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7 Las leyes de la termodinámica te dicen qué es y qué no es posible
ОглавлениеAvelino Corma y Adolfo Plasencia
Avelino Corma. Fotografía cortesía del ITQ
El descubrimiento es a veces difícil porque tendemos a ser parciales.
Al tratar de descubrir cómo funciona la naturaleza, no somos lo suficientemente abiertos para pensar libremente.
El genoma es un código de información, obviamente, pero que se construyó a partir de necesidades que surgieron a través de reacciones químicas, as cuales a su vez requirieron una serie de procesos necesarios para que la vida se desenvolviera de la manera en que se encuentra en este momento.
Avelino Corma
Avelino Corma desarrolla, desde 1990, su labor científica en el Instituto de Tecnología Química, centro mixto entre el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la Universitat Politècnica de València. Obtuvo su doctorado en Química en Madrid. Su investigación se centra en la catálisis heterogénea, como investigación básica y para aplicación industrial. Trabaja en diseño molecular de catalizadores y en procesos catalíticos sostenibles en los campos del refino de hidrocarburos y derivados de la biomasa y química fina. Ha publicado más de novecientos artículos de investigación y es citado como inventor en más de cien patentes.
Entre los premios que ha recibido están los siguientes: Premio Nacional de Tecnología Leonardo Torres Quevedo (España, 1995), G. Ciapetta, Houdry y Michel Boudart Award for the Advancement of Catalysis de la North American Catalyst Society (1998), Premio de Nuevas Tecnologías Rey Jaume I (2000), Premio Europeo de Catálisis François Gault (2001), Medalla de Oro de la Real Sociedad Española de Química (2005), Premio Nacional de Ciencia y Tecnología de México (2006), Premio Gabor A. Somorjai a la Investigación Creativa en Catálisis de la Sociedad Química Americana (2008), Premio del Centenario de la Real Sociedad de Química, A. V. Humboldt Research Award (2009), Eni Award (2010), Royal Society of Chemistry Centenary Prize (2010), Premio Solvay Pierre-Gilles de Gennes de Ciencia e Industria, M. Boudart de Catálisis de las Sociedades Norteamericana y Europea de Catálisis, Medalla de Oro a la Carrera de Investigación Química (2001-2010), Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica (España, 2014), 48th W. N. Lacey Lectureship en Caltech (2015), Gran Medalla de la Academia de Ciencias de Francia (Francia, 2011) y Premio Spiers Memorial 2016 de la Royal Society of Chemistry (Reino Unido, 2016).
Adolfo Plasencia: Avelino, gracias por recibirme.
Avelino Corma: Gracias a ti por venir.
A. P.: Has dedicado toda tu vida a la química. ¿Crees que es apropiado referirse a la química como una ciencia central y creativa?
A. C.: Sí. Me parece muy bien. Porque, para mí, es objeto de una intensa pasión. En un sentido amplio, la química es la disciplina que me permite profundizar en el conocimiento y la solución de los problemas de nuestra sociedad.
A. P.: Albert Einstein dijo que «La mayoría de las ideas fundamentales de la ciencia son esencialmente simples». ¿Crees que todavía hay ideas por descubrir que son a la vez fundamentales y sencillas, en una química tan compleja como la que tú investigas en el siglo XXI?
A. C.: Estas ideas a menudo parecen simples una vez que ya las conocemos, o una vez que ya se nos han explicado. De hecho, el descubrimiento es a veces difícil porque tendemos a ser parciales. Al tratar de descubrir cómo funciona la naturaleza, no estamos suficientemente abiertos a pensar libremente y a abordar nuevos problemas sin ideas preconcebidas, sin a priori. Si fuéramos disciplinados para hacerlo, muchas veces no tomaríamos la dirección equivocada y podríamos llegar a un conocimiento mucho más nuevo y original.
A. P.: Avelino, en la ciencia, cualquier tiempo pasado casi nunca fue mejor. ¿Estás de acuerdo conmigo en esto?
A. C.: Por supuesto que no lo fue. Fue más heroico, eso sí, pero no necesariamente mejor. En cualquier caso, somos el resultado de todos esos investigadores y profesores, e incluso de héroes anónimos de la ciencia que estuvieron luchando en su frontera antes que nosotros para que pudiéramos encontrarnos con lo que ahora usamos como apoyo y punto de partida. Y hay que reconocerles el mérito de ello.
A. P.: Con frecuencia tú hablas de balances y equilibrio. Y hay un equilibrio clásico entre hacer ciencia básica, o fundamental —ciencia que busca la verdad a largo plazo, sin prisas—, y ciencia aplicada, que conduce directamente a la tecnología, a una aplicación específica. ¿Cómo se traduce esto a la química actual?
A. C.: En nuestro trabajo en el laboratorio del Instituto de Tecnología Química, no nos gusta hacer una distinción tajante entre la investigación básica y la aplicada. Para tener éxito hay que intentar progresar en ambas al mismo tiempo. La investigación básica es esencial para aumentar nuestro conocimiento. Y solo a través de este conocimiento, podemos acceder a las formas y los modos de aplicación. Pero si nos centramos solo en la aplicación nos quedaremos cortos para conseguir descubrir algo verdaderamente nuevo. Pensar en nuevas hipótesis y probarlas experimentalmente es lo que nos lleva a la creación. Y plantearte estas hipótesis y poder demostrarlas es lo que te da la satisfacción verdadera.
A. P.: ¿Y cómo haces esto en tu laboratorio?
A. C.: Nosotros trabajamos en química y, dentro de la química, en catálisis. Para aquellos que no están familiarizados con ella, la catálisis es generada por catalizadores. Un catalizador, al final, no es más que un material capaz de acelerar una reacción y aumentar la velocidad, además, dirigiéndola hacia un resultado, es decir, hacia los compuestos concretos que buscamos. Está claro que el proceso catalítico se desarrolla a nivel molecular, por lo cual, si queremos que el proceso cumpla su objetivo, debemos trabajar a nivel molecular, lo que significa que tenemos que hacer un diseño molecular para nuestros catalizadores. El objetivo final será llegar a un «reconocimiento molecular». Es decir, que nuestro catalizador deberá reconocer de tal manera a la molécula con la que va a reaccionar, que sea capaz de activar solo aquellos enlaces químicos adecuados para transformarla en la sustancia final que deseamos.
A. P.: La química también está relacionada con muchas más cosas de las que la gente piensa —con el cerebro, por ejemplo–. En neurociencia se dice que, en realidad, la mente se genera en el cerebro por una emergencia que se produce a través de un conjunto sucesos biológicos, que al final se materializan por una suma de reacciones químicas y eléctricas. ¿Esto es así? ¿La química tiene que ver con la mente?
A. C.: Claro, por supuesto. La química es la base de la vida. Y cualquier proceso que tiene lugar en la vida tiene un componente químico muy elevado. Si pensamos en la forma en que tú y yo estamos funcionando en este momento es mediante un gran sistema de reacciones químicas en cadena o en cascada que están teniendo lugar. El hecho de estar hablándote yo ahora ocurre porque activo una serie de músculos, y esto, a su vez, se debe a que se me están activando una serie de neuronas, y todo esto sucede a través de una serie de reacciones químicas e impulsos eléctricos. Por lo tanto, la reacción química constituye la propia base de la vida, y es lo que hace posible que la vida haya llegado al punto donde está, tal como la conocemos hoy en día.
A. P.: Pues siguiendo este hilo te preguntaré sobre una de las revoluciones básicas en las ciencias de la vida: el genoma. Para ti, ¿el genoma es más física, más química, o es más un «código de información»?
A. C.: Yo diría que, probablemente, es todo eso a la vez. Es un código de información, obviamente, pero se ha construido por unas necesidades que han surgido a través de reacciones químicas y, a la vez, esto demanda una serie de procesos que deben darse necesariamente para que la vida se desarrolle. Si nuestro genoma individual es como es, hoy en día, es porque ciertas reacciones químicas han tenido lugar a lo largo de mucho tiempo, lo que nos ha llevado a la construcción evolutiva de estas moléculas. A su vez, ahora, estas moléculas inducen otras reacciones químicas, que son las que permiten a la vida estar desarrollándose, ocurriendo ahora mismo, en este momento del tiempo.
A. P.: Volviendo a tu disciplina, ¿cuál es el enfoque o camino más adecuado para la innovar en la muy compleja y avanzada química de hoy?
A. C.: Tal vez una de las mejores posibilidades para ello sea la de posicionarse en la interfaz entre disciplinas, para tener una fertilización cruzada con otras, como son la ciencia de materiales, la medicina y la física. Creo que es, precisamente, en estas interfaces, donde surgen las nuevas oportunidades.
A. P.: Eres es cofundador del Instituto de Tecnología Química (ITQ), una organización de excelencia que has liderado y promovido durante muchos años. Hoy en día es un centro de investigación de referencia mundial bajo el paraguas tanto del CSIC como de la Universidad Politécnica de Valencia. En él trabajan estudiantes de doctorado e investigadores de la Universidad en cuyo campus tiene su sede, así como de otras universidades nacionales e internacionales. Tu principal área de investigación en el ITQ es la catálisis, tanto en química básica y aplicada como en tecnología química. Además, tienes fuertes vínculos con empresas de varios continentes. ¿Cuál es el mejor enfoque de investigación para una organización como la tuya que logra combinar la química básica y aplicada con la tecnología química, tanto de hoy como para el próximo futuro?
A. C.: Es cierto. De hecho, yo cofundé el Instituto y fui su director durante veintidós años. El director actual es el profesor Fernando Rey García. Como bien has señalado, una de las líneas más importantes del ITQ es la catálisis, tanto desde un punto de vista fundamental como aplicado. Aunque el Instituto también tiene una línea muy potente en fotoquímica y fotocatálisis. Para mí, el enfoque investigador que mejor combina la química básica, aplicada, y la tecnología química empieza planteándonos considerar un problema al que queremos encontrar solución desde el punto de vista de aportar nuevo conocimiento sobre la propia naturaleza. Busca responder a alguna pregunta fundamental sobre cómo funciona un determinado aspecto de la naturaleza. Puestos a afrontar una búsqueda de este tipo, ¿por qué no ser ambiciosos y seleccionar una solución de relevancia fundamental? Si pudiéramos elegir, yo elegiría uno que también pudiera ofrecernos la solución a un problema tecnológico muy importante cuya resolución sea necesaria o exigida por la sociedad o que se necesite en el mercado. Esta es la manera de conjugar la ciencia básica y aplicada con la tecnología, en nuestro caso.
A. P.: La primera década del siglo XXI estuvo marcada por la poderosa aparición en la escena mundial de países como China, India y Brasil, lo que hizo que la demanda de energía, combustible y materias primas creciera de forma espectacular. ¿Cómo está tu campo de ciencia química enfrentando esta enorme y creciente demanda de energía que, además, tiene que ver con el calentamiento global?
A. C.: La ciencia química, y la química en general, avanza tratando de aprovechar al máximo los recursos finitos existentes. Para producir energía seguimos utilizando combustibles fósiles. Mi opinión es que seguiremos utilizándolos –a menos que se produzca un descubrimiento absolutamente sensacional en los próximos veinte años–. Por lo tanto, es nuestro deber utilizar esos productores de energía de la manera más eficiente posible. Para ello, tendremos que desarrollar nuevos métodos de extracción, refinamiento y transformación. Estos deben permitirnos, en el campo del gas o del petróleo, por ejemplo, obtener la máxima cantidad de combustible, es decir, de energía, a partir de la misma cantidad de petróleo o hidrocarburo. Por lo tanto, necesitaremos catalizadores que puedan mejorar la calidad de los productos finales obtenidos y, al mismo tiempo, alcanzar un mayor rendimiento del crudo que tenemos a nuestra disposición. O para purificarlo, por ejemplo, en el caso del carbón, necesitaremos depurarlo y purificarlo con el objetivo de que las emisiones al aire y al medio ambiente incluyan la menor cantidad posible de fluentes de todo tipo que sean incompatibles con el medio ambiente. Es decir, por un lado, debemos aprovechar lo que tenemos de una manera más racional y, por otro, debemos desarrollar nuevas fuentes alternativas de energía de manera que, al final, puedan ser económicas para su uso.
Además, y en relación con las nuevas fuentes energéticas, debemos aprovechar al máximo la energía solar. La luz solar se puede aprovechar mediante la captación de energía en células fotovoltáicas o solares. También la podemos utilizar para disociar el agua en hidrógeno y oxígeno, y después usar el hidrógeno como vector energético. Para esto necesitamos nuevos materiales y catalizadores. En este campo estamos, también, tratando de contribuir al conocimiento general y, si es posible, a sus tecnologías.
Tenemos que hacer llegar a la sociedad un fuerte mensaje sobre que, al fin y al cabo, todos somos responsables del uso de la energía, y que es una obligación de la sociedad tomar conciencia de sus usos y darse cuenta de que ninguna mejora es gratuita. Todo tiene un precio. Y debemos empezar a considerar ese precio, junto a sus implicaciones para nuestro confort. En primer lugar, debemos ser capaces de ahorrar energía, y para minimizar su uso ¿estamos dispuestos a tomar las decisiones más lógicas y racionales al respecto? Lo más lógico es empezar por ahorrar, en mi opinión. Así es como deberíamos actuar.
Después, también tenemos que explotar los recursos existentes de la mejor manera posible ya que debemos dirigirnos a encontrar nuevas fuentes de energía. Sin embargo, si queremos ser realistas (y en ausencia de algún descubrimiento excepcional), debemos ser conscientes de que, nuestra cesta energética es y será una combinación de diferentes fuentes de energía, incluyendo hidrocarburos fósiles, energía nuclear, hidráulica, eólica y solar; y en aquellos lugares donde sea posible, usar como fuentes las mareas o la energía geotérmica. Pero solo las primeras tienden a estar al alcance de muchos países. La suma de todas ellas proporcionará la cantidad total de energía que podemos utilizar. Es de esperar que, de forma urgente, esta cesta de energía cambie en dirección a las energías renovables. En eso estamos trabajando. Pero al mismo tiempo debemos guiar el ahorro, economizado y disminuyendo el consumo de energía.
A. P.: En lo que respecta al hidrógeno como portador de energía, te he escuchado decir que, en última instancia, se debe alcanzar un balance aceptable y positivo, porque las enormes expectativas sobre el hidrógeno de años atrás no se han cumplido.
A. C.: Adolfo, la primera ley de la termodinámica dice que, para obtener energía, primero necesitamos usar energía. El balance energético debe cumplirse. Siempre es un requisito previo. Para producir hidrógeno primero necesitamos usar energía. Si lo obtenemos del agua, necesitamos descomponer la molécula de agua –y eso requiere energía–. Si queremos descomponerla usando electricidad generada por medio de hidrocarburos fósiles, entonces volvemos al punto de partida. Si queremos generar hidrógeno a partir del metano, seguimos usando hidrocarburos fósiles. Esencialmente, entonces ¿qué fuente de energía renovable puede producir esta disociación del agua y obtener el hidrógeno de forma renovable? ¿La eólica, la solar o la geotérmica? Básicamente, debemos ser realistas; con la evolución actual del clima debería ser la eólica o la solar. Por lo tanto, aparte de estas dos fuentes renovables, todo lo demás requiere hidrocarburos fósiles o energía nuclear. ¿Qué hacer? Esa es nuestra elección.
A. P.: Esa, y la de qué precio hay que pagar por ello…
A. C.: Por supuesto, hay un precio a pagar. La ecuación de lo que hay que hacer es muy simple: disminuir la energía que usamos en un 10 o 15 %, por ejemplo. Una reducción del 15 % de la energía en los países desarrollados con energías renovables, como España, haría innecesarias las centrales nucleares. Pero no parece que estemos dispuestos a reducir nuestro consumo de energía en esa cifra.
A. P.: Volvamos ahora a la ciencia, a tu pasión: la química. Para la ciencia, el estudio de cosas inmensamente pequeñas parece ser uno de los caminos hacia el futuro. El físico de la materia condensada, Pablo Jarillo-Herrero, dice en este libro que, dentro de la escala de unos pocos nanómetros, algunas reglas de la física cambian completamente con respecto a las que se aplican al mundo visto a simple vista.1 ¿Lo que dice Pablo también se aplica a la química? ¿Cuál es la diferencia entre la química y, por ejemplo, la física en un rango entre 0 y 200 nanómetros, un ámbito dimensional en que tú, desde luego, ya estás investigando?
A. C.: Creo que ese es, precisamente, el punto de confluencia de la química y la física. Las dos se encuentran en el ámbito de los nanomateriales y las partículas más pequeñas. Se encuentran desde un punto de vista teórico: la mecánica cuántica ha sido desarrollada tanto por físicos como por químicos, y hay una disciplina llamada químico-física en la que convergen de cierta manera las dos disciplinas. Lo mismo ocurre con la caracterización y preparación de los citados nanomateriales. En dicha preparación, los químicos utilizan un cierto número de técnicas, y los físicos, otras. Cada vez más, los físicos utilizan técnicas de la química y los químicos utilizan las de los físicos. Las diferencias se desdibujan y las disciplinas se unifican. Como te he dicho, es a esa escala en la que la química y la física se encuentran, de tal manera que se acaba ya la distinción entre ellas.
A. P.: En una de tus recientes conferencias, escuché a un investigador que te hizo una pregunta sobre las posibilidades de hacer ciertas cosas con moléculas específicas. Tú le respondiste: «Déjalo. La materia es como es. Hará lo que tenga que hacer y nada más. Necesitas adaptarte a la materia. No hay otra manera. No conseguirás que ella haga lo que no puede hacer». Fue algo así, creo…
A. C.: Sí, así es. Hay algunos principios básicos que observar. Siempre digo a mis estudiantes, antes de estudiar su reacción desde el punto de vista cinético, que deben estudiar la termodinámica del proceso. La termodinámica nos dice lo que es posible, lo que no es posible y bajo qué condiciones es posible. Esto debe tenerse en cuenta antes de abordar cualquier problema. Por supuesto, siempre se puede intervenir, pero si se necesita utilizar una cantidad enorme de energía para intervenir en un proceso, y el rendimiento que se obtiene es muy bajo –la termodinámica es la que manda–, entonces realizar el proceso puede que no valga la pena.
A. P.: Cuando imaginamos el escenario de la nanomateria y piensas en la física, generalmente casi siempre pensamos en «modo estático». Pero si lo consideras como química, estás obligado a pensar en ello como un escenario dinámico, como en una película en lugar de una fotografía –algo en movimiento, donde las cosas, las reacciones ocurren–. Por ejemplo, he leído que estás recubriendo partículas de oro mediante la manipulación de nanoesferas en las que se puede sintetizar el volumen de una molécula, y cubriéndolas con otras moléculas más pequeñas en una especie de nanoarquitectura. ¿Acaso ya puedes manejar la materia en estos tamaños, que son casi inimaginables? ¿Cómo se mueven las cosas a esa escala?
A. C.: Al final, tenemos que bajar a estos niveles de escala para apartarnos de lo ya convencional y conocido, para encontrar nuevas posibilidades a la materia y a las interacciones moleculares. Si pensamos en las propiedades de lo que podría ser el hierro metálico, o en un óxido de hierro, de cobalto, o uno de platino u oro, las propiedades que tienen, como metal propiamente dicho, se conocen ya y están muy bien definidas. Pero lo más interesante ocurre cuando uno comienza a disminuir el tamaño de estas partículas hasta llegar a dimensiones cercanas a las de los átomos individualizados. En ese momento, esto deja de tener las características de un metal clásico. Tampoco tiene las de las moléculas aisladas e incluso las de los átomos aislados, sino que tiene un comportamiento nuevo, que corresponde a lo que llamamos nanopartículas.
A. P.: Lo que estás describiendo es un escenario cuántico. Y en el escenario cuántico, el comportamiento químico no es el mismo que el de nuestra realidad macroscópica en la que vivimos, ¿no es así?
A. C.: El comportamiento cuántico también forma parte de la realidad en la que vivimos. Pero en este caso esa escala nos permite preparar especies reactivas y ciertos materiales con propiedades inusuales, que no tendríamos si trabajáramos con lo convencional. Por ejemplo, como las de los derivados de los elementos metálicos u óxidos bulk, que es como se llaman, o lo que serían átomos aisladores (insulator atoms). Ahí es donde está, en estos momentos, la posibilidad de avanzar. Para ello necesitamos conocimientos, técnicas y tecnología para producir estas nanopartículas y clústeres, de manera estable, porque las partículas no quieren quedarse en esta dimensión tan pequeña, si tienen la posibilidad de unirse a otras para formar algo más grande. Es un poco como lo que nos sucede en la sociedad.
A. P.: ¡Ja! ¿Entonces, ¿hay una «sociología de las nanopartículas»?
A. C.: Por supuesto que sí, porque el estado de mínima energía que buscan estas pequeñas partículas es el que encuentran cuando se unen para formar partículas más grandes que energéticamente son más estables. Para estudiar esas propiedades inusuales tenemos que aislarlas, y en ello estamos.
A. P.: ¿Y cómo puedes conseguir hacerlo materialmente?
A. C.: Estamos creando nanorreactores con zeolitas para confinar las nanopartículas y hacerlas reaccionar selectivamente. Aquí tenemos que pensar en otro tipo de interacciones no convencionales, por ejemplo, las «interacciones débiles», que llamamos interacciones van der Waals. Requieren poca energía y son extremadamente importantes porque estabilizan los intermedios de reacción. Además, como las nanopartículas están confinadas en los poros dentro de los nanorreactores, están sujetas a campos eléctricos muy fuertes. Con lo cual, se preactivan, cosa que no sucedería en un medio sin confinar. Así, las interacciones se producen en la escala molecular y con tiempos de vida, o vida útil, relativamente largos, mucho más que cuando las partículas normales están en espacios más grandes.
A. P.: Descritos de esta manera, estos materiales parecen algo muy abstracto, pero sin embargo tienen un enorme impacto en el mundo real, ¿no es así?
A. C.: Sí, lo tienen. Sin estos nanomateriales porosos, como las zeolitas, industrias como la química fina o el refinado del petróleo no existirían tal y como las conocemos hoy en día. Aproximadamente el 35 o el 40 % de la gasolina y el diésel utilizados en el mundo se obtienen a través de estos nanomateriales. Además, este tipo de combustible tiene una mejor calidad y octanaje, y también mejores propiedades medioambientales. Tiene menos benceno y menos olefinas, que son más inertes. También hemos pasado de obtener un producto útil del 30 % de cada barril de petróleo al 90 % en la actualidad. Por consiguiente, estamos siendo, al menos, tres veces más eficientes en el uso de los recursos energéticos naturales disponibles. Esto es clave desde el punto de vista de la preservación de nuestras materias primas y energía, que son finitas.
A. P.: Pasemos ahora de la escala nanoscópica a cosas más grandes de nuestra escala planetaria. Una de las preocupaciones del mundo actual es entender el planeta como un todo finito, con límites, como algo que hay que proteger. En este sentido, la química verde está aportando soluciones a las necesidades de muchas personas y, al mismo tiempo, respetando los ecosistemas del planeta. Teniendo esto en cuenta, ¿por qué crees que eso no se valora lo suficiente por los ciudadanos, que al tiempo que disfrutan en su vida cotidiana, y en su calidad de vida, de mil soluciones que les proporciona a diario la química y, sin embargo, también la critican?
A. C.: Muchas veces se critica lo que no se conoce verdaderamente, o como mínimo se critica sin conocimiento, o directamente no se sabe sobre ello. En el caso de la química, quizás lo que ha tenido un impacto más negativo ha sido lo que se refiere, por ejemplo, a los pesticidas. Se considera que, si estos pesticidas se liberan a la atmósfera, puede que entren en contacto con las personas o pasar a los alimentos. O preocupan las emanaciones gaseosas, por ejemplo, de los tubos de escape, coches, etc. Sin embargo, cuando lo critican, olvidan que fue la química, y la catálisis más específicamente, la que llevó al descubrimiento y permitió la síntesis de amoníaco, sin la cual la agricultura no se habría desarrollado como lo hizo, y como resultado la población del planeta no habría crecido como lo hizo. Tampoco habríamos tenido el rendimiento por hectárea que podemos lograr hoy en día, lo que permite comer cada día a una enorme cantidad de gente. La química lo hizo posible. Y siempre que tenemos cultivos, tenemos plagas.
Aunque tendemos a decir que cualquier época anterior fue mejor, no es así. Por ejemplo, el arseniato de hidrógeno de plomo se utilizó para el control de plagas durante muchos años. Sería terrible usarlo hoy en día. La química ha producido nuevas moléculas que son cada vez más específicas para los insectos que se quieren controlar y menos dañinas para las especies superiores. Además de esto, la química ha sido capaz de desarrollar métodos alternativos de control de plagas, como las feromonas, en las que la investigación de la ecología química ha hecho progresos interesantes: la química puede sintetizar las feromonas sexuales de los insectos y lograr selectivamente la eliminación de estos insectos sin dañar otras especies, ni a los seres humanos, por supuesto.
Por otra parte, normalmente hablamos de emisiones de gases de fuentes móviles o estacionarias. Pero parece que olvidamos que todos queremos seguir usando nuestro coche. Y que fueron la química y la catálisis las que mejoraron la calidad de los combustibles y eliminaron las emisiones de las fuentes físicas fijas en las industrias que, gracias a la química y la catálisis, se han minimizado en tres órdenes de magnitud y persiguen el poder llegar a cero en la actualidad. Por lo tanto, cuando hablamos de química, primero debemos entender que el nivel de vida de hoy en día o el hecho de que muchas enfermedades se puedan curar ahora es el resultado de la química. Y en aquellos casos en que nuestra actividad genera productos que también pueden ser perjudiciales para nosotros, es esa misma química la que está intentando, con éxito en muchos casos, eliminar dichos productos transformándolos en sustancias que no sean perjudiciales para la salud y el medio ambiente.
A. P.: La química de vanguardia también garantiza emociones a los investigadores, ¿no es así?
A. C.: Lo único que puedo decirte es que una de las mayores satisfacciones que conozco es hacer una hipótesis sobre cómo resolver un problema científico fundamental y finalmente encontrar a una solución que confirme la hipótesis. Eso es inmensamente satisfactorio. No sé con qué cosa grande podría compararlo. Con seguridad, particularmente si tú tienes una intensa pasión por la creación y el descubrimiento.
A. P.: Muchas gracias. Ha sido un placer. Espero que te sigas manteniendo tan entusiasta de la química como hasta ahora.
A. C.: Yo lo espero también.
1 Pablo Jarillo-Herrero interviene en el diálogo 6.