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LA FAMILIA JUDEOCONVERSA

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El conocimiento de los judeoconversos es consustancial al conocimiento profundo de la familia judeoconversa. Si nos aproximamos al ámbito propiamente religioso, es evidente que en la familia se podían desarrollar todos aquellos rituales y prácticas prohibidas, en el caso de que efectivamente se tratara de familias criptojudías. Si contemplamos el tema de la familia bajo el prisma de lo económico, la familia también constituye una unidad de trabajo, de negocio. Si analizamos la familia judeoconversa desde la óptica de sus relaciones con la mayoría de la población, también es claro que los judeoconversos desplegaron diferentes estrategias en este campo, para asimilarse tanto como para protegerse.

Aún queda mucho por trabajar en este terreno. En mi trabajo he examinado determinados procesos de gente principal de la ciudad, pero queda mucho que investigar sobre las familias judeoconversas.

Tal vez hacia 1480, Diego de Alcalá había contraído matrimonio con Juana Sánchez de Teruel. Ambos esposos estaban integrados en dos de las familias más importantes del mundo judeoconverso conquense. Familias acaudaladas y con capacidad política en el Concejo. No parece que temieran entonces que los demás vecinos de su ciudad pensaran que se casaban dentro de la comunidad conversa con el fin de ocultar su verdadera fe. Pero lo cierto es que un clima de sospecha se estaba alzando por doquier, especialmente en el sur de España. De haber temido el odio de sus vecinos cristianos viejos, y teniendo en cuenta que en el recuerdo se mantenían los terribles acontecimientos del siglo xiv, quizás habrían buscado pareja entre los cristianos lindos.10

No he leído ningún trabajo en el que no se afirme que la estrategia de acción endogámica responde al objetivo de levantar una fortaleza privada frente a los intrusos, significándose la endogamia como un mecanismo adecuado para la protección de un judaísmo que se practica a escondidas.11 Sin embargo, esta lógica endogámica de fines judaizantes se modificaría, supuestamente, en el seno de aquellas familias más ricas y poderosas, incluso cercanas a la Corte; pero, en general, «el resto de la comunidad es probable que la mantuviese hasta bien entrado el siglo xvi».12

La tabla estadística que elabora Lorenzo Cadarso indica que los linajes con menor porcentaje de matrimonios endogámicos son los Beteta, los González de la Plazuela y los Alcocer. En cambio, los Álvarez de Alcalá o Toledo alcanzan índices del 80%.13 Cierto, el grado de endogamia grupal entre los conversos de Cuenca es elevado. Pero conviene no perderse en las cifras y analizar una serie de factores presentes. Por un lado, existen elementos externos al grupo judeoconverso que es necesario recordar. No olvidemos que han sido anexionados por una sociedad cristiana hostil hacia ellos, que en ocasiones ha derramado sangre para borrarlos del mapa. Existen odios y envidias hacia el que alcanza el éxito económico, social o político. También parece obvio que existe un conjunto de elementos cuyo rasgo común es el de pertenecer al interior del propio grupo converso. Está el nivel de relaciones dentro de los mismos conversos. Existían unos intereses de carácter económico y de rango social muy similares. Compartir actividades cotidianas contribuye al conocimiento mutuo. Además, la estrategia endogámica es apropiada para grupos sociales que tienen o creen tener un estatuto superior al del resto de la sociedad. Como mínimo, estas clases sociales desean mantener un rango social adquirido, libre de la mezcla con el bajo pueblo; por tanto, ejercitan el mecanismo endogámico en aras del mantenimiento de lo que consideran las esencias de la familia. Esto es lo que viene sucediendo con la aristocracia. Para los conversos una opción razonable era imitar a la clase más portentosamente elevada de la organización estamental. Sin embargo, esta causalidad se viene hurtando constantemente al mundo judeoconverso, y la razón no es otra que la supervivencia del viejo prurito de que todos, absolutamente todos los conversos, eran auténticos judíos.

Examinando la cuestión clásica de la endogamia grupal, Lorenzo Cadarso le dedica cuatro páginas para demostrar la frecuencia de estos casamientos entre la misma elite conversa. Sin embargo, no percibe que el nivel de endogamia es menor cuanto más elevado es el poder económico, y por tanto mayores son las ambiciones y las capacidades para el ascenso en la escala social de Cuenca. De esta manera, nuestro Diego de Alcalá había nacido en uno de los linajes más poderosos de la ciudad. Su padre, Pero Álvarez, debió gozar ya de una posición buena. Su madre era Elvira García de Molina, miembro de otra familia judeoconversa: la de los Terueles.14 Desconocemos tanto la herencia de Pero como la dote de Elvira, pero está claro que Diego acumulaba sobre sus espaldas una herencia en la que estaba marcado su propio futuro, esto es, pertenecía al Concejo de la ciudad; poseía en Zahorejas propiedades valoradas en dos posterías (probablemente suponen unos 40.000 maravedíes); había heredado un rango social: la hidalguía. Pero tras estos bienes materiales va algo más: una planificación perfecta del ascenso social. De hecho, obtiene el casamiento de su hija con una rama menor de los Mendoza, un grupo familiar aristocrático desperdigado en sus diferentes dominios en la Corona.15

Las elites judeoconversas conquenses carecían de parangón social con el que entablar alianzas de tipo matrimonial; esto significó que, dado que el conocimiento entre los miembros de esta comunidad de nuevos cristianos era muy intenso, se emparejasen entre sí generación tras generación, hasta el momento en que pudieron saltar los gruesos muros de la villanía y entablar puentes con la orilla de la aristocracia, única clase social con la que podían medirse desde un punto de vista relativo. Una figura tan interesante como Mosén Diego de Valera, cuyo origen converso es evidente, está repleta de todo tipo de contradicciones, esencialmente originadas en sus ambiciones de asimilarse a la nobleza.16

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