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PRÓLOGO «¡AQUÍ NO HEMOS VENIDO A TRABAJAR!»

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Era una decisión compartida por los tres. Habíamos quedado en pasar unos días juntos en pleno invierno, como en años anteriores. «¡Aquí no hemos venido a trabajar! Nos hemos reunido por el gusto de vernos, para charlar, reír, disfrutar del aire puro…». Nuestra querida amiga Delphine nos había invitado a su nidito de madera en el corazón de los Alpes. Todo estaba listo para una semana de vacaciones en aquel remanso de paz, con un programa centrado en salidas a la nieve, fondues de queso, sesiones de lectura apacible y buenos momentos de risa. Pero…

Después de dar unas vueltas en trineo, de pasear por los pequeños pueblecitos y de observar el rastro de los animales salvajes en la nieve, nos encontramos reunidos la primera tarde en la sala de estar, revestida de madera, cuyas ventanas dan a las cumbres. Inmersos en un sentimiento de buen humor, junto al hogar, con la compañía de las llamas crepitantes, la discusión se reanuda como si nunca se hubiera interrumpido. En medio de las risas y de la afable calidez de una complicidad incondicional, surgen los temas serios, como si se hubieran invitado solos: ¿cómo actuar, frente a la dependencia? ¿Cómo mantener el rumbo cuando las emociones perturbadoras, las pasiones tristes o un abrumador dolor vital parecen abocarnos directamente al desaliento?

Sentimos que nos invade una vez más, como una comezón, la necesidad de analizar, de compartir. Nos decimos unos a otros que sería una lástima dejar que todo esto se pierda, y no conservar, al menos para nosotros, una huella de estos intercambios que nos apasionan y nos enriquecen. El incansable Matthieu coloca entonces un micrófono encima de la mesa, «por si acaso, para no olvidar nada que luego lamentemos…». Sus dos compañeros no protestan. Al fin y al cabo, hablan por el gusto de hablar, para aprender el uno del otro, para hacer que evolucionen los diferentes puntos de vista: ¿acaso la presencia de un micrófono cambia algo? Nada en absoluto. Es decir, casi nada…

Porque ese pequeño objeto, esa presencia, no es tan anodina. Aunque no lo parezca, saber que está ahí nos estimula, nos mueve a renunciar a echar la siesta mientras los demás discuten, nos incita a desarrollar y precisar nuestras ideas. En última instancia, nos recuerda a nuestras lectoras y nuestros lectores, con sus expectativas, su espera, su legítima exigencia. Es como si estuvieran ahí, con nosotros, sentados a nuestro lado en el sillón. Hasta que, poco a poco, nos hemos enfrascado de verdad.

El tema de la libertad se impone con toda naturalidad, bajo la forma de una invitación a profundizar, a ahondar, a edificar un arte de vivir, a modelar utensilios. Con ello, nos sentimos constantemente llamados a abandonar el modo de piloto automático, a liberarnos de la prisión de los hábitos adquiridos para probar a adentrarnos por otros caminos. Un programa ambicioso que exige a buen seguro de nosotros que «reincidamos», que volvamos a la labor para considerar bajo una luz nueva una de las grandes empresas de la existencia.

A cada minuto que pasa, nos gana la invitación a atrevernos a una verdadera conversión: combatir las toxinas mentales, dejar atrás toda actitud condicionante para descender más y más en nuestra naturaleza auténtica: la libertad. Pues si el hombre no nace, sino que se hace libre, se precisa todo un entrenamiento de la mente. Tal es la gran empresa que, entre los tres, desde nuestra experiencia, hemos intentado explorar. Desprenderse del «qué dirán», renunciar al narcisismo, al egoísmo, que tiran de nosotros y nos retienen aquí abajo, constituyen otros tantos desafíos que llaman al compromiso, a una ecología de todo el ser, tal como hemos intentado esbozar a lo largo de estas páginas.

Somos prudentes con respecto al alcance de nuestras palabras, que podrían tomarse por enseñanzas, pero que no son más que reflexiones, el testimonio de tres amigos en busca de progreso interior, y deseosos de compartir sus experiencias, frustradas o felices, sus esfuerzos y sus puntos de vista. Las palabras que aquí hemos transcrito reflejan fielmente nuestras conversaciones, espontáneas e imperfectas, pero sinceras, y coherentes con la opción de vida de cada cual. Nos hemos limitado a pasarlas por el tamiz de estas tres preguntas:

Lo que estamos diciendo: ¿es suficientemente claro? (nada de jerga especializada, cosa que detestamos); ¿es útil? (lo que nos interesa es cambiar, más que hablar); ¿es accesible a todo el mundo? (que no parezca reservado a unos pocos sabios o a seres humanos excepcionales).

La filosofía griega forjó un concepto muy bello: la metanoia, el esfuerzo aplicado a uno mismo y orientado a la conversión íntima, que apunta a la transformación radical para abrazar un arte de vivir capaz de preservarnos de las pasiones tristes, de los automatismos, del egoísmo, de la prisión de la costumbre. Avanzar, progresar, soltar el lastre de aquello que nos sobrecarga, liberarnos, pensando igualmente en los demás y por tanto en el mundo entero, he ahí el gran desafío que anida en el corazón de esta obra.

Y que nuestro humilde diálogo os infunda también a vosotros el deseo de lanzaros a la tarea.

¡Viva la libertad!

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