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RIQUEZA ECONÓMICA DE LA ELITE JUDEOCONVERSA

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El ascenso era imposible si la familia no disponía de una adecuada base material. Cuenca y la tierra que la circundaba ofrecía unas buenas posibilidades económicas para un sistema económico que colocara a la ganadería ovina en su núcleo. La ganadería lanar y el negocio industrial y mercantil surgido alrededor de la lana, fueron el ámbito en el que se movió la economía conquense. Las circunstancias del Cuatrocientos favorecieron los negocios: el comercio prosperaba, las ciudades crecían, la agricultura vivía la aplicación de nuevas técnicas, se perfeccionaba la reglamentación de la industria textil. Durante el siglo xv se extendieron las ferias y mercados por toda Castilla, mientras la paz de los caminos era garantizada por las hermandades.

A finales del xv, la mayor parte de los regidores del Concejo de Cuenca eran comerciantes y conversos.17 La vieja tesis del cura de Los Palacios ha perdido vigencia, a pesar de inspirar a una parte de la historiografía tradicional, sobre todo porque «los capítulos de Bernáldez sobre los conversos parecen estar escritos en la cresta de la persecución inquisitorial contra los conversos sevillanos» y porque «apoyaba con toda el alma los métodos y acciones de la Inquisición, partidario como era del racismo extremos y partícipe de su violento odio a los conversos y su ardiente deseo de arruinarlos».18

Sin embargo, el axioma anterior debe ser matizado, porque es posible introducir una segmetación, aun cuando sea superficial, en estos conversos. Para empezar, existe una masa indeterminada de judeoconversos cuyas economías son modestas. Trabajan en las diferentes labores de la industria textil, y cuando pueden consiguen independizarse con el fin de prosperar libremente. Muchos trabajan como criados de las familias judeoconversas con pretensiones e incluso en las casas nobiliarias. Los miembros de la comunidad judeoconversa copan también las notarías. Junto a ellos, encontramos un grupo de conversos que ha conseguido una fortuna más o menos amplia; en todo caso, una fortuna que les permite entrar en tratos comerciales y elevarse algo por encima del resto de la población. Son éstos los Alcalá, los Álvarez de Toledo, los Beteta, los Chinchilla.

Por lo que toca a este sector más acaudalado, la dificultad reside en precisar el origen del encumbramiento. Resulta verosímil que estos judeoconversos iniciaran su ascenso desde unos orígenes artesanales. A lo largo del siglo xv, consiguen la patente de hidalguía, lo que les abre una portezuela para entrar en la nobleza. Pero, si por una parte conocemos que se trata de mercaderes de elevado peso en la ciudad, también poseemos noticias de sus propiedades en sectores ajenos al industrial y de sus inversiones.

El hecho de que exista una serie de familias judeoconversas que continúan ligadas al negocio de la pañería, no significa que su nivel económico sea considerablemente inferior al de las familias que se concentran en los negocios mercantiles, pues ha de subrayarse que entre 1410 y 1440 ha tenido lugar una importante concentración de la industria textil.19 Juan de la Bachillera y Fernando de Teruel, miembros de familias conversas que pasarían por las manos de los inquisidores, compaginaban la industria con la actividad comercial.20 Este carácter mixto puede observarse también, a finales del siglo xv, en el caso de Pedro del Castillo, tejedor y mercader.21

Entre los linajes que mejor conocemos se encuentran los Alcalá. Las primeras señas de identidad de estos linajes aparecen en el entramado político y administrativo del Concejo de la ciudad de Cuenca y su Tierra. En Castilla, el sistema político del regimiento había sido construido con el fin de asegurar la administración de una renta centralizada que sirviera a los intereses de la Corona y de las clases implicadas en los concejos. El acceso al Concejo proporcionaba una serie de palancas nada despreciables a la hora de reproducir los negocios y las fortunas. Es curioso comprobar cómo los linajes más importantes de Cuenca no participan en negocios tales como los arrendamientos de las rentas concejiles, la renta del sello de paños, la renta de la sisa del vino. En cambio, participan especialmente en los arrendamientos de las dehesas, hierbas de la tierra y en los pastos de la Sierra, sin duda más remuneradores y más interesantes para sus propios objetivos.22 Están implicados en ello los Alcalás, los Guadalajaras, los Álvarez de Toledo y algunos otros. Estas familias de judeoconversos participaban directamente con sus propios ganados en la explotación de la Sierra y comerciaban con la lana que les proporcionaba el esquileo de primavera de sus rebaños. El expolio que, durante el siglo xv, realizaron la nobleza y sus campesinos aldeanos de las propiedades concejiles en la sierra, constituía un grave peligro para la supervivencia de las elites concejiles de la capital, porque mermaba las posibilidades de reproducción económica de sus haciendas. Este proceso fue muy frecuente a lo largo de la centuria, y obligó al Concejo a recurrir al lento y costoso proceso judicial, y a imponerse mediante sus agentes. Es probable que aquí resida un factor decisivo en la división dentro de la elite conversa concejil, que aparecerá hacia 1500 fragmentada en torno a la aristocracia territorial.

El acceso privilegiado de los Alcalás o de los Álvarez de Toledo a rentas municipales se daba también en otros terrenos: el arrendamiento de las alcabalas, la recaudación de la moneda forera, la recaudación del pedido y de las 29 monedas. En 1455 y 1456, Diego de Alcalá fue recaudador del pedido y las 29 monedas.23 Estos selectos linajes conquenses habían alcanzado una posición suficientemente desahogada, al menos suficiente para ser capaces de arrendar las recaudaciones y adelantar un dinero para ello. Los Álvarez de Toledo estaban arrendando alcabalas de la ciudad en 1422.24

Para los grupos conversos, el acceso a la institución del Concejo significó un paso de gigante en la ascensión dentro de la sociedad española. El cargo que se ostentara proporcionaba un honor determinado, variable en función de la categoría del mismo. También se obtenía, mediante el cargo, una cobertura legal que permitía desarrollar desde una mejor plataforma los negocios privados. El arrendamiento de dehesas y hierbas fue un mecanismo para garantizar la autorreproducción de su negocio lanero. Les eximía de pechar el poseer la patente de hidalguía. Un Alcalá, Juan González de Alcalá, consta como exento desde el primer padrón conocido en Cuenca, que es el de 1437. Sus hijos también aparecen exentos: Juan de Alcalá desde la misma fecha que su padre, mientras que García Ferrández de Alcalá aparece algo más tarde, en 1453. Juan González de Alcalá era probablemente hermano del abuelo de Diego, Pedro Álvarez de Alcalá.25 Esto en lo que concierne a los Alcalás, pero los Guadalajaras tienen a Ferrand Alonso de Guadalajara como exento, por haber adquirido la hidalguía en 1453.26 Al proporcionar la exención, la hidalguía daba lugar a una acumulación de riquezas superior a la que podría realizarse en condiciones normales de pago de tributos. También suponía un refrendo notable a una envidiable situación económica, dando lugar a un determinado nivel de prestigio dentro de la sociedad. La obtención de inmunidades era tan importante como la faceta económica. Además, la hidalguía era hereditaria y constituía un primer escalón dentro de la nobleza. Naturalmente, en el siglo xv, el acceso a la hidalguía era bastante más fácil que con posterioridad.27 No cabe duda de que familias de extracción popular conseguían, mediante la manipulación del pasado familiar y la invención genealógica, ascender en el entramado social.

Los Alcalá utilizaron la estrategia hidalguista con tino. Juan de Ortega de Alcalá era hidalgo como su padre. Evidentemente esta condición no le sirvió para nada cuando tuvo que vérselas con la Inquisición y entrar en sus cárceles.28 Pero tuvo una utilidad de extraordinaria valía para el futuro de su prole. Su hermana, María de Ortega, accedió al matrimonio con una rama aristocrática menor, pero más lustrosa que la procedencia hidalga de su padre. Al casarse con don Alonso Carrillo de Mendoza llenaba las expectativas de futuro de los Alcalá.

Diego de Alcalá era un hombre afortunado en los negocios y conocedor del mundo que le rodeaba debido a sus numerosos viajes por Castilla y a la capital del Reino de Valencia. Hasta que la Inquisición se interpuso en su camino y le reprochó ciertas prácticas heréticas. Diego había acumulado una fortuna patrimonial considerable. Disponía de numerosos criados y personas que trabajaban para él. Pese a todo, era un hombre consciente de la responsabilidad de administrar un patrimonio abultado, y de la evidencia de que sólo con él al frente del negocio, los tratos y los beneficios seguirían afluyendo a la casa de los Alcalás. En 1476 ha abandonado Cuenca para dirigirse a Medina del Campo. Diego está vendiendo sus lanas. Más tarde, con los inquisidores examinando las creencias de la sociedad conquense, un testigo, probablemente uno de sus criados, revela las inclinaciones de Diego hacia el judaísmo. Ha comenzado su proceso inquisitorial. Al pare-cer, sus rituales hebraicos los desarrollaba allá donde se encontrase, como es natural. En este caso, el confidente de los inquisidores le ubica en Valencia para tratar la venta de lanas.29

Su hijo, Juan de Ortega de Alcalá, proseguirá los negocios familiares. Durante su paso por las cárceles secretas, podrá salir temporalmente con tal ocuparse de la marcha de sus rebaños y llevar el negocio.30 La actividad no se podía descuidar. Los protocolos notariales revelan sus tratos, por ejemplo, con el mercader milanés Pagano Dada, que en ocasiones actúa a través de un representante, un corredor o «fator», como señala el documento.31 Los Alcalás prosiguieron con sus negocios a pesar de la Inquisición. Los inquisidores habrían de ponerles muchos problemas, hasta que consiguieran lavar un honor mancillado por las acusaciones de herejía.

Los Terueles son otra de las familias judeoconversas de larga reputación en Cuenca. Una docena de años después de que la sinagoga de Cuenca fuera consagrada como iglesia cristiana, en 1415, Ferrand Sánchez de Teruel, ya convertido en regidor de la ciudad, funda la capilla de su familia en la recién constituida iglesia de Santa María la Nueva; una capilla que quiso dedicar a Santa Catalina. Las familias judeoconversas acaudaladas y dotadas de cargos en el poder municipal, aumentan el ornato familiar con muestras de una expresión religiosa genuinamente católica.32

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