Читать книгу Yora - A. Taring - Страница 8

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Tiene que detenerse de nuevo. Distraído por sus pensamientos se ha desviado y su carrera se ve interrumpida por un denso robledal con una tupida manta de helechos comunes y rosales silvestres a sus pies. Abre la bolsa y toma un sorbo. Sabe que eso le dará energía suficiente para varias horas de marcha. Se percata de que se ha aprovisionado para varios días. No le hace falta. Sabe perfectamente dónde y cómo encontrar alimentos en esa época del año, aunque reconoce que de esa forma será más sencillo.

Ahora, la tranquilidad del entorno le hace partícipe de unos instantes de paz. Permanece durante un momento pensativo, pero pronto se distrae con el furtivo vuelo y los movimientos nerviosos de un colirrojo real que se deja ver poco entre las ramas de los robles mientras con un agradable canto delimita su territorio. Mira a su alrededor para encontrar una zona más despejada que le permita seguir descendiendo. Todavía quedan horas de luz que quiere aprovechar antes de detenerse a descansar. Busca un claro entre los árboles y levanta la vista para buscar referencias. Sus músculos siguen en tensión.

La llamaba por su nombre, pero era más que su amiga, su compañera, o su mentora; cuidaba y se ocupaba de él; con dedicación procuraba que no le faltara nada. Los primeros años fueron todo juegos y risas. Ella correteaba, se escondía, y él la seguía o la buscaba torpemente entre los matorrales. Cuando ella se dejaba alcanzar, le daba un sonoro beso; alborozado, se daba la vuelta y salía corriendo en la dirección contraria, mirando para atrás sin detenerse para ver si su sonrisa lo alcanzaba. Eso hacía que, a menudo, tropezara con sus pies, cayera torpemente sin poner las manos y se golpeara en la cara. Su sonrosado rostro pasaba del blanco al rojo en el preciso instante que rompía a llorar; tan fuerte y desconsolado llanto precisaba de un beso de igual magnitud para que se transformara en un débil puchero. Todavía con lágrimas en los ojos volvía a mostrar una sonrisa que invitaba a reanudar la diversión.

En uno de esos juegos, que no quedaron limitados a su infancia, se encontró con otro de los niños que vivía en el complejo. Aquella imagen tiene superpuesta emociones cambiantes, como envolturas que han ido añadiéndose con el tiempo, pero si se esfuerza es capaz de acceder al primer momento, a la vivencia primigenia antes de ser recordada por primera vez y vuelta a empaquetar, pues con el tiempo dejó de ser uno de los pocos hechos desagradables de su infancia.

Corría despreocupado, sabiendo que sacaba suficiente ventaja a Maih. Miraba hacia atrás, pero ella le seguía tranquila desde la distancia. En ese preciso instante se chocó de frente con una niña que parecía correr mirando hacia arriba. El impacto hizo que los dos cayeran hacia atrás y se quedaran sentados donde habían caído, cara a cara, mirándose sin parpadear. Yora había oído reír, en alguna ocasión, a algún niño cerca de su lugar de juego, lo que le había intrigado, si acaso, durante un efímero instante; sin embargo, no se había encontrado con ninguno hasta ese momento. La primera reacción fue de perplejidad, seguida de un miedo inexplicable a lo desconocido; con los ojos bien abiertos contempló su redondo e inocente rostro. Se fijó en que llevaba el mismo traje gris, más no percibió ninguna semejanza, pues de inmediato sintió una desazón e intranquilidad interna que hizo que se pusiera en alerta. Una sensación de aversión y repulsión detonaron en su interior y salió huyendo por donde había llegado, a tal velocidad que no se detuvo siquiera cuando se cruzó con Maih. Todo lo recuerda como si hubiera chocado con un espejo, porque los movimientos, reacciones y expresiones que sentía como propias eran las mismas que veía reflejadas en el semblante de aquella niña que salía corriendo en la dirección contraria tan rápido como lo hizo él. Pasarían varios meses hasta que volviera a verla.

Maih contempló toda la escena, pero Yora no reparó en sus analíticos ojos y pasó de largo cuando le ofreció, con los brazos abiertos, el consuelo de su mirada.

Yora

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