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I. EL MUNDO FÍSICO

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Introducción

Explorar lo que comúnmente llamábamos el mundo físico se ha transformado en algo distinto. Ni siquiera explorar significa lo que entendíamos antes. Las páginas inmediatas de este libro son testimonio de ello.

Albert Einstein, en su libro de 1954 titulado Mis ideas y opiniones,1 se posiciona del lado del pensamiento puro de la matemática y la lógica, es decir, el de los conceptos e ideas abstractas, frente a la visión que se apoya en la materia prima que proporcionan las impresiones sensoriales, en la tarea de avanzar en el conocimiento sobre el mundo objetivo o mundo de las cosas. Afirma Einstein que no debe extrañarnos que Platón concediese mayor realidad a las ideas que a las cosas empíricamente experimentables. Él califica esta visión del conocimiento de posición aristocrática, que considera ilimitada frente a la que le hace de contrapunto, que es una ilusión más plebeya del realismo ingenuo en ciencia, en la que las cosas «son» lo que percibimos por nuestros sentidos. Obviamente, Einstein no es aquí del todo objetivo ya que estaba, en realidad, defendiéndose en un conocido debate muy vigente en el mundo científico de su época. Por entonces, la visión basada en la percepción sensorial directa llevaba las de ganar porque, en aquel momento, aún era evidente el dominio de la observación sensorial de la vida diaria de personas y animales. Era un punto de partida decisivo para todas las ciencias, específicamente para las ciencias naturales, que eran las que se ocupaban de encontrar y demostrar, por el método científico, las realidades del mundo físico –y, en última instancia, del inmenso universo–.

La mirada directa de ese realismo ingenuo a la que aludía Einstein también era compartida nada menos que por el filósofo y matemático Bertrand Russell, de quien cita unas frases de su libro Una investigación sobre el sentido y la verdad. Dice Russell:

Todos partimos del realismo ingenuo, es decir, la doctrina de que las cosas son lo que parecen. Creemos que la hierba es verde, las piedras duras y la nieve fría. Pero la física, nos asegura que el verdor de la hierba, la dureza de las piedras y la frialdad de la nieve no son el verdor, la dureza y la frialdad que conocemos por nuestra propia experiencia, sino algo muy distinto. El observador, cuando piensa que está observando una piedra, está observando en realidad, si hemos de creer a la física, los efectos de la piedra sobre él. La ciencia parece, pues, en guerra consigo misma: cuanto más objetiva pretende ser, más hundida se ve en la subjetividad, en contra de sus deseos. El realismo ingenuo lleva a la física y la física, si es auténtica, muestra que el realismo ingenuo es falso. En consecuencia, el realismo ingenuo, si es verdadero, es falso. En consecuencia, es falso.2

Y tengamos en cuenta que no es un físico el que está hablando aquí, sino un filósofo que también es matemático. Como el resto de los seres humanos, los científicos no pueden escapar de la subjetividad. Hay, al respecto, casos muy expresivos de científicos que mirando la misma cosa veían cosas distintas. Unos veían cosas que otros no. Miraban lo mismo, pero llegaban a conclusiones diferentes. Los debates entre Wallace y Darwin, o el de Ramón y Cajal y Camillo Golgi, son buenos ejemplos de creadores científicos que, como mínimo, refutan la unicidad de la visión del realismo ingenuo en la ciencia. ¿Su conclusión? La observación directa es necesaria para el descubrimiento, pero hoy raramente es suficiente.

Ha pasado casi un siglo desde los primeros avances que Einstein impulsó en ciencia y los instrumentos actuales para la observación han cambiado enormemente. Desde el Hubble hasta el microscopio de fuerza atómica (AFM), entre otros instrumentos, nos permiten ahora una mirada al mundo físico muy distinta y amplia, comparada con la tradicional basada a nuestros sentidos. Tal vez sea una visión que viene en apoyo de un nuevo realismo ingenuo científico del siglo XXI basada en información que podemos recoger a distancia y simular su representación, a partir de datos digitales abstractos (ceros y unos), en lugar de lo que percibimos directamente con nuestros sentidos. Sin embargo, antes de llegar a esa conclusión tendríamos que aclarar si la observación que permiten esos sofisticados instrumentos es, en cualquier sentido, equivalente a la percepción directa y al realismo que Einstein y Russell describieron.

Marshall McLuhan afirmó que cualquier tecnología, incluso las más poderosas, son extensiones de nuestros sentidos o de la habilidad humana, extensiones propias de ser humano según esa visión. Si aceptamos el argumento de McLuhan, entonces el telescopio espacial Hubble y el AFM extienden la observación humana en lugar de cambiarla. Y siguiendo ese argumento, podríamos afirmar que la aprehensión directa del mundo es todavía posible en la ciencia contemporánea, al menos hasta cierto punto. En cambio, otras ideas que propuso McLuhan parece demasiado arriesgado considerarlas válidas. Expresiones tales como: «Somos lo que vemos» y «Formamos nuestras herramientas y luego estas nos forman»,3 ciertamente tendrían que ser explicadas con más claridad para el mundo de hoy.

Lo que sí parece claro es que estamos lejos de la percepción directa cuando estamos frente a algo como el Hubble o el AFM. Atravesar inmensas distancias, en el caso del Hubble, o percibir átomos individuales, en el caso del AFM, son claramente formas fundamentalmente diferentes de ver y conocer de las que disponíamos antes.

Estos diálogos que vienen a continuación, en la sección «El mundo físico», abordan múltiples aspectos fascinantes de la realidad, incluyendo cómo funciona el bit cuántico; la cosmología primordial del universo; cómo son los exoplanetas, o las fluctuaciones cuánticas y térmicas relacionadas con el diseño del cuerpo negro; qué materiales son los más finos que han existido, existen o existirán; qué sabiduría talló las piedras de siglos pasados; cómo enfrentarnos al desafío del calentamiento global; por qué cuanto más lejos miramos en el universo vemos antes; y cuáles son las mejores maneras de combinar átomos y bits en un todo.

En resumen, lo que el lector ahora está a punto de leer es un conjunto de conversaciones desbordantes de ideas. Espero que su lectura le tiente a reflexionar sobre si el realismo ingenuo de los sentidos que Einstein y Russell criticaron debe ser declarado oficialmente obsoleto o si, como afirma McLuhan, sigue siendo válido.

1 Albert Einstein: Ideas and Opinions by Albert Einstein, New York, Crown Publishers, 1954, p. 20.

2 Bertrand Russell: An Inquiry into Meaning and Truth, New York, W. W. Norton, 1940, pp. 14–15.

3 Marshall McLuhan: Understanding Media: The Extensions of Man, Cambridge, MA: MIT Press, 1994, p. 21 (primera edición 1964).

De neuronas a galaxias.

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