo integral de la primera infancia y la adolescencia. Es una necesidad ineludible cambiar la mirada intergeneracional para tratar de evitar todas las interferencias que generamos los adultos, bien por ignorancia, bien por déficit en la elaboración de las propias heridas emocionales durante nuestra infancia, pero que, en definitiva y sin la menor duda, condicionan la relación con hijos e hijas y alumnos y alumnas.

Continuando con la teoría del apego, las investigaciones desarrolladas por Mary Ainsworth (1970) permitieron desarrollar el concepto de base segura y formular una clasificación de patrones de apego observados durante el primer año de vida y contrastados en años posteriores. Estos fueron los estilos de apego descritos:

• Apego seguro

• Apego inseguro evitativo

• Apego inseguro ambivalente

• Apego desorganizado

Más tarde, Bartholomew y Horowitz (1991) establecieron otra clasificación de los estilos de apego:

• Apego seguro

• Evitativo (rechazante)

• Ansioso (preocupado)

Una persona con estilo de apego seguro se caracteriza por acercarse emocionalmente a los demás de manera sencilla, mostrando la capacidad de establecer una relación de dependencia mutua segura y confortable (Dutra y cols., 2002). Es decir, sus relaciones con el otro son estables, íntimas y satisfactorias, y su perspectiva de sí misma está integrada y es coherente. Estas personas son capaces de hablar de las experiencias adversas negativas o penosas de su infancia de manera reflexiva y relativamente desprovista de mecanismos de defensa (Bowlby, 1998; Marrone, 2001).

El apego inseguro evitativo, según Dutra y cols. (2002), se caracteriza por la incomodidad que sienten estas personas en las relaciones que involucran intimidad emocional, por lo que optan por mantenerse distantes, argumentando muchas veces la importancia de la independencia propia y de la autosuficiencia. Presentan también cierta inhibición en las emociones consideradas negativas o agresivas, puesto que su objetivo es mantener la aprobación social.

Siguiendo con esta clasificación, Dutra y cols. (2002) consideran que el tercer tipo, inseguro ansioso, muestra un funcionamiento emocional y conductual basado en la ambivalencia. Este estilo de interacción se caracteriza por la búsqueda de intimidad, aunque su elección se centra en personas que habitualmente lo rechazan o no responden a sus necesidades emocionales. Son personas que amplifican su necesidad de vinculación de forma desmedida. Este estilo responde a una relación con las figuras de apego en las que la relación parental ofrecía cuidado, pero simultáneamente frustraba también sus necesidades, lo que generaba una gran inseguridad y necesidad de aproximación, a la vez que un gran miedo a la pérdida.

Podríamos extendernos mucho más en los diferentes estilos parentales y tipos de apego, pero el objetivo no es tanto profundizar en estos temas como comprender la trascendencia que nuestra historia personal, nuestro carácter y el contexto social ejercen en la interacción con nuestros hijos adolescentes.

Afortunadamente, nada es estático ni permanente.

Siempre podemos mejorar y modificar el tipo de relación a través del trabajo terapéutico y de los grupos de madres y padres, como veremos en el capítulo dedicado a los grupos.

Llegados a este punto, vamos a entrar en un tema crucial para comprender la adolescencia: sus raíces, puesto que la adolescencia no nació de la nada, sino que desplegó sus alas después de años de preparación y experiencia vital en un nido familiar, escolar y social.

De crisálida a mariposa

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