Читать книгу Yora - A. Taring - Страница 11

Оглавление

El camino se hace más difícil. La pendiente se acentúa. Tiene que bajar de lado, apoyando una mano en la ladera y mirando dónde coloca el pie para no resbalar con la tierra y las traicioneras piedras que fácilmente se desprenden. La caída desde esa altura puede ser peligrosa, pero no muestra mucho cuidado. El traje cumple su cometido, no solo confiere la adherencia precisa en cada instante, sino que además ayuda a modificar el centro de gravedad. Con él consigue mantener el equilibrio y no precipitarse ladera abajo. No tiene que pensar, sabe que así funciona, aunque no entienda cómo. Lo lleva puesto desde hace más de dieciocho años. Siempre el mismo.

Maih le había comentado que se lo puso el primer día que llegó, y que muy pronto se adaptó y se entendieron a la perfección. Al principio, sin aparente propósito, el traje se desprendía de su cuerpo cuando pretendía, por ejemplo, correr sintiendo las gotas finas de lluvia contra su piel, pero sin querer mojarse y menos aún pasar frío. En aquellas raras ocasiones, el traje quedaba rendido allí donde la pugna no entendida entre lo que hacía y lo que deseaba era más encarnizada. Al verle regresar desnudo, ella le recriminaba sonriente, con los brazos en jarra, queriendo saber dónde lo había dejado olvidado. Al principio se mostraba arrepentido y bajaba los ojos, mientras dubitativo señalaba en cualquier dirección, pues no recordaba dónde había quedado. Pronto comprobó que no importaba en qué sitio lo hubiera dejado, pues ella siempre iba directa a por él.

En una ocasión, cuando fue tomando conciencia de ello, lo enterró bien oculto entre las jaras de los alrededores. Su color gris metalizado, aunque no era brillante, podría servir, pensó, para que lo encontrara. Antes de marcharse de allí, se aseguró de que quedara bien cubierto entre las ramas. Revisó el escondite desde varias posiciones para que ninguna pista delatara sus intenciones. No tuvo que formular ninguna pregunta cuando estuvo ante ella. La mirada de soslayo y la pícara sonrisa con la que le respondió fue suficiente para entender que más le valía no ocultarle nada. Sin embargo, los ojos de Maih perecían entender sus motivaciones y no le recriminaban ni castigaban, y al revés, brillaban alegres por su infantil conducta.

Según crecía y su cuerpo se transformaba, el traje se había ido ajustando y adaptando a sus cambios. Aquel reajuste, que por ocurrir lenta y paulatinamente no le había llamado la atención, pasó desapercibido hasta ya pasada la pubertad. Tuvo que contemplar, en numerosas ocasiones, cómo las serpientes se desvestían durante días, o cómo algunos animales mudaban de pelaje adaptando su tonalidad a la estación del año, para establecer la falta de paralelismo. Su segunda piel estaba formada por miles de minúsculas escamas individuales con una especie de colectiva conciencia. Su consistencia flexible y elástica permitía que el traje no limitara ningún movimiento, al contrario, los facilitaba, haciéndolo más fluidos y sencillos. El contorno de su delgado y musculoso cuerpo quedaba delineado por aquellas grisáceas estructuras que se adaptaban a cada pliegue, a cada protuberancia que quedaba remarcada con anatómica precisión. Yora había intentado contemplarlas fijándose, sin parpadear, en cómo se unían, separaban o desplazaban respondiendo a fuerzas imperceptibles, pero, por la velocidad y precisión de aquellos movimientos, era como querer contemplar a un estornino y seguirlo en pleno vuelo dentro de una inmensa bandada. Maih le había explicado cómo funcionaba, aunque no había entendido gran cosa. Comprendía que le protegía de algún tipo de radiación, que le ayudaba en el control de la temperatura corporal, que mantenía sana y limpia su piel y que, aunque en apariencia se tratara de un material fino y elástico, era resistente a cualquier tipo de impacto.

Con los años había descubierto que, si por cualquier desliz perdía el equilibrio, el traje le ayudaba a mantener la posición; y de no lograrlo, al menos, atenuaba el golpe de la caída. En este instante, mientras desciende por la pendiente, el traje cubre todo su cuerpo, desde los pies hasta la cabeza, y aunque en ese mismo momento no lleva la cara cubierta, sabe que se hubiera accionado algo en esos grisáceos componentes de manera que, antes de caer y de golpearse contra el suelo, hubieran protegido toda la región facial sin que ello llegara a impedir su respiración ni alterara en nada su capacidad sensorial.

No reconoce siquiera diferencias significativas en el tacto, de manera que, aunque cubriera por completo las manos, como habitualmente hacía, podía diferenciar por su textura entre el haz y el envés de una hoja. En una ocasión, recuerda, se clavó una espina, y, aunque notó el pinchazo, el traje evitó la herida. Nunca lo ha puesto a prueba, aunque sabe que, de encontrarse con uno de los lobos u osos que por aquellos bosques habitan, el traje, aunque no le libraría del dolor, evitaría el daño infringido por una dentellada o un zarpazo.

Se pasa la mano por la nuca mientras desciende y piensa que, si alguna pega tiene, es que no encuentra igualmente agradable las cosquillas y las caricias.

Yora

Подняться наверх