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MATTHIEU

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Evitar los factores desencadenantes. Abstenerse de apretar el interruptor y exponerse a los factores que dan inicio a un deseo irresistible. Expulsar del campo visual las sustancias, las imágenes y cualquier otra cosa u objeto asociados a la adicción. Si esto no es posible, tomar distancia, alejarse de todo, buscar un paraje natural, salir de paseo con amigos, hasta poder regresar más fuerte y resiliente.

El momento crítico. Las investigaciones muestran que el momento crítico es el de la confrontación con el estímulo: la visión del polvo blanco, de la botella, ya sea en la realidad o a través de una imagen mental que se impone con fuerza. Entonces es cuando, rápidamente, todo se torna irrefrenable. Si uno deja que el proceso se ponga en marcha, este adquiere tal fuerza que es muy difícil mantenerlo a raya. No es posible decirse: «Bueno, tomaré un poquito, y lo dejo». Hay una práctica meditativa que puede ayudarnos y que consiste en «ampliar» el espacio temporal de ese momento de confrontación, para poder disponer de un mayor margen de maniobra. Al contemplar directamente los pensamientos engendrados por la imagen mental del objeto de deseo, y dejando que nuestra mente repose en el momento del presente, estamos dando a esos pensamientos tiempo para que pierdan su intensidad y se desvanezcan por sí mismos, del mismo modo que si quisiéramos hacer un dibujo sobre la superficie del agua, se diluiría a medida que lo trazamos. Si conseguimos suspender el proceso de los pensamientos que nos afligen por un tiempo lo suficientemente largo, reposando en el momento del presente, podemos evitar vernos atrapados por el encadenamiento subsiguiente, en cuyo transcurso perdemos todo control.

Observar la pulsión en el espacio de la plena conciencia. El gran sabio budista Nagarjuna decía: «Sabe bueno rascarse, ¡pero sabe mucho mejor que no te pique nada!». Con tal finalidad, es recomendable contemplar durante un tiempo suficientemente prolongado la picazón con el ojo de la presencia atenta, hasta que se difumina y uno vuelve a sentirse libre. Hay quienes son capaces de rascarse hasta sangrar. Si suspendemos este gesto, y aunque ciertamente durante unos momentos cuesta soportar el picor, este termina por desaparecer. Si aplicamos esta metáfora al contexto de la dependencia, diremos que es necesario movilizar el suficiente contingente de determinación, de fuerza de voluntad, para hacer que esta pulsión lacerante disminuya por ella misma, de forma similar a una fogata a la que dejamos de añadir leña: el fuego arderá con intensidad cada vez menor, hasta apagarse. Está en la naturaleza de las cosas.

¡Viva la libertad!

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