Читать книгу Yora - A. Taring - Страница 16

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Un joven gamo pasta cerca de donde se encuentra sentado. Se mueve tranquilo, la cabeza agachada y la cola blanca y negra en movimiento de un lado a otro. Su pelaje pardo rojizo, con manchas blancas en el dorso, contrastan con el verde intenso de aquellos prados que comienzan a brillar con los primeros rayos de sol.

Ensimismado como está en sus recuerdos, no se percata de su presencia. Lleva varias horas sentado y su cuerpo comienza a reclamar algo de actividad. Estira la espalda con un movimiento apenas perceptible. El gamo se detiene, alza la cabeza, que despunta una incipiente cornamenta, para observar en derredor. Su cola queda pendida, en inmóvil alerta.

Yora se levanta arqueando el cuerpo hacia atrás, sacudiendo después las extremidades para desentumecer sus músculos. En ese preciso instante, el gamo salta como impulsado por un resorte, con la cola del todo levantada, y ágilmente se pierde entre la espesura.

Su traje, además de confundirse entre la vegetación, si esa es su voluntad, también impide que los animales detecten su presencia alertados por el olfato. Esto había sido muy útil en sus frecuentes excursiones. Había permitido que contemplara la naturaleza en silencio, durante horas, descubriendo oculto sin que ningún animal se percatara de su existencia.

El bosque era también su hogar, y en los últimos años había pasado más tiempo allí que en el complejo.

Anda distraído por donde ha estado pastando el cérvido. Se agacha y con la mano extendida acaricia los pastos nuevos despertados con las lluvias caídas días atrás.

Rememora por un instante la primera vez, hace unos ocho años, que contempló a aquellos animales en frenética e inverosímil actitud. En esa ocasión estaba solo, no muy lejos de donde ahora se encuentra. Quieto, escuchando su respiración y los sonidos de la naturaleza, había aprendido a permanecer inmóvil por tiempos prolongados, y a moverse despacio entre la vegetación. Llevaba varias horas escuchando un grave, entrecortado y ronco sonido que se repetía con frenética insistencia. Se había ido aproximando muy lentamente intrigado por aquel bramido que retumbaba en los claros del robledal. Se movía despacio, con cuidado de no hacer ruido al pisar la hojarasca que el viento revolvía bajo sus pies. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se detuvo. Un enorme gamo de majestuosa cornamenta en forma de pala seguía y se le iba aproximando por detrás, lenta pero insistentemente, a una esbelta hembra, al tiempo que continuaba emitiendo excitados ronquidos. La hembra se apartaba con movimientos suaves a la vez que levantaba la cola, mientras el excitado macho la lamía y tocaba insistentemente con el hocico. Paciente, acechaba el momento para erguirse apoyando las patas anteriores en el costado del objeto instintivo de su deseo. Después de varios intentos, de un solo y enérgico empuje hacia adelante, el macho concluyó la cópula.

Yora no supo muy bien lo que acaba de contemplar.

De regreso, cuando se encontró con Maih lo primero que hizo fue contarle, confuso, el extraño juego que había presenciado. Atendió pacientemente los comentarios y explicaciones que ella, gustosa en satisfacer su curiosidad, le ofreció. Con cada detalle, con cada aclaración, se acrecentaba el torbellino de dudas, y lanzaba nuevos e impacientes interrogantes sin llegar a reflexionar sobre la anterior respuesta. Quiso saber cómo la hembra hacía para atraer al macho, cómo sabía este lo que tenía que hacer, qué atributos marcaban la diferencia y así un sinfín de cuestiones más, hasta que ella le dejó sin palabras al plantearle, ante una de sus preguntas, qué hubiera sido de aquella especie si la motivación fuera recompensada con sufrimiento o si el macho hubiera sentido malestar antes de iniciar la aproximación. Ella entornó los ojos levantando una ceja y sonrió al ver el dubitativo semblante de Yora a punto de dar con la respuesta.

Yora

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