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EL SENTIMIENTO DE LIBERTAD

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Christophe: ¡Hay que tener en cuenta también la dimensión subjetiva de la libertad! En ocasiones, cuando contemplo mi vida en retrospectiva, experimento pequeños accesos de inquietud: me creo libre, me siento libre, pero ¿lo soy de verdad? ¿No seré como una vaca en un prado, o un gallo en un corral? Entonces, las reflexiones de los filósofos sobre el libre albedrío me tranquilizan, por su seca lucidez: «Los hombres se engañan creyéndose libres», dice Spinoza. En realidad, lo primordial es que nuestra ilusión de libertad —por cuanto es intrínsecamente incompleta y frágil— no nos disuada de trabajar sin descanso en nosotros mismos. Nuestro amigo común André Comte-Sponville reconoce de buen grado: «No nacemos libres, llegamos a serlo, ¡y el proceso no termina nunca!». Estamos permanentemente en el tajo, para trabajar ya sea por la protección de nuestras libertades o por la restitución de las mismas, tanto de las interiores (emancipación de nuestros miedos y nuestros hábitos adquiridos), como de las exteriores (liberación de nuestros apegos excesivos o de nuestras dependencias).

La cuestión de saber si soy totalmente libre no me interesa tanto, al fin y al cabo: sé muy bien que jamás lo seré completamente (hasta donde yo alcanzo, al menos). Pero lo que me llena de gozo son todas las veces en que me doy cuenta de que me he liberado de una inquietud, de una dependencia, de un hábito adquirido. Puedo entonces observar las obligaciones y las cadenas que persisten y decirme que, en el caso de algunas, las he elegido libremente y las asumo, como sucede con determinados compromisos familiares o profesionales; en cuanto a otras sujeciones, ¡todavía tengo trabajo por delante! Pero por lo menos estoy al corriente y no me atormento demasiado con ellas. Cada cual debe seguir trabajando en sus libertades, conservar la lucidez con respecto a las zonas de no libertad (servidumbres y hábitos), ¡y no olvidar sentirse feliz de estar vivo!

Alexandre: Chögyam Trungpa, maestro genial, es categórico: el itinerario espiritual no resistiría un viaje organizado. Ya podemos olvidarnos de hojas de ruta, guías y manuales de uso… El día a día nos invita a improvisar, a iniciar, a probar vías inéditas, a avanzar con los medios disponibles a bordo. Mil veces durante cada jornada, uno se da de bruces al avanzar, toma caminos transversales, tropieza, se desanima… ¿Cuál es el desafío? ¿Qué es lo esencial? Mantener el rumbo, atreverse con una actitud un punto contemplativa, a fin de observar y no permitir que los campos de batalla interiores nos desequilibren; identificar las fuerzas que nos tienen agarrados por el cuello, detectar el caos que nos invade, hacer de todo ello una especie de terreno de juego, una escuela de vida. ¿Por qué habría que asociar, como si de una fatalidad se tratara, la tarea de la liberación con un suplicio, o con un sacrificio, cuando se trata más bien de divertirse, de encontrar la alegría a lo largo del camino?

Matthieu: El Dalai Lama decía que hay un buen número de personas, entre nosotros, que se creen libres, cuando más bien recuerdan a tornillos que giran en su agujero sin salir jamás de él. Aludía a la ilusión de libertad que alimentamos mientras proseguimos con nuestra rutina cotidiana sin intentar emanciparnos de nuestros condicionantes, ni liberarnos de las causas de nuestros sufrimientos, que se encuentran en estado más o menos larvario en nuestro espíritu. No podemos ser libres si no nos desprendemos de las brumas de la confusión mental y de la ignorancia que distorsionan la realidad.

Christophe: Lo complicado con el concepto de libertad es que no resulta nada fácil trasladarlo al ámbito de nuestra cotidianeidad. Por supuesto, está el sentimiento de libertad que nos llena a veces: tenemos la impresión gozosa de que no existen restricciones ni cadenas ominosas en nuestra vida; o que nos falta, en otros momentos, cuando tomamos conciencia de todos nuestros deberes y servidumbres: trabajar para ganarnos la vida, ocuparnos de las personas frágiles que dependen de nosotros, solucionar los problemas y preservar nuestras condiciones de vida… Pero, aun en esos momentos, podemos seguir recordando que es posible vivir esas restricciones con una actitud diferente.

Por poner un ejemplo, cuando vuelvo a casa del hospital, después de una jornada de trabajo agotadora atendiendo a los pacientes y sus padecimientos, si mi mujer me dice que tal persona me ha telefoneado, que le ha dicho que no se siente muy bien y que estaría bien que yo la llamara, mi primera reacción es resoplar y pensar que se me hace muy cuesta arriba. No me siento para nada libre de hacer lo que quiero: «No solo he estado atado a mi trabajo todo el día, sino que ahora además me veo atado a los que me rodean. Pues vaya una lata, hacer de psiquiatra día y noche…». No obstante, intento ver lo absurdo de la situación y pensar que no hay por qué sumar a mi falta de libertad exterior una falta de libertad interior. No se trata de sentirme «obligado», sino de elegir comprometerme de verdad con unos actos que tienen sentido, aunque yo no haya elegido propiamente esos actos.

Hago entonces el esfuerzo contrarrestar la primera reacción con un segundo impulso, consistente en decirme a mí mismo: «Recuerda que esa persona te necesita; es importante para ella». Y en un tercer momento, concluyo, casi en un susurro: «Llámala, y muéstrate contento». Me aplico a infundir libertad y alegría a una situación en la que no he elegido implicarme libremente (las noches de hospital, lo que me gusta es estar tranquilo en mi casa sin que nadie me pida nada). Antes de hacer esa llamada, me digo: «Aunque la conversación no dure más de diez minutos, procura estar presente de verdad, entrégate».

Lo mismo sucede con las sesiones de firma de libros para mis lectores: cada pequeño encuentro con ellos dura una media de uno a dos minutos, pero estoy completamente presente. Escucho con los cinco sentidos a cada uno de ellos, e intento meterme en lo que me está diciendo la persona que tengo delante, para darle consejos o decirle unas palabras de aliento: esa persona se ha desplazado para verme, me ha dado su confianza; le debo respeto, atención y afecto. Después de dos horas, me siento exhausto, y por este motivo nunca firmo libros antes de impartir una conferencia. Ciertamente soy «prisionero» de la firma de libros (no tengo tiempo ni para ir al baño, tan larga es la fila de lectores), pero yo he elegido libremente comprometerme con todo eso, y esta elección es liberadora. Si lo hiciera resoplando, sería doblemente prisionero, ¡y doblemente infeliz!

Todo esto lo digo para explicar que me siento libre para aceptar ciertas servidumbres, siempre que sean transitorias, sobre todo si sirven para que otra persona sufra menos o se sienta mejor.

Alexandre: Con todo ello, han de estar presentes también, desde un primer momento, los ejercicios espirituales, la ascesis. La libertad implica toda una serie de micro-actos repetidos a cada instante. Es muy fácil hablar de perseverancia y de esfuerzo, pero porfiar de verdad, avanzar, eso es harina de otro costal. Poco a poco, eso sí, la paz, la aceptación de la realidad, irán ganando terreno. En el pasado, por amable y generosa imposición de los médicos, hube de someterme a dieta, caballo de batalla de la acrasía («incontinencia»), ese perpetuo desgarro entre la voluntad y la llamada del estómago… Para rehabilitarme tras una recaída, y evitar tentaciones, seguía esta divisa: «La cancha de juego es el presente».

Christophe: En el caso de nuestros pacientes, la curación viene acompañada de la recuperación de pequeñas libertades, que no obstante no se presentan como tales de manera evidente. Las personas con ansiedad o con fobias, por ejemplo, lo que recobran es la espontaneidad; se ven liberados, al menos en parte, de su tendencia a preverlo y planificarlo todo para evitar peligros. Los pacientes con depresión ganan una ligereza perdida: tomar una decisión ya no precisa de esfuerzos agotadores, sino que es algo que se da con facilidad.

Matthieu: Para resumir: sin dejar de esforzarnos en conquistar nuestra libertad exterior y contribuir a la de los demás, no debemos en ningún caso olvidarnos de avanzar hacia la libertad interior, que es la que nos permitirá abordar con serenidad los altibajos de la existencia y, al término de nuestro camino espiritual, liberarnos de la ignorancia y de las causas del sufrimiento. De modo que desearíamos ahora interrogarnos acerca de los obstáculos que se erigen en el camino de esta libertad interior, sobre los métodos de cultivarla, de hacerla más extensa y profunda, a fin de que se convierta en una verdadera manera de ser.

¡Viva la libertad!

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