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INTRODUCCIÓN

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Tengo el gozo de presentar mi «tercera criatura»: un libro centrado en la adolescencia, pero partiendo de sus fases precedentes. Libro que, coherentemente, ha nacido del concepto de continuum respetuoso desarrollado durante el proceso psicoafectivo desde la primera infancia hasta la primera juventud.

A modo de recapitulación y para situar el nacimiento de este tercer libro, considero importante retomar los antecedentes previos que han abonado un terreno fértil para la elaboración de esta nueva obra.

Llevo más de veinticinco años de práctica profesional formando a madres y padres, educadores, profesores y profesionales de la salud en el delicado arte de criar y educar a las nuevas generaciones.

Por tanto, he tenido la fortuna de observar no solo la evolución de las criaturas desde el nacimiento hasta los veinte años, sino también las transformaciones vividas por sus cuidadores principales durante el acompañamiento a este hermoso despliegue de la vida en cada nuevo ser.

También soy afortunada por haber facilitado la elaboración de dudas y miedos habituales ante la apasionante, aunque desconocida, experiencia de la maternidad/paternidad que cada embarazo despierta en la vida de cada pareja. Embarazos que florecen cuando experimentan el gozo y empoderamiento de los partos naturales.

Los grupos de apoyo a la crianza y a la lactancia natural y prolongada, abiertos también a madres y padres conscientes que crían con biberón por diversas causas, han sido y son un espacio privilegiado para formar esa identidad materna. Identidad materna que requiere, ante todo, tiempo.

Tiempo en una sociedad sin tiempo, tanto para el derecho de la infancia a crecer sin prisas como para el derecho de que los futuros padres y madres puedan desarrollar su potencialidad y su función materna/paterna sin presiones laborales. Presiones laborales que responden a una ausencia de legislación auténtica que respete los derechos del bebé para disfrutar de la presencia segurizante de la madre y del padre durante los primeros años de vida. Etapa de extrema vulnerabilidad y dependencia natural en la que el bebé no entiende de la imposición de límites temporales externos durante su desarrollo psicoafectivo.

Bebé y ser vivo inocente e invisible en las leyes y no reconocido, salvo, en teoría, como sujeto de pleno derecho, ignorando, en la práctica cotidiana, la importancia de preservar su vida emocional mediante políticas de apoyo remunerado hasta los dos o tres años de vida a aquellos progenitores que lo soliciten, como sucede en otros países europeos. Se trata de una reivindicación social que llevamos realizando algunas asociaciones durante décadas.

En este sentido, cabe resaltar que las actuales leyes de conciliación laboral están dictadas para regular el derecho de cada madre y padre a disfrutar del cuidado de sus criaturas durante los primeros meses de vida, pero no contemplan, en absoluto, el derecho de cada bebé a formar un apego seguro durante el primer año de vida. Un apego seguro requiere de permanencia con la o el cuidador principal, un tiempo de calidad. Tiempo que se recorre, como mínimo, durante los primeros doce meses de vida, coincidiendo con el inicio de la bipedestación, considerado como «nacimiento real». Tiempo, por tanto, para favorecer una lactancia materna exenta de estrés y un apego sin sobresaltos ni cambios bruscos.

De hecho, la lactancia materna y prolongada queda desprotegida con estas medidas de conciliación adulta. Existen otros modelos y maneras de afrontar estos delicados temas para no interferir en el fomento de la salud infantil, a los que hago referencia en mi libro Amar sin miedo a malcriar.

También he constatado, en las consultas familiares y en los numerosos grupos de madres y padres que coordino, la angustia y los temores, trasladados en su generalidad por madres, ante una escolarización temprana y no deseada. No deseada ante la evidente inmadurez de la criatura para una separación prematura. De ello hablo ampliamente en mi libro Educar sin miedo a escuchar.

Y así podría mencionar cientos de temas en relación con la crianza y que han sido abordados en mis citados libros.

A medida que los hijos y las hijas crecen, el ejercicio de la maternidad/paternidad también cambia y se transforma.

De hecho, los niños y niñas son los maestros auténticos del amor incondicional y reflejan, en un espejo diáfano y sin rubor, nuestras deficiencias para cubrir sus necesidades emocionales, así como nuestros errores de interpretación día a día y con el transcurrir de los años.

Así es. Por ser nuestro espejo cotidiano, nos ofrecen la elección de una encrucijada existencial: cambiar y madurar acompañando el despliegue de su vida ante nuestros ojos o permanecer ciegos repitiendo tópicos, creencias y patrones intergeneracionales de los que arrepentirse o lamentarse más tarde.

Los niños y niñas son los maestros auténticos del amor incondicional.

Independientemente del contexto social, familiar, de la estructura nuclear o monoparental y de la diversidad sexual, cada hijo o hija puede representar una fuente de reflexión y cambio, siempre y cuando estemos abiertos a cuestionar la propia percepción ante la conducta observada, así como a asumir la influencia de nuestra propia historia personal y educativa.

A modo de empático aviso: aquellos adultos que consideran que están en lo cierto y que defienden su modelo de crianza y educación como verdad incuestionable, a pesar de los cambios madurativos que atraviesa toda criatura en su proceso evolutivo, quizá no estén leyendo el libro adecuado.

En esta exposición vamos a cuestionar nuestra percepción y la influencia de nuestra propia historia personal en la crianza y educación de hijos e hijas.

Sin embargo, estáis todos invitados a continuar para reflexionar juntos sobre esta crucial etapa del desarrollo madurativo con las inherentes e inevitables dificultades y alegrías.

De crisálida a mariposa

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