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LA DEPENDENCIA AFECTIVA

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Alexandre: El humano es un ser de vínculos, abierto, sensible, no es causa sui… ¡para bien y para mal! El mal reside quizá en la dependencia, en las carencias afectivas, las proyecciones, los malentendidos, las esperanzas frustradas. Los vínculos con los demás a menudo se agrían. Por no hablar de esas relaciones tóxicas que nos amargan sencillamente la vida. En este terreno, un amigo me proporciona una lección muy valiosa… Cada vez que va a visitar a su madre a una residencia de mayores, se prepara, como él dice, para «descender a la fosa contaminada de Chernóbil». Y añade: «Me espero a recibir en plena cara una montaña de ondas negativas, un cargamento de reproches, una carretada de críticas». Y Dios sabe que él quiere a su madre, razón por la cual hace todo lo que está en su mano por evitar arruinar la relación. Se arriesga a introducir un poco de libertad en el corazón del caos. ¿Cuántas veces en nuestra vida nos apegamos a personas que no nos dan más que migajas de afecto, sin colmar jamás nuestro corazón? Lo que es peor, somos capaces de unirnos, de atarnos a mujeres y a hombres que tiran siempre de nosotros hacia abajo.

Swami Prajnanpad lo resume así: un perro volverá siempre a su amo con la esperanza de obtener su escudilla de comida, aun si el hombre es un desalmado que le pega. Por fidelidad, por necesidad, el buen animal está dispuesto a encajar los crueles golpes, a volver a recibir una y otra vez las consabidas palizas, a encadenarse a su verdugo. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a soportar para satisfacer nuestras necesidades y obtener por fin esa ración que tanto necesitamos? A falta de un amor incondicional que nos colme, podemos apostar que hay muchas personas dispuestas, y yo la primera, a arrastrarse para recoger unas pocas migajas. De ahí el serio peligro de la dependencia, de la alienación.

Por fortuna, hay mil y un caminos que nos liberan de esta prisión. ¿Por qué habríamos de otorgar a nadie el derecho de vida o muerte sobre nuestra alegría? ¿Quién nos manda delegar nuestra paz interior? Spinoza, una vez más, nos aleja de todo tipo de charlatanería. Es gracias a un afecto mayor, escribe, como conseguimos vencer una pasión triste. Sí, para desactivar un apego nocivo, sin agotarse en la lucha, lo mejor es abrazar una aspiración mayor, más extensa: el deseo de rodearse de amigos, de salir adelante, de entablar relaciones auténticas, de caminar hacia el Despertar, por ejemplo. Esta ascesis gozosa nos saca, poco o mucho, de todo eso que tú tan bien has explicado, Matthieu, del deseo por el deseo, de esos esquemas que se convierten en bucles.

La relación con el cuerpo es crucial. Si no podemos tragarnos, si nos odiamos a nosotros mismos, ¿cómo no echarse en brazos del primero que llega, buscando en él una especie de dispensador automático de recompensas, de apósitos? Y ya no es a esa otra persona a la que quiero, sino una imagen idealizada de ella, un fantasma.

A propósito de escudillas y de migajas, no puedo silenciar en este punto un episodio gracioso de mi vida, que ya he contado en un libro (La Sagesse espiègle: «La sabiduría traviesa»). Al volver de Corea, me encapriché con un buen hombre, al extremo de perder hasta el último gramo de libertad. Todos los días, cuando daban las tres de la tarde, me mandaba un aviso por Skype. Era mi ración, mi dosis. Quería convertirme en ese hombre, robarle su silueta, su figura tan ligera, tan hermosa, tan bien formada. En la misma exacta medida en que me despreciaba a mí mismo, adoraba a mi ídolo. Completamente desorientado, sin saber hacia quién volverme, tuve que apelar a no pocos recursos para apartarme de aquella pertinaz adicción. Acompañado de los escritos de Chögyam Trungpa, intenté adoptar la postura del mecánico y analizar aquel completo desmán sin hacer de ello un drama, sin hundirme por entero en la culpabilidad, ni pensar que estaba condenado para siempre, acabado. También fue gracias a ti, querido Matthieu, como pude mirar cara a cara aquel vínculo que ya no me proporcionaba ningún placer, que secaba y corrompía el corazón de mi vida cotidiana. Con el fin de recobrar una salud duradera, tuve que probar finalmente numerosas vías, tomar diferentes caminos para acabar con aquel monopolio afectivo y descubrir una gaya ciencia, la capacidad de decir sí a un cuerpo discapacitado, al elemento trágico de la existencia, a optar con valentía por un amor incondicional que me permitiera recoger y dar afecto en todo lugar. Sí, hay mil y una maneras de liberarse, de escapar de nuestras prisiones. Y la herida jamás es vergonzosa.

Matthieu: Es fundamental no estigmatizar los trastornos psíquicos, la adicción y la depresión en particular, como taras o faltas de las que nosotros fuéramos enteros responsables, sino que hay que abordarlos como enfermedades, o como disfuncionamientos ligados a innumerables factores —sociales, ambientales, genéticos, psicológicos y cerebrales— que participan activamente en la formación de nuestras disposiciones. «Es una enfermedad», escribía mi padre, que sufría de una dependencia al alcohol, «cuyos estragos hay que aprender a mantener a raya por medio de toda una batería de estratagemas». El contrapeso más eficaz, proseguía, es «cultivar un deseo más fuerte que el del alcohol, e incompatible con él». En su caso, era el deseo de escribir. El discernimiento y la voluntad de utilizar con perseverancia nuestro potencial de transformación son elementos claves para liberarnos de estos males.

Christophe: Las dependencias afectivas no son raras: se manifiestan por la necesidad de un contacto permanente (llamadas SMS), por una hipervigilancia a cualquier atisbo de alejamiento o de toma de distancia, por la intolerancia a toda crítica, por la angustia a ser abandonado y por una sobreexigencia de muestras de afecto o de amor, que deben renovarse sin cesar. Como todas las dependencias, las dependencias afectivas radican en necesidades normales, cuyo control perdemos.

Porque no hay nadie que sea perfecta y totalmente autónomo e independiente en el plano afectivo. Esto no existe en la especie humana: el ser humano es un animal social, que no puede sobrevivir convenientemente en solitario y que debe tejer con su entorno un gran número de vínculos. Todos somos dependientes unos de otros; somos todos codependientes. ¡Pero de una manera adaptada!

Tenemos necesidad de vínculos afectivos fuertes con nuestro entorno, vínculos que nos proporcionan seguridad, pero estas dependencias son parciales, y no totales: no podemos exigir compartirlo todo con una única persona; son dependencias flexibles, y no rígidas: tenemos que poder soportar períodos transitorios de alejamiento afectivo, sin sentirnos angustiados o en peligro; y sobre todo, estas dependencias son múltiples: no podemos hacer descansar el peso enorme de todas nuestras esperanzas sobre los hombros de una sola persona, sino que debemos disponer de numerosas figuras con las que relacionarnos.

Escribía Rousseau en Emilio: «Todo apego es una señal de insuficiencia: si ninguno de nosotros tuviera necesidad alguna de los demás, ni siquiera se nos ocurriría relacionarnos con ellos». De modo que somos dependientes porque somos insuficientes. Es por ello por lo que debemos amarnos y ayudarnos los unos a los otros. Pero no asfixiarnos los unos a los otros… como en el caso de las dependencias afectivas, en que el fantasma de la persona afectada se convierte en la fusión, en la satisfacción permanente de las necesidades afectivas propias.

La visión de la existencia se empobrece así considerablemente: aquel que sufre de dependencia afectiva pierde la dimensión de la libertad, su capacidad de apreciar la riqueza del mundo y de alimentarse de ella. No le queda más que una fuente de consuelo y de sosiego: la figura de su apego. Todo lo demás pasa a un segundo plano, por no decir que desaparece por completo de su foco de interés. Es esto justamente lo que tiene de adicción.

Alexandre: Lo que hace tan pertinaz la dependencia afectiva radica quizá en una mitología íntima, en un error de apreciación: creer que el otro tiene la capacidad de colmar nuestra necesidad visceral de consuelo, nuestras carencias. El adicto así encadenado hace acopio de toda una serie de efectos secundarios y se inflige un maltrato inaudito. En este ámbito, no es nada seguro que pueda alcanzarse la sanación mediante la fría razón y la mera voluntad. No basta con llenar una página Excel con las ventajas y los inconvenientes de una relación, y comprobar que solo conseguimos migajas, para parar en seco la caída en picado y dejar de estar atrapado en el otro, pegado a él como con cinta adhesiva.

Christophe: En cualquier caso, es una dimensión esencial de la dependencia afectiva. Pasado un tiempo, las personas que son víctimas de ella se dan cuenta de que los inconvenientes (pérdida de libertad, miedo al abandono) son bastante más considerables que las ventajas. Solo que estas atañen a una necesidad fundamental: recibir amor y seguridad. La persona prefiere entonces renunciar a su libertad y a su dignidad. Acordaos de la canción Ne me quitte pas («No me abandones»), de Jacques Brel: «No me abandones, no lloraré más, no hablaré más. Me quedaré escondido, viéndote bailar y sonreír, y oyéndote cantar y reír. Déjame ser la sombra de tu sombra, la sombra de tu mano, la sombra de tu perro…». Cuando uno llega a ese estado, la libertad interior queda muy lejos…

Alexandre: Lo que empeora más aún la dependencia es la vida semiclandestina a la que induce. ¿Quién se atrevería a ir de frente y confesar sin ambages: «Soy completamente dependiente, estoy enganchado a la botella»; o bien: «No puedo más, ese tipo me vuelve loco», o «Esa mujer me trae de cabeza»? ¿Cómo no temer la reacción de nuestro entorno y dejar de disimular ante nuestros allegados, ante los demás, ante el médico, ante uno mismo, el malestar con que cargamos? Los amigos de bien, aquellas y aquellos que nos aman sin condiciones, pueden convertirse en auténticos artesanos de la sanación interior. Pero, ¿cómo van a intervenir si les escondemos nuestras llagas, nuestros traumas, el terrible engranaje en el que nos hemos enredado? El primer paso quizá podría ser el de atrevernos a ser transparentes, alejar de nosotros el embarazo y la vergüenza: «Sí, estoy enganchado a esa persona, me trae loco. ¡Auxilio!». Por lo demás, es también una señal: cuando alguien empieza a contar patrañas, a mentir, a representar un papel, a maquinar, todo da a entender que si contemporizamos, lo ponemos en peligro.

Por no hablar de ese sentimiento de culpabilidad que impide atacar los verdaderos problemas y retrasa nuestro avance. ¿Cómo vencer esa insidiosa voz interior que no deja de repetir: «¡Estás mucho mejor de lo que crees!»? Matthieu, cuando nos recuerdas nuestras auténtica naturaleza, esa felicidad que reside en lo más profundo, demuestras que es posible recurrir a una dinámica imponente que dispersa la desesperación, el fatalismo, la resignación. Cuando uno está sumido en la dependencia, puede olvidar por completo que estamos hechos, como tú dices, para la felicidad, que la naturaleza búdica que irradia en nosotros procede de una libertad inconcebible.

Abocarse a la gran sanación, sustraerse a la adicción, es tal vez, en un primer momento, atreverse a optar por una lucidez total, por la transparencia, dejar de mentirse a uno mismo y de contarse patrañas. La disociación de que hablabas entre placer y deseo es inmensamente liberadora. Ese tipo me hace perder la chaveta, esa mujer me quita el sueño, necesito este anestésico, esta droga que no me proporciona ningún goce, ningún placer. Intento en vano apagar la insatisfacción por todos los medios, a riesgo de mandarlo todo al traste. De ahí este interés vital, crucial: observar ese caos, emitir un diagnóstico, identificar las diferentes grandes tareas de una existencia.

Christophe: Pero lo que hace difícil la lucidez y el compartir es que hablar sin máscaras a los demás de la dependencia que uno sufre es tanto como declarar la propia debilidad, ¡desnudarse delante de todos! ¡Y eso supone un gran esfuerzo! Ahora bien, como explicaba Matthieu, uno de los problemas de la dependencia es que cuesta mucho hacer esfuerzos, cambiar nuestra manera de ser.

Matthieu: ¿De dónde nace el sentimiento de carencia? En términos generales, puede originarlo la falta de satisfacción de las necesidades fundamentales: comida, bebida, sueño, etc. El estado carencial que siente la persona a la que se priva de una sustancia de la que era dependiente es igualmente provocado por reacciones fisiológicas. En cuanto al estado de carencia que hace que deseemos intensamente una situación o a una persona, en el caso de una dependencia afectiva, tiene que ver con un sentimiento de falta de completitud que no está exento, una vez más, de interacciones fisiológicas: uno tiene la impresión de que le falta una cosa sin la cual le es inconcebible experimentar una satisfacción duradera. Al incurrir en esto, uno es víctima de una ilusión por la cual supone que el estado de plenitud resulta de un cúmulo de objetos, de situaciones y de personas indispensables para alcanzar una felicidad imaginaria. Ahora bien, la «plenitud» no significa que uno tenga que estar «lleno» de todo tipo de cosas. Se trata más bien de un sentimiento de coherencia y de satisfacción profunda, por sí mismo «pleno». Es la libertad interior por excelencia: un sentimiento de paz y de unidad, libre de las parejas atracción y repulsión, carencia y satisfacción. Es a la culminación de esta libertad a lo que tienden las personas que meditan, a lo largo de años de práctica. Pero mucho antes de alcanzarla, es ciertamente posible vivir la experiencia de momentos de plenitud, cuando uno pasea por el bosque con amigos queridos, o se sienta a la orilla de un lago de montaña, o a contemplar un inmenso paisaje desde lo alto de una cima, o ante un fuego de leña mientras escucha una música sublime, o en cualquier otra circunstancia en que la agitación de los pensamientos cede para dar paso a la simplicidad natural de la mente. Saborear esta forma de libertad depende de nuestro nivel de familiarización con el modo de funcionamiento de nuestra mente, pero también de nuestra capacidad para liberarnos de los automatismos de nuestro pensamiento. Una vez obtenida la libertad interior, ya no hace falta nada más.

¡Viva la libertad!

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