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«NO ES POSIBLE CAMBIAR»: ¡OTRA IDEA FALSA!

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Matthieu: Hay quienes afirman que, a fin de cuentas, «uno nunca cambia». Desde luego, si seguimos conservando, por no decir reforzando, nuestros hábitos adquiridos, a no ser que se produzca una gran convulsión en nuestra existencia, nuestros rasgos de carácter se mantendrán estables, o en todo caso se agravarán. Por el contrario, si aceptamos que hay cosas que mejorar en nuestra manera de ser y nos aplicamos con decisión a la tarea, es perfectamente posible cambiar, evolucionar.

Hoy en día se sabe que la «neuroplasticidad», es decir, la capacidad del cerebro para modificarse en función de nuestra experiencia, nos permite cambiar, sea cual sea nuestra edad. Esta plasticidad puede actuar provocada por un cambio en las condiciones externas, pero también por el desarrollo de capacidades personales que hasta ese momento habían permanecido en estado latente. Podemos aprender a leer, a hacer malabarismos o a jugar al ajedrez, pero también a cultivar cualidades humanas esenciales, tales como la atención, el equilibrio emocional y la buena voluntad. En cualquier caso, sin entrenamiento, no hay cambio.

No se trata de proponer aquí un manual de «desarrollo personal en cinco apartados y en tres semanas», sino de compartir un cúmulo de conocimientos adquiridos durante dos milenios de indagación sobre el funcionamiento de nuestra mente, corroborados por las ciencias cognitivas y la neurociencia contemporánea.

Por otra parte, la experiencia nos enseña que un buen número de personas que partían de un estado de insatisfacción o de dolor han recorrido el camino que conduce a una mayor libertad interior. La resiliencia, en particular, es una cualidad que se adquiere a través de la experiencia, aunque también cultivándola mediante un entrenamiento mental. Por lo demás, hay sabios que han ido aún más lejos y han llegado a liberarse de cualquier forma de confusión mental; gozan así de una libertad interior irreversible. La fuerza del testimonio muestra que si esta transformación es posible para otros, ¿por qué no tendría que serlo para nosotros?

De modo que es preciso diferenciar entre el pesimista que se dice a sí mismo: «Soy una nulidad, soy incapaz de salir adelante; las cosas son como son, y yo no puedo hacer nada»; y la persona que constata: «Bien, tengo puntos débiles, pero también tengo cualidades, y sobre todo tengo voluntad. Aquí tengo una llaga dolorosa, pero el resto del cuerpo está sano, y si aplico los cuidados debidos sobre esta herida, al final cicatrizará». Más realista que el pesimista inveterado, el optimista sabe que es posible cambiar, que existen todo tipo de oportunidades por aprovechar y multitud de caminos por explorar. El entusiasmo que nace al contemplar los beneficios del cambio puede lograr que salgamos de la acrasía. Para ello, es conveniente definir una serie de tareas precisas, adecuadamente circunscritas, que será más fácil cumplir una por una. Si no, si vemos la tarea en su globalidad, nos arriesgamos a terminar diciéndonos que está por encima de nuestros medios.

¡Viva la libertad!

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