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POR QUÉ LA ACRASÍA ES UNA TRAMPA

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Christophe: Esos «paraísos artificiales y efímeros» de los que hablas son frecuentes en nuestro entorno materialista. Vivimos en un mundo de tentaciones, de superficialidades, de elementos desestabilizadores. Tenemos que navegar en medio de todo ello lo mejor que podamos, conjugando la necesaria desconfianza con la indispensable despreocupación.

A veces tengo la impresión de que podría calificarse a nuestras sociedades de «acrasiógenas», por sus contradicciones: mientras por un lado nos facilitan un cúmulo de información acerca de lo hay que hacer para nuestro bienestar, por otro lado permiten que los negocios y las empresas nos invadan con tentaciones (consumir alimentos no saludables, sexo, tabaco, alcohol, etc.). Nunca he entendido, por ejemplo, que las autoridades en Francia permitan la venta de alcohol en las estaciones de servicio: cuando uno se acerca a pagar la gasolina con que acaban de llenarle el depósito, ¡se topa con pasillos enteros de bebidas de alta graduación! Un poco violento e incoherente para los conductores alcohólicos, para los ex alcohólicos, o incluso para los que beben en exceso y luchan por moderarse.

Además, se ha extendido una noción de nuestra psicología que aún persiste y que resulta muy desalentadora y poco motivadora, según la cual estaríamos manipulados por un inconsciente poblado de deseos insaciables, del que sería imposible expulsar los instintos naturales más básicos y evitar que vuelvan a toda máquina, etc.

Sucede también a menudo que nos encontramos solos ante la tentación. A mí me parece que en el pasado los vínculos sociales eran mayores y también la «vigilancia» por parte de nuestras personas allegadas: no solo estábamos menos expuestos a determinadas tentaciones (no había ciertos locales nocturnos, ni internet), sino que además nos encontrábamos casi siempre rodeados de otras personas, nos movíamos en el seno de un grupo, en lugar de vivir en solitario, como abandonado a uno mismo, al igual que un niño delante de un tarro de mermelada… Como un vampiro, la acrasía se alimenta de nuestras penas y de nuestra soledad.

Mantenerse firme en las decisiones, en definitiva, ¡es bastante complicado!, no hay más. Y hacer frente a la acrasía consiste muchas veces en refrenar ciertos comportamientos (comer menos, fumar menos), emociones (menos irritación, menos estrés) y pensamientos (menos ideas negativas o pesimistas), y al mismo tiempo en desarrollar otros comportamientos (comer más verdura, ser más ordenado), emociones (mostrarse más benévolo) y pensamientos (cultivar ideas optimistas). Se trata, por consiguiente, de que haya «menos» de algunas cosas y «más» de otras, lo cual quizá explique en parte nuestras dificultades al enfrentarnos con tal situación, pues hablamos de circuitos cerebrales diferentes.

Los estudios de Olivier Houdé, profesor de psicología en la Sorbona, en torno a los procesos de aprendizaje y a lo que él llama el «pensamiento libre», son muy interesantes. Muestran que para hacer que nuestros juicios y comportamientos evolucionen, debemos activar ciertas capacidades psicológicas (de flexibilidad, de lógica, de repliegue), pero al mismo tiempo también inhibir otras (razonamientos prelógicos, automatismos, hábitos adquiridos y prejuicios). Estas capacidades inhibidoras se ubican en el córtex prefrontal inferior. Esta función de «resistencia» psicológica es fundamental para todo tipo de aprendizaje (en los niños) y para toda evolución psicológica (cambiar de opinión o de comportamiento en los adultos).

Alexandre: La tradición filosófica llama «templanza» (sophrosyne) a la moderación en los deseos. Pero ¿cómo se puede progresar en este dominio? ¿Dónde se aprende el justo equilibrio? ¿Cómo se pacifican la afectividad, la sexualidad, el corazón? Entre la teoría y la práctica se abre un abismo inmenso. Si no queremos caer en la esclavitud y enajenarnos sin remedio, se impone una ascesis, un arte de vivir. Cuando hablabas de autocontrol, Christophe, subrayabas la capacidad del sabio, su determinación, su autocontrol. Para el que está en proceso, ¡son palabras mayores! ¿Cuál es el desafío al que se enfrenta? Alejarse de la avidez, no perderse en la emotividad, acoger la sensualidad para hacer de ella un entorno privilegiado para la libertad, la generosidad, el don de sí. Evitemos el desaliento y observemos que la acrasía es un fenómeno que más bien va por barrios. Invade ciertas zonas de nuestra existencia para dejar otras indemnes. En determinados momentos, llega a gangrenar la vida cotidiana sin destruir la integralidad de nuestro ser. Como dijo Nietzsche, considerados en nuestra totalidad, seguimos sanos. ¿Y si identificáramos nuestras vulnerabilidades para tenerlas como puntos de vigilancia?

La pendiente adictiva es muy resbaladiza. No hay más que pensar en un ejemplo tan tonto como el de comer cacahuetes. Es difícil parar, una vez hemos dado al interruptor que pone en marcha el engranaje. En el día a día, hay mil y una situaciones cacahuete: películas, teléfonos móviles, redes sociales, sed de nuevas sensaciones, dependencia afectiva… Lanzarse a los caminos de la libertad, ¿no es ya tanto como identificar las regiones acrásicas de nuestro ser, esos comportamientos y tendencias que son más fuertes que nosotros? Desde la compra compulsiva en una librería, hasta los actos violentos; desde el abuso con el alcohol, hasta la necesidad de afecto. Hay cientos de ocasiones en que la voluntad se bate en retirada. Sin necesidad de condenar ni buscar culpables, ¿por qué no dar pasos hacia la humildad más completa, abriendo los ojos a las debilidades, las carencias, las heridas emocionales…? El voluntarismo por el que uno cree que está todo en nuestro poder y que basta chasquear los dedos para obrar un cambio de ciento ochenta grados, es una ilusión que no ha liberado jamás a nadie. No, el intemperante no necesita patadas en el trasero ni reproches. Una vez más, para liberarse es preciso comprender, analizar los mecanismos interiores y llevar a cabo acciones que nos saquen de nuestras prisiones, adoptando los sanos hábitos que nos abren a una nueva vida.

Matthieu: Ciertamente, darle patadas a un encadenado conminándolo a caminar ¡no es el mejor modo de proceder! Es preferible enseñarle cómo liberarse de las cadenas. Ni tampoco sirve de nada dar lecciones a los demás si uno no ha hecho realidad la libertad que promulga. Una madre y su pequeño fueron un día a ver al Mulá Nasrudín, sabio travieso cuyas aventuras se cuentan en la India y el Próximo Oriente desde tiempo inmemorial. La madre le pidió a Nasrudín que prohibiera a su hijo comer más golosinas, con la esperanza de que la autoridad del sabio tuviera más efecto que la suya. Nasrudín miró al niño, y acto seguido le dijo a la madre: «Volved dentro de quince días». Quince días más tarde, la madre volvió a llevar a su hijo ante la presencia de Nasrudín, quien miró al niño directamente a los ojos y proclamó con voz estentórea: «¡Deja de comer caramelos!». El pequeño, impresionado, asintió tímidamente con la cabeza. La madre no pudo evitar preguntarle al Mulá por qué no le había dicho aquello mismo quince días atrás: «Porque quería comprobar por mí mismo que era posible dejar de comerlos».

Yo aún diría más: no poder es diferente de no querer. Si una tarea supera de entrada nuestras capacidades, hay que proceder paso a paso. El hecho de que el viaje pueda ser largo no debe desanimarnos. Lo importante es saber que vamos en la buena dirección. Entonces, cada paso conseguido tiene un sentido y es gratificante. Si finalmente esa tarea se revela irrealizable, reconocerlo y volver nuestra atención hacia otra cosa no es muestra de acrasía ni de resignación, sino de sensatez.

Alexandre: La fuerza de la inercia, los condicionantes, los hábitos adquiridos… ¡desprendámonos de estas prisiones y atrevámonos a iniciar una vida nueva! Correr en pos de la libertad tiene más de maratón que de esprint. Y la voluntad, en esta aventura, desempeña más el papel de timón que de motor. Indica una dirección, ayuda a mantener el rumbo, a perseverar. Pero si nos obcecamos demasiado en funcionar únicamente según nuestra voluntad, terminamos completamente vaciados, reventados, exangües.

Christophe: ¿No podría también considerarse la voluntad como el carburante, donde el timón estaría representado por nuestros valores, nuestros ideales, nuestros objetivos?

Matthieu: Sin carburante, nos quedamos varados. Mi tío, el navegador en solitario Jacques-Yves Le Toumelin, se encontró en una ocasión en medio de una calma chicha, en la zona de convergencia intertropical, cerca de las islas Galápagos; durante tres semanas, ni un soplo de viento. Su velero no tenía motor. En una situación así, ya puedes girar el timón en todas las direcciones, que no te moverás ni un centímetro. Personalmente, diría que nuestra motivación es la caña del timón del barco: al controlar el timón, determina la dirección de nuestra travesía. La voluntad es el viento que hinche las velas y nos permite llegar a buen puerto.

Alexandre: Los obstáculos que se interponen en la travesía de la vida, que nos impiden cruzarla en línea recta, surcar libremente el océano de la existencia, pueden a la larga despojarnos de nuestras fuerzas. Es entonces cuando el sabio, como buen médico, acude para reanimarnos. Lejos de cualquier tipo de condena, certifica que otro modo de vida es posible, que sufrir no es una fatalidad. Ligero, juguetón, baila con la existencia, apartándose de los psicodramas. Sin fiarlo todo a la voluntad desnuda, no pone obstáculos a la vida, a la alegría que cruza su ser: él es.

Matthieu: Sí, a partir del momento en que has logrado socavar las tendencias habituales que alimentaban tus sufrimientos, todas las manifestaciones de tus pensamientos, en palabras y en actos, serán benéficas, tanto para ti como para los demás. Actuarás con naturalidad, con ductilidad y con libertad, sin tener que obligarte ya a laboriosos esfuerzos. Te sentirás en perfecta coherencia con tus valores profundos. El sabio constituye una enseñanza por sí solo, en todo aquello que se trasluce de su manera de ser. El mensajero se convertido en mensaje.

¡Viva la libertad!

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