Читать книгу Yora - A. Taring - Страница 10
ОглавлениеConoce bien el bosque, sin embargo, todo aquello que en otras ocasiones colmaba de serenidad su alma se enturbia ahora con la espesa bruma que devora su mente. No llega a plantearse qué ha podido cambiar para que todo lo perciba tan distinto y ajeno; conocedor de la belleza de aquellos lugares que sabe inmutables, ahora los contempla sombríos y desolados. Se fuerza, sin embargo, a continuar su descenso hacia el río que ha de servir de ruta de escape, quizás allí o más allá todo recobre su color, piensa; mientras sus pasos, todavía decididos y enérgicos, le llevan por caminos inexistentes entre tanta vegetación.
Se concentra más en sus pensamientos. Se esfuerza. Pero su mente no es tan ágil como la de Maih. Siente además cierto torpor para el que no encuentra explicación.
Tiene buena memoria, aunque siempre le costó razonar y encontrar lógica a muchas de las respuestas y explicaciones que ella le ofrecía. Sus ojos eran curiosos, su lengua inquisitiva, pero su mente no tan reflexiva como le hubiera gustado. Ella siempre estaba dispuesta a calmar su sed. Articulaba sus respuestas en función de su predisposición y estado de ánimo. Si estaba inquieto y poco concentrado, se esforzaba en ofrecerle una respuesta corta; si por el contrario se mostraba paciente, se detenía en detalles importantes. Siempre parecía reconducir la contestación en función de cómo fuera cambiando su expresión, aunque la mayoría de las veces sus ojos se perdieran entre las ramas. Se mostraba comprensiva y cariñosa con él, y no le importaba explicarle las cosas tantas veces como quisiera, con diferentes abordajes, con imágenes y animaciones que ella producía y le mostraba con infinita ternura. No había palabras de reproche, nunca le recriminaba que no se esforzara lo suficiente, ni lo reprendía si con facilidad se distraía.
Yora era consciente de que muchas veces se quedaba escuchándola, absorto, sin entender mucho de lo que decía. Su capacidad de atención era reducida. Su curiosidad y sus ganas de explorar pronto se toparon con una limitación. Intuía débilmente la extensión y complejidad del mundo que habitaba, y pensar en ello le daba vértigo. No era miedo, pero sentía náuseas, una desazón que prefería evitar para no enfrentarse con ella. Maih lo ayudaba sin forzarle. Evitaba los conceptos demasiado abstractos y se centraba en aquello que le rodeaba y fácilmente podía entender. Su mente era simple, su mundo anhelaba sencillez, así que pronto aprendió a focalizar su curiosidad y su interés en el rico entorno en el que estaba asentado el complejo. Su buena memoria fue útil para recordar, reconocer y nombrar las diferentes especies que habitaban aquel interminable valle, aunque tuvo que esforzarse para poder comprender las complejas interacciones que observaba. Ayudó su paciencia y determinación. Podía pasarse horas encaramado en un árbol esperando a que los polluelos de un estornino saciaran su hambre, o agachado medio doblado sobre una charca esperando para poder contemplar el momento exacto en el que eclosionaran los huevos de un sapo común. La magia que iba descubriendo en la naturaleza avivaron los rescoldos de una llama que el tiempo y la reconducida evolución habían sofocado con determinación.