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¿CÓMO SALIR DE LA ACRASÍA?

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Christophe: Esta «impostura de la mente» de la que hablas, Alexandre, adopta a veces la forma de una incapacidad para impedirse hacerse mal a uno mismo. Cuando un paciente tiene eczema, por ejemplo, tiende a rascarse con saña, lo cual agrava sus daños en la piel y le da más ganas aún de rascarse. Ello puede degenerar en lesiones dermatológicas como la excoriación, que complican el cuadro médico de partida. Lo ideal sería no empezar a rascarse, del mismo modo que, en el plano psicológico, lo ideal es no aceptar la entrada de pensamientos repetitivos, no empezar a darles vueltas y más vueltas. Pero es muy difícil, sobre todo porque ceder, rascarse, alivia durante… ¡unos segundos! Uno lo sabe, sabe que el alivio no va a durar mucho, pero se rasca a pesar de todo. Sería mejor que se aplicara una crema hidratante (para no propasarse con la dosis de corticoides cutáneos), acariciándose con suavidad la zona afectada. Pero ¡qué difícil! La cuestión que plantea la acrasía vendría a ser: ¿cómo lograr no rascarse, de dónde sacar la fuerza para no hacerlo?

Matthieu: Rascarse proporciona alivio, pero lo ideal sería, en efecto, el cese de la comezón. Por ello pensamos en un antídoto que eliminara por completo las tendencias habituales, en lugar de paliar simplemente los síntomas. La acrasía, pienso yo, va también asociada a una falta de coherencia y a diversas formas de discordancias cognitivas entre nuestros ideales, nuestros valores y nuestro comportamiento. Hemos visto casos de diputados encargados de la lucha contra la evasión fiscal llevarse su dinero a Suiza para evadir impuestos, y a políticos y predicadores estadounidenses que alardeaban de ser adalides en la protección y el respeto a las mujeres, y que habían cometido abusos sexuales. En un nivel más trágico aún, se sabe de simples padres de familia que se comportaban como verdugos de un campo de concentración.

Las tendencias adquiridas son resultado de la acumulación de pensamientos, emociones y comportamientos. Si colgamos durante semanas un gran peso del centro de un largo tablón de madera, al cabo de cierto tiempo el tablón se habrá curvado, y seguirá con esta deformidad aunque retiremos el peso. Es imposible volver a ponerlo plano, y si forzamos demasiado, se romperá. Es necesario darle la vuelta y colgar un contrapeso que corrija la curvatura, día tras día, hasta que el tablón recupere y conserve su forma inicial. De modo que hay que dar prueba de perseverancia para debilitar poco a poco nuestros hábitos. Es ahí donde intervienen la voluntad y la constancia. Buda lo dijo siempre: «Yo os he enseñado el camino, pero sois vosotros quienes debéis recorrerlo». Buda no puede hacer el camino por nosotros, ni nos llevará a la liberación del sufrimiento y al Despertar, como quien arroja una piedra desde el nivel de la calle hasta el tejado. Nos indica la vía, la ilumina, y nos da consejos para viajar sin estorbos.

El sabio es, pues, como una especie de polo magnético que actúa sobre la brújula de aquellos que se le acercan. En ausencia del polo, nuestra brújula se trastoca. El viajero que no tiene un punto de referencia se siente impotente y se desalienta. Pero, en cuanto el polo aparece, la brújula se orienta hacia el norte, y el que se sentía perdido sabe qué dirección tomar, lo cual da sentido a cada uno de sus pasos.

La discordancia cognitiva nos infunde inseguridad con respecto a nuestros valores, a aquello que nos parece justo, cosa que inevitablemente genera un sentimiento de malestar. Es deseable, por tanto, emprender acciones que nos lleven a sentirnos en acuerdo con nosotros mismos. Es un proceso que exige esfuerzo, pero este esfuerzo se ve fomentado por el entusiasmo al contemplar los beneficios que se encuentran al final del camino. Sabiendo que siempre hay una posibilidad de cambio, hay que favorecer las causas y las condiciones susceptibles de hacer que la situación evolucione a mejor.

La acrasía supone, pues, renunciar a la idea de realizar un esfuerzo continuado para transformarnos. Las dudas que sentimos ante el cambio tienen que ver también con el hecho de que no estamos seguros de que el resultado sea benéfico. Uno piensa: «Bueno, casi prefiero ir tirando, porque aunque la situación no sea la ideal, también podría ser peor. ¿Quién sabe lo que podría acarrear un cambio?». No pocas personas aborrecen la idea de trabajar en ellas. Prefieren improvisar día a día.

Alexandre: ¡Genial, la imagen del tablón deformado! Edificante. Porque, así como hace falta tiempo para quedar atrapado en malos hábitos y para contraer feas dobleces, la cuesta no se remonta de la noche a la mañana. Para ello se necesita una paciencia infinita.

Spinoza nos recuerda que el ser humano no es un imperio dentro de otro imperio. Insertos en la naturaleza, rodeados de unas circunstancias que no necesariamente hemos elegido, es innegable que no poseemos plenos poderes. Una primera etapa consiste en identificar las pasiones tristes, las fuerzas que nos determinan, nuestros actos reflejos, los condicionantes que pesan sobre el curso de nuestra vida. Así pues, con benevolencia infinita, fijémonos en las zonas de nuestra vida donde somos más frágiles, para dedicarles una atención vigilante. La comida, el alcohol, la sensualidad, el sexo, el afán de reconocimiento: ¿a qué nos sentimos invitados a actuar para mejorar, para ser más libres, más ligeros; para estar menos centrados en nosotros mismos?

Para no venirnos abajo durante el viaje, hay que conocer los recursos que nos ayudan a mantener la velocidad de crucero en pos de la paz. Deberíamos escuchar las cosas que suceden en nuestro interior como a un buen mecánico: hay que aceptar los hechos como son y evitar conjurar al ejército de juicios críticos generadores de culpabilidad. ¿Qué es esto que me está sucediendo? ¿Cuáles son las grandes tareas de mi existencia? ¿Qué consistencia tiene esta tempestad que se está formando sobre mí, en este instante? Las tradiciones orientales nos aconsejan adoptar la posición de testigo. Tenemos que reducir la velocidad, con urgencia, darnos tiempo, contemplar el campo de batalla sin querer intervenir a cualquier precio. Es un caos, sí, pero ¿qué problema hay? Me invade la confusión, pero ¿por qué abandonar la confianza, la fe? La vida gana terreno, y el desafío está en no hacer un drama cuando el entorno se tambalea.

Spinoza, como médico genial, nos ofrece una herramienta de las más poderosas: identificar aquello que nos proporciona auténtica alegría. Esta gaya ciencia, el arte de hallar gozo en lo más hondo de las profundidades, sean cuales sean las circunstancias, constituye el viático de todo camino espiritual. Despeja el horizonte, nos permite estar disponibles para el gran viaje. Batirse contra las acrasías no se reduce a un asunto de voluntad ni de autocontrol. Si de la noche a la mañana nos ceñimos a resistir a las tentaciones, el día a día puede volvérsenos agrio. De ahí la necesidad de dejar que la vida circule, de intentar seguir una ascesis alegre, ligera. Spinoza tiene cien veces razón: no buscamos tanto la privación que conduce al desapego, cuanto la alegría que desemboca en la libertad. Sí, solo un corazón ligero, juguetón, risueño, generoso, puede renunciar alegremente a las migajas de bienestar, a las dosis recurrentes de olvido de sí, y recolectar felicidad más allá de toda mistificación.

Para salir airoso en el empeño, existe una buena estrategia: acotar, circunscribir, delimitar los lugares acrásicos. La persona no se reduce a sus combates. Uno puede ser un padre de familia excelente y cruzársele los cables en un momento determinado de la vida. Podemos practicar el altruismo y sin embargo continuar siendo hipersensibles al roce como un gran quemado: frágiles, vulnerables, inermes. La amabilidad para con uno mismo no es solo un bálsamo lenitivo, sino un tonificante que favorece la perseverancia y nos ayuda a sacar la cabeza del agua.

¡Viva la libertad!

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