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INTRODUCCIÓN LA AVENTURA DE ACOMPAÑAR A PADRES Y EDUCADORES

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Escribir el libro que tienes en tus manos ha sido realmente una labor apasionante. Apasionante, porque cada letra emana del corazón y se desliza y sustenta en las directas y enriquecedoras experiencias con los niños, los padres y los educadores. Experiencias intensas, que a su vez refuerzan y consolidan los conocimientos teóricos adquiridos sobre el maravilloso universo infantil.

Apasionante, sí. Compleja labor, también.

¿Por qué?

Es un reto tratar este tema enfocado a dos colectivos que, en ocasiones, se encuentran con ciertas dificultades o conflictos para alcanzar la necesaria colaboración activa desde sus diferentes funciones. Entre otras causas de índole institucional, los conflictos más frecuentes entre escuela y familia se deben a la diferente percepción que presentan en relación a la infancia y la educación. Sin embargo, es imprescindible caminar hacia la integración de estos contextos educativos si queremos realmente abrir nuevos caminos a favor del bienestar infantil.

El abordaje de la función de la escuela desde una perspectiva saludable que respete a sus verdaderos protagonistas, los pequeños, requiere, por un lado, una reflexión profunda sobre los modelos de crianza actuales y, por otro, un análisis sobre la necesidad de realizar importantes cambios estructurales a nivel institucional y social. En definitiva, tanto la familia como la institución escolar y la sociedad deben unificar criterios saludables que favorezcan una ampliación de la mirada y de la empatía hacia la primera infancia.

¿Cuál es la realidad de estos dos contextos educativos?

Cada mes de septiembre, año tras año, recibo decenas de correos electrónicos de madres, y algunos padres, que se preguntan angustiadas qué hacer ante el llanto desconsolado de su peque al inicio de la escolarización. Madres que narran sus dudas e inquietudes y que se sienten sometidas a una intensa presión social que no repara en la escucha de las emociones infantiles, sino al contrario, ignora y/o normaliza cualquier reacción «adversa» individual, considerada como molesta para el funcionamiento estandarizado.

Además del inicio de la escolarización y las dudas que suscita, hay que sumar las muchas y variadas inquietudes ante las diversas situaciones que se presentan durante el curso escolar en edades tempranas, tanto para padres como para educadores, como veremos en capítulos posteriores.

El otro contexto que interactúa con la primera infancia tampoco lo tiene fácil. Como formadora de educadores infantiles, he tenido la oportunidad de comprobar la necesidad formativa y de reciclaje permanente que presentan, afortunadamente y cada vez más, algunos centros educativos.

Los propios educadores reconocen que son preparados en la universidad para «educar» y enseñar a los pequeños diversos contenidos y conocimientos, pero que experimentan muchas lagunas en otras áreas imprescindibles para interactuar adecuadamente en la primera infancia. Estos profesionales demandan una mayor comprensión de las necesidades emocionales infantiles para no repetir modelos educativos poco saludables como los actuales. Es decir, modelos que potencian en primer lugar cabezas sin corazón, autómatas sin capacidad crítica y tantos otros problemas que acarrea una educación basada en la razón y escindida de la emoción.

Desde 1993, y durante más de diez años en el programa de Bienestar e Infancia del Ayuntamiento de San Sebastián, he sido formadora de educadores infantiles, más tarde del profesorado de la ESO y por último de profesores de bachillerato y monitores de tiempo libre. Paralelamente, formaba y supervisaba a equipos de profesionales que interactuaban en las denominadas escuelas de padres.

Nuestro objetivo central ha sido unificar criterios que posibilitaran un mayor grado de salud y bienestar tanto en la escuela como en la familia, con el foco de atención centrado en preservar y atender las necesidades emocionales en la primera infancia.

Este gran abanico de experiencias formativas me ha permitido comprobar en vivo y en directo las aspiraciones y limitaciones de estos colectivos que buscaban, y buscan, un mayor conocimiento de los procesos emocionales infantiles (en el caso que nos ocupa) y sus intentos de cambio dentro de una estructura rígida, que constantemente limita las necesarias y profundas transformaciones educativas para garantizar un desarrollo saludable y preventivo en esta etapa crucial del desarrollo.

Ante estas dos necesidades y realidades complejas (padres y educadores), y sin olvidar el mencionado foco de atención central y prioritario que es la primera infancia, tomé la delicada decisión de escribir para ambos colectivos, buscando esencialmente unificar e integrar ambos contextos educativos.

En este sentido, soy consciente de que una lectura empática del presente y complejo tema debe superar ciertas dificultades. Confío en que la lectura y el abordaje conjunto para padres y educadores ayude a sortear cualquier obstáculo que hallemos en el camino, por el bienestar de los más pequeños.

¿Cuáles son los obstáculos o aspectos que hay que valorar?

Se concretan en los tres siguientes:

 El primero: cada contexto familiar o educativo es único, como único es el caso particular de cada pequeño. No se puede generalizar ni realizar afirmaciones globales cuando hablamos de procesos de maduración infantil, debido a que estos procesos no son independientes en sí mismos, sino que responden a la interacción con los dos contextos citados (familia y escuela), de los cuales las criaturas dependen totalmente para su desarrollo y bienestar emocional.

 El segundo: tratar sobre la escolarización temprana conlleva el análisis de muchos factores interrelacionados, que exigen evitar respuestas normativas y simples que pretenden de algún modo y como objetivo final la adaptación infantil a esta sociedad estresada, cambiante y neurótica al precio que sea. Es decir, no deberíamos ignorar las respuestas de resignación o de pseudoadaptación al inicio de la escolarización. Ninguna justificación social o laboral es suficiente cuando se genera sufrimiento innecesario en etapas tempranas. La consciencia de esta situación nos permitirá ir modificando las leyes laborales en lugar de continuar ignorando las necesidades emocionales de la primera infancia.

 El tercero y más importante, el objetivo de este libro, es favorecer una comprensión profunda del proceso madurativo infantil, que favorezca mejorar el acompañamiento a la etapa delicada de edad comprendida entre el nacimiento y los 6 añitos, período de formación del carácter.

Para ello, es fundamental crear nuevos espacios de encuentro real, y no solo teórico, de los dos contextos educativos citados: padres y educadores.

A veces, y aquí estriba la dificultad, padres y educadores interpretan la realidad desde posiciones diferentes, incluso antagónicas, más allá de la probable intención de hacerlo «bien». En esta disparidad de percepción, similar a un divorcio sin acuerdos, el pequeño es el perjudicado.

En definitiva, se trata de superar los obstáculos, caminando hacia la integración de los dos contextos educativos, padres y educadores, estableciendo bases de cooperación, diálogo y objetivos comunes en beneficio de los más pequeños.

Solo desde esa posición y con esa mirada vamos a reflexionar juntos sobre este tema controvertido en nuestra sociedad y de crucial importancia para los peques en edad de «escolarizarse» según los requerimientos sociales y laborales.

Te invito a ir más allá de los propios intereses individuales, personales o profesionales, a abandonar en la medida de lo posible cualquier percepción distorsionada fruto de nuestra propia educación e historia personal, para mirar directamente y escuchar con empatía las necesidades y emociones de las criaturas en formación.

En última instancia, cada lector tomará las decisiones que considere oportunas según sus propias posibilidades, asumiendo la responsabilidad de las mismas en torno al período de educación infantil.

Finalmente, y como en mi anterior libro y en todas las conferencias y formaciones que imparto, señalo un aviso preventivo antes de iniciar la lectura: el sentimiento de culpa.

La culpa casi siempre omnipresente («si lo hubiera sabido antes») es una mala compañía, pues no existe padre/madre perfecto ni educador ni profesional que pueda presumir de ello. Afortunadamente.

Desde la psicología clínica, sabemos que el sentimiento de culpabilidad se estructura en la primera infancia, fruto de la educación recibida. El superyó es una instancia psíquica que se instala progresivamente cuando se interioriza la moral, las leyes y las normas de la autoridad que provienen de los adultos. Cuando este superyó es rígido, nos exige un funcionamiento que choca frontalmente con nuestros deseos y necesidades más íntimas, generando un conflicto que si no es resuelto, recrea un círculo infernal con sentimientos de arrepentimiento, más tarde rebelión, nueva sumisión y así sucesivamente. Las afirmaciones reiterativas de «esto está muy mal», cumplen la función poco educativa de lograr sumisión y obediencia a la autoridad, y dificultan el desarrollo de la actitud crítica y reflexiva que emerge en etapas posteriores.

Como afirmaba el pedagogo escocés Alexander Neill, «la culpa no es una reacción ante la voz de la conciencia, sino saberse desobediente a la autoridad y tener miedo a las represalias».

La culpa engendra miedo, y el miedo, hostilidad a la autoridad. Para sobrellevarlo, se inicia el aprendizaje de la hipocresía, pues pronto aprendemos a quedar «bien» ocultando nuestros propios criterios y nuestra voz interior. Para no ser recriminado, aprendemos a quedar «bien», y pagamos un alto precio al ignorar y reprimir nuestras más genuinas necesidades y emociones por miedo.

El miedo es el polo opuesto del amor.

¿Acaso hay algo de educativo en el miedo y la culpa?

Hay que cambiar la mirada hacia nuestros pensamientos, emociones y actos. En lugar de la culpa, por lo que no hicimos en el pasado o hacemos en la actualidad, tomemos conciencia de nuestra responsabilidad. Es una oportunidad para aprender, reflexionar y evolucionar junto a los grandes maestros: tus hijos o alumnos.

Para acabar, ahora sí, me gustaría hacer unas breves aclaraciones antes de que te sumerjas en el presente libro.

Observarás que indistintamente nombro niño, niña, peque o criatura para referirme a la primera infancia sin hacer distinción intencional de género.

Por otro lado, cito a la «madre» como referente de cuidadora principal, aunque en muchas ocasiones es el padre u otra figura de apego quien sustenta esta representación de atención a las criaturas.

Otro aspecto importante que quiero resaltar especialmente es que este libro está orientado a favorecer la búsqueda de la vía del medio. Adoptar esta saludable posición intermedia es un auténtico arte en las diferentes áreas de nuestra vida y, por tanto, no es nada sencillo: ni el autoritarismo tradicional ni la permisividad absoluta en la crianza y la educación. Ambas posturas son extremos que excluyen cualquier respeto a la primera infancia.

Y, en la misma línea, una apreciación muy importante:

Este libro es inclusivo: va destinado tanto a educadores convencionales como aquellos que acompañan en escuelitas alternativas o libres. De igual forma, está dirigido a los padres-madres que optan por un tipo de escuela u otra.

Pues el objetivo fundamental en la educación y crianza es el conocimiento, la conciencia y el respeto de los procesos madurativos infantiles.

Considero que este amplio y diverso abanico de ópticas educativas puede beneficiarse de las reflexiones conjuntas extraídas de su lectura, posibilitando una mejora en la calidad de la comunidad educativa así como en la función de la paternidad/maternidad.

Se trata de mejorar juntos las diferentes opciones que se presentan en el vasto mundo del acompañamiento y la educación.

En última instancia, soy consciente de la insistencia en algunos conceptos, que, sin ánimo de reiterarlos arbitrariamente, cumplen la función de reforzar gota a gota la comprensión del universo emocional infantil.

Espero que, aunque en algunos momentos te remueva, disfrutes de su lectura como yo de su escritura, y confío en que estas líneas que siguen te permitan potenciar tu amor sin miedo a malcriar, favoreciendo la empatía, durante la crianza y la educación.

Por su bienestar y salud.

Educar sin miedo a escuchar

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