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EN LOS ORÍGENES DEL «PROBLEMA CONVERSO» CONQUENSE

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Durante la fase de expansión territorial de los reinos cristianos a lo largo de los siglos XI y XIII, Cuenca fue incorporada a la Corona de Castilla a finales del siglo xii. Dadas las espectaculares defensas naturales que protegían la ciudad, la caída de la misma se tuvo que producir mediante algún tipo de capitulación, o bien de colaboración interna de algún sector de la sociedad conquense con las huestes sitiadoras del rey don Alfonso VIII. El territorio sería ampliado progresivamente hasta el río Cabriel tocando con los dominios de Requena, que el obispo Jiménez de Rada trataría de incorporar infructuosamente hacia 1215. Habría que esperar casi veinticinco años para que la Tierra de Requena fuera incorporada a la Corona de Castilla y con ella el solar de lo que más tarde constituyó la provincia conquense.2

Durante la Edad Media, las relaciones entre la comunidad cristiana y la judía se caracterizaron por una convivencia pacífica, aunque los historiadores subrayan dos momentos históricos decisivos. El uno sería el de 1391-1415, en el que tuvieron lugar numerosísimas conversiones en masa desde el judaísmo al cristianismo; se cree que el grueso de tales conversiones, al estar impulsadas por la violencia de los ataques antihebreos, fueron superficiales e insinceras, eso es, que bajo el aparente manto del bautismo cristiano, los hebreos trataron de salvar su vida, pero también su fe al seguir practicándola desde entonces a escondidas, para que sus vecinos cristianos no los tomaran por judíos.3 Nunca sabremos cuántos judíos se convirtieron al cristianismo, pero los demógrafos parecen convenir en que no menos de 100.000 individuos hicieron el viaje a la nueva fe. Muchos llegaron al cristianismo con sinceridad; otros decididamente dispuestos a confiar en el secreto del hogar para seguir practicando su vieja fe hebraica. Los dos extremos esconden, realmente, un abanico muy amplio de situaciones personales y familiares.

La otra fecha a la que hacía referencia anteriormente es, sin duda, 1492. Al decretar la expulsión de los judíos, la comunidad hebrea pudo elegir entre conversión o destierro. Al menos la alternativa era más positiva que en 1391, aunque el precio era terrible. Suponer que las conversiones que tuvieron lugar en el año de la expulsión tenían mayor componente de sinceridad, precisamente porque no se realizaban bajo la amenaza de muerte, es suponer demasiado y, sobre todo, minimizar la condena terrible del destierro.

Sin embargo, sería bueno subrayar que las relaciones entre los judíos y los cristianos fueron en la Corona, durante la Edad Media, principalmente pacíficas. La manifestación de tales relaciones es compleja, pero quizás en el ámbito en el que se observan mejor sea el económico. Meyerson habló de «los cimientos económicos de la convivencia», refiriéndose particularmente a la situación mudéjar en un reino cristiano.4

Las tensiones y conflictos entre judíos y cristianos no impidieron que el hebreo Symmuel trabajara como médico para el concejo de Cuenca. ¿No se decía que la misión de los médicos judíos era envenenar a los cristianos? No parece que esto preocupara en Cuenca: un argumento en contra de la difusión del antijudaísmo en la ciudad, frente a lo que parece estar sucediendo durante el siglo xv en el resto de la Corona. La medicina era una profesión a la que los judíos se dedicaban quizás con más frecuencia que otras comunidades. Los reyes y las casas aristocráticas buscaban sus servicios. La aparición de leyendas antijudías que hablaban de pacientes cristianos asesinados en su lecho de dolor por sus propios médicos judíos, es un tema repetido en la literatura y los mitos antijudíos.

A pesar de las violentas fuerzas que impulsaron las conversiones masivas en la fase 1391-1415, los judeoconversos mantuvieron sus viejos oficios y dedicaciones profesionales. El comercio parece una de las dedicaciones más tradicionales, como el préstamo a interés, así como la artesanía. La Cuenca del siglo xv tuvo una nómina abundante de industriales y comerciantes judeoconversos.

Al Noroeste de la ciudad de Cuenca se encuentra Chillarón, una población dedicada a la agricultura en la pequeña vega cercana y en algunos terrenos conquistados al monte en el siglo xv. Lope Monterde nació en Chillarón y había trabajado junto a amos judeoconversos en Cuenca y sus alrededores. Era una práctica habitual en la España del Antiguo Régimen que familias pobres, o que deseasen que sus vástagos tuvieran un medio de ganarse la vida, colocaran a sus hijos junto a un amo industrioso y capaz de darles un puesto de trabajo. Así que, a los catorce años, Lope fue colocado por su padre en la casa de Juan de Teruel, donde debió de permanecer hasta aproximadamente 1471. Pasó entonces a la casa de Pedro Suárez de Toledo, con el que estará trabajando hasta 1477 o 1478, hasta recalar con Diego de Alcalá, el cabeza de una familia de gran importancia en la Cuenca de fines del Medievo. Hasta aquí todos los dueños con los que había trabajado eran conversos. Con todos sus amos, Lope se ocupó de los ganados y les acompañó en sus negocios laneros. El nivel relacional en este caso se daba entre amo y empleado. Esta relación fue abundantemente empleada por la Inquisición española en la represión del criptojudaísmo.

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